MATERIALISMO GÓTICO: EL REALISMO DE MARK FISHER
§00. Era un día lluvioso, la bolsa financiera se desplomaba, AMLO luchaba por su “voto por voto”, se estrenaba X-Men Origins y Avatar, fallecía Michael Jackson, Oasis se retira de la escena y los jóvenes ingleses vivían los últimos años de aquél refugio retromaniaco para la cultura underground de música, punk, zines y skate que es la fábrica Battersea Power Station. El realismo del que les quiero hablar surge en 2009.
Mientras estaba en una firma de autógrafos de Watchmen y me emocionaba salir a patinar con desconocidos en Londres, Mark Fisher estaba presentando su primer libro: Capitalist Realism: Is There No Alternative?
¿Hay algo afuera que podemos nombrar realidad? Tal vez sí. Entre las cosas reales están los árboles, videojuegos, tu familia, las ciudades y los satélites. También son reales las clases sociales, el dinero y las películas. Antes existía una estructura social que era el feudalismo. Esa ya no existe y fue reemplazada por el capitalismo. Lo que nos lleva a imaginar que podía, después, venir otra cosa. Una nueva forma de gobernanza y administración.
El problema es que no se ha imaginado aún; aunque el capitalismo ha cambiado desde su fundación industrial a la globalidad digital. Abarcando cada vez más aspectos de la vida. ya no es lo que era, ahora es mucho más. Las imágenes que podrían surgir antes del neoliberalismo tras la mención de Capitalismo era de fábricas, niños, mujeres y hombres trabajando catorce horas diarias utilizando el cuerpo, un capataz, Chaplin riéndose de ello, condiciones de vida paupérrimas, un cerdo vestido de traje con fajos de dólares, prostitución y grandes ciudades.
El cerdo y la fábrica nos llevan al legendario disco de Pink Floyd, Animals. El realismo del que Mark Fisher habla es una creencia implícita. Esa realidad no estuvo siempre dada, sino que tomó forma en años recientes y puede introducirse con la historia de una fábrica. Battersea Power Station es una fábrica de carbón que se inauguró en 1939 y que fue durante varias décadas el edificio de ladrillos más grande de Europa. Está en las orillas de Londres. Se volvió un ícono contracultural en 1965 por su aparición en la película Help de The Beatles y por ser la portada de Animals de Pink Floys, en 1977: ahí se ve la fábrica con un cerdo volador. Hasta 2013 fue una ruina moderna que oscilaba entre lugar naif para eventos estatales como torneos de tenis, club privado de futbol y espacio de especulación financiera siempre fallida. Por las noches era un refugio de jóvenes que patinaban y tocaban música. (Ese año fue locación de El caballero de la noche de Christopher Nolan; película que interesaba a Fisher como síntoma del avance del desencanto y la obscuridad en occidente, que era, además, parte de un nuevo realismo de comics junto a Watchmen o Sin City que surgió de la mano de la economía de Reagan y el thatcherismo quienes se jactaban de habernos “despertado de los sueños de colectividad, supuestamente defectuosos y peligrosamente engañoso”. El capitalismo es injusto pero no criminal como el estalinismo, dirá Badiou, así como Batman es autoritario y violento, pero no un terrorista como el Guasón. Ciudad gótica parece ser la imagen de fracaso del capitalismo, no el resultado de la extrapolación de la acumulación de capital inherente del sistema. Idea que Fisher problematizará desde el realismo capitalista.
La fábrica es hoy, después de 8.000 millones de euros, la sucursal de Apple que cuenta con 46.000 metros cuadrados de oficinas, un hotel de 5 estrellas para las élites turistas y un condominio para sus empleados según su nivel, teatros, entretenimiento y la más alta tecnología de hiperconectividad: es decir un mundo. Desde Fredric Jameson sería el mundo utópico de la posmodernidad: aquella arquitectura que cancela cualquier sentido de exterioridad pero que te lo da todo en tanto consumo. No hay salida. El capitalismo está tan instalado en las mentalidades que privatizando y modernizando espacios genera la idea de permanencia y bien común. La fábrica dice hoy: este mundo es para siempre.
Sabemos que no es cierto pero también que sí lo es. Los centros comerciales se abandonan; el COVID dio cuenta de su intrascendencia pero también de la pasión que generan al ver las filas que hace la gente para comprar más, después de un par de meses sin poder consumir. Aunque se abandonen, después se hará otra mejora que se ajuste a los nuevos deseos.
