Tierra Adentro
Diana Martín. “Peregrinación de Lux, la Regalaojos” Tinta y grafito/Papel

Varias voces femeninas, como salidas de un testimonio registrado por una cámara o una grabadora, componen este inquietante cuento de Alberto Chimal. Mujeres de distintas edades y ocupaciones hablan de un hecho extraño presenciado desde sus respectivos roles sociales: esposa, hija, empleada, amiga, exhibiendo sus puntos de vista acerca de la sexualidad, la posición que les corresponde ocupar en la casa y fuera de ella, del deber ser femenino y el amor propio. La atmósfera enrarecida de la historia no impide reconocer en ella el desprecio masculino hacia las mujeres que desemboca en la violencia, representado aquí por una desconcertante elección de los sujetos del amor y el deseo.

Catalina (quien es la esposa de Julián y sólo en la cara tiene quince cicatrices)

—Es que yo soy buena gente; yo soy bien, pero bien buena gente. Por eso me hacen tonta, ¿me entiende?, porque yo soy así. Con decirle que luego no nomás dicen que soy bien inocente, o bien linda, sino también que soy una pendeja, o…

»Con perdón. Así me tratan, quién sabe qué me dicen y yo pues no les puedo decir nada porque pues sí, de chica siempre yo era la mensa, y luego siempre fui la que hacían como querían, y desde siempre me ven la cara, ni modo. Pero eso sí, para algunas cosas, mire, para varias cosas sí soy bien hacha. Por ejemplo, para lo de ver cuando engañan a la gente. ¿Usted ve las novelas?

»Sí, sí, telenovelas. Yo sé que usted ha de ser una gente muy ocupada pero seguro también… ¿Sí ve las novelas, o los programas así como el de Laura o el de Cristina? A mí me gustan porque me entretengo y sale gente bien enferma, se lo digo así, a lo mejor usted va a pensar que es mucho morbo estar viendo eso todo el día pero para qué le voy a mentir, me apasiono, ¿me entiende?, yo sí lo vivo, como dice esta… ¿cómo se llama? Bueno, a lo mejor usted nunca ha visto mis programas pero de veras, una se apasiona. A mí me gustan más que los de bailar o los de cantantes, porque hacen cada barbaridad…

»Ah, sí, pero le estaba diciendo de que soy bien hacha, y pues ya le dije, yo por mis programas, yo siempre me doy cuenta cuando engañan a la gente: cuando le mienten a la muchacha yo siempre digo…

»Yo siempre supe que mi marido me ponía el cuerno, pues. Que me engañaba. Una siente, ¿no?, una como mujer siente esas cosas porque es más sensible a eso, porque es como dicen, ¿no?, más como la intuición. ¿No? Que es femenina.

»Lo que yo no sabía era… la otra parte. Lo de a dónde va. ¿Me entiende?

 

Guadalupe, su mejor amiga

—Él, o sea Julián, desde antes que se casaran ya era así como toscote, como son los hombres. Todo el tiempo le estaba dando a la Cata sus madrazos, digo, sus trancazos… Le daba sus buenos golpes, y bueno, así es como ellos son, así demuestran que una les importa, y también una tiene que poner de su parte: una va viendo qué no le gusta y qué le gusta a su marido para que no se enoje tanto. A mí lo único que siempre se me hizo un poco raro era que, según Cata, siempre que Julián acababa de darle una, cuando ya se cansaba y la dejaba, en vez de irse a tomar o…  lo que hacen los hombres…

»Coger.

»Digo, “hacer el amor”… Pero en lugar de eso se iba. Sí, sí, se iba en su camioneta al mercado, pero no por un encargo sino nada más a ver a los perros. Los que se juntan afuera. ¿Sí conoce el mercado? El que está por allá. Julián llegaba a donde salen los cargadores, donde suben y bajan cosas, pero se estacionaba más adelante y se regresaba a ver. Luego hasta le decían que si quería cargar o que qué estaba haciendo pero él no, decía: nomás milando, como el chinito. A mí pues se me hacía como raro, pero, bueno, Cata hasta lo llegó a acompañar, por eso sé, porque un tiempo él le decía vente y ella se iba con él.

