Peces en coloquio tropical (acercamiento a Vías paralelas de José Miguel Barajas)
Ai esta terra ainda vai cumprir seu ideal,
ainda vai tornar-se um imenso Portugal.
Buarque de Hollanda, Fado tropical
Cafés negros y varios kilos de carne doneraki dieron pasto a la imaginación de José Miguel Barajas (San Andrés Tuxtla, 1983) durante los días que se empeñó en producir las líneas que ahora saludamos con la publicación de Vías paralelas, su primer libro de ensayos. Cuando platiqué por primera vez con él, en octubre de 2010, dentro de la casona de Liverpool 16, en la Ciudad de México, tuvimos que tocar por inercia el tema de nuestros ensayos respectivos. Él me dijo que se proponía hacer un libro que reuniera a Jorge Luis Borges, Fernando Pessoa y Paul Valéry, y que para él esa propuesta era como hacerle una carta a los Reyes. Más tarde se unió Josefina Vicens a ese trío de escritores. Pocas semanas después Barajas comenzó a llevar las primeras incursiones de su ensayo. No tenía premura. Con pisada de felino acosaba. En el punto oportuno daba el salto y después ubicaba a la siguiente presa, según bulimia similar. Uno a uno se fueron formando los capítulos de Vías paralelas, ese opus primum et nigrum de los trabajos vitales de Barajas.
A pesar de lo que indicaría el sentido común en el caso de algún otro escritor, Borges, Pessoa y Valéry fueron bien digeridos e integrados en esta obra concisa. Y no sólo ellos: página a página se perciben núcleos poéticos e intelectuales de diversas tradiciones, de múltiples hombres. Algunas veces, estos núcleos emergen y toman cuerpo; otras, se desvanecen en el tejido de la prosa y se asimilan a la voz del autor. En todos los casos la vivencia de las ideas en diálogo, que a veces llegan a ser ideas fijas, es tan intensa que se pueden traer a cuento las palabras que György Lukács dirigió a Leo Popper desde Florencia, en octubre de 1910: «Hay, pues, vivencias que no podrían ser expresadas por ningún gesto y que, sin embargo, ansían expresión. Por todo lo dicho sabes a cuáles me refiero y de qué clase son: la intelectualidad, la conceptualidad como vivencia sentimental, como realidad inmediata, como principio espontáneo de existencia».
Alguna vez mencioné con respecto al libro de otra escritora que pocas veces tiene uno acceso a los esfuerzos con que se crea una obra ajena. El azar también, en este caso, me permitió ver el tránsito entre las diferentes regiones del autor y su asentamiento en el papel. Hace no pocos días finalmente pude leer de principio a fin el libro en que desembocaron todos aquellos afanes. En este caso, haber visto de cerca el proceso de la creación de Vías paralelas tampoco impidió sentir el asombro que Valéry, en su Introducción al curso de poética, adjudica a aquel hombre que lee, de golpe, durante unas horas, tanta fuerza verbal en el espacio de unas páginas.
Podríamos llamar, sí, autobiografía intelectual a este libro. Pero también crónica de la guerra entre lo sensorial y lo mental, o poética de los personajes del drama, o genealogía de las ideas individuales, o tratado exóterico. Y aun, si tomamos prestada la descripción que Ezequiel Martínez Estrada hizo de los Ensayos de Montaigne, este es el primer tomo que el autor compuso de la historia universal de sí mismo.
Montaigne decía que no pintaba el ser, sino el tránsito. Y que él se podía contradecir a sí mismo, pero no a la verdad. En la búsqueda de la verdad nada era tan inasible como el ser, y por eso las mil caras de la personalidad y los coloquios con el amigo muerto, Étienne de la Boètie, o con los muertos amigos, llámense Séneca o Rabelais, por decir dos cómodos extremos, exigen el diálogo, o la dialéctica, y en última instancia la duda que permite el avance, el giro que crea la espiral. Por otro lado, la inclinación de Montaigne por las naciones que vivían en «estado natural» era reflejo del deseo de presentarse sin artificios; sólo la convención le impedía mostrarse del todo desnudo. En la prosa de Barajas no sólo hay una pintura del todo entero, sino también una comunión abierta entre su personalidad y el libro. El autor sostiene al libro y el libro sostiene al autor. Y ya sabemos que, dentro de las literaturas occidentales, Montaigne es quien cumple con mayor plenitud esta paradoja.
En el prólogo de sus Ensayos, Montaigne también se refería al hecho de que el asunto de su obra era él mismo, y amonestaba sobre ese punto al lector, para que éste razonara sobre la inversión de su tiempo en asunto tan frívolo y vano. Esta modestia sospechosa, por otra parte, se enfrenta con el pasaje donde afirma que si la gente se queja de que Montaigne habla de sí mismo en exceso, él se queja de que la gente ni siquiera piensa en sí misma. Dicha opinión es, o debería ser, premisa de casi todo ensayista. Entre los compañeros que se abocan al género, hoy, en nuestras literaturas, hay varias búsquedas y diversos caminos. Algunos se dirigen hacia el tratado, otros hacia la ficción, unos más hacia el panfleto o la poesía. No creo exagerar si digo que Vías paralelas es uno de los ensayos coetáneos que con más fuerza agarra a la tradición por los cuernos. Barajas, como Montaigne esgrimía, no sólo se atreve a hablar de sí mismo (algo que la retórica clásica desaconsejaba), sino que se atreve a hablar solamente de sí. De este modo, Borges, Valéry, Pessoa y otras voces se integran a su polifonía no como ornatos de su discurso o como autoridades para reforzar su opinión, sino como hombres de ideas y de cuerpo entero que lo estimulan y que tensan esa conversación dramática que empezó hace casi 15 años, cuando una voz interior, ajena, habló por vez primera con Barajas en Chapingo, al ausentarse unos meses de la selva tuxtleca para estudiar Agronomía. Este libro son las memorias impresas de esos tácitos coloquios.