Tierra Adentro

De principio a fin, no hay evidencia de que ella tuviese planes de vida a largo plazo. Parecería, sobre todo, que deseaba evitar “hacer algo al respecto” de su vida, y cuando esporádicamente se le imponía la obligación de conseguirse una carrera y prepararse para el futuro, ella intentó hacerlo y falló.
—Muriel Sparks


Una piedra, un centavo, una figurilla de alien de bronce.

 

Tan bien conocida es la vida de Emily que una introducción breve basta. Nació en 1818, hija de un clérigo anglicano en Haworth, Yorkshire. Pasó la mayor parte de su vida en Haworth, angustiosamente tímida, pero llena de una pasión extraordinaria por los brezales que la rodeaban. Sus breves momentos fuera de casa, en un internado junto a su hermana Charlotte, como maestra en Halifax y como estudiante en Bruselas, culminaron en nostalgia y añoranza desesperadas por la libertad de los brezales. Pasó el resto de su corta vida cuidando a su padre en casa, y murió de tuberculosis en 1848.

A menudo se le llama la Esfinge de la literatura, y cuando ella tenía doce años, Emily Dickinson nació en América.

Dos copas para champagne de plástico, pie de alondra rosa y morado, una oreja.

 

Tan pronto decidí que quería escribir una conferencia llamada “Mi Emily Dickinson”, me di cuenta de que la poeta Susan Howe tiene un libro llamado Mi Emily Dickinson. Lo pensé por tres horas y decidí poner el “Mi” en itálicas. Mi Emily Dickinson. Lo pensé una hora más y decidí que bajo ningún motivo leería el libro de Susan Howe. Tenía mis razones: conociéndome tan limitadamente como puedo, temí que si leía Mi Emily Dickinson me sentiría estúpida, frustrada, inadecuada y completamente incapaz de “hacer algo al respecto”. Además, yo, que aprendí a leer a los cinco años y nunca, nunca jamás, ni siquiera por una semana, había dejado de leer algún libro u otro desde ese entonces casi hasta el presente, no había leído un solo libro en tres años, y me sentía completamente incapaz de hacerlo y sin deseo alguno de intentarlo.

La tarde del día siguiente encontré en una banqueta algunos libros a la venta y ahí, llamándome con su resplandor, brillante e intentando alcanzarme, hablándome, hablándome con una voz que al principio casi no reconocí por ser una voz que desconocía, porque era una voz que amé mucho pero hace tiempo, porque era mi propia voz enredada con una voz ajena, había una voz que me decía que tomara el libro y comenzara a leer. Y fue como aprender a leer otra vez. Y era poesía. Y era Emily Brontë.

 

Gélido, bajo tierra

 

Gélido, bajo tierra y la honda nieve sobre tí apilada!
Lejos, alejado, en la aciaga tumba congelado!
¿Acaso olvidé, mi amor único, amaros,
separada al fin por la ola desgastante del tiempo?

Ahora, cuando sola, mis pensamientos ya no flotan
sobre las montañas en la costa de Angora;
Sus alas descansan donde helecho y brezal
cubren aquel corazón para siempre, por siempre jamás?

Gélido, bajo tierra y quince diciembres salvajes
de aquellas colinas ocre derritiéronse primavera–
¡Tan fiel es el espíritu que recuerda
tras tales años de cambio y de sufrir!

Dulce amor de juventud, perdona si te olvido
mientras la marea del Mundo me mece;
me llenan deseos más severos y más oscuras certezas,
añoranzas que te eclipsan pero no te pueden lastimar.

Ningún otro Sol ha iluminado mi cielo.
Ninguna otra estrella brilló por mí.
Toda dicha en mi vida me daba tu vida,
toda dicha en mi vida doy a la tumba por ti.

Mas al morir los días soñados de oro
e incluso Desesperanza sin poder destruir,
entonces aprendí que se puede apreciar existir
engarzada y alimentada sin necesidad de alegría.

Revisé entonces mis lágrimas de pasión inútil
y desteté a mi alma de su ansia por seguirte;
Negué estricta su deseo de saltar
inmediata más a esa tumba que a la mía!

Y aún así no oso dejarla abatirse,
el dolor extático de la Memoria no oso consumir:
Tras un trago hondo de aquella angustia divina,
¿cómo podría buscar un mundo vacío otra vez?

 

Mientras se vestía sintió [los] poemas pararse por su propia cuenta en el cuarto. Mantuvo la mirada incluso sobre el espejo de su tocador, a fin de que no continuaran con su natural escape vertical.

—J.D. Salinger, “El Bosque Invertido”

 

Un limón, diez centavos, un anillo de diamantes, un paracaídas.


 

Condiciones de vida

Emily Dickinson no vivió sola un solo día de su vida. Vivió en una casa con su padre y madre y hermana; tras la muerte de sus padres, vivió con su hermana, Vinnie, hasta su propia muerte, tras la cual Vinnie vivió sola. Cuando decimos que era recluida, queremos decir que después de cierto punto en su vida dejó de salir de casa, aunque ella misma documentó que muchas veces salía de noche, cuando no había nadie más alrededor.

