Hecho en femenino, panorama del diseño en México
Todo comienza por el deseo, el sentido del tacto es la puerta a cualquier clase de historias donde el protagonismo lo mantienen las sensaciones placenteras. En los últimos meses, en los que apenas pudimos salir a comprar víveres y ayudar a nuestros amores en condición de adulto mayor, sin duda hemos tejido relaciones profundas con nuestras roomies, parejas, mascotas e hijas, de igual forma con nuestros objetos.
Pensemos que luego de esta experiencia, dolorosa y desconcertante, nuestra vida sin esa taza especial, sin la tetera, sin la playera, huipil, libreta y sin nuestros libros, el viaje hubiera sido un poco más doloroso, tanto como cuando de niñas dejábamos nuestro osito para dormir en casa de la abuela, sencillamente porque creemos que por haber cubierto nuestros cuerpos con ese objeto, esos efectos personales contienen la esencia el secreto de las mercancías.
Sin pensarlo podría decir que nadie me conoce más que mis pantalones para dormir y desde luego sería extraño, porque pareciera que esos pantalones que cuido meticulosamente contienen un aspecto mágico, como si fueran seres vivientes.
Cuando Karl Marx hablaba de que los objetos estaban encantados, definitivamente tenía en mente la clara —y siniestra— conexión que las personas establecemos con los objetos, sabía que, junto con las religiones, esa sería la perdición de cara al capitalismo y al trabajo esclavizante. Sin embargo, no podemos dejar de lado que en nuestra vida, pero sobre todo en este momento, la manera en cómo vivimos, la forma incluso en cómo depositamos nuestros afectos, terminan siendo una parte sustancial para reconocernos en el naufragio, en esta clase de pesadilla que parece no terminar nunca.
Si lo vemos desde el lado de las mercancías, prácticamente la condición sensualista sin duda, ha sido la mejor amiga del capitalismo, así como el desarrollo de las técnicas para convertir objetos de uso cotidiano en experiencias que se viven como una tarde de besos.
Ciertamente el consumo de diseño se conecta con la creación de gustos y en gran medida, con la clase social. Para sus creadoras, una de las dificultades para romper la etiqueta de ser artículos exclusivos radica en las horas de trabajo y los saberes necesarios para crear sus piezas. Cada uno estos objetos representan un alto índice de calidad, además de ser únicos, lo que constituye una diferencia real frente al consumo masificado de artículos en serie. Para la mayoría de las diseñadoras supone una lucha constante el competir con precios de Fast Fashion o incluso de las cadenas asiáticas, cuyo slogan es fiel al sistema de necesidades creadas; sin embargo, la idea de contar con objetos únicos y que encarnen nuestro deseo en realidad es lo que produce su plusvalor.
¿Acaso los objetos no contienen en sí mismos la cantidad suficiente de fantasía para activar el gatillo y vaciar de a poco nuestras cuentas? Y si los recursos escasean, si una pandemia de pronto volatiliza todo, si el trabajo del arte, la gestión, la crianza o la vida misma en ruinas —antes y durante el encierro— no permiten exprimir los pesos necesarios para adquirir diseño mexicano, no soñamos con tenerlo? Es ahí donde las posibilidades comienzan a abrirse. Ya no se trata de soñar con una lámpara de los hermanos Bouroullec o alguna pieza de Hella Jongerius, sino de ver dentro de nuestra propia cartografía la impresionante transformación de un sistema que hace dos décadas parecía obsoleto.