»A mí no se me hacía muy entretenido. Y a Cata tampoco, pero eso sí, lo que sea de cada quién: Cata es obediente. Él le decía mira, vieja, qué bonito, aquel amarillo, y Cata lo miraba, pero nada más veía al animal todo flaco y mugroso, ladre y ladre, peleándose con los otros por unas sobras o lo que sea que tuvieran cerca para comer, o luego oliéndose con los otros por todos lados o con ganas de…, de hacer lo que hacen los perros…, y ella decía bueno, qué tiene de bonito, y él primero se le quedaba viendo con cara de qué no ves, qué estás ciega…

»Y ya con el tiempo ya no le decía nada, y luego hasta le dejó de decir que lo acompañara.

 

Catalina (a pregunta expresa sobre Julián)

—Usted me entiende, ¿verdad? No porque usted se haya quedado nunca así como yo…, vaya, yo no sé ni nada, pero pues usted…, usted sabe de estas cosas, ¿no?

»Es que cuesta, no se crea, cuesta hablar de estas cosas. A mí mi mamá, que en paz descanse, me enseñó dos cosas: una, que de la vida no hay que esperar nada, que a la gente como ella, como yo, lo único que le puede quedar pues es la decencia, porque todo lo demás pues no, una nace jodida y jodida se queda. ¿No? Con perdón. Sí es cierto: Julián con la fonda, la verdad, se parte la…, trabaja durísimo, y además yo los he visto, a mis parientes, a mis hermanos, a mis sobrinos, cuando han querido poner que sus changarros, o que ir a… meterse a la política, a hacerle bola a quién sabe quién, o vaya usted a saber a qué se meten, como mi prima Amalia que se robó cuatrocientos mil pesos de la cooperativa de su escuela y se los gastó en pura pendejada, con perdón, o Pascual, un sobrino que tengo, que por favor esto no lo vaya a poner en su revista porque se me arma, pero a mí se me hace que está en una de esas bandas…

»¿Mi mamá?

»¡Ah, lo otro que me dijo! Que tampoco tenía que esperar nada de un hombre. Que todavía de la vida alguna vez pero de un hombre jamás.

»A lo mejor sí es cierto, a lo mejor es como decía ella, que una nomás se tiene que aguantar y esa es la cruz que nos toca, y ya después viene el consuelo… Pero ya, mire…

»Ya. Mire: todo empezó porque mientras estaba conmigo…, mientras Julián estaba conmigo…

»Ay, señorita, yo se me hace que usted ha de ser hasta…, pues…, una persona muy educada y no sé si la…, la voy a ofender…, pero le juro que a mí me da hasta dolor de cabeza hablar de esto. De veras que no soy mala persona, de veras que no, no soy vulgar, no ando de ofrecida por ahí…

 

Yaeli, su hija menor

—Yo ya llegué tarde, es decir, la hermana a la que sigo me lleva como nueve o diez años. Nací cuando mi papá más o menos tenía bien puesta la fonda, y por eso no tuve que trabajar con él como mis hermanas y en cambio me pude meter a la Universidad. Fui la consentida. Ahora estudio psicología…

»Y ahora…, ahora mi mamá me da mucha pena, y mi papá no se diga…

»Porque usted sabe, ¿verdad? Sí sabe todo lo que pasa allá, en ese…, pues en ese congal, ese antro, ese…

»Putero. Lo que sea. Sí sabe, ¿verdad? Supongo que se le puede decir así…, prostíbulo, no sé…

»Mi mamá dice que tardó mucho en darse cuenta. Y yo le creo porque… Ella dice que es bruta. Así dice. Bruta como todas las mujeres. Yo siempre le digo que eso no es cierto, que… Pero es que tuvo una vida muy difícil. La tenemos todavía. Yo hago dos horas y media de la casa a la Facultad, no crea que es fácil.

»Y para colmo ella de veras no puede hablar de sexo. De verdad no puede. Se pone mal. Me dice: es que estar, estar, estar con tu papá, me dice… Y tartamudea. Y suda. Y se pone muy mal. Y al final siempre acaba diciendo que estar con él es muy bonito. Así. Nunca ha llegado a más.

»Ella dice que soy muy moderna porque soy la única que le habla de estas cosas, y la verdad mis hermanas o se hacen tontas o piensan lo mismo que ella. Yo no entiendo, me dicen, yo soy ignorante, no como tú. Ellas y yo tenemos muchas peleas por esto. Lo que yo no entiendo es cómo puede alguien pensar que sea malo sentir así, “bonito”, cuando se está con la pareja de una. ¡Y mi mamá hasta me ha salido con que los pecados no pueden pasar de moda! Yo sé que es un poco egoísta pensar esto pero creo que he tenido mucha suerte: podría ser como mi hermana Teresa, que cada vez que quiere agarrarse a un novio se embaraza de él y ya va por el quinto…

»No, y ni le cuento de mi hermana Jennifer.