“Aunque son varias noches, mi mente jamás regresa a casa”

Emily Brontë no vivió sola un solo día de su vida. Vivió en una casa cuyo paisaje, remoto y desolado, le transmitía una belleza profunda. Vivió en dicha casa con su padre, su tía, su hermano y sus dos hermanas, Charlotte y Anne. Pero, como Emily, ella era “una ley sobre ella misma”; era “tímida, tanto que a veces parecía grosera, en especial con desconocidos”. Si Emily quería un libro que había olvidado en la sala, ella entraba y salía corriendo sin mirar a nadie, en especial si había invitados. Hubo una época de su vida, tras la muerte de su tía, en que sus hermanas y su hermano salieron al mundo a intentar ganarse la vida, y ella permaneció en casa, cuidando a su padre. Un viejo del pueblo recuerda haberla visto caminando de regreso de los brezales con una mirada de “éxtasis sagrado”. Tras la muerte de su querido hermano, en el otoño de 1848, no volvió a dejar la casa hasta su propia muerte en diciembre, cuando su cuerpo fue transportado al cementerio que estaba “justo ahí,” al igual que el de Emily en Amherst, aunque para llegar al cementerio de Emily había que cruzar un camino de terracería a un lado de la casa, y ser cargada a través de una pradera.

 

Anne Frank era una chica popular y amigable que pasó los últimos dos años de su vida encerrada en casa cuando su familia ella misma, su madre, su padre y su hermana, Margot tuvieron que esconderse en Amsterdam con otra familia y un dentista para evitar llamar la atención de los nazis. Tras ser descubierta, vivió los últimos diez meses de su vida en tres campos de concentración diferentes, permaneciendo, al final, solo con Margot.

Emily y Emily vivieron en casas que sobreveían un cementerio. Anne, al final, vivió en un cementerio.

 

Una rosa blanca, un pez pitoniso, helado para astronautas.


 

Educación

Una persona educada es una persona a quien puede acudirse para llegar a una conclusión. Desafortunadamente, la única conclusión a la que Emily y Emily llegaron con respecto a la escuela era que preferían estar en casa, así que partieron y regresaron a casa y dibujaron perros y recolectaron flores silvestres.

Brontë escribió debajo de uno de sus poemas: “Soy más estupenda e idióticamente ESTÚPIDA — de lo que alguna vez fui en el transcurso de mi existencia encarnada. Los preciosos versos arriba son fruto de una hora de agonizante labor entre ½ para las 7 y ½ para las 8 de la tarde de julio 1836.”

Su rector dijo famosa e infamemente: “Debió haber sido hombre habría sido un gran navegador. Su poderosa razón habría deducido nuevas esferas de descubrimiento a partir del conocimiento de lo antiguo; y su robusta e imperiosa voluntad jamás se habría visto debilitada frente a oposición o dificultad alguna”.

Anne Frank, por otro lado, era una estudiante popular y admirable, cuya educación se vio truncada debido a una robusta e imperiosa voluntad ajena a ella. La escuela funcionaba así: cada día ibas y faltaba un compañero nuevo; nadie decía nada, pero el número de alumnos disminuía continuamente hasta que, al final del semestre, solo un estudiante llegaba a presentar sus exámenes finales, los tomaba por su cuenta, aprobaba, y se le permitía marcharse.

J.D. Salinger dijo alguna vez, “Cuando se le pregunte a un escritor por su oficio, este debería levantarse y gritar los nombres de los escritores que ama,” y prosiguió con la lista de los nombres que él gritaría, y en la lista de dieciséis nombres hay solo una mujer, y su nombre es Emily.

 

Un ramo de flores con una nota de agradecimiento, una mosca de plástico, cinco centavos, un huevo.


 

Ventanas

Emily Dickinson pasó mucho tiempo observando desde su ventana, y muchos de sus poemas, si no es que su visión del mundo, parecen estar enmarcados por este hecho; tanto se ha dicho al respecto que hay poco que pueda yo añadir; debatir si una ventana es un emblema de completa objetividad (enajenación y distancia) o de completa subjetividad (encuadre y punto de vista) es un debate sin fin, puesto que cada ventana tiene dos lados que se subsumen en la misma, de la misma forma en que el deseo, subsidiario de la ventana, se subsuma en el objeto de deseo y el sujeto que desea.

Mientras Anne Frank se escondió, una de sus actividades preferidas se volvió mirar por la ventana en la noche, el único momento seguro para hacerlo. Sus diarios dan fe de estos momentos de deseo y éxtasis, y aún si la calle estaba vacía, para ella estaba llena con el recuerdo de su vida. Cada vez que siquiera dan un vistazo a la luna, están viendo la misma luna que llenaba y exaltaba a Anne con tanta emoción.

En la novela de Emily, el espíritufantasmaser de Catherine, aquel eidolón, frecuenta a Heathcliff a través de la ventana (quizá recuerden aquella canción de Kate Bush en los 80s con su desesperado estribillo: Heathcliff! It’s me, Cathy!) pero la propia Emily no estaba confinada a casa y pasaba sus días en los brezales –se podría decir que estaba confinada al brezal– y me viene a la cabeza un dicho atribuido a un viejo benedictino: El brezal abrirá sus alas sobre el universo entero[/efn_note]Nota del traductor: En inglés, Heather y Heath son tanto nombres propios como sinónimos de brezal.[/efn_note]. Me gustaría proponer que la ventana por excelencia de Emily era el extenso e inmenso cielo que la alimentaba y a través del cual Emily parecía ser capaz de ver más allá. En efecto, en su novela, Heathcliff pasa sus últimos días a cielo abierto, congeniando en el páramo con aquella presencia invisible pero sumamente real. Invisible pero sumamente real: es una definición apropiada para Anne Frank, escondiéndose, o para su diario, o para Dickinson, aquella diario viviente.

 

Una barra de chicle envuelta en aluminio. Un pedazo de vidrio.


