Tierra Adentro
Foto tomada por Carsten Metteldorf

La voz que clama en medio del desierto es una de las más valiosas, desde San Juan Bautista hasta los rapsodas del hip-hop. Independientemente de su consagración institucional o no, siempre pertenece a los más valientes, quienes se distinguen por acompañar la sabiduría con la justicia. Por eso, algunos preferimos más a Diógenes que a Platón y buscamos los márgenes, como hacía Luis Alberto Arellano, recordado cariñosamente tras un año de su partida. Generoso con los amigos e implacable con los fantoches, Arellano dejó una obra sólida, pero también una serie de lecciones dispersas entre conversaciones, ensayos y entrevistas que permiten conocer, a cuentagotas, la maquinaria de un pensamiento extraordinario. Por eso, este es un homenaje, no a las publicaciones de circulación amplia, sino a las anotaciones que nos iba dejando entre los bordes.

 

Para (re)valorar el legado de Luis Alberto como profesor y ensayista es necesario hacer una breve genealogía de sus reflexiones. Sabemos que fue un poeta potente, pero junto con el creador había un lector escrupuloso e investigador incansable; un erudito que recuerda lo que Walter Benjamin decía sobre el paseante o flaneurie: “un detective que va tras sus propios pasos”. Y así era Arellano: jamás argumentaba sin profundo conocimiento de causa, organizando pesquisas infinitas consigo mismo para saber más y acerca de todo. Era un tipo duro, en términos literarios. Como un personaje de Norman Mailer o Sam Peckinpah, pero en los submundos del análisis de textos. Nunca paraba y, si acaso buscabas discutirle sin el rigor necesario, su impronta era siempre la misma: “Lee, cabrón; lee”.

 

Hablando de Walter Benjamin, yo jamás lo hubiera conocido sin la influencia de Arellano. Me mostró el marxismo francfortiano, las posvanguardias y el cine de Herzog. A través de los talleres del seminario de creación literaria El Oficio Mayor, que organizó en un anexo del Instituto de Cultura de Querétaro con José Manuel Velázquez y otro Benjamin —Benjamín Moreno—, las y los (entonces) jóvenes acumulamos referentes que hubieran tardado varios años en llegar. O lo que sería aún más curioso: hubiéramos llegado a aquellas lecturas sin los comentarios ni las anécdotas de Luis Alberto. Él fue quien nos contó por primera vez sobre el maoísmo de Alain Badiou; que Ezra Pound solía sentarse en un café para charlar con quienquiera que se dispusiera a hacerle compañía; que Coleridge, frustrado, olvidó una noche el poema perfecto sobre cómo Kubla Khan soñó un imperio; o que el poeta brasileño Wilson Bueno fue acuchillado frente a su computadora. Incluso, gracias a Arellano leímos a Eduardo Milán y fuimos a caminar con aquel autor por el Centro Histórico queretano, escuchando el relato de la vez en que el uruguayo había burlado un puesto de seguridad fronteriza mostrando la fotografía en blanco y negro de la semblanza de uno de sus libros.

 

Tras década y media de esas enseñanzas y experiencias, me es difícil recordar qué de lo que dijo Arellano se lo escuché, lo leí en algún texto suyo o lo vi en uno de los muchos testimonios e in memoriam que surgieron tras su lamentable desaparición. Como cuando Kgargaria menciona que Luis Alberto relataba cómo José Gorostiza caminaba a diario hacia su trabajo en la embajada mexicana en Roma, mientras imaginaba los versos de Muerte sin fin1, o cuando Sergio Ernesto Ríos destaca el gusto arellanesco por el Siglo de Oro, los Tigres del Norte, el punk y los zombis2.

 

Esa era la “constelación Arellano”: un dispositivo de amistades y recomendaciones donde igual se integraban Julián Herbert o Daniel Bencomo que Novalis, Holderlin, Gonzalo Rojas, Suzanne Foster, Richard Brautigan o Los Contemporáneos. Pero, ante todo y en el centro, estaba la poesía como fascinación recurrente de su obra ensayística. En ella se aborda la relación entre lírica, representación e Historia, pensando el momento en que la obra, “a partir de su autonomía de las prácticas sociales, tiene que conceptualizarse a sí misma, frente a una tradición que es cuestionada o convalidada”3. En ese sentido, poesía y ensayo no son muy diferentes; se vuelven una forma de aprehender y estar en el mundo: “ordenar el caos, […] un orden precario y fugaz, pero que da cosas, enseña cosas, plantea cuestiones”4.