»En fin. Yo, incluso antes de enterarme, de que pasara lo que pasó, ya trataba de convencer a mi mamá: ya las cosas ya cambiaron, le decía. Y ella, claro que contestaba que su mamá, o sea mi abuela, se volvería a morir si oyera esas cosas. Ni hablar de explicarle acerca del placer. De veras le da dolor de cabeza. ¡Y cuando se enoja me dice que yo soy la que está torcida, que tengo algo mal…!

 

Catalina (quien no ha dicho nada sobre su intimidad con Julián)

—Pero una cosa sí le digo, yo me decidí a ir tras de Julián no nada más por lo que ya le dije, ni porque me…

»Porque me sienta como me siento… Como me haya sentido…

»Porque Julián hace mucho que ni me toca, en realidad, ¿me entiende? Estos últimos años… Ya estamos viejos. Mire cómo estoy de gorda…

»Ah, sí. Me decidí a ir, además, sobre todo, porque yo ya sabía: yo ya sabía que salía a ver a alguien más y regresaba noche y todo oloroso a sudor y a quién sabe qué.

»Y además porque cada vez se tardaba más afuera, y no llegaba a la casa y cuando llegaba traía una cara de atormentado que me daba pena, porque era como si yo fuera la cruz de él, y pues todo el mundo se daba cuenta, ¿me entiende?, se daban cuenta, a éste no le gusta estar aquí, decían, y yo pensaba: claro, viene de estar con una mujer, viene del hotel…

»Ay, señorita, y yo primero me ponía a llorar, llore y llore y llore, y luego me daba coraje y rompía cosas y…

»Una vez, Yaeli, que es la única que me habla de estas cosas porque sus hermanas pues ya son más grandes, ya están en sus cosas, nomás de vez en cuando me vienen a ver porque se pelearon con sus maridos o a dejarme a mis nietos para que los cuide…, y además mis cosas no les importan, qué les van a importar, también eso me decía mi mamá, que la otra cruz de la vida de una son los hijos…

»¿Cómo? Ah, sí, Yaeli me veía cómo estaba y hasta me llegó a decir… Ay, Yaeli, me decía…, ella me decía…

»Híjole, qué difícil.

»Mamá, me decía, tienes que seducir a mi papá, a lo mejor, no sé, un día, un día espéralo desnuda en la cama.

 

Jennifer, su tercera hija

—Hágame el favor. Así le dijo. Encuerada. Encuérate, le dijo. Seguro que también con los labios pintados y abierta de piernas. Para que llegara mi papá y la matara a chingadazos por estar de puta. Así son siempre sus consejitos de mi hermana.

 

Catalina (quien por fin deja de llorar)

—Yo le dije: ¿así como estoy?, le dije. ¿Así de vieja y de fea? Y así me puse, llore y llore…

»Y otra vez sentí el coraje, pero quién sabe qué me pasó después de lo que ella me dijo, porque ahí fue donde se me ocurrió: dije: yo quiero ver cómo es el hotel, eso pensé, quiero verlo… No sé por qué.

»Yo pensaba que sería a lo mejor hasta una cosa de lujo, así de los de yacusi y todo eso, porque ahí donde nos ve Julián sí gana su dinerito con la fonda, yo bien que sé, pero a mí no me da nada y yo tengo que estar con una mano atrás y otra adelante para que podamos medio malcomer… Todo eso me daba mucho coraje, y en las mañanas que me quedaba sola me imaginaba entrando ahí al hotel y viéndolo a Julián con quien fuera que estuviera y diciéndole…, no sé, cualquier cosa, algo horrible para que se sintiera culpable, ¿me entiende?, algo como lo que dicen en las novelas, así bien fuerte, para que viera que a pesar de todo lo que me dijo mi mamá y de que él fuera el hombre yo no me iba a dejar, y no por que ella estuviera más joven y más bonita me iba a tratar así como su pinche chancla.

»Con perdón.

»Yo decía, hasta lo decía en voz alta, ¡vas a ver, maldito!, así le decía, como en las novelas. ¡Vas a ver, José Julián, que conmigo no puedes jugar así de fácil…!