 

Naturaleza

¿Será que he pasado tanto tiempo sin salir que por eso me he enamorado tanto de la naturaleza? Recuerdo otros tiempos en que un magnífico cielo azul, aves cantando, la luz de la luna y las plantas floreciendo me habrían cautivado. Han cambiado las cosas desde que llegué. Una noche durante la fiesta pentecostal, por ejemplo, hacía tanto calor y me esforcé tanto en mantener los ojos abiertos hasta las once y media para observar la luna por mi propia cuenta. Desafortunadamente, mi sacrificio fue en vano, pues había demasiado reflejo en el vidrio y no podía arriesgarme a abrir una ventana. En otra ocasión, hace ya muchos meses, sucedía que estaba arriba una noche en que la ventana estaba abierta. No volví a bajar hasta que tuve que cerrarla de nuevo. La oscura y lluviosa tarde, el viento, las nubes apresuradas, me pusieron en un trance; era la primera vez en un año y medio que había visto a la noche cara a cara. Después de esa tarde, mi deseo por verla fue aún más grande que mi miedo a ladrones, casas infestadas de ratas, o a una redada policiaca. Volví abajo yo sola y miré por las ventanas de la cocina y del estudio. Muchas personas creen que la naturaleza es hermosa, muchas personas duermen de vez en cuando bajo el cielo estrellado, y muchas personas en hospitales y prisiones añoran el día en que sean libres de disfrutar lo que la naturaleza puede ofrecer.

 

1400

 

¡De cuánto misterio se impregna el pozo!
Vive tan lejos el agua —
Vecina de un mundo diferente,
residiendo en un frasco

Cuyo límite nadie ha visto,
Solo su cubierta de vidrio
Como mirar cuando tú quieras
El rostro del abismo!

No parece asustarse el pasto,
Me pregunto cómo
Permanece tan cerca y tan audaz
Ante lo que a mi me aterra.

Alguna relación podrían tener,
el cípero de pie junto al mar
donde le falta suelo
y no traiciona su timidez.

Pero la naturaleza es una desconocida;
quienes más la citan
jamás han pasado frente a su casa embrujada
ni han simplificado su fantasma.

Tener lástima por quienes la desconocen
se alivia con el arrepentimiento
pues quienes la conocen, la conocen menos
mientras más a ella se acercan.

 

 

Dejará esta tierra de inspirarte

 

¿Dejará esta tierra de inspirarte,
soñador en soledad?
¿Dado que la pasión ya no te enciende,
dejará la Naturaleza de hacer reverencia?

Tu mente transita siempre
por regiones a tu vista escondidas;
Recuerda su vagar inútil–
Regresa conmigo a vivir.

Sé que mis brisas de montaña}
te embelesan y te acunan–
Sé que disfrutas de mi sol
a pesar de tu deseo errabundo.

Cuando el día con la tarde mezclándose
se hunde en cielo estival
vi a tu espíritu doblegarse
con el cariño de la alabanza.

Te he visto en cada hora–
Se de mi magno influir–
Conozco la magia necesaria
para hacer tus penas huir.

Pocos corazones mortales}
languidecen tanto en la tierra
pero ningúno pediría un Cielo
más como la tierra que el tuyo.

Así que deja a mis vientos acariciarte–
tu camarada déjame ser–
Ya que nadie más puede bendecir,
regresa conmigo a vivir.

 

Un reloj de plástico, una pluma, un kleenex.


 

Hermanas

Lavinia, Margot, Charlotte y Anne: ellas son el verdadero misterio, a excepción de Charlotte, quien era más famosa que su hermana Emily, de tal forma que lo que sabemos de Emily nos llega a través de Charlotte y de su biografía.

Pero ellas son quienes poseen las llaves.

Frente a la tumba de Dickinson la tierra está tan pisoteada que está baldía, pero seis pulgadas a la izquierda, frente a la tumba de Lavinia, el pasto crece densamente.

Lavinia vivió con Emily su vida entera; debieron haber peleado.

Emily y Anne Brontë eran particularmente cercanas; murieron con meses de diferencia.

¿Margot y Anne? Se asume que Margot murió cuarenta y ocho horas antes que su hermana, pero, ¿quién podría asegurarlo?

“El Abismo no tiene biógrafo

de tenerlo, no sería Abismo—”

Nada.


 

Emily y el costurero

Emily usaba vestidos blancos, hechos por un costurero. El que todavía se guarda en su cuarto, puesto sobre un maniquí de costurera —de hecho el vestido es una réplica exacta, ya que el original está preservado cuidadosamente— llega hasta el suelo, con un ligero pliegue en la cintura pero sin cintura, hecho con varios paneles verticales de encaje delicado pero simple, alternando con paneles de algodón sin adornar; mangas largas bordadas con encaje; un cuello que podría ser curiosamente descrito como ni circular ni cuadrado sino entre ambos, bordado con el mismo encaje; y doce botones blancos al frente que abarcan dos tercios del largo del vestido en donde hay un panel horizontal de tela, bordado con encaje, del que caen pliegues cuadrados hacia el suelo. No parece un vestido incómodo—parece casi un camisón— y su patrón corresponde a los estilos de la época, nada inusual o raro.

Con una excepción. Lo que solo pudo ser petición de Emily, un bolsillo exterior, completamente por fuera, un bolsillo de obrero, fue añadido al lado derecho del vestido, a la altura de la manga derecha. Ningún curador ni historiador de vestido puede conjurar una razón para explicar la existencia del bolsillo que no sea para sujetar algo que la portadora utilizaba regularmente y quería tener a la mano— ¿algo para escribir, quizás, y un pedazo de papel?

 

Ilustración de Mary Ruefle.

