Mil mesetas de humor geológico
Mil mesetas (1980), de Deleuze y Guattari, es un libro de filosofía que practica un humor que podríamos llamar “geológico”. A pesar de las múltiples publicaciones críticas o estudios sobre este libro, poco o casi nada se ha resaltado la importancia del humor en la producción filosófica de Deleuze; sin embargo, el humor está presente en casi todos sus libros. Es cierto que tiene siempre una posición minoritaria pero quizá justamente ahí reside su importancia. Particularmente en Lógica del sentido (1968), los rasgos humorísticos de los pensadores estoicos y cínicos le permiten a Deleuze proponer una imagen del filósofo distinta a la del ironista socrático que nos heredó el platonismo. Esta concepción del humor además será una de las razones de la amistad de Deleuze con Guattari. Para Deleuze, tal como lo señala en Diálogos (1977), “en la ironía hay una pretensión insoportable de pertenecer a una raza superior… El humor, por el contrario, invoca… un devenir minoritario”.
Mil mesetas señala la figura del hombre blanco occidental habitante de las ciudades como el patrón dominante que establece los estándares de conducta de las sociedades capitalistas. Frente a este personaje, Deleuze y Guattari fueron pioneros en proponer una forma de pensamiento que reivindica no a las minorías, sino la importancia de los devenires minoritarios en la sexualidad, las prácticas estéticas y las formas de organización política. Devenir-mujer, devenir-niño, devenir-judío, devenir-negro, entre otros que propone el libro para huir de la figura dominante del hombre, son un intento por reinventar las luchas políticas y engendrar un pensamiento post-marxista. En Mil mesetas, sin embargo, la importancia de los movimientos micropolíticos y revolucionarios está siempre ligada, por un lado, a un determinado territorio y, por el otro, a procesos geológicos post-humanos que impiden cualquier cierre de un proceso de lucha, o experimentación, en una figura identitaria. En el libro hay a menudo una suerte de humor geológico que desborda la vida humana y la vuelve un proceso abierto a una tirada de dados cósmica, o por lo menos planetaria, que le permite re-inventarse.
Rostro y manos de langosta
Tras fundar el Teatro Alfred Jarry en 1926, Antonin Artaud escribió un texto en el que establecía la importancia del humor en el recién nacido espacio. “(S)erá la única luz verde o roja que iluminará los dramas y señalará al espectador si el camino está libre o cerrado, si es conveniente gritar o callarse, reír en voz alta o en voz baja”. Mediante esta declaración Artaud dejaba en claro que cualquier indicación en aquel recinto estaría codificada no sólo en un registro humorístico, sino que pondría en juego tanto a la obra misma como al público. En Mil mesetas, Deleuze y Guattari siguen a Artaud en aquel afán de interactuar con el espectador/lector en este registro especifico de lo cómico.
Un primer ejemplo es la meseta “10,000 a J.C. —La geología de la moral” en la que el profesor Challenger, quien imparte una conferencia sobre la historia geológica del planeta Tierra termina convertido en langosta: “Antes de que la voz se apagase, había que resumir. Challenger agonizaba. Su voz se había vuelto inaudible, desgarrada… Sus manos se habían convertido en pinzas alargadas que no podían coger nada y que apenas si servían para señalar”. Al exponer los procesos de estratificación que caracterizan a la composición geológica de nuestro planeta, el megalómano personaje de Arthur Conan Doyle, quien consiguió hacer gritar de dolor a la Tierra al clavarle un taladro gigante, termina convertido en un crustáceo. Si al concluir la lectura volvemos las hojas al inicio del capítulo y observamos la imagen que se encuentra debajo del título, en la que un artrópodo con tenazas parece estar parado sobre su cola, es difícil no sonreír un poco. Al volver a ver la imagen encontramos ahora el retrato de Challenger con las manos hipertrofiadas y un rostro de langosta.
En la tercera meseta del libro de Deleuze y Guattari, que plantea por primera vez el concepto del cuerpo sin órganos de Artaud, las imágenes, las referencias literarias y las teóricas colaboran para generar un efecto humorístico. Tal como se proponía el Teatro Alfred Jarry, el juego y la risa parecen tener un lugar dentro de los procesos de lectura del capítulo.
