Los muy pocos poemas
A mis maestras de la UNAM
En su corta vida Gerardo Arana escribió pocos poemas. Pocos pero significativos. Ahora que repaso su producción poética, dejando fuera Bulgaria-Mexicali, se trata de un puñado de trazos gruesos que destila, como toda la escritura de Gerardo, una suma de elementos contradictorios, como una fuerte atracción por la erudición pero una burla sistemática de la academia, una puesta en crisis del género (sexual, gramatical y literario) pero una erotización de la experiencia humana. Esta escritura se teje a partir de una vertiginosa sintaxis que elide, crea ambigüedades, a veces tiene el efecto de una sinécdoque sin que sea necesariamente el recurso a resaltar. Es decir, su escritura logra el efecto de marea a partir del desorden, a partir del conglomerado de referentes. Hay tres escritores que me vienen a la mente cuando veo esto: Oswaldo Lamborguini, Julio Inverso y Felisberto Hernández.
En el caso de Felisberto la referencia es obvia: en varios momentos hay esos cortes narrativos que pasan de un tema a otro, de una atmósfera a otra, que abandonan un mundo ya creado para entrar a otro. La seducción que ejerció el autor de Nadie encendía las lámparas también deja sus huellas en esa permanente erotomanía que recorre los textos de Arana. Como una tarea siempre inconclusa, como una labor que se comienza justo donde se abandona, así, el amor y la sexualidad compartida son dos de las sombras que recorren una y otra vez las ensoñaciones del yo lírico de Arana. La otra sombra que siempre da volumen a sus textos, la droga. Pero a eso llegaremos.
Lea sólo mayúsculas
Otra de las virtudes de esta escritura es la crudeza con la que se plantea el asunto poético. Tan de frente que parece colisionar con la noción de la poesía e incluso con la de Antipoesía, si pensamos en Nicanor Parra. Se trata de que el material del que procede la representación poema está poco o nada ficcionalizada, se reproduce como la percepción logra agruparla y se relata en crudo, se relata sin construir (figuradamente) un relato. Es decir, se presenta como una secuencia no conectada necesariamente de hechos y acciones que van dando cuenta de un estado de cosas, donde el yo lírico tiene una participación principalísima. Por ejemplo, el poema “Ojalá el gobierno me diera una beca”, que ya desde el título está planteando un plano de negativa a la ficción. Al igual que su amado Roberto Bolaño, Gerardo Arana logra introducir al campo literario en la producción creativa, como tema y escenario. Al que, si bien no es una novedad en sí, siempre se ha presentado por medio de una ficcionalización que justifique, digamos, la intromisión en la cocina de la creación. Aquí se elide eso, se trata de la apertura total al campo literario como lo vive un joven escritor, frente a un estado totalizador y a un medio literario caníbal que no se percata de las formas de legitimación que mantiene, y que si lo hace es sólo para reforzar su carácter darwinista.
Ante esa verdad no dicha, no complaciente, Arana escribe un poema que es a la vez una sátira y una súplica para que el campo literario admita el deseo como componente esencial en la práctica creativa. La visibilidad del Estado como contraparte del proceso creativo produce escozor que no se abandona con la simple negación, o con el ejemplo notable de la creación que sucede sin patrocinio gubernamental. Esta visibilidad que ejecuta Arana de la mano del Estado en la creación poética es tan incómoda que mueve a la risa su presencia. Sin embargo, las preguntas (que no acusaciones) están ahí: ¿cómo dejamos que esto pasara?¿Cómo creemos que eso no tiene consecuencias?
Se trataba de gigantes
Otro de los nortes que da dirección a este trabajo de escritura es la noción de droga. No se trata, simplemente de una apología a las sustancias alucinógenas. Se trata más bien de pensar a la experiencia humana como aquella que está expuesta a ser potencializada por agentes externos. En ese sentido, para Arana, casi cualquier cosa es una droga o puede servir como droga. La droga no como una sustancia (que sí), sino como una función que expande la conciencia y la experiencia. Que da volumen a los planos de acción que tenemos como sujeto. Uno se droga con el amor, con el sexo, con la amistad, con el arte, con la música, con una aspirina, con un auto nuevo, con un auto viejo, con caricaturas. Es por eso el cruce con la literatura. Para Arana, como para Inverso (sobre todo en Falsas Criaturas), la literatura, la lectura, es una droga. Una muy potente porque permite vivir varios mundos de manera simultánea.
Droga es la lectura y droga será después de la escritura. Una forma de abrirse al mundo y que lo sensible se vuelva consciente, que los latidos del corazón telegrafíen órdenes o coordenadas. De tal manera que la vida, tal como le sucede a todos, se llene de significado. El objetivo último de la función droga es develar un sentido que el mundo esconde para todos. Uno se droga para escuchar el ritmo del universo, el mensaje del viento, el evangelio del concreto. Uno se droga, parece decir Arana, para escuchar y entender lo que tienen las cosas que comunicarnos.
*Texto publicado en 2016 por Cohuiná Cartonera para la antología de poesía ARANA.