Tierra Adentro
Diana Martín. “El consultorio del fabuloso Doctor Dod O’ Tho” Acuarela/Tela

[Lee la segunda parte de este ensayo.]

3. EL ÚLTIMO ROUND

Mi padre murió hace 4 años. Pedaleaba su bicicleta en el Estado de México. Un fallo del corazón. Los paramédicos le robaron la cartera. Los encargados de la funeraria se robaron las flores del velorio. Tuvimos que desatornillar las manijas y adornos de su sarcófago, pues no cabía en su nicho. Hubo que construir una breve ampliación para que cupiera su lápida. Los espacios siempre le quedaron chicos, a pesar de que siempre vivió en voz baja.

Pasó mucho tiempo después de su muerte antes de que me diera cuenta de que no sabía nada sobre él. Apenas algunas anécdotas que repito cada vez que puedo para que no se me vaya del todo.

Intentó hacer de mí el hombre que creía necesario. No lo dejé. El esencialismo no nos permitió claudicar ante lo que era vital: reconocernos y darnos. Una vez nos enfrentamos el uno con las manos en el cuello del otro. Recuerdo sus ojos verdes húmedos en lágrimas mientras intentábamos destruirnos.

Pero ese no fue mi último encuentro con la masculinidad. Ocurrió unos años antes de que él muriera: yo vivía en el extranjero y llevábamos sin vernos un lustro. Una madrugada sonó el teléfono y era él. Recuerdo que me negué a la alegría de escucharlo durante varios minutos, y al final lo regañé por estar borracho. No hubo ningún diálogo en realidad: allá, desde lejos, en otra hora y en otro mundo, se puso a repetir, cada vez más bajito “Hijo…hijo… hijo”.

Ya no recuerdo que le respondí, pero sostuve el teléfono hasta que amaneció.

Esa voz (ese amor que se opuso al esencialismo, que me llamó desde las sombras) es lo que hemos acallado, pero que yace ahí, en el fondo de cada uno de nosotros: es el significado de ser hombre. Es la mano que se tiende y aferra, es quien protege, el que siente un desesperado afán por resolver problemas concretos, el de la hosca ternura. Es quien da un paso por delante de nosotros en el puente minado, quien otea en el horizonte y permanece despierto en el faro para encenderlo antes del naufragio. Es la voz de todos los padres y de todos los hombres, es quien nos asegura que podremos hollar nuestro camino hacia esa luz.

Tal vez detrás de ella no hay nada, pero avanzo a tientas en el tintineo de esta voz que, débil pero gozosa, aprende a pronunciarse lejos de Pitolandia, en terrenos desconocidos.

La nueva Masculinidad

¿Cuál fue el aprendizaje de mi encuentro con el hombre del traje gris, de mi enfrentamiento con el Moroco Topo, de mi padre al teléfono? La revelación de que hay una batalla dentro de cada uno de nosotros. Y que, a diferencia de las enseñanzas del machismo, se trata de una guerra que no requiere de la destrucción para ser ganada. Está en juego la posibilidad de hacer esa llamada a mitad de la noche.

Es un hecho que este esencialismo (el machismo, o el nombre que se le desee dar al imperio del rol por encima de la identidad) es tóxico para el hombre como individuo y como ente social, como pareja y padre. Implica renuncias intolerables y el sostenimiento de privilegios absurdos cuando no criminales. Nos inserta en un mundo sin identidad, bajo el asfixiante peso de cumplir, obedecer y perpetuar un rol.

Si me preguntan qué deberíamos hacer hacia la construcción de una nueva masculinidad les diría que no tengo la menor idea, y que tal vez ese es el primer paso: compartir la confusión y las buenas intenciones. Y entonces observar lo que otros hombres están haciendo en todas partes.

La nueva masculinidad[12] parece pasar ante todo por las renuncias: a los privilegios machistas (empezando por notar que existen, y que están por todas partes), a la violencia verbal y física, la intimidación disfrazada de respeto, el aislamiento emocional, a la rigidez ontológica, a la idea de lo femenino como un oponente, y de paso, a la ridícula idea de la guerra de los sexos.

Los primeros pasos parecen ir de la mano con la idea de una nueva paternidad: el reclamo de una licencia para los hombres trabajadores tras la llegada de un bebé es una revolución de la que pocos toman nota. Se trata de hombres que, en efecto, hacen eco de una justa reivindicación de género basada en la necesidad de proteger y amar, de “estar ahí”.

Ese “estar ahí” tiene cada vez más y más rostros: los padres que participan activamente del cuidado de los hijos y de los ancianos, los amos de casa que se olvidan de los celos profesionales y de la idea de una “castración laboral”, los hombres que se involucran en discusiones e iniciativas de salud reproductiva, aquellos que cuestionan los roles de género asumiendo abiertamente estéticas y prácticas transgénero, los que se esmeran por rebasar el coito fálico y experimentan y se dejan experimentar, los que enfrentan la violencia machista y el feminicidio, los que viven la homosexualidad, los que no creen que la expresión de las emociones y de los afectos menoscaba su autoridad…

A todos ellos, detectives perdidos en un mundo nuevo, yo los saludo. Comparto mi confusión con ustedes, y celebro nuestro extravío.

Poco después de su muerte, soñé con mi padre. Yo tenía unos indomables gatos gigantes que saltaban del balcón a la calle y devoraban árboles y tiraban postes de la luz, siempre furiosos. Mi padre tocaba la puerta y entraba con un gran pedazo de carne que domaba a los gatos. Estaba como me gustaría poder recordarlo: feliz y expansivo. Ante mi miedo, se agachaba a acariciar a las fieras (era más grande que ellas, que todos mis terrores), él que siempre había odiado a los gatos.

“Ven: vas a ver que no te hacen nada”, me dijo.

 

 

 


Notas

[12]“La nueva masculinidad está basada en el reconocimiento del sí mismo y del otro como ser humano, libre, sin estereotipos que lo encasillen y coarten su posibilidad de sentir y crecer en la expresión de sus afectos”, el sexólogo Walter Guedin en entrevista: http://www.lanacion.com.ar/1281841-la-nueva-masculinidad.

 

Bibliografía:

-Lagarde, Marcela. Los cautiverios de las mujeres: madresposas, monjas, putas, presas y locas UNAM, 2006.

-Connell, Raewyn. Masculinities. UCLA Press, EUA, 2006.

-Matesanz González, Agripino. Mitos sexuales de la masculinidad. Biblioteca Nueva, Madrid, 2006.