La imagen del profesor Challenger convertido en un crustáceo erguido sobre su cola es una parodia no de la esencia humana sino de las propiedades que, según el antropólogo André Leroi-Gourhan, caracterizaron al ser humano en su surgimiento: los conjuntos mano-herramienta y rostro-lenguaje. No obstante, según Leroi-Gourhan el hombre no es el origen absoluto de estas propiedades. Tanto la relación de la mano con objetos del entorno para realizar un fin, como la expresividad del rostro estarían presentes en otros animales como los monos. La parodia del hombre que construyen Deleuze y Guattari, sin embargo, parece inspirada en un animal distinto, proveniente no de las taxonomías de un biólogo, sino de la complicidad de un escritor y un dibujante: en Alicia en el país de las maravillas (1865), Lewis Carroll parodia un poema de Isaae Watts y pone en boca de Alicia los siguientes versos: “Es la voz de la langosta / la he oído decir: / ‘me han tostado demasiado / con azúcar el pelo me tendré que ungir’”. John Tenniel retrata a la langosta justo en el momento de esta enunciación:
Erguida sobre su cola, incluso con zapatos, mirando su rostro al espejo y con el cepillo en la tenaza derecha, lista para retocarse el inexistente pelo. Así como Tenniel remataba el sinsentido humorístico de Carroll con una ilustración, Deleuze y Guattari suelen reforzar el extraño humor que atraviesa sus argumentaciones mediante una imagen.
La conversión en langosta del profesor Challenger al final de su conferencia guarda bastante semejanza con uno de los ejemplos con los que Artaud caracteriza a la poesía humorística. Me refiero a una secuencia de la película Monkey Business (1931) de los Hermanos Marx en la que, según nos narra Artaud, “un hombre creyendo recibir en sus brazos a una mujer, recibe en cambio una vaca que da un mugido. Y por una coincidencia de circunstancias que sería muy largo detallar, ese mugido, en ese momento, adquiere una dignidad intelectual igual a la de cualquier grito de mujer.” Algo así es lo que experimenta el lector cuando al leer la conferencia de un sensato profesor lo ve convertirse en un crustáceo. Ni el animal en el que muta, ni las tenazas que lo caracterizan son arbitrarias. En el marco del argumento que desarrollan Deleuze y Guattari, resultan profundamente significativas, tienen la dignidad intelectual de una buena explicación.
El acontecimiento que discute la meseta es el fin de la glaciación más reciente sucedida 10,000 a.C. y los procesos de estratificación que puso en marcha. La langosta que observamos y sus peculiaridades son efectos evolutivos de los tipos de superficies que habrían emergido tras este acontecimiento. Las pinzas características de este animal recuerdan una de las propiedades que distinguen al ser humano: la separación del dedo pulgar del resto de la mano que permite manipular distintos tipos de objetos o lo que Leroi-Gourhan denomina el conjunto mano-herramienta. En este sentido, el personaje del Profesor Challenger y la imagen de la langosta al inicio de la meseta son una respuesta humorística a la pregunta, “¿por quién se toma la Tierra?”, que es además su subtítulo; son una parodia de la función “hombre”, de su narcisismo y de sus manos hipertrofiadas que lo llevan a mantener primordialmente relaciones instrumentales con su entorno.
