Tierra Adentro
Ilustración realizada por María Orozco
Ilustración realizada por María Orozco

Después de enterarse

que el cuerpo de un anciano

permaneció una década frente al televisor

hasta momificarse,

mi madre imagina la muerte que me espera;

piensa en mis ojos haciéndose pequeños

hasta cruzar por un pozo de miedo.

Varios años después,

aquel rostro se seguía iluminando

por la señal abierta, no veo

televisión pero mi madre piensa que moriré

mirando algún documental

sobre el antiguo Egipto

y sé que imagina mi muerte en soledad

porque no tendré hijos.

No habrá estirpe, mi sangre

no tendrá descendencia,

Ángel, hijo de Ángel, nieto de Ángel, nadie

heredará mis ojos, este color

igual a los que tuvo mi primera mascota;

el vientre que mis amigas ofrecieron

para salvarme, ni estoy interesado

en el linaje. En cambio,

empecé con el proceso

de preparar mi muerte.

Investigo las formas en que un cuerpo

puede evitar la descomposición,

los ambientes propicios, secos,

fríos, muy solitarios,

que inducen a la desecación de la materia,

metales, piedras que cruzan

unas palabras con la muerte para decir

no traigas tus gusanos con su hambre.

He pensado en la escena:

la casa limpia, ordenada,

algunos libros,

las ventanas herméticas, la luz tenue.

Programaré la música

hasta la eternidad

y me recostaré en un sillón muy cómodo,

en el descansapies dejaré ochenta años

y cerraré los ojos

y llegará de pronto

la quietud.

Dejaré los servicios pagados

para que el refrigerador siga su marcha

hasta que mis ahorros se vacíen

y venga un día el señor de la luz

a tocar a la puerta

y vea que hay algo raro,

mientras mi cuerpo

desecado, frágil, quebradizo,

hecho con su astilla de tiempo

un para siempre,

como el cuerpo incorrupto de los santos

cuando les pega el aire, se haga polvo.

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