 

Sobre esto escribió en sus colaboraciones para las antologías de ensayo El hacha puesta en la raíz (2006) y Escribir poesía en México (2010). Ahí, señala que todo poema es furor, búsqueda y vestigio que “privilegia el error como logro, […] las marcas del proceso y la persona que participa en él”5. Aunque esto no significa que el poema sea un pretexto hedonista para hablar de uno mismo, sino más bien de uno-en-el-mundo, pues muchas de las meditaciones de Arellano son una cruzada contra lo sublime, “luminoso” y melodramático de la alta cultura, así como un guiño sarcástico a la figura de los poetas laureados. El poeta, por el contrario, es “el viejo de primera fila, justo detrás del umpire, haciendo anotaciones. En teoría, debe registrar cada jugada y luego confrontarla con los resultados oficiales”6. Porque, si algo sabemos es que “toda cultura es un muro, […] un adentro y un afuera”, y que “todos los hombres mueren del mismo modo, aman del mismo jodido modo, celebran del mismo estúpido y vicioso modo”7.

 

Para Arellano, la poesía es también una forma de denunciar las oligarquías y pedirle al Estado que haga lo que le toca. “Estoy por la participación ciudadana real en las decisiones del Estado” 8, decía Luis Alberto, mientras se pronunciaba contra atrocidades como la corrupción, los cacicazgos culturales y la violencia política. Así, consideraba que la labor del artista es emprender una revolución doble que, por un lado, desmonte las desigualdades del ensamblaje estatal en pos de la horizontalidad, y por otro, renueve y confronte las estéticas oficialistas:

 

El régimen nacido de la revolución dejó un aparato que buscó distanciar al gobierno del individuo. […] [L]o estético, como producto, ha sido una de las principales herramientas que un Estado-nación tuvo a mano para construirse una narrativa común a sus gobernados. […] En ese sentido, el poema construido como un texto trascendental es el horizonte de aspiración para lo estético. Porque despoja de toda relación común con la realidad y crea un espacio simbólico más allá de9.

 

En respuesta a las poéticas de oropel, a la nostalgia de los heroísmos nacionalistas o al intimismo de los poetas que se ensalzan a sí mismos, Arellano hizo una poesía a ras de calle que juntaba su erudición —compuesta por un arsenal de miles de referentes— con la oralidad, la cultura pop y el power to the people. No me parece exagerado decir que era un luchador por los derechos humanos que defendía, precisamente, el acceso a la poesía como derecho fundamental. Muestra de ello fueron sus numerosos talleres en prisiones y comunidades rurales o su preocupación por democratizar la literatura: más lecturas, más voces, más ediciones y más talleres. Sobre todo en un lugar como Querétaro, donde la aridez de espacios culturales ha convivido históricamente con el elitismo y el conservadurismo.

 

En una ocasión, según recuerda Maricela Guerrero, Luis Alberto protestó contra el gobierno queretano cuando este acusó injustamente y criminalizó a tres mujeres indígenas10. En otra, le comentó a la poeta y periodista cultural Chío Benítez: “¿Para qué? Finalmente, también es una forma de resistencia, es una forma de decir: Estamos aquí y no nos vamos”11. No percibía que el arte fuera ingenuo, sino un arma con profundas resonancias en el porvenir. Su crítica literaria era también política:

 

Parece que la literatura en México brotara de la nada, como hongos después de la lluvia, y no se analiza cuáles son las relaciones que se han establecido entre la industria cultural de la literatura —que es una industria y esto significa que produce bienes y genera recursos, capital duro y capital simbólico— y el entorno social mexicano12.

 

En ese sentido, uno de los mayores intereses de Luis Alberto fue la preservación de los poetas arriesgados que no entraron (o no iban a entrar) en el Panteón de la memoria literaria. Como muestra de esto, basta su ensayo Beautiful Losers sobre tres anarcopoetas de San Juan del Río13. Así, fundó revistas como Frótalo —perdón, Crótalo; esa broma era muy suya— y reunió antologías como Esos que no hablan pero están (2003), El país del ruido (2008) o Caravansary (2014), en cuyos prólogos estudió la necesidad de “voces de oasis en medio del desierto de la construcción poética”14. Al respecto de esto, considero que una de las grandes pérdidas que nos deja Arellano, además de sus clases y textos, fueron sus líneas de investigación. Su revisión crítica del joven escritor Gerardo Arana15 y del cubano Senel Paz16, por ejemplo, dan cuenta de que le esperaba una sólida carrera académica, lo cual también se comprueba a través de su prodigiosa tesis doctoral sobre Rafael Lozano, publicada póstumamente por El Colegio de San Luis17.