Ilustración de Mary Ruefle.

 

Emily en Inglaterra, autora de sus propios poemas “apasionados a muerte, enamorados de la tierra”, la teórica cuya obra revela una filosofía panteísta y fatalista completamente propia —su hermana dijo de las ideas de Emily que “me parecen mucho más audaces y originales que prácticas”— y el reclamo académico hasta el día de hoy ha sido el mismo —ninguna de sus ideas funciona en el contexto de una sociedad tradicional —ella, quien escribió, junto con sus hermanas, desde muy temprana edad, ella cuya estadía en el mundo falló al contrario del resto de su familia —infeliz como estudiante y un fracaso como maestra, que una vez le dijo a sus estudiantes que prefería estar con su perro a estar con ellos— era una mujer que, si se sigue su vida de principio a fin, como no tenemos tiempo para hacer aquí, parecía tener una sola imagen de ella misma —la de una escritora. Simplemente nunca hizo otros planes. Cualquier otra cosa que haya hecho fue un acto de coerción familiar.

Después de leer el Diario de Anne Frank estoy convencida —no en un sentido ocioso o lúdico sino con la convicción absoluta de la verdad— de que Anne, de haber sobrevivido, se hubiera vuelto una autora. Es la única cosa que es evidente clara y persistentemente a lo largo del diario —ella misma lo menciona, sus sueños y esperanzas de volverse escritora. Tenemos aquí a una niña que escribe una oda a la muerte de su pluma, la cual, como se menciona en uno de los muchos momentos de ironía desgarradora que contiene el diario, fue accidentalmente cremada en el horno, “¡justo como a mi me gustaría un día!”, ella escribe.

También es evidente que esta joven mujer se hubiera involucrado con el destino de las mujeres en todos lados, sus luchas individuales y luchas colectivas por empoderarse.

Habría tenido treinta y seis en 1965.

Lilas, un carrete de hilo, una caja de cerillos, un anillo mágico.


 

El poema de Billy Collins

 

Desvistiendo a Emily Dickinson

 

Primero su capelina de tul,
fácilmente de sus hombros removida y puesta
sobre el respaldo de una silla de madera.

Y su bonnet,
el moño deshecho con un ligero tirón hacia delante.

Después el largo vestido largo, un asunto
más complicado, con botones
de madreperla en la espalda,
tantos y tan pequeños que una eternidad transcurre
antes que mis manos puedan separar la tela,
como un nadador separando agua,
y escabullirse dentro.

Querrías saber
que ella estaba de pie
junto a una ventana abierta en un cuarto de arriba,
inmóvil, sus ojos cándidos,
mirando la huerta más abajo,
su vestido blanco hecho un charco a sus pies
sobre los maderos amplios del suelo.

La complejidad de la vestimenta para mujeres
en los Estados Unidos del siglo diecinueve
no es de subestimar,
y yo procedo como un explorador polar,
a través de cierres, broches y nudos,
pestillos, correas y corsés de hueso de ballena,
navegando hacia el iceberg de su desnudez.

 

Más tarde, escribí en un cuaderno
fue como montar un cisne hacia la noche,
pero, claro, no puedo decirte todo
la forma en que cerró sus ojos al huerto,
cómo su cabello cayó libre de broches,
cómo había pequeños guiones
cada vez que hablábamos.

Lo que puedo decirte es
que había un silencio terrible en Amherst
esa tarde de Sabbath,
solo un carruaje pasando la casa,
una mosca en la ventana.

Así que pude escucharla inhalar
cuando deshice la parte superior
de su corsé de gancho y presilla

y podía escucharla suspirar cuando finalmente se desabrochó,
igual que algunas lectoras suspiran cuando caen en cuenta
de que la Esperanza tiene alas,
que la razón es un tablón,
que la vida es una pistola cargada
que te mira directamente con un ojo amarillo.

 

Dado que los poemas son mi vida, una gran parte de ellos, tanto míos como de otras personas, me hacen enojar. Este es uno de ellos.

Tan popular parece ser este poema que el título del más reciente libro de Collins —la primera colección de su obra en llegar a Inglaterra— se titula Desvistiendo a Emily Dickinson: Poemas escogidos. Gracias a Dios por los otros poemas, de los que muchos son maravillosos.

¿Qué si el poema se llamara “Desvistiendo a Toni Morrison”?

¿Me sentiría menos enojada, o más?

Para empezar, no queremos quitarle la ropa a Toni Morrison por la simple razón que podemos suponer, dado que tiene hijos, que alguien ya lo ha hecho.

El poema se basa por completo en el supuesto de que Dickinson es un ícono de la virginidad y que sería entretenido hacer algo con esa idea, ser el primero en hacer algo con esa idea. La poesía es subversiva por una buena razón, pero a mi parecer nunca debería ser rapaz, vivir de presa. Violación: quitar algo por la fuerza. A pesar de que las acciones en el poema no podrían ser más gentiles, es la idea la que utiliza la fuerza. Estoy plenamente consciente de que ciertos actos sexuales que involucran pasividad pueden ser positivos, eróticos y enriquecedores. Pero insisto con mi sensación de que la mujer en este poema no quiere que nada de esto este sucediendo —las palabras que atraviesan la página la ponen nerviosa— y el hablante parece ser un extraño, y la audiencia estar absorta desde las bancas de un vestidor.

 

Pero hay esperanza: ¡Billy Collins no puede desvestir a Emily porque ni siquiera sabe dónde están los botones! Las mujeres que viven sin pareja o sin criadas personales no tienen vestidos con innumerables botones en la espalda —no hay forma de ponérselos o quitárselos sin ayuda; los botones de Emily estaban al frente, donde podía alcanzarlos.

