Máscara
Yo Rodolfo guzman dedica este presente
por que en mi travajo como luchador me a alludado
pues lla gane el cinturon mundial de lucha libre,
no me lesionado y no me an quitado mi Mascara.
“El Santo enmascarado de Plata”
Mexico a 19 de abril de 1968
Exvoto
Muchísimo esfuerzo de por medio, la escena que logramos recordar es la siguiente: justo por el centro de la angosta fila de butacas, un sujeto absolutamente teñido de rojo camina hacia el camerino con una maletita colgando de las garras, el torso desnudo y engrasado —cada uno de sus músculos marcados por la tinta y la gimnasia. Gronda es un demonio espantoso, pero, enfundado en la incógnita luciferina de su rostro, esta noche favorece al bando de los técnicos y en la función estelar se enfrenta a un toro mitológico: Psicosis, rudísimo de cinco estrellas. En un rombo de batalla de seis por seis: mano a mano, espectacular a dos de tres caídas, sin empate, sin indulto, sin límite de tiempo. Suena la campana en el entarimado de la Arena Azteca, axis mundi de un bodegón en la colonia San Marcos, Torreón, finales de 2019.
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El catch, wrestling, pororesu o lucha libre es una coreografía, un deporte de representación y, particularmente en nuestra sociedad mexicana, un espectáculo que funda su mitología encima y abajo del encordado. Hermanada con las academias olímpica y grecorromana, las artes marciales y las escuelas de combate, la lucha libre también escenifica un arquetipo entre doce cuerdas elásticas: la incógnita de las máscaras, el maniqueísmo de la batalla, la función coral del público, el histrionismo del luchador profesional. Cuenta la leyenda cuenta que La Bola se entretenía en la Arena en tiempos revolucionarios, y que la lucha libre llegó a nuestro país en los baúles atascados del circo Atayde y del Orrín.
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El ring de la Arena Olímpico Laguna, hundido entre las butacas de una suerte de palenque, se percibe pegajoso desde las primeras filas. Es nochevieja y todavía hace calor en Gómez Palacio, a medio camino de Torreón a Lerdo. Tres ciudades, dos estados. Se trata, ni más ni menos, que del epicentro de la lucha libre en la Comarca Lagunera. Blue Panther y Último Guerrero despiden el año con una clínica de llaves y candados, combate a ras de lona, lucha de maestros. De pronto, un mono baja a los niños del entarimado; otro trapea la baba, el sudor, también los mocos que empalagan la lona. Ya va a comenzar, lo sabemos, cuando el morro de la música detiene la última cumbia de Tropicalísimo Apache. Enseguida, los aplausos y la batería, los coros de Freddie Mercury en “We Will Rock You”, canto de batalla del último del clan guerrero —malla negra, vivos blancos, faldilla de cuero estampado. Ahora las sogas del cuadrilátero tiemblan a ritmo de acordeón, bajo sexto y saxofón: “La puerta negra” de los Tigres del Norte es la entrada oficial de la pantera lagunera—calzoncillo blanco, malla azul, chamarra clásica de luchador.
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Elementos de una función de lucha libre mexicana
Arena: palenque, rodeo o plaza de toros; sillas blancas o butacas, cheve y fritanga; palomitas, cheve, burritos de hielera; lámparas de tungsteno encima de un cuadrilátero —aunque en algunas funciones estelares aparece el hexadrilátero, más espectacular.
Ring: mano a mano, en relevos sencillos, australianos (3×3) o atómicos (4×4); la Atlántida, la cavernaria, el tirabuzón, la quebradora, la mística, el martinete, la hurracarrana, un candado al cuello o unas patadas voladoras; escenario y templo.
Luchador: actor y atleta, rudo o técnico, con máscara o de larga cabellera; en overol corto, calzoncillo o mallas, a veces capa; ellas casi siempre en leotardo; de los exóticos, el ritmo, la técnica de coqueteo y el flirteo, la chaquira; mi presentación favorita: en monito de poliuretano, ocho y medio centímetros, acabado artesanal, pintado a mano.
Réferi: tercero sobre el encordado, héroe y villano, autoridad del ring; tres palmadas, espalda plana, rendición; enemigo natural del público, carrillento por naturaleza, ágil aunque casi siempre panzón.
Público: indispensable; niños y niñas, a veces familias enteras; grupos de apoyo, pedorros, borrachos; señoras gritonas, mudos que les hacen un dos, ciegos que solo escuchan; cerveceros, vendedores, camilleros; yo siempre voy con mi papá.
Autoluchas: no es lo mismo.
