Nunca tuve un paraíso que perder
A mis padres
Según me cuenta mamá, porque con el otro nunca hablo, el hijo que soy fue un hijo deseado, bastardo, pero deseado. Cuando se conocieron, a principios de los noventa, él ya estaba casado con dos hijas pequeñas, ella trabajaba de cajera en el banco agrícola de la región, allá en Navolato, Sinaloa. También era el banco de él, pequeño comerciante de El Limoncito, Navolato, abogado de profesión. Originaria de El Realito, ranchería de Culiacán, donde vivió hasta 1969 cuando se muda a la capital del estado en busca de mejores oportunidades, ella es foránea en Navolato, municipio vecino, hasta donde se trasladaba en autobús todos los días para trabajar. No sé cómo empezaron a salir, pero él la pretendió a ella. Mamá, que ya había cumplido los 30 años y no tenía pareja, quiso tener un hijo con él, pero sin quitarle su esposo a nadie, me dice. El arreglo fue mutuo, tendrían un hijo sin formar una familia.
En el principio, eran mamá y sus padres. Ella, la hija mayor, la segunda contando a los varones, vivió con mis abuelos hasta el último de sus días. Siempre fue una hija para ellos, antes que una madre para mí. Puedo decirlo desde el amor, pero también desde la herida. No están peleados y eso es algo que se tiene que entender, no solo en mi caso particular, sino en el de todas las familias, especialmente en aquellas con hijos que padecen alguna “enfermedad mental”, como yo. Actualmente, después de haber andado un camino de la psiquiatría por 9 largos años, ya no puedo creer que TENGA algo, una entidad nosológica verificable por anamnesis1, mucho menos en términos objetivos de clínica dura, no solo “confiable”, creo que VIVO algo, que se manifiesta alucinatoriamente en mi cerebro, que es más que un órgano para mí, y socialmente en mi presentación y relaciones diversas, para los otros. Algo que va mucho más allá de mí como organismo y como persona, que parte de las raíces de nuestra sociedad y, en ella, las de mi familia. Algo que solo yo, como el que VIVE una “enfermedad mental”, loco cuerdo, puedo descifrar para mí.
Ni antes ni después de que yo naciera, mamá dejó de ser una hija, excepcionalmente amorosa, entregada y dependiente emocionalmente de sus padres, al grado de privarse de una vida propia como mujer, con o sin pareja, y luego como madre. Hecho que, en una sociedad patriarcal, no debe de sorprendernos, mucho menos de la generación de nuestros padres. Incluso, tras haber sido corrida de su única casa, la de sus padres, cuando se embarazó, al poco tiempo regresó conmigo en brazos, después de que mi abuela, que la había corrido, se lo pidiera. Ella, ama de casa que empezaba a ver a sus hijos marcharse, se dio cuenta de que también necesitaba de su compañía y del ingreso mensual que aportaba sin falta. Mi abuelo, campesino de toda la vida, ejidatario de “Pro-campo”, recibía un apoyo económico por el uso de sus tierras que no alcanzaba para los planes de mi abuela de arreglar la casa. Así, vine a integrarme en segundo plano a los Soto Ochoa. Para mis abuelos, el niño de la hija, su nieto. Para mamá, siempre un sueño, objeto querido que está ahí, seguro, en su realidad inconsciente. Nunca su hijo.
Del otro lado, el padre que no tuve. Nunca quiso estar conmigo, hijo bastardo, a fin de cuentas, que asumió y trató como tal, ni mamá que lo estuviera. El señor me quería poner “Efraín”, nada de eso, me cuenta que le dijo. Él será “Valentín”, como su padre. ¿Qué diría el Dr. Freud? Creo que fueron egoístas, pensaron en ellos mismos, antes que en mí. Mamá pensó que podía cuidarme sola, y creo que en el fondo quería estarlo, por eso me tuvo y no quiso que papá interviniera, por tal vez de hacerlo no hubiera podido asumirme como una extensión de sí misma u “objeto-del-sí” como dirían los psicólogos. El otro pensó que dándole dinero y comprando cosas para la casa podría sustituir sus funciones de padre. Locos los dos. No podían saberlo, pero su decisión marcaría el resto de mi vida. Esa fue la fórmula fantástica: un hijo que los uniera sin que estuvieran juntos.
Es la familia perfecta, la “no-familia”, fundada en un contrato sentimental, no en el amor, en la que ambas partes están de acuerdo de una vez y para siempre.
Al final me registraron como “Valentín Eduardo” los dos, aunque para mamá y el resto de los Soto Ochoa yo sería “Valentín”, con mi mamá, familia aparte aparte dentro de la familia, “Valentincito” para la familia del otro, un Valentín-hijo de Valentín-padre, a su vez hijo de un primer Valentín, que murió joven. Para unos, Valentín-hijo como extensión de la madre, para otros, Valentín-hijo como reafirmación imbécil del padre. Reconocido por aquel solo a nivel institucional, con un apellido que nada me vale hasta que me reconozca con mis medios hermanos y su esposa, y por la madre como un producto de sí misma, casi no procreado, encarnado en su seno por obra del otro, padre no-ausente, omnipresente, que confía en mamá y su voluntad para no sustituirlo, y en mí para convertirme de hijo en mi propio padre, como él lo hizo ¿Dios?
El mundo se acabará y yo soy y seguiré siendo tan solo un hijo, punto ciego del contrato en el que se funda mi “no-familia”: los Sánchez Soto. Vivo solo desde los 19 años y, aunque la emancipación ha comenzado, no me creo capaz de elegir otra familia para sustituirla. Nunca tuve un paraíso que perder, dichoso de mí, que nací con un paraíso al que llegar (cf. Santo Tomás). No soy creyente, no puedo serlo, pero tengo fe en que no estamos solos en el mundo, en que yo, aun con esquizofrenia, especialmente por mi esquizofrenia, no estoy solo.
- “Reunión de datos subjetivos, relativos a un paciente, que comprenden antecedentes familiares y personales, signos y síntomas que experimenta y, en particular, recuerdos que se usan para analizar su situación clínica.” Dr. José Luis Méndez. “Nosologia psiquiatrica – Docsity.” docsity, 10 Sept. 2019, www.docsity.com/es/nosologia-psiquiatrica/4450299.