No es ningún secreto que la izquierda fracasó: aquella que soñaba con el socialismo realmente existente. Si ya desde los 70 había cierto recelo con esas radicalizaciones al día de hoy se vuelve casi impensable una crítica política desde un futuro socialista. Estos militantes férreos, enajenados por la gobernanza no prestaban atención a la cultura por no tener retribución material obvia o ser productos del “tiempo libre burgués”. No lo vieron así, pero en el desgaste y la falta de sentido mercantil del placer, el deseo, el arte, el lenguaje, los mass media o el género, había un campo subversivo al capitalismo. De ahí el cruce lógico de la militancia desencantada a los estudios culturales. Es en este trance que el bloggero Mark Fisher (1968) escribe viendo zonas que reactiven una izquierda que no hizo caso de la cultura y la imaginación.
Mark Fisher es un ensayista, teórico musical y crítico cultural británico que acabó con su vida el 13 de enero de 2017, a sus 48 años, tras una intensa lucha con la depresión producto de la maquinaria neoliberal. La depresión comúnmente es vista en términos biológicos. ¡Así se anula toda la carga política a la psiquiatría! Él pensaba que una deuda de la izquierda era repolitizar la psiquiatría y dar cuenta que la psique puede ser resultado de factores sociales, como el desamparo laboral y médico, que genera el neoliberalismo.
En 2003 abrió su blog K-Punk porque era la única forma –el espacio libre del blog personal – de continuar un tipo de discurso que vinculara la teoría y el pop. Cuyo origen era la “prensa musical y las escuelas de arte pero había casi desaparecido provocando consecuencias políticas y culturales espantosas”. La “k” refiere a ciber del griego kuber y el punk, más allá del género musical, lo entendía como la confluencia por fuera de los espacios legitimados de la cultura; como los fanzines, la apropiación de bodegas para la música o la misma idea de un blog.
K-punk fue calificado como uno de los weblogs más exitosos sobre teoría cultural. Publicó tres libros; dos en vida y uno póstumo Capitalist Realism: Is There No Alternative? (2009), Ghosts of My Life: Writings on Depression, Hauntology and Lost Futures (2014) y The Weird and the Eerie (2017). Coordinó y editó otros dos; The Resistible Demise of Michael Jackson (2009) y junto a Gavin Butt y Kodwo Eshun Post-Punk Then and Now (2016). Todos los escritos de su blog y su libro inconcluso Comunismo ácido fueron editado por Darren Ambrose y su colega musicólogo Simon Reynolds en K-Punk: The Collected and Unpublished Writings of Mark Fisher (2004–2016)
El conjunto de sus textos es raro (adjetivo que a él le habría gustado), pero es atravesado por una trama de tácticas políticas para visibilizar problemas sociales, estéticos, clínicos y de gobernanza.
Las entradas en su blog K-Punk son sobre Batman, el punk, la experiencia de ver programas de televisión viejos con los padres, literatura basura o marginal, videos musicales pop, Borges como precursor del pensamiento cibernético, tomar café de Starbucks en marchas anticapitalistas, J. G. Ballard, películas comerciales, Joy Division, exégesis de frases de políticos, filósofos de moda, los grandes filósofos, cadenas de Facebook, zombis y movimientos autónomos.
De principio ningún orden. En esta enumeración parece que no hay ninguna línea argumental relevante. Pienso que tal vez así sea, no hay “nada relevante” porque no es necesario, así como obra no es el concepto más pertinente para la serie de ensayos, glosas teóricas o notas del ensayista inglés.
Pero Fisher se enmarca en la línea de pensamiento que considera que en la existencia no hay necesidad sino contingencia y desde ahí escribe. Tampoco es que K-Punk sea un filósofo avant la lettre o un escritor de teoría-ficción como sí lo es su colega cyber-gótico Nick Land. No crea teorías sobre el pensamiento abstracto y la relación de las cosas con las substancias, ni tampoco crea narrativas ajenas al mundo terrestre donde la vida se va en códigos y materia obscura. K-Punk conjuga dos formas de producir pensamiento de forma inteligente.
