Olga Lavanderos: declaración de principios
Odio los bailes de quince años, las fiestas con globos, todas las kermesses, las tandas, las pirámides de Amway, los mensajes grabados de los bancos y las ventas de garaje, las reinas de la primavera y los peinados de salón. Sí, lo reconozco, soy una delincuente electoral. Una vez, nomás por chingarme, me iban a elegir reina de la belleza en la secundaria, solo por chingarme porque jamás podría ganar ante las nalgonas del 3º A, y en la noche quemé con abundante gasolina (viva Pemex) las urnas y casi media escuela. No hace tanto tiempo de aquello. Lo recuerdo con nostalgia pirómana.
Odio los funerales, los velorios, las cremaciones, los entierros. No solo por huérfana, también porque ponen en duda mi inmortalidad.
Odio las ensaladas sin proteínas, el brócoli y cualquier pinche cosa que parezca lechuga, que digan lo que digan sabe a papel color verde, los germinados y las virtudes sanadoras del nopal.
Odio la medicina naturista, las piedras de Bach, los horóscopos, el tarot, los libros de superación personal, y sobre todos odio a sus autores y a sus autoras, casta infernal de culeros y culeras, los que te prometen ligarte a la secre del jefe sin que te cache y te lleve la chingada, los que dicen que está en tu profundo interior la manera de triunfar en el capitalismo, los que le recomiendan a un chilango que crea en el Dalai Lama para combatir los efectos del smog. Odio las religiones organizadas, los vendedores de paraísos con y sin huríes, y de pasada a las desorganizadas; odio a los que te dicen con acento chafa brasileño que “pares de sufrir” y a los que prometen curarte de la hepatitis C poniéndote cáscara de aguacate en los ovarios. Odio las peluquerías unisex y las ofertas de telemarketing.
Odio a los agentes de tránsito, que a lo mejor son buenas personas cuando se quitan el uniforme; maldigo las colas de los bancos, odio los pantalones vaqueros con rotitos que simulan la pobreza, porque si fueras pobre como yo lo soy, de vez en cuando les metías costurita para que parecieran nuevos. Aborrezco a los gatos, que nomás andan por ahí para chingar a los perros, abomino de vómito prieto los noticieros de televisión y la televisión en general.
Amo las miniseries y por eso mi tele ni antena tiene, tan solo un dvd enchufado para ver The Wire y Juego de tronos y la francesa Engranages y la sueca Bek.
Amo los chamorros taqueados (sobre todo el chamorro titán cuando está de oferta) y los camarones a la diabla y las quesadillas callejeras de chicharrón prensado, y como todos ustedes pienso que los pastelitos industriales como los gansitos marinela ya no son lo que eran antes, ahora escasos de mermelada y con chocolate pinche por arriba.
Y adoro hacer listas. Me resultan como medio orgasmo. Y las hago al viejo estilo, chupando la punta del lápiz en los momentos de duda, que son más que los momentos de certeza.