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Por fuera y de día, la Arena México es en absoluto espectacular: luce como un cine abandonado, motel de mala muerte, okupa. Alrededor, la verbena popular de la colonia Doctores: fotografías, camisetas, gorras, juguetes, miniaturas, todas las máscaras que pude imaginar de niño. Hoy llegamos temprano con una misión en particular: mi papá quiere comer en los “Arroces del Baby Face”. La historia es la siguiente: Baby Face, antigua gloria del pancracio nacional, se trajo la receta de una gira en Japón y, en Doctor Carmona y Valle 17, mezcló el surimi, el camarón y el pescado con la garnacha mexicana. Un éxito total. Los platillos —todos con arroz al vapor—, desde luego llevan nombres de luchadores: a la Místico (sábana de pollo o de carne y salchicha), a la Blue Demon Jr. (sábanas completas de pollo y de carne y un omelette con champiñones), a la Latin Lover (sábana de pollo, salmón, camarón, callo de hacha, surimi y champiñones). Pedimos los que se llaman como nuestros luchadores favoritos: yo elijo el arroz a la Stuka, light, puro pollito, anticolitis; mi jefe se zampa un Apestoso Especial, el más bañado y también el más caro, servido al ritmo de la cumbia villera de Mr. Niebla, rey del guaguancó: camarón, surimi, carne, salchicha, nopales, pimiento morrón, ocho claras de huevo y champiñones.
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La playlist de la lucha libre mexicana es heterogéneo y ambiguo. En una arena local conocí la redova, el fara fara, la polca, el corrido; el pasito duranguense, la banda, el mariachi; las cumbias colombiana, texana y lagunera; desde luego, toda la música norteña que ahora canto de memoria. Ahí también escuché por primera vez “Thriller”, “Bad medicine”, “Seek & Destroy”, “Personal Jesus”, “Jump”, “Welcome to the Jungle”, “Kickstart My Heart”, “Bad To The Bone”, “Touch And Go”, “Cowboys Form Hell” … Tienen su lugar especial dos canciones de Rocky Balboa: una se escucha mientras sube las escalinatas del Museo de Arte de Filadelfia; la otra, durante la épica pelea vs Iván Drago en Rocky IV. Chicos de Barrio compuso una cumbia para una serie animada de Cartoon Network: ¡Mucha Lucha! Mención aparte, solo una. Originalmente escrita por Pedro Ocadiz en 1984 —e interpretada por el Conjunto África—, su versión más conocida es de la Sonora Santanera: “La arena estaba de bote en bote / la gente loca de la emoción / en el ring luchaban los cuatro rudos / ídolos de la afición” …
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Vimos “La lucha de la década” al mismo tiempo, PPV, en diferentes ciudades. 26/08/17, Arena Ciudad de México, Trimplemanía XXV. En el evento principal, máscara vs máscara entre Dr. Wagner Jr., leyenda lagunera, y Psycho Clown, de estirpe y tradición luchística en nuestro país. El video oficial en el canal de Lucha Libre AAA, en YouTube, dura exactamente 16:54 y, a pesar de las apuestas, la mafia y el chantaje, cada vez que lo reproduzco espero un resultado diferente, pero no. Al final siempre pierde Dr. Wagner Jr., revela la incógnita y dice ser originario de Torreón, más de treinta años de legado. No importa: los luchadores laguneros siempre perdemos la máscara: la Sombra y Último Guerrero vs Atlantis, Blue Panther vs Villano V, Black Warrior vs Místico, Black Tiger vs L.A. Park, Fishman vs Máscara Sagrada. Quizá por eso todos los cubrebocas que usa mi papá son una miniatura perfecta de máscaras de luchadores, costura del barrio en el que soñó debutar algún día en la Plaza de Toros Torreón.
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Doctor Lavista 189, colonia Doctores, CDMX, 2016. Muchas funciones después de que la lucha libre saliera del circo, un viernes de marzo llevé a mi padre a conocer la Arena México. Su emoción era la misma de Maradona saludando a Chespirito. Encima de nosotros, el mural que pintó Miguel Valverde para conmemorar el octogésimo aniversario del Consejo Mundial de Lucha Libre (CMLL): 30.5 metros de largo por 2.44 metros de alto, en él se observan las principales figuras del pancracio nacional y todas las máscaras que han caído en la Arena México desde los años treinta. Alrededor de nosotros, la gente, el olor y las emociones desmedidas de la lucha libre. Vinimos a ver al Stuka Jr., incluso hay una fotografía: los tres salimos abrazados, mi papá en medio, yo con una remera del Santos Laguna, sonrío. De niño, él me fotografiaba el jueves en la Arena Olímpico, el viernes en la Vicente Guerrero, el sábado en la Plaza de Toros, el domingo en la Aviación. Sin embargo, entre su afición y la mía hay una gran diferencia: yo nunca quise ser luchador pero, cómo mi papá, siempre quiero ir a una arena de lucha libre.
Al resto del mundo pronto podremos salir sin máscara.
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