Tierra Adentro
Portada de El Cazador Celeste (Anagrama)
Portada de El Cazador Celeste (Anagrama)

¿Cuál es el significado de la caza? La alimentación, obtener la carne, la grasa y el cartílago, sería en apariencia el primer objeto de este acto. Nosotros como contemporáneos desestimamos la caza como una actividad necesaria, aunque la entendemos como deportiva, a pesar de la prohibición moral que ronda sobre ella. Como moderno, diría también que su condena me parece más que justa. La caza de un elefante por sus colmillos, de un alce o cualquier otro animal me parece absurda.  Por supuesto, durante la Antigüedad esto no era así.

La caza correspondía a un objeto alimenticio, pero también subyacía (y a veces de manera obvia) al cariz ritual, religioso, del acto. Calasso comienza El cazador celeste (Anagrama, 2021), con el rito del Oso, en “Los tiempos del Gran Cuervo”, donde los cazadores “Hablaban con el Oso antes de atacarlo –o inmediatamente después–, a sabiendas de que el Oso entendía sus palabras” (11). El inicio del mundo, para Calasso, se retoma desde los ya clásicos estudios sobre la construcción de la civilización y la cultura primigenia, al menos en Eurasia. Estos apuntes también pueden leerse en Joseph Campbell y el primer volumen de su Las máscaras de Dios, aunque Calasso no lo tome como fuente. La prehistoria funciona para Calasso como un entendimiento de lo que será la correría del hombre en el plano cósmico, del acercamiento primitivo con la deidad y lo divino, el tò Theîon.

¿Qué es, entonces, la caza?

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Las respuestas a esta pregunta se van entendiendo más como una aproximación, y que nos disculpe Calasso, cercana al Viaje del héroe de Campbell, pues a través de las secciones de este libro no atendemos necesariamente a todos los ámbitos de la Caza, ni como rito ni como acto religioso, mucho menos como una mera norma, aunque las leyes de los antiguos griegos sí son tratadas en una de las últimas secciones de El cazador celeste. ¿Cuál es el interés verdadero de Calasso respecto, no sólo a la caza, sino a la literatura en general?

No es la caza el tema principal de una de las últimas banderas erigidas por Calasso en su larga producción literaria, en este El cazador celeste publicado poco antes de su muerte. No es el ardor, el rito o la modernidad en su diferencia con la antigüedad; no son las leyes y la signatura de lo consuetudinario. Tampoco es la historia de la India o la política francesa ni siquiera son las pinturas del Tiepolo, Kafka, Baudelaire o el romanticismo. Y, sin embargo, todo esto en su conjunto, como un conglomerado estelar que determina una serie de historias míticas en torno al pensamiento y a las lecturas de Roberto Calasso, es lo que se mueve en todos sus libros, incluido El cazador celeste.

El significado de la Caza no es el sacrificio de un animal, sino la representación de ese animal como “hermano”, como “el otro”, y también como “mensajero de los dioses”.

Para Calasso, por lo mismo, los egipcios son importantes en El cazador celeste, pues desfilan con su largo panteón de dioses zoomórficos. Quizá, después de todo, el significado de la caza sea la mera creación, pura y dura, a través del rito, de la deliberación de los dioses y del acto transformador.

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Roberto Calasso (30 de mayo de 1941 – 28 de julio de 2021) es famoso por diversos motivos, entre ellos el de ser uno de los últimos grandes editores europeos de los que ha gozado nuestra cultura occidental durante el siglo XX y parte del XXI. Sus obras hicieron mella en el mundo europeo prácticamente desde su publicación, pues además Calasso trabajó mucho tiempo en Adelphi, convirtiéndose después en su director editorial. La enorme cultura literaria, mítica, religiosa y filosófica de Calasso se hace palpable en los temas que elige en sus muy variados libros que, sin embargo, confluyen casi siempre en diversos motivos palpables: los libros sagrados de la India (los Brahmanas, los Upanisad), los dioses antiguos, la cultura literaria y mitológica de la Antigua Grecia, la literatura europea del XIX y el XX, y, principalmente, los mitos.

Su escritura, además, confluye de una manera intensa y al mismo tiempo fragmentaria, en diversos textos suyos, donde pasajes diversos son separados por un pequeño espacio, como disertaciones filosóficas sesudas en torno a un tema complejo y vasto. ¿No es la religiosidad y el mito un tema de este tipo?