Su amable estilo y claridad puede venir de sus años como docente con jóvenes de preparatorias de escasos recursos. Al tiempo que fabulaba sus teorías veía lo que el neoliberalismo afecta la vida y los cuerpos de los alumnos; cómo les era prometida la idea de libertad laboral al tiempo que sabían que realmente no iban ser más que obreros o los efectos de las redes sociales en su sistema nervioso. Además de ser un teórico contemporáneo, todos estos elementos hacen de Fisher alguien que sigue comentando nuestro presente.
Materialismo al ciberespacio
Fisher no sistematizó una teoría. No hay ningún texto suyo del que se diga “acá está la filosofía de Mark Fisher”. Su pensamiento escapa a ese tipo de esquematización, hay repeticiones, métodos y lugares recurrentes, eso sí. El realismo capitalista es su concepto más popular, cuyo libro homónimo alcanzó la etiqueta de Best Seller y puso a la editorial Zero Books de teoría contemporánea, cofundada por él, en el mapa internacional. Pero es más que esa apostilla posmoderna y por lo que merece ser pensada en ese vago mapa que es la filosofía contemporánea.
Mark Fisher junto a Simon Reynolds, Kodwo Eshun, Iain Hamilton Grant, Ray Brassier, Reza Negarestani, Robin Mackay entre otros fue parte del experimento para-normal que tuvo lugar en la Universidad de Warwick en los noventa. Unidad de Investigación de Cultura Cibernética (CCRU por sus siglas en inglés) fue, en términos prácticos, un grupo de estudio que no existió y si se busca un poco más es un espacio extenso dentro de una acotada trama de tiempo que se creó desde el futuro y por azar tomó forma en Inglaterra. A lo largo de su existencia (1994-1999) tuvo varias misiones cuyos testimonios han sido agrupado en CCRU: Writings 1997-2003 entre ellas se encuentra el de una mujer que asegura que el CCRU controlaba su mente y asesinó a Bill Gates e instantáneamente después la Inteligencia Estatal sustituyó su cuerpo por uno nuevo. El grupo como tal fue organizado por Sadie Plant y Nick Land. Desde la biotecnología, el cine serie B y el posestructuralismo llevaron a cabo una filosofía sui generis sin precedentes. Tras una serie de lecturas públicas que atentaban la moralidad y los saberes universitarios, el grupo y especialmente Nick Land fueron expulsados de la Universidad. Lo que llevó a Land a huir de occidente, refugiarse en China y al resto del grupo de este plano de realidad al ciberespacio.
El grupo desarticulado que se gestó como CCRU, y fue relegado de la academia, fue la primera generación que escribió filosofía en los blogs personales. El nuevo realismo es la filosofía más seria en esa ruta.
De esos años para-académicos Fisher presentó en 1999 su tesis doctoral en Warwick: Un constructo de líneas planas: materialismo gótico y teoría-ficción cibernética, publicado póstumamente en 2018. Por lo que él cuenta, no fue muy bien recibido en la academia. Leído en retrospectiva sí es muy ambicioso y poco académico pero permite, al día de hoy, considerarse como el documento bisagra entre dos épocas: la del postestructuralismo y los nuevos paradigmas que implicó internet. Como la descentralización de saberes, la idea de que lo humano no es esencial y puede haber otras formas de relacionarse con la tecnología y, por tanto, con la naturaleza. De ahí el interés por las ficciones de horror o ciencia que proponen agencia sin sujeto o cuerpos sin órganos en el sentido de Deleuze y Guattari. Además, ya cita a los que serán, después de 2007, los representantes de la filosofía del realismo especulativo. La tesis es pionera en muchos sentidos.
La filosofía del materialismo gótico busca, retomando un concepto artístico considerado femenino y poco serio (el gótico), actualizar el materialismo (ya mal visto tras la caída del muro de Berlín) para pensar en el mismo plano lo orgánico como lo inorgánico, lo vivo y lo muerto, los androides y máquinas, en tanto capaces de generar agencia con el mundo. Este materialismo toma como real tanto la ficción como lo humano. De ahí que lance preguntas no tan obvias como ¿si las máquinas están vivas? o ¿Qué hacer si nosotros (los humanos) estamos tan muertos como las máquinas? A partir de esta filosofía es que el materialismo gótico se dedicó a analizar el cine, la literatura en términos políticos y los discursos de los gobernantes en un sentido fantástico.