El humor de Pedro el rojo
Además de su transformación en crustáceo, un “humor simiesco” caracteriza a la conferencia del profesor Challenger; mientras la imparte, según se nos dice, su voz se vuelve cada vez más ronca y termina “atravesada por una tos de mono”. Ese mono que se escucha en la voz de Challenger es Pedro el rojo, el simio protagonista del relato de Franz Kafka titulado “Informe para una academia” (1917). En el texto de Kafka, el simio también se encuentra dando una conferencia. En ella explica cómo él, “un primate”, logró “penetrar en el mundo humano” y se consolidó como un actor del teatro de variedades. Ese proceso comenzó cuando, en busca de un camino de huída, percibió que en el barco de la empresa Hagenbeck —que capturaba animales salvajes a principios del siglo XX para venderlos en los zoológicos—todos los animales con excepción de los hombres estaban encerrados en jaulas. La promesa de una “salida” de esa jaula lo llevo a forzarse, a base de “latigazos”, ya sea físicos o morales, a adquirir nuevos hábitos. Escupir, fumar, descorchar la botella, beber alcohol, frotarse el estómago, reír sarcásticamente, hablar con cortesía, dar la mano como promesa de sinceridad, entre otras actividades, fueron las que lo llevaron a “alcanzar la educación media de un europeo”, lo que le permitió evitar la jaula del zoológico y volverse parte del espectáculo nocturno en un music hall. En este sentido, Pedro el rojo no parece haber engendrado en su cuerpo algo así como una nueva esencia humana, sino simplemente haber repetido e interiorizado las costumbres de sus captores.
Según Claire Colebrook, un texto como “Informe para una academia” retrata precisamente la crueldad puesta en juego para formar un sujeto racional que acata una ley y se siente parte de un “nosotros”. El proceso de formación del simio habría comenzado en el momento en que fue cazado, cuando las balas lesionaron su cadera y dejaron una cicatriz roja en la mejilla que lo hizo acreedor a su apodo. Por aquellos días en que Kafka escribió su relato, el psicólogo americano Lightner Witmer solía exhibir a un chimpancé llamado precisamente Pedro, del que mostraba su habilidad para decir algunas palabras. A este afamado simio se refiere el conferencista cuando narra cómo la primera bala le “dejó una gran cicatriz roja sin pelo, que hizo” que le “adjudicaran el repugnante e inexacto apelativo de Pedro el Rojo”; “como si solo” se “diferenciara” de aquel “primate amaestrado… por la mancha roja en la mejilla.” Kafka refuerza la imagen de aquel que ha interiorizado una forma de autoridad cuando, en su reporte, Pedro el rojo afirma la utilidad que tiene “el encerrar a los animales salvajes” para permitirles interiorizar ciertos hábitos humanos que les permitirán acercarse al conocimiento.
En el relato de Kafka, el humor simiesco de Pedro el rojo surge precisamente de la historia de domesticación y adiestramiento que ha experimentado. Desde esa experiencia, el mono observa con distancia la fascinación de los seres humanos con la idea de libertad y ve en ella una falsa promesa que esconde el proceso de crueldad que los ha constituido en sujetos amaestrados. “En los teatros de variedades, antes de salir a escena”, dice el simio, “he visto a menudo ciertas parejas de acróbatas realizando su número en los trapecios, muy alto, cerca del techo. Saltan del estrado, se balancean, arrojan al aire y vuelan el uno a los brazos de otro; otras veces, uno de ellos se sujeta con los dientes al cabello de alguien más. ‘También esto —pensé— es la libertad para el hombre; un movimiento producto del adiestramiento. Vaya burla a la sagrada madre naturaleza. Ningún edificio quedaría en pie bajo las carcajadas que semejante espectáculo provocaría entre los simios”. En principio, el humor simiesco que nos hereda Pedro el rojo es aquel que se ríe con escepticismo de la racionalidad humana, pues la considera parte de una historia de disciplinamiento y sujeción.