Me gustaría vestirla para ustedes, con los velos que tanto amó y de los que tanto escribió su vida entera, y escogí un vestido de Versace; se fotografió en el desierto, lugar de descanso de la esfinge, y está rodeado por los vientos salvajes de los brezales.

Un sobre, con dirección pero vacío, un chicle envuelto en papel plateado, una bolsa de semillas de capuchina, y un botón.

 

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Actos de privacidad

Nació célibe; en una época anterior, muchos siglos antes de la época en que vivió, habría prosperado en un convento. Pensar en ella, o en cualquier otra célibe apasionada, como una solterona frustrada está mal; ella era completamente capaz de unión en su propio mundo, en sus propios términos; “hermafrodita psíquica” la llamó Arthur Symons, completamente capaz de “pasión sin sensualidad”. Es un hecho que, a pesar de escribir lo que muchos recuerdan solo como una gran historia de amor (es eso y mucho más), ella en su propia vida no tuvo un solo interés romántico por otro ser humano. Muchas veces se observa que sus personajes parecen carecer de sexo, y en efecto carecen; en su obra sus personajes se encuentran “bajo los términos de identidad pasional mutua”; la unión sexual terminaría sobrando —se excluye, o se hace imposible por el hecho de que no hay nada que unir: ya se ha unido todo, o, por ponerlo de otra forma, todo ha sido igualado desde el principio del tiempo.

 

298

 

Sola, no puedo estar—
Pues me visitan Anfitriones—
Visitas sin registro—
Que burlan Llave—

Sin Túnicas ni nombres—
Sin Almanaques— ni Climas—
Con Casas vagas—
Como Gnomos—

Su Llegada puede ser prevista—
Por mensajeros interiores—
Su partida—no
Pues nunca se retiran—

 

Dickinson tuvo varios enredos pasionales en su vida, aunque ninguno dio frutos (lo que sea que eso signifique). Y Anne pasó mucho de su tiempo en el anexo besándose con Peter, el hijo de la otra familia que se escondió con los Franks. Y pasó mucho del tiempo restante escribiendo sobre ello en su diario, aunque estos son precisamente los fragmentos que, en otro acto de privacidad, quedaron fuera de la edición gracias a su padre, y el diario llegó a su fama original sin ellos.

Emily se enfureció cuando su hermana Charlotte descubrió sus poemas personales. Emily se enfureció cuando Charlotte y su hermana menor, Anne, hicieron su famoso viaje a Londres para demostrar a sus editores que eran autoras diferente y a Charlotte dejó escapar el hecho de que en realidad eran tres.

Dickinson era conocida como una poeta —a quienes la conocían— pero igual, imaginen la sorpresa de Lavinia al tener que descubrir y organizar 1775 pequeños pedazos de papel —algunos encuadernados— rellenando los cajones y los espacios vacíos.

Y cómo pudo ser, cómo pudo ser, que tras la redada al departamento y el arresto de los Frank, y que la policía haya revisado el lugar, y que uno de ellos haya encontrado el diario y, quizás tras leer la oda a la muerte de su pluma, lo haya tirado al suelo, siguiéndo con su deber, dejándolo ahí como basura, que un amigo lo haya encontrado y guardado en ocasión —ocasión esperanzada e improbable— de que uno de ellos regresara; y cómo pudo ser, cómo pudo ser, que de las ocho personas que vivieron y comieron y se escondieron juntas, solo una regresaría, en menos de un año, solo una, en menos de un año.

 

Emily se resfrió en el funeral de su hermano. Su muerte es una leyenda y nada de lo que yo diga añadirá o quitará. ¿Hosca, desdeñosa e inflexible? ¿O estoica, heroica y noble? Muerta de tisis en su trigésimo primer año, negó que se le ayudara, negó atención, preocupación, cuidado, se rehusaba a tomar medicina o a ver doctores. Murió como… Heatchliff, quien murió como… Catherine. Según Cliffnotes:

Heathcliff continúa alejándose y solo come una vez al día. Una noche, unos días después, se va y pasa la noche entera fuera. Cuando regresa al amanecer, Cathy (la hija de Catherine) observa que su comportamiento es bastante agradable. Rechaza toda comida. Cuando Nelly (la criada) intenta convencerlo de ir a buscar un pastor, él se mofa y le recuerda sus deseos para su entierro. Luego, Nelly manda a buscar al doctor, pero Heatchliff se rehusa a verlo. La noche siguiente, Nelly encuentra el cuerpo muerto de Heatchliff.

El padre y las hermanas de Emily no tenían permitido mencionar su enfermedad, a pesar del hecho de que era claro que se estaba muriendo; apenas podía respirar, hablar o comer, pero siguió con sus rondas de deberes, yendo y bajando por las escaleras. Un día se recostó en la banca que había en el salón de dibujo y le dijo a Charlotte que podía mandar a llamar un doctor si quería —y murió esa misma noche.

 

Charlotte escribió a una amiga:

Así que no me preguntaré por qué Emily se fue en la plenitud de nuestro apego, enraizado en el apogeo de sus días, la promesa de su poder; por qué su existencia reposa ahora como un campo pisoteado de maíz verde, como un árbol lleno de fruta cortado a la raíz.

Es una cuestión privada.

 

Un dedal, una castaña, veinticinco centavos y muchos, muchos dientes de león.