No es solo contrarrestar campos del saber; es ver cómo funcionan los objetos en todos los campos. En su momento político como en el estético. Leer a Freud y Hegel para iluminar y pensar Los juegos del hambre y Toy Story, desde la fuerza revolucionaria del suicidio nihilista o los paradigmas antihumanistas de Ray Brassier.
“Intelectual sin ser académico, popular sin ser populista”. Lo que yace en la prosa de Fisher excede su abanico de referencias y conexiones efectivas: es una mirada. Se sabe a voces que el mayor piropo que se le puede hacer a un escritor o un artista es “me enrareciste la vida”. Es decir, que tu visión del mundo cambie después de una obra, es mucho decir. Quizá, más allá de sus temas que son cercanos e innovadores, lo que tiene el teórico británico es una forma de mirar: un método en el pensamiento sobre los objetos. De lo que más extraña Simon Reynold (cómplice de Fisher, musicólogo y también bloguero), de su amigo, es saber qué diría sobre algún suceso o producto cultural. En una entrevista confiesa detenerse para custionarse constantemente: ¿Qué habría dicho Mark Fisher sobre esto? La interrogante resuena en cada uno tras haberlo leído. Ya sea para corroborar sus aseveraciones con matices o por una duda genuina. No dejo de pensar en sus potenciales notas sobre la serie Dark, la uberización del mundo o la tercera temporada de Westland que no alcanzó a ver pero cuyo ensayo sobre la moralidad para satisfacer los deseos en el cuerpo robótico es apabullante.
Hay al menos tres formas de leer los textos de Fisher, es decir, que hay varios motivos, épocas, preocupaciones o afinidades detrás de éstos. También son tres razones por las que Fisher es leído y posicionado en cierto mapa intelectual a pesar de su poca producción y prematura muerte.
Una de ellas y la más difundida, sería la que funciona con método dialéctico posmoderno. En ella Mark Fisher sería el gran ideólogo del realismo capitalista, así como Baudrillard lo es del simulacro, Lipovetsky del vacío y Jameson de la lógica cultural del capitalismo tardío; la segunda sería como un catalizador cultural del punk y el auge de internet, ahí no sería más que un bloguero que ganó visibilidad por su prematuro suicidio y los elogios de Slavoj Zizek y Bifo; el tercer camino sería como el continuador de la teoría de la historia de Walter Benjamin, para quien la tarea del historiador es resarcir la catástrofe que el progreso deja detrás, haciendo visibles los proyectos y agentes silenciados por los vencedores de la historia.
El realismo capitalista es difícil de definir pero fácil de ver, avanza en todos los niveles de la vida bajo el neoliberalismo. Cuando cualquier creencia se esfuma lo que sigue quedando son las relaciones capitalistas. Para el teórico cultural, británico, uno de los “logros” del capitalismo es su sistema de equivalencias. Todo es intercambiable por alguna otra cosa (siempre particular, individual). Si quieres ver una película, una en especial, la que sea: de arte o anarquista, no importa, si no está disponible, las plataformas de streeming te darán decenas de opciones similares, cercanas, digeridas acorde a tus intereses. Pero eso en todos los planos. Si no hay un candidato de izquierda radical alguno de los candidatos tendrá alguna propuesta que “suene” de izquierda y que para el momento de la elección te funcione a ti. Sino, alguno te dará una despensa y quizá cambies tu voto. Todo es monetizable e intercambiable cuando estás en el plano de inmanencia del realismo capitalista.
Cuando piensas que el cine es Netflix o Cinépolis; cuando buscas empleo resignado a que tendrás que hacer horas extras, que no te darán prestaciones o seguro médico y que no es el trabajo que quieres pero es la única opción; cuando vas a votas por el candidato menos peor y sientes que eso es participar de la política, es que estás en el realismo capitalista.
Lo que es común a estas situaciones es la inmersión en un campo ideológico transpersonal en el que se cree que no hay alternativa al capitalismo. No se manifiesta de forma consciente pero la resignación y automatización con la que se vive devela esa creencia. Es más fácil imaginar el fin del mundo que el fin del capitalismo. Si suscribes a esta frase es que Mark Fisher aún tiene razón.
