Tierra Adentro
Ilustración de Jorge Calderón

México sufre de una enfermedad silenciosa que aqueja a gran parte de la población. La dificultad para costear alimentos saludables y las bondades del gobierno con la industria de la comida chatarra han hecho que nos acostumbremos al sobrepeso y la obesidad sin saber sobre los riesgos que corre nuestra salud. En este ensayo, Tania Ruvalcaba Valdés nos comparte los resultados de sus años de experiencia como trabajadora en una primaria, a la vez que expone las razones y motivos que empresarios y supervisores escolares tienen sobre la alimentación escolar de las nuevas promociones de mexicanos.

Las imágenes para el fin del siglo, según los ecologistas en la televisión regional durante mi infancia, apuntaban a un escenario a treinta años donde todo era desolación y más desierto. El fin parecía comenzar con una larga sequía donde la gente casi agonizaba de sed, por lo que debía salir de las casas con maletas atiborradas de ropa y colchones enlazados en los techos de los carros. La vida en la ciudad terminaba con la última gota de agua que negaba toda posibilidad de sobrevivencia.

Después de estas imágenes delirantes vino la violencia social, la disgregación de lo que antes llamábamos comunidad. Siguió la influenza aviar, la cual vino a transformar mi distopía. Ahora, virus letales penetraban las paredes de las casas, avanzaban por todo el territorio nacional atacando únicamente a nuestro desgraciado país hasta las fronteras norte y sur. Era necesario prepararnos para los últimos días de nuestra normalidad y el principio del caos: usar cubrebocas, permanecer en casa evitando el contacto humano y rezando para que los mexicanos no fuéramos a desaparecer en masa de este planeta. Mientras, otras muertes avanzaban silenciosamente en la vida nacional, lejos de los reflectores: las narco mantas y todo experimento de biopoder. Así, por más de una década, las nuevas causas de muerte se han llevado a millones de mexicanos, incluyendo a varios miembros de mi familia. Hipertensión y diabetes.

 

Maestra: No llevar una alimentación adecuada, una consecuencia, ¿cuál sería?
Karina: Las consecuencias pueden ser un infarto y … ah… y ah… los de diabetes.
Jaime: Ah, ya sé. Se les para el… este… el intestino grueso.
Maestra: No, el delgado.
Francisco: Que se te para el abdomen, o sea que se les para y ¡ay!, no funciona. A mi abuelita le pasó y la llevaron al hospital.

 

Estas enfermedades se han asociado a otra epidemia que no suscita el cierre de negocios o escuelas, ni ningún otro tipo de pánico mediático: el sobrepeso y la obesidad que afectan a uno de cada tres estudiantes del nivel básico. Ambos padecimientos han crecido sostenidamente desde los años ochenta y derivan de un universo placentero fomentado por la industria alimentaria y la típica dieta mexicana: excesivo hincapié en el azúcar, sal, harina refinada y grasas. Lo último lo podemos observar tanto en nuestras alacenas y refrigeradores como en lo que llevamos de refrigerio a nuestros trabajos o escuelas. Sin embargo, muchas otras personas decidieron hace años suplantar el recetario mexicano por comida hecha en una fábrica y más cercana a lo que algunos especialistas llaman la «dieta occidental». Para cocinarla, sociedades de científicos incansablemente desarrollan productos que puedan sorprender y cautivar nuestros paladares mediante la creación de aromas y sensaciones que afecten a todos los sentidos. El éxito de esta labor nos lleva a dejar como mera curiosidad algo que había sido un hábito con profundas raíces culturales. Así, rápidamente han ido cambiando nuestras percepciones de lo que es sabroso, necesario, deseable y saludable en materia alimenticia.

 

Maestra: ¿Con qué hacemos la sopa?
Alumnos: ¡Tomate!, ¡Consomate!, ¡consomé!, ¡jitomate!, ¡tortilla! Maestra: Ya hicimos la sopa. ¿Sólo eso vamos a comer? Alumnos. ¡Tortilla!, ¡refresco!
Maestra: ¿Vamos a cenar o no vamos a cenar?
Alumnos: ¡Leche!, ¡cereal!
Maestra: ¿Qué cereal? Hay de muchos tipos.
Osvaldo: De lo que sea pero que sea All Bran. (Risas).