»Y un día, ya de noche, que llega, me da mis madrazos, se sale de la casa, como siempre, pero que yo me salgo tras él. Y que se va en su camión y yo tomo un taxi, así como de novela, y que le digo siga a ese camión, así le dije, y que nos vamos… Un ratote estuvimos tras él. Yo me imagino que Julián no nos vio porque pues cuándo se le iba a ocurrir que yo iba a ponerme a seguirlo, así como… ¿Me entiende? Fue muy feo porque lugar por el que pasábamos yo pensaba ya, seguro ya llegamos, aquí se baja…, pero no, no se detenía siquiera y se seguía y pues yo igual. Fuimos por la barranca, que sí es barrio muy bravo a esa hora, a cada rato van las patrullas a agarrar a traficantes y a echar balazos… Fuimos por ahí y luego salimos a la carretera. Y dimos vueltas por quién sabe qué colonias de por ahí, ni sé cómo se llaman, puros de esos departamentos chiquititos… Y ya me estaba yo preocupando porque no me iba a alcanzar para la dejada cuando Julián se paró. Y pues se fue a parar…

»Se fue a parar en aquel lugar, que no sé si usted lo haya visto… Es como una bodega. Así sin anuncios, sin nada. Nada más un anuncio junto a una puerta de metal así como de fábrica, pero sin palabras, nada más una casa pintada. Y de pronto los coches pasando de un lado, del otro…

»Y yo ya bajada del taxi, toda con frío, sin saber qué hacer, pensando pues que qué estábamos haciendo ahí, viéndolo entrar…

 

Marimar, empleada de “La Casita”

—El señor Julián trabaja para los dueños desde hace ¡uh!, un montón. Les trae comida del mercado. También les hace encargos, no sé… Ellos fueron según creo los que le pasaron el dinero con el que puso su negocio…

»¿Cómo? No, no sé por qué se llama “La Casita”. Yo no sé nada. Los lugares como ese siempre tienen nombres… de ese estilo. ¿Usted es de aquí? La zona roja de verdad, o sea, estos lugares que están más cerca de la ciudad, se llaman “La Huerta”, “La hija de Pancho Villa”…

»Yo la vi. Salí, porque siempre me tocar salir más o menos a esa hora. ¡Pobre! Se había bajado de un taxi, y ya sabiendo quién era, es decir, porque entonces estaba lejos y no sabía quién era…

»Ya sabiendo, yo supongo que entre el miedo de que la vieran y el miedo de que no sabía ni qué era ahí dónde estábamos y de que su taxi ya se estaba yendo, estaba la pobre… Primero la vi que estaba llorando. Luego se quiso esconder, pero no había dónde. Y entonces como que se agachó. Como para esconderse de todas maneras. Y pues yo la veía clarito, pero…

»O sea, pobre. ¿No?

»Ah, pero para esto, antes de verla a ella, pues lo vi a él. Y yo muy quitada de la pena, porque lo conozco, porque todos nos conocemos acá, en realidad tampoco es tan feo lugar para trabajar, cada quien hace lo que le toca y le pagan no tan mal…

»Lo saludé al señor Julián, que estaba llegando, yo sabía que en general iba de cliente los miércoles o los jueves, y le digo hola, don Julián, ¿ya luego luego?

»Sí, yo sabía. Claro que sabía. ¿No le digo que todos nos conocemos? A mí primero sí me…, me daba cosa. Horror. Me indignaba.

»O sea, tampoco le voy a decir que ahora me gusta, ni Dios lo quiera… Pero ya no soy una niña. Y he visto cosas muy feas aquí. Yo ya digo: si quieren hacer eso, que lo hagan. Que hagan con su vida lo que quieran. ¿A mí qué? A mí me pagan por hacer un trabajo decente. Eso de que los saco a pasear, los limpio, de hecho es como extra. Yo lavo baños y limpio pisos.

»Ah, sí. En aquel momento, con el señor Julián, le vi… Le vi una sonrisa que tiene. Que es muy especial. Y le dije: ¿ya luego luego se va a echar al Fueguito?

 

Catalina (quien recuerda esas palabras)

—Y yo entonces me puse como…, me encabroné, con perdón, me encabroné porque entendí “jueguito”, y pensé que era el jueguito que iba a jugar con esa… Con esa, así pensé, ya sabe. Pues es que imagínese, yo veo que entonces Julián le dice, ¿lo va a sacar a pasear apenas?, y la otra que sí…

»Ay, señorita, y entonces entra y vuelve a salir con un perro grande, así amarillo como los del mercado, y Julián que se hinca y lo agarra así y la otra le dice ¡ah, don Julián, qué avorazado, espérese, lo van a ver…!