A pesar de la temática que puede variar entre La Folie Baudelaire o La rosa del Tiepolo (y qué decir de K.), en Calasso se filtra una escritura que tiende no sólo hacia la grandeza de la cultura paneuropea y sus orígenes, como puede notarse en las disertaciones etimológicas que llegan hasta el mismo sacrificio ofrendado a los dioses (no por nada su tesis doctoral fue dirigida por otro de los grandes estudiosos italianos del XX, Mario Praz), sino también (y principalmente) hacia el mito.

Los libros de Calasso han sido, casi en su totalidad, editados en español por Anagrama (por Adelphi en italiano, por supuesto). Tomando esto en cuenta, uno de los últimos “grandes libros de Calasso”1en nuestro idioma es El cazador celeste, que además de reintegrar su gusto por lo griego en otro libro de gran formato, a manera de “libro compañero” de Las bodas de Cadmio y Harmonia, retoma una pequeña tradición, un aparente juego literario que en realidad dice mucho más, pues el libro, tanto en italiano como el español, utiliza nuevamente el sonido de la “C” o “K”, de Calasso, como en sus libros Las bodas de Cadmo y Harmonia, K., Ka o Las ruinas de Kasch. Es decir, esta repetición, y nos lo dice tanto en Las bodas como en El Ardor, está presente en los mitos, y en la fundación de una historia. Esta es, pues, la historia personal y literaria de Roberto Calasso.

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Los libros de historia europea, como pueden serlo Las ruinas de Kasch (a pesar de su nombre, que remite a la antigua ciudad africana donde sus sacerdotes designaban el actuar de sus habitantes leyendo las estrellas) o K. (donde examina la vida y obra de Kafka bajo su personaje, especie de heterónimo y alter ego, K., de Kafka), representan un hito de citas y reflexiones en cuanto a la importancia de la literatura y la política, pues no sólo están presentes las reflexiones en torno al Concierto Europeo previo a la Segunda Guerra Mundial ni al mundo atiborrado de Talleyrand, sino de todo lo demás, como alguna vez dijo Calvino sobre su obra. No obstante, esto no es todo, pues siguiendo a Calvino, lo que realiza Calasso en sus obras, sean estas de índole “editorial” como “históricas” o “míticas”, es reverberar en torno al ser humano en tanto a criatura temerosa, religiosa, ritual y creativa. Es Calasso un Philómythos en lugar de un Philósophos. Pues más que buscar la verdad, lo que pretende el autor y editor italiano es atisbar el mundo de los dioses.

Los libros de Calasso no son, pues, para ateos cientificistas, ya que la lejanía del autor nunca es demasiada. El interés por encontrar el misterio y no desvelarlo es demasiado fuerte. No hay una explicación certera sobre el mito. Para ello habría que estudiar, quizás, a Graves, tal vez a Dumézil, teniendo en cuenta que esta estirpe, de Eliade a Gimbuttas, no sólo ha seguido el arduo camino de la historia y la antropología de las religiones (o hasta la psicología como el caso de Jung o Hillman), sino que ha atisbado el misterio y se ha regodeado con la opacidad del acto humano en tanto cultura y religiosidad.

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¿Qué es, pues, lo divino, lo sagrado?

En ninguno de los libros de Calasso podemos acercarnos a una respuesta. ¿Quién podría hacerlo? Podría entenderse lo divino, el mito, como en una especie de introducción ad hoc para el Libro de Sofía, a la filosofía y la ciencia, un estado primigenio, algo propio del hombre antiguo que no tenía la capacidad intelectual para entender el mundo a través de la experimentación. No por nada Calasso dice en Las ruinas de Kasch que el mundo moderno emergió cuando en lugar de sacrificio la palabra usada fue experimento.

De igual manera, para Calasso lo divino es algo propio de lo humano. Lo entiende así, por ejemplo, en El Ardor, donde recoge algunos de los elementos de los Brahmanas, siguiendo la estela mitológica empezada en Ka. Ka inicia la pregunta. Ka significa Qué. Y el Qué es el inicio de todo. Curioso entonces que esta pregunta no surgiera con los griegos, sino con los indios, y es posible que con los indios pre-védicos.

