Retratos de familia
La presente selección incluye ocho poemas traducidos por Guillermo Fernández. Más que una toma microscópica de sus labores como traductor —las más importantes que jamás se hayan hecho de la literatura italiana a nuestra lengua—, esta muestra recoge algunos de sus poemas favoritos, los cuales solía compartir con amigos y alumnos, frecuentemente de memoria y en voz alta. Ésta es, por tanto, una selección sin ambiciones historicistas o canónicas; una serie de “Retratos de familia”, como Fernández mismo tituló el apartado final de su libro Bajo llave (1983), y que consiste en un puñado de versiones de seis poetas italianos modernos: Dino Campana, Umberto Saba, Giuseppe Ungaretti, Eugenio Montale, Salvatore Quasimodo y Mario Luzi. El criterio para dicha inclusión fue una selectiva, a menudo impensable consanguinidad entre ellos y su propia obra. El delirio melancólico de Campana, el tono crepuscular y reflexivo de Luzi, la rigurosa moral del desencanto en Montale, el silencio humanista de Ungaretti en pleno fragor de la guerra. Tales rasgos gravitan en torno a la poesía de Fernández: turbulenta y delicada, maledicente y salmódica a un tiempo, habitada por “sombras de esplendor sombrío”, de acuerdo con el verso de Carlos Pellicer.
Debemos a Fernández el descubrimiento de autores como Eros Alesi, Campana y Valerio Magrelli, así como la primera traducción íntegra de la poesía de Cesare Pavese, todo ello en versiones que hoy pueden considerarse definitivas. Así pretendemos honrar la memoria de un espléndido poeta y traductor que dio voz y cobijo a perfectos extraños durante cuatro décadas y que, gracias a su obstinada hospitalidad, se volvieron propios. Guillermo Fernández fue su retratista, pero también su revelador, el que transformó un baúl lleno de oscuros negativos en una galería de imágenes nítidas y sobrecogedoras.
A excepción de “Querido papá” de Eros Alesi, publicado en Mamá morfina (Bonobos, 2003), los poemas restantes provienen de Para el bautismo de nuestros fragmentos. Veintidós poetas italianos (UNAM, 2006), antología seleccionada, traducida y anotada por Guillermo Fernández.
Soy una criatura
Giuseppe Ungaretti (1888-1970)
Como esta piedra
del S. Michele
tan fría
tan dura
tan enjuta
tan refractaria
tan completamente
desanimada
Como esta piedra
es mi llanto
que no se ve
La muerte
se paga
viviendo
El sueño del prisionero
Eugenio Montale (1896-1981)
Aquí, ocasos y albas son casi lo mismo.
El zigzag de los estorninos sobre las almenas
en días de combate, mis únicas alas;
un filo de aire polar
el ojo del carcelero en la mirilla;
crac de nueces aplastadas, un aceitoso
chisporroteo desde las cavas, asados
reales o supuestos —pero la paja es oro,
la linterna rojiza es un hogar
si durmiendo me sueño a tus pies.
La purga dura desde siempre, sin un porqué.
Dicen que quien abjura y firma
puede salvarse de esta matanza de ocas;
que quien se acusa, traiciona
y vende carne ajena, se sirve con el cucharón
en vez de terminar en el paté
destinado a los dioses pestilenciales.
Tardo de entendimiento, llagado
por la punzante yacija, me he disuelto
en el vuelo de la polilla
que mi suela machaca en el pavimento,
con los kimonos cambiantes de las luces
que la aurora extiende desde los torreones.
He olfateado en el viento la chamusquina
de las rosquillas en el horno;
he observado en torno mío, he suscitado
lirios en horizontes de telarañas
y pétalos en el armazón de las rejas;
me he levantado y vuelto a caer
en el fondo, donde el siglo es un minuto…
Los pasos se repiten y los golpes
y aún ignoro si estaré en el festín
como embutidor o embutido. Larga es la espera
y mi sueño de ti no ha terminado.
Abril-amor
Mario Luzi (1914-2005)
La idea de la muerte me acompaña
entre los muros de esta calle que sube
y pena en cada recodo. El frío
primaveral irrita los colores,
ralea el pasto, las glicinas, casca
la piedra; bajo capas e impermeables
punza las manos secas, estremece.
Tiempo que sufre y hace sufrir, tiempo
que en claro torbellino trae flores
y apariciones crueles, y todas
—mientras indagas qué son— desaparecen
al instante en el polvo y el viento.
El camino va por lugares conocidos,
pero irreales ahora,
prefiguran el exilio y la muerte.
¡Tú, que eres; yo, que he devenido,
que merodeo en tan ventoso espacio,
hombre tras una huella fina y débil!
Es increíble que yo ande buscándote
en éste y otros lugares de la tierra
donde apenas podríamos reconocernos.
Pero la mía es una edad
que aún espera de los otros
eso que está en nosotros o no existe.
El amor ayuda a vivir, a durar;
el amor anula y da principio. Y cuando
el que sufre o languidece espera, si aún espera,
que un auxilio aparezca a lo lejos,
ya está en él, y basta un soplo para suscitarlo.
Lo he aprendido y olvidado mil veces,
por ti resulta hoy algo muy claro,
ahora adquiere viveza y verdad.
Mi pena es durar más allá de este instante.
Querido papá
Eros Alesi (1951-1971)
Tú que estás ahora en las pasturas celestes, en las pasturas terrenas, en las
pasturas marinas.