El panorama que este primer libro representa es estéril. Uno siente que nos encontramos en un punto sin retorno del capitalismo. Ya no hay un horizonte expectante al cual dirigirse: ni el comunismo, ni el capitalismo son rutas viables y la imaginación política se ha quedado estéril. Esto nos deja en una temporalidad nula. Hoy pienso que el confinamiento que produjo la pandemia por Covid19 hace ver la temporalidad en la que estamos inmersos. Una en la que se ha cancelado un futuro claro y como argumenta el compañero de Fisher, Simon Reynolds, la cultura se base en revival, remixes, mashups y homenajes para llenar este tiempo estéril.
La imposibilidad de imaginar el porvenir político en Fisher toma la forma de la lenta cancelación del futuro. Me refiero al hecho de que Fisher propone que el futuro se presenta como un agotamiento, contrario a los relatos apocalípticos o de estados totalitarios en que alimenta la idea de que el fin del mundo es un corte temporal y brusco como Un día después de mañana o un nuevo orden mundial, tras la catástrofe como en Los juegos del hambre o Divergente. El fin del mundo llegará ¿o ya llegó? Sin que nos percatemos, pues no es una épica que se esté narrando desde afuera del mundo y nos describa ese relato, sino que estamos dentro. Al igual que un pez en el mar no es consciente del agua que lo rodea; nosotros no nos podemos percatar en sí del tiempo. El final es gradual y al estar inmersos en él, no es un acontecimiento que suceda de forma tan visible.
Para ejemplificar esto alude a Los hijos del hombre de Cuarón. La tesis de la película es que en algún momento la humanidad dejó de poder concebir y por generaciones no ha nacido ningún niño y esto provocó el fin del mundo de forma gradual: “el desastre no tiene un momento puntual”. Con esta cita abre el libro:
“En una de las escenas más importantes del film de Alfonso Cuarón de 2006, Children of men, el personaje de Clive Owen, Theo, pasa a visitar a un amigo en la estación eléctrica de Battersea, reconvertida en una mezcla de edificio gubernamental y colección de arte privada. En este edificio, que en sí mismo es un artefacto patrimonial reciclado, se preservan tesoros como el David de Miguel Ángel, el Guernica de Picasso y el cerdo inflable de Pink Floyd. (…) Theo pregunta entonces: «¿qué van a importar todas estas cosas si pronto nadie podrá verlas?». No existe la coartada de las generaciones futuras, ya que no hay ninguna a la vista. La respuesta que recibe de su amigo es una demostración de hedonismo nihilista: «Simplemente trato de no pensar en eso».”
El filme le sirve a Fisher para llevarlo a un terreno más culturalista, la infertilidad como metáfora de lo nuevo. Para él, la pregunta que lanza la película es ¿cuánto tiempo sobrevive una sociedad sin la aparición de lo nuevo? Poco. Pero a nosotros nos sirve para ver cómo no nos enteraremos del fin del mundo sino hasta que ya estemos en él. También para constatar la forma en que desde el materialismo gótico se pueden leer los productos culturales.
Pienso en Fisher, y esta sería la última vía, como una reliquia del futuro perdido. Culturalmente vivió el auge del punk, las promesas del comunismo, su desencanto con la caída del muro y el socialismo realmente existente, el comienzo del posfordismo y la pérdida de condiciones sociales y laborales que precarizan la vida. Su inicio como lector y espectador de ciencia ficción tuvo esperanza. Fue el periodo en el que se diseñó el futuro que sobrevive al día de hoy. Desde entonces el futuro es el mismo e incluso lo hemos rebasado: Blade Runner es una de las películas que fueron parteaguas para el CCRU y se suponía sucedería en 2019. No llegó ese paisaje cyberpunk ni alcanzamos la tecnología. Sin embargo parece que estamos estancados en una eterna repetición en la que ese mismo escenario es lo que se nos presenta como el futuro aún por llegar. Por eso, Fisher es una reliquia del futuro perdido. Tanto como investigador como estratega político en sus textos yacen las fugas al atolladero que el mismo hizo notar. El último periodo del pensamiento de Fisher (si es que lo podemos historizar así, en sus 18 años de producción) es, al igual que el Dr. Manhattan para la guerra fría, una forma de quebrar el tiempo plano del capitalismo neoliberal.