 

Los miles de aditivos integrados a los nuevos alimentos han transformado no sólo la composición química de nuestros cuerpos, sino también del medio ambiente y la noción que tenemos de él. Por ello, la Secretaría de Educación Pública comenzó a intervenir en este tema. De esta manera, en 2006 hizo especial hincapié en varios aspectos involucrados con la nutrición y en secundaria buscó sentar las bases para que las nuevas generaciones fueran más conocedoras de todas las dimensiones que conlleva.

 

Judith: Maestra, ¿la leche es de origen animal?
Maestra: Sí.
Judith: La azúcar, ¿a qué pertenece?
Maestra: El azúcar la sacan de la caña de azúcar, es fruta.

 

Se trató, entonces, de formar un criterio más analítico de lo que es la alimentación, apelando a lograr una generación de consumidores más consciente y saludable. Sin embargo, toda esta reflexión se estaría dando en las escuelas, uno de los puntos de venta más exitosos de la industria alimentaria. La razón es simple: en cada una de ellas hay centenares o miles de compradores hambrientos y cautivos, que juntos suman 25’939,193 estudiantes y 1’201,517 docentes (INEE) dispuestos a gastar de uno a setenta pesos diarios en golosinas, frituras, refrescos, jugos, antojitos, panes, pasteles, helados, elotes y cualquier otra cosa que la imaginación de un vendedor pueda concebir. Haciendo un paréntesis, las cifras mencionadas no incluyen al personal administrativo de las 228,205 escuelas preescolares, primarias y secundarias del territorio nacional.

 

Maestra: Antes de venir, ¿comes en tu casa? Alumnos: ¡Sí!
Brianda: Me traen en el recreo.
Maestra: ¿Compras aquí?
Alumnos: ¡Nomás papitas! ¡Y Coca!
Maestra: ¿Y por qué no lo hacen?, traer fruta. Karina: Porque me da vergüenza.
Miriam: Es que vas a estar comiendo así. Dulce: Porque te critican cómo comes. Laura: No me gusta que me vean.

 

El tamaño potencial que representan los compradores de comida chatarra es millonario y nos dice por qué el blanco de la epidemia de la obesidad son los niños y las niñas de México. Ellos enfrentan las condiciones de salud que tenían nuestros abuelos y ahora nuestros padres: enfermedades cardiovasculares, diabetes mellitus, diferentes tipos de cáncer. Para ellos queda la culpa, el estigma de verse diferentes, de no caber en los pupitres y de no ser los favoritos en educación física; también la baja calidad de vida, la negación de una infancia y de una juventud plena. A cambio, las escuelas les ofrecen nuevos productos, alimentos convenientes, «más saludables», los cuales han cambiado de etiqueta o a un envase más pequeño y además, han sido adicionados con suplementos que los hacen parecer más benignos.

 

Supervisora escolar: Ya la misma refresquera está haciendo, aparte del agua natural que les vende, agua con sabor a frutas. Están sustituyendo una cosa por otra. Nada más es cuestión de que el alumno se acostumbre a consumirla, porque están acostumbrados a consumir lo negro. Sí, aunque esté negro, negro.

 

Durante décadas, algunas voces denunciaron en la prensa el visto bueno de las autoridades oficiales a la participación de la industria alimentaria en las instituciones educativas. Sin embargo, fue en el sexenio de Felipe Calderón Hinojosa cuando Pepsico, Bimbo y Coca Cola tuvieron el reconocimiento para ingresar a las escuelas mediante el programa Vive Saludable, en el que las trasnacionales se ocuparían de enseñar lo que es la nutrición en los planteles. Para 2010 los panistas, arrepentidos, anunciaron una nueva política de Estado que pretendía paliar la iniciativa anterior. Esto significó sentar nuevas reglas para exigir la reducción de raciones y de contenidos de grasa, azúcares y sales en los productos industriales, pero ¿por qué seguir permitiendo la participación de las multinacionales?, ¿qué no eran las culpables de la epidemia?

 

Supervisora escolar: Le dan una comisión en efectivo… Pero ahora con esto de que quitaron el refresco pus esa comisión disminuyó al 50%. O sea que le dan en la torre a la escuela otra vez en cuanto a beneficios económicos.

 

Antes de los lineamientos de 2000 era común que los grandes consorcios alimentarios negociaran con las escuelas una «concesión» o bien, un derecho de exclusividad para que no entrara la competencia en el lugar. A cambio, las escuelas recibían botes de basura, pintura, equipo deportivo y dinero en efectivo que financiaba la operación de la institución. En este sentido, la industria alimentaria se convirtió en un gran subsidiario de los centros educativos y, en ocasiones, el único.