Los primeros edificios que derrumba la risa simiesca presente en Mil mesetas son aquellos de las divisiones disciplinarias del conocimiento. En su charla, según se nos narra, el “profesor Challenger se jactaba cínicamente de crear a costa de los demás, pero sus creaciones casi siempre eran engendros, excrecencias, piezas y fragmentos, cuando no estúpidas vulgarizaciones. Además, el profesor no era ni geólogo ni biólogo, ni siquiera lingüista, etnólogo o psicoanalista, en realidad hacía mucho tiempo que nadie sabía cuál era su especialidad”. La manera en que Challenger, en la meseta, combina distintos saberes, sin tomar en cuenta sus fronteras disciplinarias, es justo la razón por la que el público de la charla denuncia “muchas cosas mal comprendidas, muchos contrasentidos y hasta falsedades en la disertación del profesor, a pesar de las autoridades en la materia que invocaba, llamándoles sus ‘amigos’”. Esta también será la razón por la que los especialistas irán abandonando la sala en la que se imparte la conferencia (“primero los martinetistas de la doble articulación, luego los hjemslevianos del contenido y de la expresión, y los biólogos de las proteínas y de los ácidos nucleicos”). El humor simiesco de Mil mesetas precisamente consiste en combinar distintos campos de saberes –filosofía, psicoanálisis, teoría de la complejidad, biología poblacional, etología, lingüística, entre otras– y crear sus teorías a partir de piezas y fragmentos de teorías de otros formuladas en distintos campos disciplinarios. En este sentido, el libro parece borrar su propio ámbito de especialidad, la filosofía. Pero lo hace para intentar algo más arriesgado en donde quepan esos muchos discursos, la geofilosofía.
El devenir-huevo del masoquista
¿En qué se parece un masoquista que ha suturado, con hilo y aguja, todos los agujeros de su cuerpo y un huevo o, más precisamente, este
?
El sexto capítulo de Mil mesetas que expone el concepto de cuerpo sin órganos busca, entre otras cosas, responder a esta pregunta. En principio, formula la comparación quizá para simular la estructura de un chiste. Aclarada la razón del parecido su extrañeza creo que no hará reír de inmediato a nadie. La peculiaridad de un huevo, tanto de aquel que ha sido fertilizado y es parte de nuestra dieta como del que aparece en la imagen, consiste precisamente en estar en potencia. Al suturar los agujeros de su cuerpo, el masoquista parece querer volver a un estado embrionario similar. El parecido entre el huevo y el masoquista reside en que los dos se encuentran herméticamente cerrados. Es cierto, hay una porosidad propia de la piel y del cascarón, pero en ambos casos, los intercambios con el exterior son mínimos. Al cerrar los orificios de su cuerpo, el masoquista suspende el trabajo y el correcto funcionamiento de buena parte de sus órganos, como si por este medio alcanzara ese estado de potencia, esa “realidad intensiva” propia de un huevo, compuesta simplemente de zonas de concentración bioquímica, que conforman distintos gradientes o umbrales proteínicos, donde los movimientos de diferenciación están a punto de ocurrir. La comparación entre el masoquista y el huevo es anómala, y un tanto ridícula, y lo que genera es más bien un grado de extrañamiento, quizá también una leve mueca risueña de complicidad al entender que se nos plantea una pista y se nos invita a jugar un juego.
Dando continuidad al proyecto de Artaud, el humor presente en la práctica masoquista que aparece en esta meseta busca precisamente “terminar con el juicio de dios” al llevar a cabo un performance propio del teatro de la crueldad. “Comienzas a coser, coses el agujero del glande, y este a la piel que hay a su alrededor, impidiéndole así descapullar, coses la bolsa de los testículos a la piel de los muslos. Coses los pechos, coses sólidamente un botón de cuatro agujeros a cada pezón”; además, “juntas las nalgas y las coses, coses toda la raya del culo. Todo bien cosido con hilo doble y puntada a puntada.” Zurcido el orificio del glande es imposible orinar o eyacular. Zurcido el glande al prepucio es imposible la erección. Zurcido un botón a cada una de las tetillas, y unidas por un resorte, es imposible chuparlas. Zurcido el ano es imposible cagar o tener una penetración por ese orificio que estimule la próstata hasta el orgasmo. Según Deleuze y Guattari, el sufrimiento que experimenta el masoquista en esta práctica es el precio que tiene que pagar, no por alcanzar el placer, “sino por romper la pseudo unión del deseo con el placer”. Contrario a cualquier teoría que vea en la fijación de la líbido en los genitales un signo de madurez, el humor del masoquista busca recuperar el poliformismo sexual del cuerpo humano, retrasando al máximo la realización del deseo, para no interrumpir “el proceso continuo del deseo positivo”.