 

Lenguaje y muerte

La autoconciencia incluye la conciencia de la muerte propia. Culturalmente, la autoconciencia ha evolucionado hacia formas más y más altas de literacidad, y con ello se pondera más y más la muerte. La literacidad pondera no solo la muerte de un individuo, sino también la muerte de las sociedades y culturas, la muerte del medio ambiente y la muerte de aquellas especies sin autoconciencia, y también pondera la muerte de su propia especie, la extinción de toda autoconciencia (y literacidad). Al mismo tiempo, un individuo altamente literario, alguien que lee y que escribe con medra constante, pondera más y más su propia muerte. Sin duda esto es lo que hacen los escritores obstinados. Desde Virginia Woolf hasta Jacques Derrida, no tenemos sino ejemplos en cada gran obra de cada gran escritor en cada gran cultura —y toda cultura es grande— y esta literacidad de la muerte es la autoconciencia en diálogo con su opuesto, con la ausencia de conciencia. Pero este diálogo (uno en que el escritor comienza hablando y más y más comienza a escuchar) toma tiempo para desarrollarse y desdoblarse; le toma tiempo conciliarse con la muerte.

En El lenguaje y la muerte, Giorgio Agamben toca un punto sobre esta literacidad de la muerte. Dice que dar consentimiento al lenguaje significa actuar de tal forma que la voz de uno se esfuma y se revela otra Voz, y junto a ella una nueva dimensión de ser y el riesgo mortal inherente de la nada. Es un parafraseo tosco y obtuso, pero aquí está la distinción que él hace, y la que me interesa: “Dar consentimiento a que el lenguaje tome lugar, a escuchar a la Voz, significa, entonces, dar consentimiento a la muerte, ser capaz de morir en lugar de solo fallecer.” (Itálicas mías.)

Que Emily y Emily hayan escuchado la voz, y hayan dado consentimiento a ella y al riesgo mortal inherente, es claro para mí: que hayan sido capaces de morir y no solo de fallecer, es para mí una verdad. Emily, en su cama blanca en el segundo piso de Amherst, respondió, y Emily, en la banca de madera del cuarto para dibujar en Haworth, invocó, murió; murieron precisamente porque sus vidas —no importa qué tan largas o cortas— habían sucedido junto a esta otra Voz, una voz a la que se escucha.

 

No hay necesidad de que dejes tu cuarto. Mantente sentado frente a la mesa y escucha. Ni siquiera escuches, solo espera. Ni siquiera esperes, mantente quieto y solitarios. El mundo libremente se ofrecerá a ti desenmascarado, no tiene opción. Se dará vueltas, ecstático, a tus pies.

Aforismo de Kafka

 

¿Pero qué hay de Anne? Fallecida. Anne no murió, aunque de haber vivido habría sido capaz de ello —de eso estoy segura. Expiró, como un animal. Se le negó su propia capacidad para morir porque… porque alguien más se la llevó, le hurtó esta capacidad… por la fuerza. Ni siquiera una “persona”, no un alguien, sino una enorme, gigantesca, una abrumadoramente descomunal y penetrante Máquina de Pensamiento Manifestada Sobre la Tierra.

¿Causa de muerte? La invasividad interna del tifus, fiebre tifoidea.

¿Causa del tifus? Condiciones de vida insalubres.

¿Causa de condiciones de vida insalubres? La invasividad externa de una ideología sin una circunferencia de amor lo suficientemente ancha para dar refugio, entre otras cosas, a los quince años de una niña precoz, de ojos oscuros, enamorada de su pluma de fuente y su cabello.

“La genialidad es encender el afecto —no el intelecto, como se supone— la exaltación de la devoción, y en proporción a nuestra capacidad para ello, existe nuestra experiencia para la genialidad.”

Emily escribió en otra carta: “¡Quizás todos los Estados Unidos se están riendo de mí! No me puedo detener por ello. Mi intención es amar.”

Te amo, con un amor tan grande que simplemente no podía seguir creciendo dentro de mi corazón, y tuvo que saltar fuera y revelarse con toda su magnitud.
Sinceramente, Anne Frank

Anne Frank murió de tifus en Bergen-Belsen en 1945. Allí se encontró con una de sus mejores amigas, su compañera de escuela Hannah Pick-Goslar —“allí se encontró”— no sé cómo llamarlo; a lo que me refiero es que, de noche, quizás tres o cuatro veces, se encontraban y conversaban a través de una pared de alambre y paja que dividía el campo. Y Anne no gritaba a la noche, “¿Cómo puede alguien vivir tras la barbaridad de lo que nos ha ocurrido aquí?” Ella no dijo eso. Era una niña, una escritora, por virtud de haber escrito casi todos los días por dos años, y un ser humano. Lloró, diciendo, “Ya no tengo padres… No tenemos nada qué comer aquí, casi nada, y tenemos frío; no tenemos ropa y me he puesto muy delgada y me cortaron todo el cabello.”

Esta mañana me recosté sobre la tina y pensé en lo maravilloso que sería tener un perro como Rin Tin Tin.
Sinceramente, Anne Frank

 

                                             Mi solitaria
son las meditaciones de una mente central.
Escucho el movimiento del espíritu y el sonido
de lo que es secreto se vuelve, para mí, una voz
que es mi propia voz hablándome al oído.

Stevens, “Chocorua a su vecino”

 

Espero poder contarte todo, como nunca se lo he podido contar a nadie, y espero que seas una fuente de consuelo y alivio.
Sinceramente, Anne Frank

 

La soledad madura lo excéntrico, lo extraño y audazmente bello, lo poético. Pero la soledad también madura lo perverso, lo desproporcional, lo absurdo, lo ilícito.