Cancelación del futuro y dimensión política
Fisher trabajó todo el tiempo sobre el campo laboral y la burocracia El trabajo teórico de Fisher puede llegar a parecer únicamente ingenioso; un buen uso de fuentes diversas articuladas en ensayos coherentes. Pues junta campos culturales que se piensa están separados: como la cultura pop y la filosofía clásica. El trabajo teórico que por momentos puede parecer solo ingenioso, en el sentido de juntar campos culturales diferentes y producir un nuevo pensamiento sobre las cosas banales, Fisher lo lleva al plano de las garantías individuales y las exigencias estatales. Este paso político intensifica sus planteamientos. El símil entre el trabajo precarizado de los call centers y la película Exiztenz de Cronenberg, nos hacen ir y venir de un tiempo llano (del realismo capitalista) y un tiempo con promesas que se mantiene como loop en el pasado (el de la imaginación de Cronenberg).
Aunque se pueda ver en Fisher todo un espectro culturalista o de divulgación filosófica es más que eso. Desde el inicio hacía hincapié en los lugares y formas en que se puede resistir al aplastante sistema económico. “Los <<buenos momentos>> de la pista de baile se transformaron en fugaces escapes del capitalismo que cada vez más dominaba todas las áreas de la vida, la cultura y la psiquis”. También pensaba que el tiempo que pasan los adultos viendo cine de fantasía o comercial, volviendo a mirar todas las series que veían de jóvenes: una y otra vez Star Wars, Doctor who o la misma Blade Runner representaba el único lugar en el que el adulto alienado puede imaginar y creer. Por eso apostaba porque es desde la ficción que se pueden construir otras formas de mundos.
¿Qué hacer?
La pregunta obligada en este punto es qué hacer con este diagnóstico. Con un sistema que avanza y luce inquebrantable. Fisher encontró algunas fugas, dos caminos y siguió uno. Las fugas parten de un método exploratorio en que las ideas son presencias que nos acechan. De ahí la célebre frase marxista: “Un fantasma recorre Europa, es el fantasma del comunismo”. Reconvertido por Fisher, a través de Derrida, en la Hauntología o espectrología: El “estudio de lo que se repite sin haber estado presente en primer lugar” ). La hauntología se presenta como una cacería de fantasmas. Fantasmas política y estéticamente relevantes. Esto es la revisión arqueológicas de momentos en el pasado en donde ha surgido la crítica al capital o el realismo capitalista. Como la pista de baile, el socialismo de Salvador Allende o The hunger games Esta cacería de fantasmas toma la forma de la búsqueda, por momentos o acciones específicas, que hubieran subvertido el sistema o al menos abierto alguna vía otra. Ghost of my life y The Weird and the Eerie son lecturas nostálgicas de mundos alternos. En la música y las películas. Lugares claves en que se podría haber burlado al capital.
“La cultura -y la cultura musical en particular- fue un terreno de lucha más que un dominio del capital. La relación entre las formas estéticas y la política fue inestable e imperfecta; la cultura no “expresaba” solamente posiciones políticas ya existentes, sino que también anticipaba la política por venir (que muy a menudo era una política que nunca llegaba realmente)”. Pura potencia. Fisher pensaba que el realismo capitalista y la cultura del capitalismo tardío eran una curva de treinta años denominado neoliberalismo.
La hauntología fue el método para leer los futuros perdidos. Las dos salidas que vislumbró estaban siendo preparadas en el seminario que dejó inconcluso en la Universidad de Goldsmith. En ese plan dejó una tarea por hacer, la búsqueda de formas de vida pos capitalistas. Junto a ese plan dejó una introducción inconclusa de un libro: Acid Comunism. El otro camino, que finalmente tomó, se puede leer en el acto de desobediencia que significa el suicidio en un régimen totalitario. En sus notas a Los juegos del Hambre dice que, por lo que Katniss Everdeen puede encabezar la revuelta en Sinsajo es porque al ganar decide suicidarse junto a Peter con los frutos del bosque. En ese momento de decisión radical se burla absolutamente al sistema. Se le niega y desobedece al tiempo. Que Mark Fisher se haya suicidado quizá fue la crítica más radical que pudo haber ejercido.
Una vez me dijeron que el marxista no quiere ser marxista (no es una identidad), sino que tiene una preocupación real por eliminar las contradicciones políticas, sociales y económicas. Fisher dirá que vistos desde cierto lugar los productos culturales tienen la imagen para atacar esas contradicciones que los marxistas buscan. No solo por una añeja deuda política es pertinente revisar la obra de éste ensayista, o no hacerlo porque para él la salida haya sido la muerte. Yo creo que en sus textos yace la posibilidad de inventar el futuro.