Invitación a Paul Bénichou
Sin motivo de efeméride alguna y con el único pretexto de que dos de sus libros acaban de ser reeditados por Fondo de Cultura Económica a finales de 2012, escribo sobre Paul Bénichou. A más de once años de su muerte, sus libros se abren paso, lentamente, entre nuevos lectores. Durante su larga vida (Tlemcen, Argelia, 1908 – París, Francia, 2001), el académico francés escribió una obra sobre lo que podrían parecer temas dispersos: el romancero español, el clasicismo francés y el siglo XVII, la figura del escritor en el siglo XVIII y, por supuesto, el romanticismo francés en todas sus acepciones. Todos sus estudios, no obstante, ofrecen una unidad que está más allá de lo estilístico y lo formal: están asentados en la preocupación por averiguar la relación del escritor con las ideas literarias predominantes y la sociedad que las encarnaba.
Cuando Paul Bénichou publicó su primer libro, en 1948, Morales du grand siècle,[1] las escuelas de la teoría literaria formalista, de pretensiones científicas y de corte sincrónico –para no decir antihistóricas– ya estaban más que perfiladas. No es entonces una casualidad que su modelo crítico y sus publicaciones posteriores no sólo pasaran desapercibidas, sino que, encima, fueran consideradas conservadoras. Si bien con la publicación de este libro no se podía afirmar la filiación de Bénichou a una escuela, ya se dejaba ver un eclecticismo crítico de su parte: los pies anclados en la historia social, con dejos marxistas, un amplio reconocimiento del análisis textual, un manejo complejo de la historia de las ideas, pero también una puntual reconstrucción de la psicología de los autores y de su proceso creativo.
La dificultad para situarlo y reconocerlo se volvió más evidente con la publicación en 1973 —en pleno apogeo de la escuela estructuralista— de Le Sacre de l’écrivain.[2] Con este libro, el gran crítico de la historia literaria de Francia dejó en claro, al contrario de la usanza de ciertos círculos de su tiempo, que no toda crítica tenía que ser forzosamente teoría literaria.
Para quien no lo conozca, La coronación del escritor es una descripción exacta de la transformación de la nueva figura y el nuevo papel que el escritor, y por añadidura también el poeta, desempeñó en el siglo XIX, y que se venía prefigurando desde la Ilustración. Para Paul Bénichou, les philosophes, la República de las letras, los literatos e intelectuales promovieron y disputaron su dignidad y ministerio a la sociedad de su tiempo; disputa que trajo consigo la instancia de un poder espiritual laico en la Francia de aquel tiempo. Si bien no es del todo un concepto forjado sólo por Bénichou, el “sacerdocio laico” es su principal aportación para definir la autopromoción y el estamento al que aspirarían los escritores decimonónicos por herencia y contacto con los ilustrados. Del hecho de que un Malherbe, poeta barroco, considerara la poesía como un ejercicio decorativo, al hecho de que un Victor Hugo considerara la misma práctica como la esencia misma de la sociedad y una vía de conocimiento, había un camino recorrido en la historia de las ideas literarias.
Precisamente para quien creyera que por hacer crítica literaria (como se propuso el criticismo textual de la estirpe de Roman Jakobson) un autor como Bénichou se ciñó sólo a la literatura, habría que anticiparle que, por obvio y hasta obstinado que parezca, la literatura y la poesía, también dicen algo, alguien lo dice y lo dice para alguien; ambas, como prácticas, son ideas que cambian con el tiempo; son vehículos de valores sociales expresados a conciencia y con la impresión subjetiva de autores que aceptan o descreen de ellos. No es un malabarismo de verbos, ni un modelo formal, atemporal, desinteresado y espontáneo.
Esta hipotética postura puede ser la que justifique con mayor pertinencia la secuela inmediata de La coronación del escritor. En su sentido amplio, el romanticismo es una época que le pertenecía en espíritu no sólo a los literatos y artistas sino también a los pensadores. En aras de fundar un apostolado, los poetas no sólo buscan discípulos, también salen al paso los que a su vez quieren ser apóstoles. Al mismo tiempo que ellos, todos bajo el manto de un poder espiritual —aquí habría que darle toda la importancia al adjetivo—, los pensadores emprenden la tarea de construir doctrinas que guíen a la sociedad, que la vinculen con el futuro, con la intención de restablecer el orden que la Ilustración y la Revolución Francesa derrocaron. Le temps des prophètes[3] trata sobre las doctrinas de pensamiento, vistas como un ejercicio diferente de la escritura, pero idénticas en necesidad y aspiración a la poesía del romanticismo.
Paul Bénichou, como discreto pensador y, más aún, como un pausado crítico, deja bien insinuadas las claves para que este libro sea una obra maestra de la historia de la literatura: que la literatura de doctrina acompañó, en el axial siglo XIX, a la literatura de creación.[4] La influencia de esta afirmación no está, como se aparenta, en la distinción sino en la semejanza: llamar literatura a lo que pretendía, al menos por parte de sus autores, ser la verdad.