»Y entonces él se puso a decir: un besito, un besito…

»No sabe cómo…

»No sabe, señorita, no sabe, ¡no sabe cómo lloré entonces, y no sabe cómo lloré después, llore y llore y llore y llore, porque además de haberlo visto, y luego yo supe, supe que no era la primera vez…, y que además después de ir allá se regresaba a la casa a darme besos a mí y a las hijas, o cuando todavía tenía ganas de hacer sus cosas conmigo…, cuando le daban ganas me decía a ver, vieja, a la cama, y me mandaba a la cama para que…!

»Ay, señorita. ¿Qué pregunta es esa? ¡No me chingue!

»Con perdón.

»¿No me entiende? Aparte del asco yo pensaba ¿qué no le damos, qué le falta, cómo puede ser que mejor prefiera ver a un perro, a un perro que a su propia familia, ya no digamos a mí, no digamos hacer lo que hacen los hombres, sino qué le falta a sus hijas, a Yaeli que es la que más quiere, cómo podía él estarse dos tres cuatro horas con un perro, y además perro, no perra, era perro…?

»¿Cómo podía hacer eso y estarse tanto tiempo aquí y en cambio no pasarse ni cinco minutos con la hija que le queda? Ya las otras, las grandes, pues le digo, ya nomás vienen cuando quieren dinero, cuando nos vienen a dejar a sus hijos de ellas que para que estén con los abuelos…, ¡nada, qué, bien que sé que les valemos madre, bola de ingratas…!

»Pero bueno, le decía… ¿Qué teníamos, pensaba, qué mal habíamos hecho, qué estábamos pagando? Y yo primero no le decía nada a nadie pues porque…, porque ¿qué le iba a decir, cómo, por dónde empezaba? ¿Me entiende? Y entonces era peor, porque no tenía a nadie con quien hablar y todo el día, le digo, llore y llore y llore…

»Y pues ya sabe usted lo demás. Ese día que le digo Julián se acabó metiendo con el Fueguito, con el perro ese, y yo todavía no quería… pues… creer que era eso, ¿me entiende?, yo quería pensar, no sé, cualquier cosa, y todavía me quise acercar más, ver algo…

»Según yo me quería esconder. Me agaché, no sé qué hice. Cuando me bajé del taxi, antes, según yo… Por un momento pensé que era yo como espía. ¡Se lo juro, según yo parecía así como…, de película…! A mí no me gustan esas películas así de espías pero sí las veo, Yaeli es a la que gustan, le gusta este tipo…

»Ya cuando vi a qué venía Julián ya no me sentía espía.

»Y entonces que me ve la mujer de la entrada, la que yo había pensado que era su…, pues su amante, ¿sí se acuerda? Yo de lejos como además estoy medio ciega pues no la veía bien, pero cuando Julián ya se había metido y yo estaba ya cerca de la puerta ella me vio y se me paró enfrente y me dijo ¿doña Cata?, ¿qué hace aquí, señora?

»¡Y que era la hija de los Costa, unos vecinos que viven nomás atrás de mi casa…!

 

Angélica, su vecina y madre de Marimar

—Yo a doña Cata la conozco desde ¡uh! Somos bastante amigas… A mí me da mucha tristeza todo, imagínese. Y también me da tristeza por mi hija, que yo no sabía en qué trabaja, se lo juro…

»Marimar me cuenta que doña Cata no le pudo decir nada, que nomás se puso roja roja roja roja roja, imagínese qué horrible, y a llorar, a gritar, no sé qué tanto habrá hecho… Pero que al final, quién sabe cómo le habrá hecho, pobre mujer, como que sacó fuerzas porque primero le dice a mi hija: ¿tú también aquí trabajas, Mary?…

»No, ahora que ya se destapó todo, resulta que mucha gente de por aquí trabaja en ese negocio o en otros parecidos. Por ejemplo, Fernando, el hijo de otra vecina, la señora Topete, resulta que en las noches se viste de… ya sabe usted…