Thomas Mann, La muerte en Venecia

 

Perversa, desproporcional, absurda e ilícita—todas estas palabras se utilizaron para describir Cumbres Borrascosas cuando se publicó por primera vez, y aún hoy en día, en lo que respecta a esa obra maestra, están llenas de significado.

 

En la Inglaterra del siglo XIX, los escritorios eran asuntos ferozmente privados, casi como diarios portátiles —pequeños y de madera, más o menos del tamaño de una máquina de escribir, con una tapa inclinada para escribir, que se levantaba y revelaba un espacio vacío en el que guardar papeles, y se cerraban y la llave la llevabas contigo.

Cuando Emily murió y se abrió su escritorio, se descubrió que contenía cinco reseñas comparando su obra desfavorablemente al best-seller de Charlotte, Jane Eyre.

Las niñas Frank estaban tan demacradas. Se veían horrible… Tenían esas caras ahuecadas, de piel sobre hueso. Tenían tanto frío. Su lugar en las literas era el menos deseable, abajo, junto a la puerta, que constantemente se abría y cerraba. Constantemente se les escuchaba gritar, “cierren la puerta, cierren la puerta,” y sus voces se volvieron más débiles cada día….

…No sé a quién sacaron primero, si a Anne o a Margot. De repente ya no las veía, así que tuve que asumir que habían muerto. Mira, no les puse ningún tipo especial de atención porque había tantas otras que también habían muerto. Cuando ya no las vi, asumí que habían muerto ahí, ahí en ese catre….

….A las muertas se las llevaba afuera, se las ponía frente a los dormitorios, y cuando te dejaban salir en la mañana para ir a la letrina, tenías que caminar por donde estaban. Era tan horrible como ir a la letrina, porque gradualmente, a todo mundo le dio tifus. Frente a los dormitorios había una especie de carretilla en la que podías hacer tus necesidades. A veces también tenías que llevar una de esas carretillas a la letrina. Posiblemente fue en uno de esos viajes a la letrina en que pasé junto a los cuerpos de las hermanas Anne, una o ambas —no lo sé… Y luego se llevaban las pilas. se cavaba un gigantesco hoyo y ahí las echaban. De eso estoy seguro. Ese debió haber sido su final, porque eso fue lo que sucedió con otras personas. No tengo razón alguna para asumir que lo que les sucedió fue diferente a lo que le sucedió a cualquier otra mujer que murió con nosotras durante ese tiempo.

Rachel Van Amerongen-Frankfoorder

La belleza permanece, aún en el infortunio. Si la buscas, descubres más y más felicidad y recobras tu balance. Una persona feliz hace feliz a otras personas; ¡una persona con fe y valentía nunca morirá en la miseria!
Sinceramente, Anne Frank

 

La noche estrellada noticias traerá

 

La noche estrellada noticias traerá:
sal a la brisa del brezal,
busca al ave con alas de sable,
y pico y garras goteando sangre.

No mires alrededor, no mires debajo,
solo traza su aéreo sendero;
marca donde resplandece sobre el brezo;
y arrodillate caminante a rezar.

Sobre la fortuna que ahí te espera
ni puedo ni me atrevo a hablar;
pero al cielo lo mueve la plegaria,
y Dios es gracia —¡hasta siempre!

 

Si se me permite, y se me permite, apropiar las palabras que Vladimir Nabokov utilizó para explicar el tema de su novela Barra siniestra, diré esto: El tema central de la poesía reunida de Emily Dickinson es el latir del corazón ferviente de Emily y la tortura e inmensa sensibilidad a la que se expone. Emily escribió en una carta, “Todo esto y más, aunque, ¿hay más? ¿Más que el Amor y la Muerte? ¡Dime, entonces, su nombre!

 

Perritos amarillos. Un petirrojo de hojalata. Un cubo de bebés con la letra E. Una conífera. Un sombrero diminuto. Una moneda australiana.


 

Conexión

No sé si haya una conexión. Si Anne, la joven escritora, hubiera vivido, quizás se habría preguntado lo mismo —si había una conexión. Claramente, Emily vivió lo suficiente para preguntarse si había una conexión. A veces sabemos que hay una conexión. A veces nos preguntamos si hay una conexión. A veces sabemos que no hay conexión, pero nos preguntamos si alguna conexión puede ser posible. Es todo muy confuso, por no ir más lejos.

No hay registro de rosa alguna que haya fallado de su abeja, sino obtenida en circunstancias específicas a través de experiencia escarlata. La profesión de las flores difiere de la nuestra solo en tanto que es inaudible. A medida que crezco siento más y más reverencia por estas criaturas mudas cuyo suspenso y transporte me sobrepasa.

Hubo poetas, y otros autores, sobrevivientes, quienes, eventualmente, cesaron su escritura tras la Segunda Guerra Mundial. Pero es un hecho que en general los escritores no cesaron su escritura tras la guerra. Ni acabo realmente la guerra.

 

No es cobarde mi alma

 

No es cobarde mi alma
No tiembla en la tormenta aproblemada del mundo
Veo brillar las glorias del Cielo
Y la Fe brilla protegiéndome del Miedo.

O Dios en mi pecho
Todopoderosa deidad siempre presente
Vida, que en mi tiene descanso
Como yo, Vida Inmortal, poder sobre ti.

Vanos son los mil credos
que mueven los corazones de los hombres, indeciblemente vanos,
Sin más valor que la hierba marchita
o la espuma ociosa en altamar

Para despertar la duda en una
Sostenida velozmente por tu infinidad
Tan seguramente anclada a
la firme roca de la Inmortalidad.