 

Otra fijación indispensable de Arellano era la traducción. Buscaba hallar caminos inexplorados por la tradición mexicana, lo que lo condujo a los poetas italianos, brasileños y modernists estadounidenses, pasando por Lihn Dihn, Bob Flanagan y David Trinidad, a quienes tradujo. Dios o la poesía son, en palabras de Arellano, “la plusvalía de la experiencia humana”18; por esto, la traducción consiste en la recuperación de este pulsvalor latente: equivalencia imperfecta, paso de experiencias o intercambio. “¿Qué es lo que se hace cuando se traduce? […] ¿qué es lo traducible? […] Toda traducción literaria es necesariamente una recreación”19. No hay una lengua que sirva como puerta de salida ni otra que sea destino; toda la traducción es un viaje.

 

Mucho de cada poema queda fuera de la página. Toda poesía se alimenta de otros soportes. Lo que antes era la mitología o lo sagrado hoy es la animación, el streaming y los magnos eventos deportivos. Tanto en el pasado como en el presente, hacer poemas se vincula con la música, el aforismo y el performance. Así es la vida también: dejamos mucho fuera de nuestros textos y de nuestro tiempo sobre la Tierra. Por eso, a veces conviene elogiar lo menor o lo disperso. Sobre este punto, sé que “El Gordo” Arellano, mi maestro y amigo, se reiría burlonamente al final de cada párrafo de este escrito. Diría: “ay, no ma…Te la prolongas. Sigues escribiendo como viejito, pinchEloy”. Pero esa cábula imaginaria, como todo un collage de experiencias, nos quedará rebasando los márgenes.

 

Por cierto, si alguien quisiera animarse a editar los ensayos completos de Luis Alberto Arellano, también le encargo por favor que recupere los aforismos. Algunos, como ese de “debe ser terrible sentirse que uno ya es chido y no serlo”, son enormes.

  1. Kgargaria (2019). Bulgaria Mexicali o la nueva epopeya mexicana. Medium.
  2. Ríos, Sergio Ernesto (2017). Nada de maitines, seremos zombis. Periódico de poesía, 99. UNAM.
  3. Arellano, Luis Alberto. (2008). La consagración del instante en José Gorostiza y Octavio Paz. Tierra Adentro, 151.
  4. Pichardo Otero, Jacobo (2011) (entrevista). No me interesa el melodrama, por tanto, no transcribo mis vivencias: Luis Alberto Arellano. Tribuna de Querétaro.
  5. Arellano, Luis Alberto (2010). Cuerpos dolientes y poesía. En: Herbert, Julián (comp.). Escribir poesía en México. Bonobos. También: Arellano, Luis Alberto (2006). Indagaciones sobre el furor poético. En: Munguía, Verónica y Beltrán Félix, Geney (comp.). El hacha puesta en la raíz. Ensayistas mexicanos para el siglo XXI. Fondo Editorial Tierra Adentro.
  6. Posada, Jorge (2016). No hay suficiente litio en el mundo. Entrevista con Luis Alberto Arellano. En: Arellano, Luis Alberto. Destino Manifiesto. BongoBooks.
  7. Ibídem.
  8. Arellano, Luis Alberto (2010). Cuerpos dolientes y poesía. Op. Cit.
  9. Op. Cit.
  10. Esta anécdota se encuentra en Guerrero, Maricela (2019). Conversación entre señales varias: apuntes sobre el trabajo escrito de Luis Alberto Arellano (México). En: Bolte, Rick. (2019). Todo boca arriba: perspectivas sobre la poesía actual latinoamericana y del caribe. Universidad del Norte (Colombia).
  11. Benítez, Rocío (2016). ¿Para qué escribir poesía en un ambiente de crisis y violencia? La Lupa.
  12. Falcón, Karina (entrevista). Luis Alberto Arellano y Julián Herbert. Periódico de poesía, 63.
  13. Arellano, Luis Alberto (2011). Beautiful Losers. Luvina.
  14. Arellano, Luis Alberto (2014). Prólogo. Caravansary. Mantis.
  15. Arellano, Luis Alberto (2013). Los muy pocos poemas. Tierra Adentro.
  16. Arellano, Luis Alberto (2014). Lo lezamiano en la conformación de El lobo, el bosque y el hombre nuevo de Senel Paz. Valenciana, 7, 14.
  17. Arellano, Luis Alberto (2019). Rafael Lozano, mensajero de las vanguardias. El Colegio de San Luis.
  18. Pichardo Otero, Op. Cit.
  19. Arellano, Luis Alberto (2011). Las granadas de Lozano. Radiador Magazine, 36.