»¿Qué? Ah, sí…

»Lo que me dice Marimar es que luego ya hablaron las dos… El señor Julián, el esposo, el de doña Cata, fue el que le consiguió el trabajo a Marimar, y de hecho fue como una de las pocas veces que doña Cata, que es bien apocada la pobre, se animó a pedirle un favor así, derecho, porque en aquella época el marido de Marimar, un irresponsable, una lacra, una mierda de gente, la verdad, ahí sí Dios no me dejará mentir, la había dejado para irse con quién sabe quién y nos había dejado puras deudas…

»Sí, los dos vivían aquí. Y mire que yo tenía un miedo de que tuvieran hijos, porque…

»Ah, sí. Yo a la señora Cata la quiero mucho por eso, porque le rogó: no sabe usted, yo lo vi, no sabe cómo le rogó. Porque yo la quiero bien a la señora Costa, decía ella, mira cómo están, nada más mira cómo están.

»Pero ella no sabía qué trabajo le iba a conseguir. Yo ahí sí le creo. Todos pensábamos que le había conseguido trabajo con unos amigos de otra fonda, o en el mercado…

»Ahora ella está bien apenada, no se crea. Yo me imagino que irá a renunciar y a buscarse otro trabajo. Claro, si la señora Cata pudiera hacerle igual de fácil…

»Sí, conseguirse igual de fácil otro marido… Arreglarse la…

 

Catalina (más tranquila, pero con los ojos enrojecidos, la voz quebrada aún –grave y áspera– y un dolor en las cicatrices que le parece más fuerte ahora)

—Marimar me dijo que me regresara, que porque era bastante feo para el que no estaba acostumbrado… Pero yo pues ya estaba ahí, ¿me entiende?, ni modo de regresarme ya entonces…

»Yo pensaba…

»Total, le dije no, Mary, ya vi qué hace y pues lo tengo que ver. O sea, ver bien. Y ella todavía me dijo mejor le hablo, para que hablen, pero yo le dije que no. Que primero lo tenía que ver a él con… Sin que él me viera, ¿me entiende? Estar como segura porque…

»¿Cómo?

»Ah, ella me dijo que no, que cómo, que no estaba bien… No vaya a pensar que ella es así como irresponsable o chismosa, ¿eh?, le digo, ella todo el tiempo me estuvo diciendo que más bien me fuera… La verdad hasta abusé, porque si sus jefes me hubieran visto adentro la hubieran corrido a ella. Pero yo tenía que…

»Además, en ese momento empezó a llegar más gente y pues ella dijo córrale, pues, véngase, y me llevó por atrás y me pasó por una puerta chiquita, de servicio, me dijo.

»Mire que de todas maneras la gente que llegué a ver sí me vio feo, ¿me entiende?, la gente que ya estaba adentro y que pues la llegamos a ver, ¿no? O sea, clientes… Uno o dos. Yo…, yo pues estaba vestida como me ve, con lo que tengo, y me dio mucha vergüenza porque además soy fea, yo sé que soy fea y de mala educación y gorda, y todos los que vienen aquí de clientes de señores a de veras, de los que pagan de veras lo que se cobra y no como Julián que dice Marimar que le dan descuento, precio amigo, no sé cómo dijo…

»Son todos…, así, ¿no?, gente de dinero, de buena familia, bien vestidos, señoras y señores pero todos bien, ¿no? Hasta parecían de una novela, los señores altos, güeros, y las señoras rebién arregladas…

»Otra vez de las que he ido hasta a un rey he visto, no, ¿cómo se llama? Un… Ay, no me acuerdo, de esos árabes con su turbante…

»Bueno, total, esa vez Marimar de todos modos me pasó, le decía, quién sabe qué ha de haber pensado, que estaba yo loca, no sé, pero luego luego me llevó a los cuartos esos de las ventanas. ¿Sabe cómo son, los ha visto? Son unos cuartos que dan a un como pasillo, y que si uno quiere ver lo que están haciendo las personas adentro de los cuartos escoge el cuarto que quiere ver y se asoma por una como mirilla…

»Lo vi a Julián y no sabe qué cosa más horrible.

»No sabe, señorita, es peor que hablar de las cosas que habla mi hija, es peor que cualquier cosa, es como para que le explote a una la cabeza, y además se veía tan contento, tan tranquilo…, ¡nunca, nunca, nunca tuvo esa cara cuando estaba con nosotras…!

»Uno de estos días sí voy a ir al reclusorio a verlo. Le voy a decir que…

»No sé qué le voy a decir.