En la meseta titulada“28 noviembre 1947 —¿Cómo hacerse un cuerpo sin órganos?” hay un extraño devenir-huevo en la práctica masoquista que se encarga de denegar (verleugnung) una supuesta ley natural que se encarnaría en el cuerpo, según la cual, cada órgano tendría una función precisa subordinada al organismo como un todo. Esta supuesta ley natural conforma lo que Antonin Artaud llamó, en la transmisión radiofónica realizada en la fecha que da título a la meseta, el juicio de Dios. Artaud quiere contrarrestar este juicio haciendo que el hombre “pase una vez más… / por la mesa de autopsia para rehacerle su anatomía”. “Cuando… hayan convertido [al ser humano] en un cuerpo sin órganos”, según afirma, “entonces lo habrán librado de todos sus automatismos y lo /habrán devuelto a su verdadera libertad.” Al suturar los agujeros que hacen posible el placer, el humor del masoquista hace involucionar al organismo y lo vuelve simplemente un cuerpo. Posteriormente, a base de latigazos busca dar pie a un proceso de deseo positivo que permita descubrir zonas erógenas inexploradas que hagan posible la reinvención creativa del cuerpo.
La extraña imagen de un huevo que incluí en la pregunta al inicio de esta sección, y que aparece originalmente debajo del título de la meseta, le da su dimensión “geológica” al humor presente en este devenir. En la imagen aparece el llamado “huevo de Amma”, dios creador del universo, según los Dogones. Para esta cultura, que habita en la región central de Malí, este huevo es el cuerpo cerrado del dios que se abrió creando así la realidad que conocemos. Como lo narran los antropólogos Marcel Griaule y Germaine Dieterlen, al interior de este huevo, o placenta, Amma trazó “los movimientos internos… usados para la creación de todas las cosas, animadas e inanimadas, que habrían de conformar este universo”. El pensamiento preformacionista occidental solía representarse un pequeñísimo pollo concreto dentro de cada huevo. Por el contrario, la imagen de los dogones les interesa a Deleuze y Guattari en tanto diagrama abstracto que presenta los movimientos que se pondrán en marcha para dar origen al universo. Y aunque incluimos esta imagen en la pregunta que planteamos al inicio, a manera de chiste, su presencia en la meseta del libro no es particularmente legible y mucho menos graciosa. Es más bien parte de un humor geológico que juega con la mitología y la historia material del planeta tierra. A fin de cuentas, parecen sugerir Deleuze y Guattari, un mal chiste no convoca de inmediato a la risa; pero si es lo suficientemente extraño, puede abrir un lapso de suspenso que nos permita, por lo menos, una errancia hacia lo anómalo que sea capaz de abrir nuevas preguntas. Gracias al devenir-huevo, el cuerpo se ve atravesado por esa historia material que se remonta ahora hasta el cuerpo sin órganos, ya no del masoquista, sino del planeta Tierra mismo.
Mil mesetas practica una forma de humor geológica, que parte de un humor simiesco heredado de Kafka, evidencía la crueldad que hizo posible la emergencia de un sujeto y ríe de las fantasías de libre albedrío y de los campos de especialización teórica que compartimentan nuestra experiencia de la realidad. Recuperar la complejidad teórica de la historia material del planeta Tierra y utilizarla para pensarnos a nosotros mismos y a nuestro presente es quizá una de las provocaciones presentes en el libro. Como lo muestra el caso del profesor Challenger, tener la suficiente ligereza humorística para llevar a cabo este proceso conlleva un riesgo: no sólo el de descubrir que no somos animales superiores al resto de la creación, sino el de encontrar en ciertos rasgos de especies que consideramos inferiores la parodia de lo que verdaderamente nos define. Finalmente, el humor geológico que opera en Mil mesetas, además, es el del animal que conoce la crueldad de un proceso de domesticación y supuesta evolución fomentado a latigazos. En el libro de Deleuze y Guattari una risa extraña se apropia de esos métodos y los dosifica para experimentar con procesos involutivos que le devuelvan su potencia creativa tanto al cuerpo como a nuestro deseo.