Mi madre llama para preguntar si algún día tendré hijos
Después de enterarse
que el cuerpo de un anciano
permaneció una década frente al televisor
hasta momificarse,
mi madre imagina la muerte que me espera;
piensa en mis ojos haciéndose pequeños
hasta cruzar por un pozo de miedo.
Varios años después,
aquel rostro se seguía iluminando
por la señal abierta, no veo
televisión pero mi madre piensa que moriré
mirando algún documental
sobre el antiguo Egipto
y sé que imagina mi muerte en soledad
porque no tendré hijos.
No habrá estirpe, mi sangre
no tendrá descendencia,
Ángel, hijo de Ángel, nieto de Ángel, nadie
heredará mis ojos, este color
igual a los que tuvo mi primera mascota;
el vientre que mis amigas ofrecieron
para salvarme, ni estoy interesado
en el linaje. En cambio,
empecé con el proceso
de preparar mi muerte.
Investigo las formas en que un cuerpo
puede evitar la descomposición,
los ambientes propicios, secos,
fríos, muy solitarios,
que inducen a la desecación de la materia,
metales, piedras que cruzan
unas palabras con la muerte para decir
no traigas tus gusanos con su hambre.
He pensado en la escena:
la casa limpia, ordenada,
algunos libros,
las ventanas herméticas, la luz tenue.
Programaré la música
hasta la eternidad
y me recostaré en un sillón muy cómodo,
en el descansapies dejaré ochenta años
y cerraré los ojos
y llegará de pronto
la quietud.
Dejaré los servicios pagados
para que el refrigerador siga su marcha
hasta que mis ahorros se vacíen
y venga un día el señor de la luz
a tocar a la puerta
y vea que hay algo raro,
mientras mi cuerpo
desecado, frágil, quebradizo,
hecho con su astilla de tiempo
un para siempre,
como el cuerpo incorrupto de los santos
cuando les pega el aire, se haga polvo.