Cuando hablamos de diseño no reconocemos claramente lo que esto significa, porque dentro del imaginario, el concepto se limita propiamente a dos campos: diseño gráfico y puede que el diseño textil. La verdad es que en términos de diseño industrial, México siempre ha logrado que la mirada del mundo vuelva a fijarse en nuestras creadoras, incluso en 2018, la Ciudad de México fue reconocida como la capital mundial del diseño, igualmente existen ya salones y exhibiciones especializadas en diseño como lo es el Abierto Mexicano de Diseño, pero todavía falta un largo camino, como por ejemplo, los estigmas en torno a los costos o incluso lo superfluo que puede ser adquirir una pieza. Quizá la fuente de confusión parte del sentido de funcionalidad y de la necesidad —incluso si es una necesidad creada del sistema capitalista— pero al fin, una necesidad de sentirse cómoda o bien con la elección de un objeto. Es decir, como bien lo reconoce John Heskett, el desarrollo del diseño en buena parte se basa en el factor humano, y su poder de decisión en su nivel incluso de deseo:
Aunque pueda parecer obvio, merece la pena subrayar que las formas o estructuras del mundo inmediato que habitamos son, indiscutiblemente, resultado del diseño humano […] Bien o mal ejecutados (depende de las bases sobre las que se juzguen), los diseños no están determinados por los procesos tecnológicos, las estructuras sociales, los sistemas económicos o cualquier otra fuente objetiva. Son resultado de las decisiones y opciones de los seres humanos. Si bien las influencias del contexto y las circunstacias son considerables, el factor humano está presente en las decisiones que se toman en todos los niveles de la práctica del diseño1.
Ese factor humano podemos interpretarlo como la emoción que nos generan las cosas a nuestro alrededor y de alguna forma nos hacen sentir bien. Personalmente en un punto tan peculiar como este, una cosa que me genera menos dudas sobre mis gustos es precisamente el que tiene que ver con consumir diseño y pensar igualmente en el trabajo que tales objetos han requerido, así como en las tradiciones que se entretejen detrás de las piezas artesanales.
Por ejemplo para la diseñadora y creadora de la empresa textil Agnes, Carla Qua, ha resultado un reto crear redes dentro de la industria, reconociendo incluso que existe cierta reticencia de las generaciones mayores para compartir ciertas técnicas de teñido o el uso de ciertas plantas o minerales para obtener un tinte determinado; sin embargo lo ha logrado, junto con otras “textileras” quienes entre sí comparten y conforman un grupo que crece de a poco.
Igualmente en el área del diseño editorial, —una rama que por desgracia a veces se encuentra un poco descuidada— existe una apuesta en donde mujeres con gran talento como Vanessa López sostienen la idea de generar otra cultura del diseño editorial e incluso del libro y el libro de artista, pues lo único que no puede olvidarse “es la pasión por los libros”.
Desde luego que el trabajo femenino, como en otras escenas, ha transformado de manera positiva y singular el presente y el futuro en México. Hablar en términos de la creación y venta de diseño mexicano, resulta ser no solo más complejo que hablar de mercancías, sino al igual que el resto de las experiencias y aspectos sociocultares; se trata de un sistema de exposición, compra y venta, generado por la mayoría de las diseñadoras, es decir, el sistema de emprendedoras. Gracias a él conocemos su trabajo, pero muchas veces desconocemos el esfuerzo, paciencia y habilidad para crear su propia marca y/o despacho.
Este año los bazares ya no fueron opción, ni las ferias del libro, de nueva cuenta, las diseñadoras han tenido que reconocer otros canales y seguir con la convicción de que su trabajo es valioso, en conjunto con el reconocimiento de que el futuro es colectiva, con un margen de participación donde todas las propuestas caben.
Por supuesto que resulta emocionante y reconozco el trabajo de Carmen Rion, quien ha sido tutora del FONCA (Fondo Nacional para la Cultura y las Artes), igualmente el trabajo de Carla Fernández; mujeres que han apostado por la investigación textil en técnicas, procesos y diseños cercanos o incluso en colaboración constante, como es el caso de Fernández, con diversas comunidades indígenas y mestizas de nuestro país.
Un concepto claro es la moda ética y la preservación de la memoria y el patrimonio textil. También proyectos tan versátiles como lo es el estudio de Mara Soler Guitian y Daniela Villanueva Valdés, Flaminguettes, sin duda es una de las mejores propuestas en cuando a un despacho que da vida y seguimiento a diversos proyectos con una visión refrescante mediante la animación, instalación y video, plataformas creadas de acuerdo al cliente, la situación y el producto.