Con Vicente Fox Quesada, se estableció en su momento que las escuelas públicas debían de competir entre ellas para que las ganadoras pudieran captar recursos económicos vía el programa Escuelas de Calidad. Un sexenio y medio después podemos tomar un paseo y confirmar que sin el patrocinio de las trasnacionales se aceleró el declive de los centros educativos en cuanto a su infraestructura, mobiliario y servicio. Ahora, si alguna escuela desea comprar una escoba, trapeador o fotocopiar algún documento tendrá que conseguir sus propios recursos para financiarlo. Aquí comienza la nostalgia por la era de oro entre las escuelas y las industrias de la comida chatarra.

 

Maestra: Ahora vamos a ver bulimia y anorexia, porque son enfermedades que derivan de la obesidad. A ver, la mayoría coincidió en que eran problemas ¿psicológicos o sociales?
Alumnos: ¡Psicológicos!, ¡sociales!
Óscar: Sociales porque pueden ir al Seguro Social.
Maestra: Son psicológicos.

 

Mientras tanto, los científicos de la salud debaten sobre cuáles son las causas profundas de la obesidad y del sobrepeso, en qué dimensiones abordarlas, a quién delegar el trabajo para girar el destino de millones de mexicanos. Décadas atrás, discutimos sobre la gula, la falta de amor propio, la percepción distorsionada de la realidad, pero frente a una epidemia se debe ir a fondo y en grande. Ante la falta de resultados, la Organización Mundial de la Salud debió poner la discusión en la mesa y presionar para ver cambios trascendentales en la acción gubernamental. De ahí derivan decisiones sobre la venta de comida en las escuelas e impuestos elevados en lo que se considera chatarra, pero aún queda más por hacer que pueda impactar a las familias y sus hábitos, a las formas sedentarias de vivir en este mundo.

 

Supervisora escolar: La mamá, saliendo de la escuela, le compra al alumno productos chatarra. Entonces tenemos una lucha constante. Tenemos niños de colonias de nivel medio y medio bajo donde madres y padres trabajan pero no se ocupan de la alimentación del niño.

 

En este sentido, es necesario recalcar la relación escuela-comunidad donde ambas se permean, en este caso en los patrones de conducta alimentaria. Además del factor cultural, las familias impactan en las escuelas mediante su situación económica, es decir, su posibilidad de acceder a refrigerios perecederos o más sofisticados, a distintas cantidades y calidades en la comida. Entonces, tendríamos que voltear a ver la pobreza alimentaria, la cual también tiene efectos en la salud de los menores y que se manifiesta en la baja talla infantil que todavía afecta aproximadamente al 10% de los infantes y jóvenes en edad escolar (ENSANUT, 2006).[1]

 

Supervisora escolar: A lo mejor un alumno de la secundaria 33 sí te puede consumir un yogur o una gelatina o un jugo natural, porque así lo tienen acostumbrado en su casa, pero un alumno de la 22, un alumno de la 44 que apenas tiene para los frijolitos, ¿a poco crees que van a preferir un jugo?

 

Esto complica aún más el tratamiento que se le pueda dar a la epidemia del sobrepeso y la obesidad. Así, sumando a la cifra anterior el 30% aproximado de los menores con sobrepeso y obesidad, tenemos que el 40% de los estudiantes del país no tiene las condiciones físicas necesarias para una vida plena. En esta situación, dentro de poco tomarán las riendas de un país enfermo. Hace cuarenta años nadie imaginó que estaríamos ante este escenario. Además, gozábamos de seguridad alimentaria pues los campesinos producían todo aquello que consumíamos, ¿a quién podía preocuparle nuestro futuro? Ahora, en cambio, enfrentamos grandes retos; las siguientes cuatro décadas son turbias y la prosperidad pareciera negada.

 

 

[1] En el caso del grupo de edad de 12 a 17 años sólo se tiene información de las mujeres para 2006.


Autores
(Torreón, 1977) es socióloga y candidata a maestra en Educación por la Universidad Pedagógica Nacional. Inició su vida laboral en la enseñanza pública y desde 2007 ha documentado la alimentación escolar. Ha presentado sus investigaciones en congresos a nivel nacional e internacional y ha colaborado con el diario Milenio.