Cuando se habla de una necesidad romántica podría implicarse más de lo aparente. Podría significar de igual manera nostalgia de los dioses, de la religión, de los estamentos, de la nobleza; podría significar también resistencia a la “degradación metafísica del hombre”:[5] al menos en el romanticismo francés, la necesidad romántica radica en que el sacerdote, laico pero con poder y aspiraciones espirituales, establezca un ministerio. Sin embargo para Bénichou, la necesidad romántica que los autores de ese su tiempo buscaban mitigar venía de que los pensadores ilustrados habían conseguido que se dejara de atribuir la responsabilidad del destino de la sociedad a Dios y al rey, para que el hombre la asumiera él mismo.
Saint-Simon, Fourier, Comte, comparten entre ellos la creencia de poder asumir o colmar dicha responsabilidad. Si no es suficiente, la contraparte literaria estaría encabezada por Chateaubriand. Por descontado, como cajón de sastre romántico, en el espíritu doctrinario, la voluntad de someter a un orden orgánico a la sociedad continuaría con Marx. Quizá, en esta misma secuencia, se expliquen las ambiciones orgánicas y totalitarias del siglo XX. El tiempo de los profetas, al igual que La coronación del escritor, hacen patente la preocupación de Bénichou por entender el devenir de las ideas literarias. Ambos caracteres, el del poeta y el del filósofo restaurador, pertenecen al perfil de una nueva sociedad. En ambos, está el deseo de predominar uno por encima del otro, en su discurso y en su sacerdocio. Para Saint-Simon —ejemplo del deseo de incluir a las bellas artes dentro del esquema doctrinal—, la preeminencia atribuida, según el espíritu de las Luces, al conocimiento por encima de la imaginación sensible, convierte a este último en adorno de la primera. “Es preciso que la doctrina deje a la creación estética su entera independencia o que reconozca su propósito de sometérsela”.[6] A su vez, en carácter del literato, como lo dejará ver en los dos últimos libros que comprenden la tetralogía sobre el romanticismo francés, Les mages romantiques —donde estudia las obras de Lamartine, Vigny y Victor Hugo— y L’école du désenchantement —Sainte-Beuve, Nodier, Musset y Nerval—, el poeta aspirará, como reacción a la sociedad de su tiempo y al carácter doctrinario de la filosofía, a hacer de la poesía una instancia mística de conocimiento del hombre y la naturaleza.[7]
Es necesario añadir un último matiz. Paul Bénichou siempre consideró que la literatura era, ni más ni menos elemental que la filosofía u otras disciplinas, una forma de pensamiento. Lo que pensaban los poetas (porque para él la poesía justamente es una forma de pensamiento) lo pensaban como poetas.[8]
Para la historia de la poesía en concreto, y para quien quiera entender las ideas que predominan en su discurso y en el hecho de ser poeta después del romanticismo, es indispensable la lectura de Bénichou. Algunos libros del gran crítico francés no han sido traducidos al español; otros, luego de su publicación (como es el caso de Figuras, FCE, 1985) no volvieron a ver la luz; otro libro, un homenaje reflexivo sobre su obra, dirigido ni más ni menos que por Marc Fumaroli y Tzvetan Todorov, no ha sido traducido al español. Este último, de hecho, dedica un capítulo imperdible de Crítica de la crítica a la que seguramente es una de las posturas más ambiciosas, y extrañamente literaria, de la historia de las ideas. La obra de Bénichou está, de nuevo, a la espera de ser leída por una nueva generación.
Notas
[1] Traducido en 1984 por Aurelio Garzón del Camino para FCE con el título Imágenes del hombre en el clasicismo francés. .
[2] La coronación del escritor, del mismo traductor, fue publicado por FCE, por primera vez en español, en 1981. La segunda edición es del año pasado.
[3] El tiempo de los profetas, trad. Aurelio Garzón del Camino, FCE; la primera edición es de 1984; la segunda, es también de noviembre del año pasado.
[4] Véase la “Introducción” a El tiempo de los profetas.
[5] En la entrevista que Bénichou hizo para Débat, incluida en Romantisme français, I, Quarto, Gallimard, 2004.
[6] Véase el capítulo titulado “Poesía y bellas artes según el positivismo”; en El tiempo de los profetas, op. cit.
[7] Es el caso específico de Nerval. La escuela de Nerval, que afirma que “¡todo es sensible!!” (la supuesta expresión de Pitágoras), de su poema “Versos dorados”. Bénichou interpreta así este poema, que la Poesía “a través de la idea de un animismo universal, provee de una respuesta radical a la obsesión de la nada”, L’école du désenchantement, op. cit., p. 1801.
[8] Véase la “Introduction” de Les mages romantiques, en Romantismes français, II, op. cit.