»No, sí sé. Que no es justo. Que…, que abusó, abusó de nuestra confianza, de nuestro cariño. Lo demás no me importa. ¿Pero sí está usted de acuerdo que abusó? Porque si no ¿qué hago? ¿Me aguanto, me sigo como hasta ahora?

»Yo la verdad no entiendo qué tienen esos perros, qué hacen, qué les ve la gente, y pues no nomás mi marido sino gente bien, con educación…, y además no todos eran perros amarillos como el de Julián, sino que había algunos de estos sambernardos, y chihuahueños, y de estos que son como salchicha, de todo tipo…

»¿Ya le había dicho que volví a ir varias veces? De ahí fue…

»Ah, bueno, sí.

»Esa vez, la primera, ya cuando me regresé, que la Marimar me sacó de ahí a escondidas y hasta me llamó otro taxi y me lo pagó y todo…, yo estaba toda… Sí. Pero me quedé con la idea de que a lo mejor lo podía convencer, a Julián, de que no tenía que ir allá para…, para sentirse bien, ¿me entiende? A lo mejor tiene algo mal en él mismo, pensaba, pero ese no es el modo de resolver su problema, y en cambio…, en cambio yo lo podía ayudar, ¿me entiende, señorita?

»Yo todo esto se lo digo para que no vaya a hablar mal de Marimar, que es una muchacha buena, de verdad. Me dejó entrar de a gratis todas las veces que quise pero siempre se aseguró de que yo no estorbara a nadie, de que los jefes no me vieran, de que los clientes pues pensaran que…

»Sí, que yo era otra empleada. Que no se viera mal.

»Pregúntele. Lo único que hizo fue que yo… Que me pudiera asomar, usted me entiende, ¿sí me entiende? No le hacía daño a nadie, de los que estaban en los cuartos nunca me vio nadie.

»Y mire, tampoco vaya a pensar mal de mí, yo ya le dije que soy ignorante, que no tengo educación, que todo el tiempo he estado nada más procurando por mis hijas, y en especial por Yaeli, que la quiero mucho, de veras, es muy buena, y no se merece tener un padre como el que tiene… Ella fue la que llamó a la patrulla…

»Pero le decía… Todo esto me da mucha pena. Me da mucha pena eso otro que le contaba, eso de que no me sentía mal… Sí, que no me sentía mal estando con Julián y a veces hasta al contrario. Yo ya no sé si eso está mal o no, si a lo mejor la mala, la perversa soy yo, porque él se porta como animal como el… pinche animal ese…

»Perdón…

»Y muchas veces después de esa noche a mí me daba la impresión de que lo que yo siento, o sentía, era como si yo fuera peor de animal, yo ya no sé, le digo…

»Pero le digo, yo no quería… Yo todo lo que quería era saber, saber qué les veía, entender qué tienen que no tenga una mujer… A ver si lo podía convencer, a ver si un día me animaba a hablar con él para convencerlo de que por qué no se quedaba conmigo, que fuéramos a un hotel de los otros, de los de gente…

»Ay, señorita, yo no sé si alguna vez ha tenido un esposo así como el mío, pero yo estaba desesperada.

»Como las de la televisión. Pero además era de verdad y era… Esto no pasa en la televisión. ¿No? Esto sí nunca lo he visto.

»Y me acordaba y me acordaba de lo que me había dicho Yaeli, que había que… ¿Sí le dije lo que ella me dijo alguna vez?

»Seducirlo, me dijo, había que seducirlo. Y yo pensé que los perros lo debían de seducir a él. Quién sabe por qué. Tampoco sé por qué llegué a pensar que serían los ladridos, y un rato largo largo largo estuve yendo con Marimar nada más para que me pasara a oírlos ladrar…

»Sí, por eso. ¿Por qué cree que esa otra vez, cuando casi me mata, lo recibí no nada más encuerada sino además ladrando? ¡Ay, señorita, usted no sabe, no sabe con qué cara se me quedó viendo, qué cara de pinche loca, de qué chingados te pasa, qué fea estás…, qué gorda…!

»No, es más, fue peor. Su cara, mientras me empezaba a pegar, cuando sacó la varilla de no sé dónde y me empezó a dar con ella, era ya no de asco, o de odio, sino de… No sé de qué… Estaba como muerta. Como que no tenía sentimiento. Como si le estuviera pegando a un animal, no, peor, a una cosa, a un trozo de madera, a una piedra…

 

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KSI Photography, 2013. Imagen recuperada de Flickr. CC BY 2.0
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