Con ancho amor que me abraza
Tu espíritu anima los años eternos
impregna y cría sobre nosotros,
Cambia, sostiene, disuelve, crea y se alza.

Aunque desaparecieran tierra y luna,
Y cesaran los universos y los soles
Y te quedaras solo
Toda Existencia existiría en ti.

No queda espacio para la Muerte
Ni átomo alguno que su fuerza pueda vaciar
Ya que eres el Ser y el Aliento
Y lo que eres jamás se podrá destruir.

 

Un paracaidista, un corcho.


 

Sobre sus palabras

 

Tengo una amiga llamada Kay Baker. Tiene sesenta y cinco años, es una maestra de literatura retirada que vive en Amherst y tiene una diminuta tienda de antigüedades. A medida que la he ido conociendo poco a poco, he quedado asombrada por su inteligencia y fortaleza, su amabilidad  y su corazón trabajador y responsable. Es muy práctica y con los pies en la tierra —es sensible. Siempre me impacta en alguna medida esta manifestación en particular de la naturaleza humana, tan alejada de la mía. Durante la última conversación que tuve con ella, antes de navidad, le dije que estaba trabajando en esta conferencia, que me sentía ansiosa y temía que estuviera fuera de mi alcance hablar de Emily Dickinson, Emily Brönte y Anne Frank en un solo aliento. Después le pregunté qué creía ella que tenían en común. Se quedó en silencio por un buen rato, y durante ese tiempo pensé en cuánto sentía que tenían en común y cuán difícil me era dar en el clavo con ello, articularlo claramente; podía mostrarlo, pero no decirlo. Y luego ella lo dijo. Se volteó hacia mí con una sonrisa gentil y dijo, “No tienen experiencia del mundo.” No tienen experiencia del mundo. No tienen experiencia del mundo. Tenía razón. Y pensé en sus palabras lo que quedaba del día. La privación es deseo. El aislamiento es lujuria. El no tener experiencia del mundo —es pasión por el mundo. De hecho, “no tener experiencia del mundo” debería imprimirse en todos los diccionarios como la definición de pasión. Ellas estaban magníficamente preparadas para nada.

Una vez experimentadas en el mundo…

Si Anne hubiera crecido…

Si los botones de Emily hubieran estado detrás de su vestido…

Si Emily hubiera vivido en un paisaje con menos viento, uno que produjera gente en vez de sus ecos anhelantes, las almas cazadas y atormentadas…

 

Una voz dentro de mí llora. “Ya vez, es en lo que te has convertido. Estas rodeada de opiniones negativas, miradas incrédulas y caras burlonas, gente a la que no le gustas, y todo porque no escuchas el consejo de tu otra mitad.” Creeme, me gustaría escuchar, pero no funciona, porque si me pongo seria y en silencio, todo mundo cree que es un nuevo jueguito y tengo que salvarme con algún chiste, y entonces ya ni siquiera estoy hablando de mi familia, quienes asumen que debo estar enferma, me llenan de aspirinas y sedativos, sienten mi cuello y frente para ver si tengo temperatura, preguntan sobre mis deposiciones intestinales y me resienten por estar de mal humor, hasta que no puedo seguir con ello, porque cuando todo mundo comienza a circular sobre mí, me enojo, luego me pongo triste, y finalmente volteó mi corazón de adentro hacia afuera, la parte mala fuera y la parte buena dentro, y continúo buscando cómo volverme lo que quiero ser y lo que podría ser si… si solo no hubiera otras personas en el mundo.
Sinceramente, Anne Frank

 

Un pedazo de carbón, un talón de vela, un crisantemo.


 

El fin

Al final, he dicho muy poco sobre mi Emily Dickinson. Preferiría no hacerlo, dijo Bartleby. Mi Emily Dickinson no es asunto de nadie más que mío. No la compartiré con nadie. No les diré más sobre mi relación con sus poemas de lo que les diría sobre un amorío. Si es suya, espero que se sientan lo mismo. Lo poco que divulgaré es esto: ella poseía el Lenguaje, y a causa de ello —no por ello, sino a causa de ello— murió, y no falleció simplemente. Eso es menos común y más extraño de lo que uno podría pensar —morir. Pero tiene una tumba común y corriente, y me gusta ir a visitarla y dejar cosas, y cuando lo hago me doy cuenta que muchas otras personas han hecho lo mismo.

Una pequeña gárgola, un corazón de hule, una llave vieja, una plumilla de guitarra, una lentejuela, una ramita de brezo, un pedazo de cabello.

“Ahora puedes decirme cuán grande
debe ser el amor que en mí arde
cuando me olvido que estamos vacíos
tratando a tu sombra como ser vivo”

Dante, Purgatorio

 

Una perilla.


De Madness, Rack and Honey: Collected Lectures, 2012. Derechos reservados. Traducido con autorización de la autora y Wave Books.

 


Autores
(Guanajuato, 1996) es poeta, traductorx y editorx. Estudió Escritura Creativa y Literatura en la Universidad del Claustro de Sor Juana. Sus poemas han aparecido en Periódico de poesía.
Mary Ruefle (1952) es poeta y ensayista estadounidense. Fue receptora de la beca Guggenheim en 2002. Su libro Madness, Rack, and Honey: Collected Lectures (Wave Books, 2012) fue finalista del National Book Circle Critic’s Award en 2012, y Selected Poems (Wave Books, 2010) ganó el premio de poesía William Carlos Williams en 2011. Actualmente reside en Bennington, Vermont, donde es profesora en el Colegio de Bellas Artes de Vermont.