En la muerte de Adrián Osorio
Camarada cordial:
abandona un momento tu plácida muerte
y abrázate a los brazos que quisieran tenerte
y no te tendrán más. Pondré mi mano
entre tus manos amplias, generosas,
y reiremos los dos, como reías
desde lo alto de tu noble cuerpo
cuando tú eras un cuerpo que reía.
Hablemos de las cosas,
hoy que eres sólo luz y sólo tiempo;
hoy que eres tierra, y pájaro, y gusano,
hablemos de los días
en que yo no lloraba verte muerto.
Alto como un encino de la sierra.
Claro como un arroyo sin abrigo.
Pródigo como el campo.
Así eras tú. Así fueron tus actos y tu fuerza.
Así era tu sonrisa: como un arco
por donde hablaba un corazón de trigo.
Eras un árbol blando, sin cortezas.
Eras un San Cristóbal sin el niño.
Un corazón de trigo. Un árbol grande.
Hoy más alto, más diáfano, más fuerte,
en cada nueva nube te deshaces
y en cada espiga nueva estás presente.
Camarada cordial: vuelve a tu muerte,
abandona los brazos que quisieran tenerte
y no te tendrán más.
Vuelve a donde eres pájaro y luz y polvo y tiempo,
vuelve a donde eres paz,
que yo quedo llorando verte muerto.
Publicado en la revista Taller Poético, noviembre de 1936.