El rito es un acto de agradecimiento y de reconocimiento ante aquello que es invisible. El mito habla del misterio, y también del origen incognoscible. El mito es una cosmogonía, pero también un espejo para hablar de lo irracional. No es casual que tanto los dioses indios como los griegos, y también los pertenecientes a otras religiones antiguas, sean salvajes, naturales, ctónicos. ¿Quién no se asombra ante las aventuras de Zeus, ante las tragedias de los héroes divinizados, de las diosas ególatras y crueles? Los dioses son una representación de lo humano, pero también son, todavía, una representación de lo salvaje y de lo irracional. Por eso los egipcios aún los mantenían con forma de animales. Quizás algunos dioses, nos dice Calasso, todavía encontraron su nicho en las tierras al oeste de Ilión. Ananké, la necesidad, de quien habla tanto en Las bodas como en El ardor o en El cazador celeste, es una diosa que no tiene forma ni representación, pero es mortal. “Ananké es la serpiente que envenena incluso a los dioses.” Ananké es la mordedura de la necesidad.

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¿A quién le reza un dios?

La pregunta, en apariencia tramposa, podría remitir a Jesús en el huerto de Gethsemaní. Un dios rezándose a sí mismo. ¿No es, acaso, una de las figuras más incómodas para los creyentes? Si Dios tiene que rezar, que ofrecer una libación, entonces no es Todopoderoso. Pero el concepto de lo Todopoderoso no pertenece a las viejas religiones, ni a los misterios, ni a Eleusis ni a Deméter ni a Dioniso ni a Hera. Ninguna de estas entidades olímpicas o titánicas, ni védicas ni prevédicas, representan o han sido alguna vez, todopoderosas. La omnisciencia y la omnipotencia fueron erigidas a través de Oriente también, a partir de Ahura Mazda y, principalmente, en Atón, el dios único erigido por el faraón Akhenatón.

El dios, sin embargo, nos dice Calasso, no es omnipotente porque lo divino, Tò Theîon, siempre existe, incluso, tal vez, antes de la llegada de la oscuridad, o como parte de la oscuridad. La tarea de un dios es también la libación, el acto religioso.

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Calasso ha muerto, pero no hay nadie más a quien levantar las loas. Al menos no por ahora, y mejor así, que el rey siga dando su paseo por el reino del Dios Raptor, Hades.

La figura de Roberto Calasso, como en sus libros, representa una capacidad inmensa en cuanto a hombre-cultura, hombre-ritualista, hombre-religioso y hombre-escritor/editor. Lo que hacía él era divagar entre la literatura y la cultura escrita, el libro y la voz que permanece todavía en el aire. Por eso se le recuerda como un grandioso editor, un maestro de esta vieja y a veces poco cultivada profesión, pero también como un mitógrafo que recoge en una plenitud exorbitante de citas su conocimiento sobre Platón, Plotino, Hölderlin, los Brahmanas, los Upanisad, el Mahabharata, la Biblia, Sófocles o Nietzsche. Su obra no es una historia ni una recopilación de mitos, tampoco es una explicación, sino un acercamiento a los misterios que siempre permanecerán ocultos, que se renuevan, y deben hacerlo, con cada visita de sus oficiantes. El más grande ritualista, oficiante, sacerdote, mitógrafo, cronista y cazador de la modernidad ha muerto y, aun así, sigue aquí, con una duplicidad casi imposible, y sin embargo grata, como un misterio que jamás, por fortuna, podrá desvelarse.

 

  1. Cómo ordenar una biblioteca (Anagrama, 2021) es el más reciente título de Calasso traducido al español.

Autores
(Tlaxcala, 1988) es egresado de la licenciatura en relaciones internacionales de la Universidad Popular Autónoma del Estado de Puebla (upaep). Ha colaborado en medios físicos y digitales como Ágora, Letrarte y Momento. Parte de su obra se incluye en las antologías Seamos Insolentes (2011) y Sampler (2014). Ha sido becario del Programa de Estímulo a la Creación y Desarrollo Artístico (PECDA; 2013, 2018), del Fondo para la Cultura y las Artes (Fonca, 2016) y de Interfaz (2018). Asimismo, obtuvo el Premio Estatal Dolores Castro de Poesía 2016, el Premio Tlaxcala de Narrativa 2017 y una mención honorífica en el XXXIV Premio Nacional de Cuento Fantástico y de Ciencia Ficción (2018).