Sin domicilio conocido. Artistas en movimiento Ibán de León
Según datos del Consejo Nacional de Población (CONAPO) se estima que en 2013, 5.8 de cada mil oaxaqueños cambiaron su residencia a otro estado. La historia de Ibán de León es la más cercana a la tradición migrante: abandonar el entorno rural y sus sosegadas dinámicas socioeconómicas en búsqueda de las plataformas de desarrollo propias de la urbe: formación académica, profesionalización y empleo. Pero tampoco se apega a ella: en su camino la escritura es la brújula, y las complejidades propias de este oficio, las condicionantes.
Soy de un pueblo de la costa de Oaxaca en el que apenas hay una librería y una biblioteca que casi nadie visita. Si a un sujeto se le ocurre que quiere ser escritor, la tiene difícil. Debe mudarse a un lugar que le ofrezca eso que su pueblo no: formación. Alguien podría decir que se puede ser autodidacta, pero pienso que el sitio y la interacción determinan el crecimiento de un individuo, cualquiera que sea el oficio que desempeñe. A menos, claro, que se dedique a otra cosa (pescador, campesino) y regrese a su pueblo: esto último lo digo porque he soñado con volver para realizar alguna de esas actividades.
Estudiaba arquitectura por error. Escribía poemas y sentía algo vivo en ellos que me hacía sentirme bien conmigo mismo. En Oaxaca no había carrera de Letras, pero averigüé que en la Universidad Autónoma del Estado de Morelos existía una Facultad de Humanidades con una especialidad en Letras Hispánicas. Tengo una hermana que vive en Alpuyeca, un pueblo de Morelos. Hice el examen de admisión y me mudé. En Cuernavaca descubrí que mi educación era deficiente, pero hallé buenos maestros, académicos que desde el principio pusieron en claro que la institución no era para escritores sino para futuros investigadores.
Creo que es una las cosas que deben agradecerse en ciertas ciudades de provincia: la presencia de autores importantes que forman generaciones completas de escritores. En Cuernavaca asistí a talleres, publiqué en revistas y periódicos locales, trabajé como editor y corrector. Ahí habría seguido de no ser porque me otorgaron una beca en la Fundación para las Letras Mexicanas. Me iban a pagar durante un año por dedicarme a escribir. Ni siquiera tenía que pensarlo. El D.F. nunca me ha gustado, pero era una oportunidad única. Me renovaron la beca y me quedé un año más. Y regresé a Morelos sólo porque no tenía muchas expectativas de empleo, y ya había decidido no establecerme en el Distrito Federal; estuve ahí porque sabía que mi crecimiento estaba de por medio. Y así fue, en esos dos años aprendí a asumirme como escritor.
De haberme quedado en Oaxaca no habría estudiado una licenciatura en Letras, y no habría aprendido de poetas como Javier Sicilia o Antonio Deltoro. Lo que es cierto es que mis elecciones, en su mayoría, las tomé sobre la marcha, pensando que eran las mejores: la literatura, desde que la visualicé como vocación, es mi prioridad.