Los tres espacios de exhibición cinematográfica en México
En nuestro país hay tres espacios para ver cine: las salas comerciales, cuyo lema es la rentabilidad; espacios destinados al “cine de arte” (signifique lo que signifique), en los cuales la bandera que se iza es la novedad y los cineclubes. La diferencia entre estos tres niveles es la intención con la que se va a ver una película. Las salas comerciales son divertimento y distracción; a los espacios de “cine de arte” asiste un público ávido del fenómeno cinematográfico (pero, al fin y al cabo, consumidor pasivo); los cineclubes son la mirada crítica necesaria para terminar de comprender el cine y en donde el espectador tiene, por fin, un papel activo.
El espectador real (todos nosotros) asiste a los tres espacios.
Cada quien su cine
1. Salas comerciales (Cinemex, Cinépolis, Cinemark y similares)
A las salas comerciales no se va a ver una película sino a relajarse. Es un paseo equivalente a ir a tomar un helado en Chapultepec o pasear en Coyoacán. La entrada sale cara, la oferta cinematográfica es más bien pobre (con el blockbuster del momento en seis o siete salas) y se pregunta uno si no se están convirtiendo en restaurantes de comida rápida con película. Las palomitas pasaron de ser un acompañante secundario a uno central: Icee, hotdogs Oscar Meyer, dulces y “paquete amigos” opacan al filme cada vez más.
Una gran ventaja de estos lugares es la comodidad de las instalaciones y la perfección en que (supuestamente) proyectan. Se debe respetar el diseño sonoro, hay 3D (y 4DX), la proyección no se suspende por ningún motivo (el chiflido al cácaro está totalmente justificado si la entrada valió $150). Las personas asisten a las salas comerciales para ver Avatar en tercera dimensión o para escuchar DTS-HD Master Audio 5.1 Surround de Shine a light. “Domingueable” es la palabra que resume este espacio. Uno va allí para distraerse de la presión de la semana, para no tener que hablar en la primera cita o para perder el tiempo entre clases.
2. Foros de “cine de arte” (Cineteca nacional, Cinemas Lumiére)
Un público más exigente visita estos espacios, no va con una actitud de “a ver qué hay en cartelera”, sino que llega con una idea de lo que quiere ver (la de tal director, la que fue bien reseñada en tal suplemento cultural, a ver tal festival, etcétera). En estos espacios se exhibe la última obra de François Ozon, la última de Wong Kar-Wai o cualquier otra cinta que, por su naturaleza de no ser sólo un producto de entretenimiento, no tiene mucho lugar en las salas comerciales.
El asistente de estos espacios es más específico y guía lo que quiere ver según otras directrices que las de la pasividad de las salas comerciales: se asiste porque hay una retrospectiva de Chris Marker o porque es época del FICUNAM.
Estas salas no compiten con aquellas comerciales, simplemente es otra oferta (a mí juicio, mucho más interesante) que, como bien han visto las grandes cadenas, es rentable. Ahora, Cinépolis o Cinemex tienen “salas de arte”, en donde se proyectan los filmes de la Muestra de Cine Alemán, el Ciclo de Cine Francés o Ambulante. Si se cuestiona si deja dinero o no, habría que ver la apuesta de la Cineteca Nacional: hace cinco años era impensable no alcanzar boleto para una función, ahora, hay que llegar unos quince minutos antes o hasta una hora si es una función especial.
3. Cineclubes
El asistente a un cineclub es, por un lado, el más permisivo: si se detiene la película o el audio es de mala calidad no protesta; pero, por otro, el más exigente, quiere descubrir de qué se trata esto que un grupo de personas se junte a ver películas y a comentarlas, y por qué vale la pena ir a algo así.
Antaño, cuando el acceso a los productos cinematográficos era mucho más complicado que ahora, el cineclub tenía como función proyectar “el cine invisible”. ¿Cómo poder haber visto una película de Trouffaut en los sesentas en México si no fuera por los cineclubes universitarios? Hoy, con acceso a las descargas de casi cualquier película, con Netflix y con la televisión por cable (desde los ochenta, con el auge del Beta y el VHS) el cineclub ha perdido esa función. Ya no se define por lo que exhibe, sino por cómo lo exhibe.
Dos elementos son sus pilares: el ciclo y el cinedebate.
El ciclo se refiere a la forma de ordenación: un cineclub no pasa películas “así nada más”, sino que las aglutina según las relaciones o ecos que hacen entre sí las películas. La duración más común de uno, es mensual. El ciclo engarza las películas según un eje, ya sea temático, ya sea porque todas son de un mismo director, porque su protagonista es el mismo, porque conmemoran el aniversario de un hecho histórico, porque se quiere dar una perspectiva de una corriente fílmica, etcétera.
El cinedebate hace referencia a la charla que se tiene después del filme, en donde se comentan gustos, opiniones e interpretaciones de lo que se acaba de ver. Cierto es que no todas las personas hablan, que muchísimas se retiran al momento en que acaba la película o hay otros que permanecen callados durante esta sesión de debate (aquí y aquí pueden verse dos reflexiones sobre el cinedebate).
La suma de los dos pilares da como resultado un asistente activo en dos niveles: primero, en la selección: como en las “salas de arte”, el espectador no va a “ver qué pasan”, sino que planea su tiempo, si le interesa una película asiste, pero si le interesa mucho, asiste a todo el ciclo; segundo, en la participación del cinedebate: en el momento en que un espectador habla sobre la película, sobre las asociaciones que hace a partir de ella, de otras películas similares, de su interpretación, se convierte en un “co-creador”; es decir, pasa a ser un cinéfilo activo, pues una película no está completa hasta que alguien la ve, luego alguien opina sobre ella y, por último, contrasta su opinión con la de otros.
Los tres niveles no son exclusivos
Sería complicado encontrar “espectadores puros” de cada uno de estos niveles. Por lo general, el asistente a cineclubes es también uno que está al tanto de la programación de festivales o de qué está pasando en la Cineteca. Aquel que asiste con regularidad al CCU a ver una película tiene en mente uno que otro cineclub y su programación. También, aunque uno sea un ávido de “películas distintas”, va a ver la última de Avengers al Cinépolis más cercano.
Estos niveles no se borran mutuamente. La apuesta es tratar de ser espectador en los tres espacios y tener la capacidad para participar de todos ellos. Ser un espectador pasivo cuando no se tengan ganas más que de relajarse, pero también poder ir a un cineclub y expresar una opinión personalísima.
¿Qué proyecta un cineclub?
Lo que sea. Mientras esté enmarcado por los dos pilares que mencioné, cualquier película entra en juego. El cineclub tiene una ventaja sobre los otros dos espacios por ser más plástico. A causa del cinedebate y de los ciclos, se puede exhibir Diez cosas que odio de ti al lado de Casablanca. Esto será posible sólo si la planeación es correcta. Por ejemplo, los dos casos anteriores podrían hilarse en un ciclo que tratase sobre la transformación del galán en el siglo XX. Será tarea de quien guíe el cinedebate encontrar puntos de contacto y contraste entre Rick Blaine (Humphrey Bogard) y Patrick Verona (Heath Ledger), presentarlos a los asistentes y dejar que la conversación fluya con la mayor libertad posible.