Tierra Adentro

Recuerdo que a las fiestas de la universidad (esas que tenían lugar en departamentos o en casas de amigos, donde se bebía cerveza caliente y que terminaban a las 5am porque a esa hora volvían a abrir el metro) asistía un misterioso compañero, desaliñado y torpe, que no sabíamos realmente por qué iba. Llegaba sin saludar, no platicaba con nadie, hurgaba todas las conversaciones de la fiesta y finalmente se iba, sin más.

Después de haber comenzado a escribir en este blog de Tierra Adentro como quien llega a una fiesta en la que no se divierte, y haber escrito casi cincuenta textos en un año y medio, creo que es hora de irme sin más. Ni siquiera quiero que esto parezca un texto de despedida: es, en todo caso, el sonido del portazo que escuchamos cuando alguien ya se fue.
Me invitaron a colaborar en Tierra Adentro porque, además de tener dos cualidades —ser menor de 35 años y no ser de la Ciudad de México—, presentaba la ventaja de estar muy dispuesto a escribir por ser un editor de casa. Agradezco mucho el espacio y agradezco a todos los lectores que me leyeron en el blog. Agradezco especialmente a aquellos que se burlaron de mi prosa, que cuestionaron radicalmente mis argumentos y que incluso me llamaron idiota a secas.
He decidido dejar de escribir en el blog porque considero que, al ocupar un cargo público —es decir, al ser un funcionario— no debería ocupar los espacios, tan pocos que son, destinados a los escritores. Mi opinión sobre muchos temas —y no lo digo decorativamente— importa menos que la de otras personas. Si se trata de traducción, de literatura francesa, de historia literaria, puede ser que tenga algo que decir y algo digno de ser tomado en cuenta, pero ha de ser en otro espacio donde lo publique.
Por último sólo quisiera dar una explicación que nadie me pidió. Elegí los temas sobre los que escribí porque los conocía. En fin, porque sabía de eso más que de otras cosas. Sé que tengo una especialidad, la literatura francesa del siglo XIX, porque eso estudié y porque traduzco, escribo y edito mejor este tema que otros. Sin embargo, también debo decir que muchos textos los escribí desde el cansancio y otros más desde la ansiedad, por lo que no estaría mal dosificar las dosis de verborrea de vez en cuando y ahorrarme la fatiga de escribir por compromiso.
Después de todos estos meses, creo que lo más cómodo para mí hubiera sido pensar que el lector es un conformista. Yo prefiero pensar, y espero que se note, que el lector es la persona más inteligente que conozco. Por eso tengo la certeza de que sabe que, al dirigirme a él con estas palabras, me estoy mordiendo la lengua.