Sin embargo, ante este cierre de año que parece que ha durado una eternidad, presentamos una lista íntima de propuestas de diseño de mujeres que lejos de dejar de trabajar en este periodo, mediante sus diseños nos han inspirado una sensación más cálida o menos abrumadora.
Son diseñadoras que han apostado en sus atelliers, en su trabajo y en su continua investigación, en el diseño editorial, el área textil, en el interiorismo, la ilustración, la cerámica y la joyería, cada una de acuerdo a su especialidad denotan una experiencia que asegura un trabajo de muy alto nivel en términos de diseño, calidad e incluso sentido de identidad y sustentabilidad. Cabe señalar que todas sostienen el recorrido del diseño mediante la colaboración, el compartir sus conocimientos y principalmente en tener claro que el diseño está cambiando, como nuestras necesidades y las de ellas mismas.
El apasionante oficio de hacer libros: Vanessa López
La diseñadora Vanessa López (Ciudad de México, 1991) se ha convertido en una de las mujeres más importantes en la escena del diseño editorial; no es gratuito, como ella misma lo advierte, nació y creció entre libros, su padre y sus tíos tuvieron las hermosas librerías de viejo, como El Mercader de Libros, en Donceles —misma que por desgracia no existe más—, así que desde muy pequeña aprendió a reconocer el olor del papel, los diversos tipos de familias tipográficas, pero sobre todo el amor por los libros.
Estudió Letras Hispánicas con orientación en Producción Editorial en la Universidad Autónoma Metropolitana, institución de la que se siente orgullosa. Ha trabajado como correctora y editora en instituciones como el Museo Universitario Arte Contemporáneo (MUAC) y fue coordinadora editorial en Ediciones Acapulco. En 2016, junto con su socio Emmanuel García, comenzó el proyecto editorial: La Duplicadora, un taller editorial dónde la propuesta se da mediante la impresión risográfica.
Si bien al igual que otros pequeños talleres, comenzaron con las pequeñas posibilidades que el color de las “riso” da a los diseñadores e impresores, ciertamente son libros, libros de artista, cátalogos y prints, dónde los componentes se han ajustado a las posibilidades gráficas, lo que ha permitido que poco a poco tengan un público cautivo, siempre esperando otro material.
En ese sentido, la investigación —el conocimiento librístico y literario de Vanessa— le ha permitido encontrar historias, manuales y libros que han vuelto a cobrar vida mediante La Duplicadora. En 2018 obtuvo la beca jóvenes creadores, con la cual pudo crear cuatro publicaciones recreadas de sus originales bajo la impresión risográfica, libros realmente hermosos sobre cartas y fotografías: El gato, su cuidado, cría y atención (2019), o magia con Magia verdadera (2019), encontrados mediante otra de sus pasiones, los mercados de chácharas, sus viajes y la propia vena de librera que la hace resaltar profundamente del resto de su generación.
El color sin límites: Carla Qua
En el universo del diseño textil las opciones son infinitas, pero existen pocas cuya ética, búsqueda por la sustentabilidad, comprensión del cuerpo y diseño conformen una pieza capaz de volverse la favorita de la audiencia. Eso sucede con cada una de las creaciones que la diseñadora textil multidisciplinaria, Carla Qua (Ciudad de México, 1986) ha creado a lo largo de su trayectoria.
Se formó en la Escuela de Diseño de Bellas Artes, dónde comenzó su amor por las fibras y textiles que comenzaron a entretejer sus ideas en conjunto con la paleta de color que crea una distinción en sus diseños. En su trayectoria ha incursionado en diversos proyectos como Chula en 2006, estudio en cual inició con la exploración del arte gráfico, el estampado y el diseño textil.
Muchas todavía recordamos los años dorados de los bazares en la Ciudad de México y recordamos sus bolsas y carteras con diseños innovadores. Tiempo después y como ella misma lo reconoce, “el camino fue arduo y la paciencia y la exploración lo son todo” ese impulso y confianza en su trabajo la llevó a crear el laboratorio de teñido Agnes.