Tú que estás ahora en las pasturas humanas. Tú que vibras en el aire. Tú que
aún amas a tu hijo Alesi Eros.
Tú que has llorado por tu hijo. Tú que sigues su vida con tus vibraciones
pasadas y presentes.
Tú que eres amado por tu hijo. Tú el único que estaba con él. Tú a quien
llaman muerto, ceniza, inmundicia.
Tú que eres mi sombra protectora.
Tú a quien amo en este momento y siento más cercano que cualquier cosa.
Tú que eres y serás la fotocopia de mi vida.
Que tenía 6-7 años cuando te veía Hermoso-fuerte-orgulloso-seguroarrogante,
respetado y temido por los demás, que tenía 10-11 años
cuando te miraba violento, ausente, malo, que te veía como a un ogro,
que te consideraba un Bastardo porque golpeabas a mi mamá.
que tenía 13-14 años cuando yo veía que veías perder tu papel.
que yo veía que veías el surgimiento de mi nuevo papel, del nuevo papel de mi
madre.
que tenía 15 años y medio cuando yo veía que veías los litros de vino y las
botellas de coñac que aumentaban espantosamente.
que yo veía que veías que tus miradas ya no eran hermosas-fuertes-orgullosas,
fieras, respetadas y temidas por los demás.
que yo veía que veías alejarse a mi madre, que yo veía que veías el inicio de
un normal, dramático desmoronamiento.
que yo veía que veías los litros de vino y las botellas de coñac aumentando
considerablemente.
que tenía 15 años y medio viendo que veías que yo escapaba de casa, que mi
madre escapaba de casa.
que tú querías representar al Duro.
que no tuviste a ninguno.
que te quedaste solo en una casa con dos cuartos, más servicios.
que los litros de vino y las botellas de coñac siguieron aumentando.
que un día, que el día, en el cual viniste a sacarme de los separos secretos de
Milán, vi que te veías solo. que tú querías a tu mujer o a tu hijo o a los
dos en aquella casa con dos cuartos más servicios. que he visto que
veías que estabas dispuesto a todo, con tal de recuperarnos.
que he visto que has visto tu mano tendida en señal de paz, de armisticio.
que he visto que has visto sobre tu mano un esputo.
que he visto que has visto tus ojos lagrimeando soledad incrustada de sangre
masoquista, punitiva.
que he visto que tú has visto el deseo de querer castigar tu vida.
que he visto que veías el deseo de no sufrir. que he visto que veías los litros
de vino y las botellas de coñac aumentado continuamente.
que he visto que veías en aquel periodo tu futura vida.
que supe que sabías que tu hijo era un drogadicto, que tu mujer esperaba un
hijo de otro hombre (hijo que a ti no te quiso dar).
que vi que viste pasar tres años. que vi que viste que el día 9-XII-69 no viniste
a verme al manicomio porque estabas muerto.
que ahora ves que veo que el primero eres tú. que juegas baraja con el
descarte, haciéndote el descartado.
Pero jugando, igualmente. que ahora ves que veo que te adoro, que te amo
desde lo más profundo del ser.
que ahora ves que yo veo que mi madre se lamenta. ALESI FELICE PADRE
DEALESI EROS
que ves que yo veo que he huido una vez más hacia la soledad.
que tú ves que yo veo sólo una gran, grandísima negrura, la misma negrura
que yo veía que tú veías.
que seguirás mirando lo que veo.
Desde la ardiente loma…
Sandro Penna (1906-1977)
Desde la ardiente loma he bajado
al mingitorio fresco de la estación.
El polvo y el sudor sobre la piel
me embriagan. En mis ojos aún canta
el sol. Cuerpo y alma dejo ahora
en la lúcida y blanca porcelana.
Vendrá la muerte…
Cesare Pavese (1908-1950)
Vendrá la muerte y tendrá tus ojos
—esa muerte que nos acompaña
de la mañana a la noche, insomne,
sorda, como un antiguo remordimiento
o un vicio absurdo. Tus ojos
serán una palabra inútil,
un grito ahogado, un silencio.
Así los ves cada mañana
cuando a solas te acercas a ti
hacia el espejo. Oh querida esperanza,
ese día también sabremos
que eres la vida y la nada.
Para todos la muerte tiene una mirada.
Vendrá la muerte y tendrá tus ojos.
Será como dejar un vicio,
como mirar en el espejo
la resurrección de un rostro muerto,
como escuchar unos labios cerrados.
Nos hundiremos, mudos, en el remolino.
El ventanal
Dino Campana (1885-1932)
La humeante noche de verano
desde el alto ventanal escancia fulgores en la sombra
dejándome en el corazón un sello ardiente.
Pero ¿quién (en el terrado que da al río se enciende una lámpara), pero quién
le ha encendido la lámpara a la Virgencita del Puente? —hay
en el cuarto un olor a podredumbre; hay
en el cuarto una roja llaga desfalleciente.
Las estrellas son botones de madreperla y la noche se viste de terciopelo;
tiembla en la noche fatua, es fatua la noche y tiembla pero hay
en el corazón de la noche, hay
siempre una roja llama desfalleciente.
Habito mi cerebro…
Valerio Magrelli (1957)
Habito mi cerebro
como un sereno hacendado sus tierras.
Durante todo el día mi faena consiste
en hacerlas fructificar,
mi fruto el trabajarlas.
Y antes de dormir
me asomo a verlas
con el pudor del hombre
por su imagen.
En mí habita mi cerebro
como un sereno hacendado sus tierras.