Pensando en nosotras
Nací en Buenos Aires en un hogar repleto de periódicos, óleos, música y catorce mil libros de la mejor política y literatura, razón por la cual ser periodista, poeta o escritora fue como cumplir un designio divino. Mi padre, Gregorio Selser, solía decir que le hubiera gustado ser poeta o director de orquesta, yo a mis nueve años, quise ser veterinaria; no obstante, descubrí que la sangre me daba miedo, por lo que desistí de la que pensé sería mi vocación.
El periodismo me ha acompañado a lo largo de la vida, un oficio hermoso, exigente e ingrato como puede ser el de un médico que ingresa al hospital a su hora de entrada, pero que jamás se entera cuándo termina su jornada.
La pasión que mi madre, Marta Ventura, me inculcó desde niña marcó mi oficio desde el primer día de trabajo por lo que, mirando en retrospectiva, puedo afirmar que nunca dejé que este se viera afectado por mi condición de mujer, aun a costa de perder muchas cosas. Por ejemplo, no haber estado todo el tiempo que hubiera querido con mis hijas o evitar el colapso de mi matrimonio en medio de la invasión de Estados Unidos a Irak, o la guerra de Afganistán; aún recuerdo cuando mi ex me reclamaba porque “me iba al diario en domingo, abandonando la casa”. (Uff… ¡y eso que él también era periodista!) Y es que, como editora jefa de la sección internacional de un periódico por casi 20 años, tuve que dar cuenta de todas las guerras, desastres ambientales, accidentes aéreos y atentados terroristas, empezando por el ataque a las Torres Gemelas en 2001 hasta los últimos bombazos en París.
Aunque hubiera querido sustraerme un poco de la dinámica laboral por mis obligaciones como madre o esposa, en el medio laboral periodístico las diferencias de género hay que dejarlas en la puerta de entrada; en realidad, somos las mujeres las que debemos hacerlo ya que generalmente —al menos en América Latina— nosotras seguimos asumiendo el grueso de la responsabilidad de los hijos y la casa como resultado de un sistema patriarcal que ha fijado reglas tan injustas como desiguales, las cuales se siguen aplicando en beneficio de los hombres sin que esté escrito en ninguna parte y a pesar de la triple jornada de trabajo que las mujeres asumimos, bajo el argumento de que es parte de la “liberación” femenina.
Es doloroso constatar el ejercicio machista del poder que muchos colegas hombres siguen ejerciendo, en especial los de 40 años para arriba, muchos de ellos buscando suplir sus deficiencias de formación y/o de cultura con estilos de mando dignos de una inmortalización en #MeToo. Estilos de mando que se traducen también ¡en pleno siglo XXI! en la discriminación que las mujeres sufren cuando aspiran a un salario igual o mayor que el de los hombres, o a cargos de dirección en una empresa pocas veces reservados para las profesionistas más talentosas y eficientes. Y a la hora de los despidos, muchas mujeres reciben indemnizaciones hasta tres veces inferiores a las de los hombres, medida que se aplica incluso en medios de prensa en México y en el exterior.
“Buenos días, te tengo que anunciar que estás despedida”, me dijo en agosto del año pasado uno de los directivos del periódico en el que trabajaba, cuando me llamó a su oficina para anunciarme que habían decidido prescindir de mis servicios. “Espero que al menos consideren que siempre di lo mejor y nunca reparé en horarios”, atiné a comentar, a lo que él me respondió: “Por supuesto, todos lo sabemos y lo valoramos mucho”. Ese día echaron a unos 240 trabajadores de todos los niveles en contra de la voluntad del ex-director, alejado de su cargo dos semanas antes. La medida no hizo distinción de género, edad o destrezas: la expulsión fue injustificada, arbitraria, inhumana y bochornosa, pues ni siquiera nos pagaron –a hombres y mujeres– lo que por ley nos correspondía.
Después de eso, inició una nueva etapa. La poesía, los cuentos y la traducción literaria, junto a mis colaboraciones especializadas en política internacional en revistas son ahora mi día a día, con varios libros en proceso de publicación: una traducción de Stéphane Mallarmé y su célebre “Soneto en ix” con mi sello editorial, un poemario sobre la muerte en todos sus registros y un segundo cuento para niños en busca de editorial, porque la literatura sigue conmigo, como lo ha hecho desde hace muchos años.
Tengo un consejo para las jóvenes periodistas que además tengan vocación literaria: cuando sientan que el momento propicio para empezar a escribir ficción está frente a ustedes, no lo dejen pasar. Pueden seguir adelante con sus reportajes y entrevistas, sin que ello le robe tiempo a la creación literaria. La famosa “habitación propia” de la que tanto habló Virginia Woolf –quien se suicidó en un río por no poder superar los abusos sexuales que sufrió durante años por parte de sus dos hermanastros– no es un espacio exterior. Es una construcción interna para ser edificada y habitada.