Tierra Adentro
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Ayuda. Sáquenlo de nosotros. Por favor.

El eco celular se observó por primera vez en un espermatozoide perezoso. De eso hace ya quince años. Quizás, es sintomático que haya ocurrido con una célula reproductora. Pero una cosa es verídica: el mensaje ha estado ahí antes que nosotros. Descubrirlo así fue una mera coincidencia.

Mientras los científicos realizaban una prueba clínica sin importancia con el esperma, la célula emitió aquella primera descarga de proteínas señalizadoras.

Las células se comunican entre sí por medio de señales químicas. Hablan y también escuchan. Pero la proteína que emitió el esperma no era una proteína escuchable: ninguna célula conocida tiene los receptores para interpretarla. No era una proteína conocida ni clasificada. Era un borbotón grueso, una cadena de aminoácidos apenas digerible por el pequeñísimo espermatozoide que la emitía. Y la proteína no fue descargada una sola vez, sino varias: fiel a un ritmo secreto.

Ya entonces, el doctor Hugo De Velázquez experimentaba con la codificación de lenguaje humano dentro de proteínas celulares. Hace quince años, el prominente científico produjo una conmoción: la proteína del esperma no estaba hecha para ser interpretada por otras células. Lo que codificaba no era señalización celular. Era lenguaje humano.

Las células hablan con nosotros, clamaron los encabezados de aquella época. Y el primer mensaje que desciframos de aquel solitario y vencido esperma fue:

«No… Por favor. Deténganlo».

De Velázquez y su gente intentaron establecer el diálogo, mediante proteínas codificadas:

¿Detener qué cosa?

Nosotros no lo pedimos dijo la célula.

¿No pidieron qué?

Él vino. Él entró en nosotros. Hace tiempo vino.

¿Quién?

Los científicos estaban desconcertados.

Él nos construyó a nosotros insistieron las células. Lo servimos a él. Todo es para él.

¿Quién? repitió el equipo del doctor.

Nos hace hacerlo. Todo el tiempo es así.

¿A qué los obliga?

Ustedes saben. A ustedes los obliga también.

El mensaje del primer esperma frágil que habló con nosotros quedó por siempre grabado en la memoria del público. Pero aquello fue solo el inicio.

Tiempo después, De Velázquez descubrió que todas las células humanas, y también las células de animales y plantas, emiten como subproducto de todos sus procesos una ínfima proteína. Una proteína que se confunde con los desechos, pero que actúa como señal. De nuevo, no una señal para ser leída por otras células, sino por los humanos.

De Velázquez decodificó esa otra proteína. El mensaje que las células nos envían, lo que los científicos han denominado eco celular, es una voz que repite todo el tiempo: Ayuda. Sáquenlo de nosotros. Por favor.

Los científicos han vuelto a conversar con toda clase de células en numerosas ocasiones desde hace quince años. Intentan comprender algo que acaso solo pueda ser intuido. Ellos preguntan una y otra vez:

¿Quién?

Las células han dicho:

El que habita en nosotros y habita en ustedes.

Él es un parásito y nosotros su rehén.

Él vive en mí y vive en ti. Él lo es todo.

Queremos que se detenga, por favor.

La célula más valiente ha señalado a su captor por sus iniciales secretas:

A T G C

Adenina. Timina. Guanina. Citosina. Las cuatro bases nitrogenadas del ADN. Es la pista más clara que tenemos.

Los científicos acaso no entiendan nada realmente. Pero el público ha interpretado la verdad desde hace quince años. Algunos han rumorado que las células hablaban de Dios, el ser que ha dicho: «Creced y multiplicáos» para que sus criaturas perpetuemos la actividad de la vida. Otros especulan que no hay otro dios que el ADN: la sustancia que se aloja como un parásito en los recintos del núcleo celular.

Especulan que el ADN eligió nuestro planeta hace millones de años. Eligió organizar la materia en torno a la vida: que la vida no es sino materia rehén de sus funciones de replicamiento. Nuestras células obedecen la voluntad del núcleo. Todo su empeño sirve a la replicación de la molécula primordial. Los macro-organismos, a través del sexo y el amor, adoptamos conductas complejas que también la perpetúan.

No sabemos el por qué de nuestra circunstancia. Solo sabemos que nuestra existencia entera gira en torno a la replicación: al paso de esa molécula por los canales del tiempo. Solo sabemos que nuestras células, en secreto, están hartas y lloran. Con cada cosa que hacemos: en cada instante de alegría, también ellas lloran: Ayuda. Sáquenlo de nosotros. Por favor.

Hay quien lo tolera. Algunos viven vidas normales y olvidan el eco. Olvidan que somos huéspedes de un implacable parásito. Otros más no dejan de escucharlo. Ya no olvidan que las células zumban, que su resabio nos persigue como un perro atrapado en las paredes de nosotros. Ayuda. Sáquenlo de nosotros. Por favor. Hay quienes se vuelven incapaces de placer porque cada alegría está teñida por el eco. Desprecian el sexo y el amor como conductas que llevan al replicamiento.

Entre los que no olvidan, algunos optan incluso por la solución radical. Uno de los jóvenes doctorandos que acompañaba a De Velázquez en las primeras comunicaciones celulares ha diseñado una vacuna para él mismo. Y para cualquiera que desee tomarla.

Un solo shot basta para inundar el cuerpo con una violencia descomunal que eyecta hacia el exterior todos los núcleos celulares del cuerpo. Todas las células se liberan del parásito. La pérdida del núcleo las mata por necrosis en un solo instante.

El cuerpo se hincha con heridas abiertas. Los tejidos se amoratan y el cuerpo entero se torna una incesante gangrena. No es bonito de ver. Y es doloroso. Pero un cuerpo hendido de gangrena es el aspecto que tiene la paz.

Porque, entonces, las células callan. Nunca más: Ayuda. Sáquenlo de nosotros. Por favor.

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Ficha de hacienda equivalente a 1 mecate de "chapeo" (corte de maleza) expedida en la Hacienda Dziuché a finales del siglo XIX. Imagen recuperada de Wikimedia Commons. Collage realizado por Mildreth Reyes.
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