Tierra Adentro

Parece que actualmente los modelos de pensamiento posmoderno han sucumbido ante la hegemonía del capital, como si lo que hubiera surgido hace ya más de cuatro décadas a partir de la escuela de pensamiento francés, hoy fuera sólo un lindo recuerdo de lo que pudo ser. Los posmodernos trabajaron en deconstruir el pensamiento hegemónico, en apoyar al pensamiento de la diferencia, de lo otro, eso que es intersticio, que es margen, periferia; también intentaron lo mismo que las vanguardias pero parece que «el orden» o «lo impuesto» siempre es más fuerte que lo que se intenta decantar o lo que se intenta iluminar: la sombra.

Para la filósofa argentina Patricia Didiglio el pensamiento de la diferencia ha sido muy importante para  los posmodernos, pues rompe con la idea de unidad e incorpora ideas divergentes y heterogéneas. En una conferencia sobre dicho tema, Didiglio menciona que:

(…) El parergon (defectuoso) resiste y está permanentemente en combate con el ergon. Eso que excede, eso que es accesorio (que nunca será ciencia ni obra) que es suplemento del ergon, hace posible la ciencia y obra. Lo parergon es lo uno que no se hace presente, suplemento exterior, pero que al mismo tiempo es constitutivo del ergon.

En el teatro mexicano es difícil saber cuál es el ergon y cuál es el parergon, qué es lo realmente «diferente». La hegemonía teatral —teóricamente se diría— es el drama, el teatro de representación, aunque muchas veces se constituye como algo que no logra revelarse como obra, ni de un autor, ni de un director. Pareciera que sólo se trata de un espectáculo porque no logra constituirse como una copia perfecta de la imagen real y no llama a ningún tipo de reflexión. Por otra parte, lo que parece periférico (parargon), se constituye como hegemónico pues tiene un discurso; en él, la retórica sobre la realidad es más contundente gracias a que habla y trabaja sobre ella, pero se queda en un vacío de contenidos estéticos porque los individuos tampoco aparecen dentro de la obra.

Este pensamiento de estar dentro del sistema, dentro de un mecanismo ya objetivado (como lo marca Foucault en su obra) da la ilusión de que los mecanismos de poder siempre llegan a dichas propuestas para seguir creando dispositivos y relaciones desde de lo hegemónico. Aquí se plantea la pregunta de si en realidad el artista puede crear una obra que cuestione con verdad —aunque sea subjetiva— la realidad; el pensamiento de la diferencia se diluye mientras más se intenta asir.

La modernidad separó todo en partes, las hizo funcionales y nos las colocó a disposición para su consumo. Pero hoy pareciera que no encontramos las formas para pensar las líneas que unen esas partes, o para armarlas de otra manera, no armarlas, dejarlas separadas y bailar sobre ellas. A partir de este pensamiento, del hámster dentro de la rueda, podemos plantearnos, ¿para qué el arte?

Las disyuntivas entre pensamiento y práctica, se muestran ante una inmediatez que no permite reflexionar, los creadores escénicos no siempre tenemos tiempo para reparar en estas preguntas porque la producción va primero, y para crear una obra de teatro hay que pensar en el público, vender funciones, ser aceptado en los teatros, pagar a los actores y demás colaboradores; a diferencia de otras artes que permiten el silencio (como las letras), el teatro no permite la espera.

De aquí las contradicciones en la praxis de esa innovación, por ejemplo, la convocatoria para la Muestra Nacional de Teatro que este año intentó hacer la diferencia aceptando propuestas de otra índole, sin embargo, no logró llegar a su objetivo. Ya en la solicitud pedían un dossier que explicara la deconstrucción de la obra y luego un plano de iluminación aunque uno dijera que no había, que no hacía falta, que el teatro se puede hacer sin iluminación ni telones. Así,  intentar  exponer lo creado desde otro lugar se vuelve imposible porque hay un mecanismo difícil de romper.

Y entonces me pregunto si hoy en día es posible voltear a ver el parargon o sólo entramos en un remolino de pensamientos alternos que simplemente forman parte del ergon, propuestas que como collage han perdido identidad y objetivo.

Patricia Didiglio continúa en su conferencia:

Hay mucho y variado en esto que se quiere hacer pasar por tan homogéneo. Un fondo inquieto que se agita más de lo que la superficie anuncia, y que está presente en la inauguración misma de la razón moderna. De manera que esta modernidad que hoy como novedad se anuncia en crisis, parece haberlo estado desde siempre o, por lo menos, parece haber estado siempre en tensión consigo misma.

Parece que el pesimismo es más un discurso de época y ya no una búsqueda frente al desconsuelo de lo que ha producido nuestro presente. Lo único que queda para la posmodernidad es la idea individuo. Y así como pensamos en la modernidad y la posmodernidad, quizá deberíamos pensar en el teatro, ese que sin recursos, sin técnicas y sin mayores objetivos se forja a diario en miles de salas de teatro con algunos espectadores, en algunos espacios alternativos con grandes discursos y estudiantes, en movimientos subrepticios que no logran configurarse en red, ni grupos ni compañías que reproducen sin reflexión más allá de la que pide la gestión cultural.

Todo el pensamiento como legado de la posmodernidad nos llega entonces como algo que se creía «diferente» pero que ante la contundencia de la realidad, es difícil de aplicar: cuando no encaja, parece que la reflexión y las pequeñas acciones no tienen fundamento.

Aunque la modernidad y la posmodernidad se unen para conformar una especie de ouroboros, esta situación nos da la oportunidad de preguntarnos si la única salida es alejarse del círculo, tanto del pensamiento que lo configura como de las acciones que conllevan lo uno y lo otro en el teatro: ni drama ni posdrama, ni ficción ni presentación, volver al principio y tratar de quitarnos la máscara. Tal vez no exista ya ninguna cara que deconstruir, quizá no tiene relevancia (la misma producción del arte a veces no la tiene), tal vez nos hemos vuelto una envoltura de papel celofán y no nos hemos dado cuenta.

 

 

 


Autores
(Ciudad de México, 1978) es dramaturga, escritora de narrativa y ensayo, directora teatral e investigadora. Sus textos se han llevado a escena y se han presentado en festivales de dramaturgia en Canadá, España, Argentina y México. Recibió el Premio Airel de Teatro Latinoamericano, Toronto, 2013 por su obra Palabras Escurridas y el Premio Internacional de Ensayo Teatral 2013 por Territorios textuales. Sus relatos se editan tanto en México como en España. Actualmente prepara dos nuevos montajes con su compañía Mazuca Teatro e imparte el seminario El teatro como territorio de la palabra en 17, en el Instituto de Estudios Críticos.