En su práctica la investigación es determinante, ya que se trata de crear nuevas técnicas de teñido, junto con el rescate de algunas tradiciones como lo es el uso del pericón y la grana cochinilla, pero con la plena conciencia de que es nuestro deber disminuir la huella ecológica; por ello, la pigmentación de la técnica de marmoleado —mismo del que incluso ha dado cursos en Centro y Domestika—, no utiliza metales tóxicos y los realiza en frío, proceso que le permite ahorrar en recursos como luz y gas, además de reutilizar el agua y disminuir su uso.
En su carrera como diseñadora también ha colaborado con Sandra Weil, Avocet Jewelry, por lo que ha tenido participación también en la creación de empaque, interiores y mobiliario. Su disciplina, la constante búsqueda de técnicas, así como su fuerte sentido de colectividad y sonoridad la vuelven en una de las propuestas más completas entre diseño, ética, sustentabilidad y feminismo.
Dibujar es igual a respirar: Pamela Carrington
Pamela Carrington (Guadalajara 1986) es una diseñadora multidisciplinaria, ilustradora y ceramista, prácticas que la han llevado a recorrer diversas áreas del diseño gráfico. Es egresada de la Universidad Iberoamericana. Como ella misma lo dice, ha tenido diversos clientes desde el Senado de la República, proyecto en el que por primera vez incursionaría en la ilustración, así como LEGO Foundation, Peltre, entre otros proyectos.
En sus ilustraciones resulta visible su destreza en las técnicas de tinta y acuarela, mismas mediante las cuales ha creado diversas viñetas, ilustraciones y series en las que presenta desnudos femeninos. El trabajo que hace con la cuerpa genera una sonrisa placentera, ya que todas caben en su mirada fresca y disruptiva, creando un feminismo que se ilumina desde la ilustración.
Por otro lado, se encuentra su incursión en la cerámica; desde 2018 trabaja en el taller Huellas de Agua, bajo la tutela de Irma Jiménez. En el taller, Pamela ha logrado crear piezas ilustradas, donde ha desatado una animalia en tonos azul añil o rojos, pero también piezas donde la corporalidad nos dibuja una sonrisa al tomar el café de la mañana. Esa niña que tomaba el lápiz y no podía soltarlo, como ella lo comenta, sigue viva en cada uno de sus diseños.
Arte y sentido comunitario en forma de huipil: Pol & Pol
En la senda del diseño es conocida la historia de la que las hermanas Andrea y Lucía Prudencio, quienes crearon su marca textil, lo que ha generado un buen impacto dentro de la escena. La dupla supo nutrirse muy bien del talento de ambas, Lucía como artista gráfica y Andrea dentro del diseño textil.
Pol & Pol nace en Xalapa, Veracruz, lo que en los diseños se ostenta el uso continuo de estampados vegetales que hacen referencia a la ciudad de Los Estridentistas. Esa humedad, el candor de sus noches —antes de la violencia generada por el narcotráfico— el sentido pulcro, pero igualmente relajado de sus habitantes y la sombra y verdor de sus ceibas se proyecta en los espléndidos linos.
Hay que decir que el proyecto igualmente ha servido como laboratorio y como lugar de encuentro con otras artistas gráficas, orfébres, así como talleres de costura, talleres de serigrafía y bordado. Llevar una prenda de las hermanas Prudencio significa darle un giro a la tradición textil de veracruzana, sostener el trabajo y comercio justo con las comunidades cercanas a Xalapa.
Las paletas verdes, ocres, marrones y magentas sostienen un singular mestizaje entre la tradición del huipil, las técnicas del grabado y el desarrollo e impresionante trabajo que sostiene a la marca.
Estas cinco diseñadoras nos demuestran la ardua tarea de emprender y hacer de sus atelliers y objetos una marca, la prueba irrefutable de que han llegado a su destino. De alguna forma visibilizan la diferencia entre los objetos encantados y siniestros propios del neoliberalismo y el sutil encanto y la fuerza de trabajo, la cuerpa, la colectiva y las horas mujer para sostenerse y generar otras formas de trabajo, donde la sustentabilidad sigue siendo un lugar de búsqueda, donde hecho en femenino se traduce en una senda de saberes, sororidad y disciplina.