¡POBRE ROBOT!
El filósofo alemán Ludwig Wittgenstein, nos previene: Toda una mitología está contenida en nuestro lenguaje. Con frecuencia el uso que hacemos de las palabras crea verdaderos espejismos que nos distraen del mundo. Los casos que él analiza suelen ser complejos, aunque muy cotidianos. Yo creo encontrar uno bastante simple y muchas veces repetido en textos sobre inteligencia artificial.
En ellos es común leer cosas como ésta (y aquí invento): «Un robot dotado de sensores que reaccionan al contacto, es capaz de sentir su entorno». Si se cuestionara al autor sobre el uso de la palabra sentir para describir tal actividad electrónica, argumentaría que lo hace en sentido figurado y aceptaríamos el hecho como inofensivo. Sin embargo, si (como también es común) el texto continúa describiendo otros dispositivos del robot, y aquí y allá añade que unos le permiten «estar atento», otros «darse cuenta», unos más «comprender», «expresar» o «comunicarse», a los incautos como yo nos será cada vez más difícil pensar en esa máquina como un objeto inerte y más fácilmente nos dejaremos convencer de que es cosa de tiempo que los seres humanos creemos máquinas sensibles, sentimentales y conscientes.
Toda una mitología sobre los robots está emergiendo detrás de tales espejismos del lenguaje que poco a poco nos han ido impidiendo entender que la inteligencia (cualquiera que sea la definición que le demos) sigue siendo uno de los grandes misterios del universo y que, como afirman muchos expertos, ni la ciencia ni la tecnología ─aún con sus prodigiosos avances en otras áreas─ se han acercado un ápice a comprender su esencia y es muy probable que nunca puedan emularla.