El día que ardieron las iglesias: el Black Metal y su relación con el fascismo
Hace más de una década, YouTube era un lugar maravilloso. Yo era un preadolescente en busca de una identidad, en la construcción de la persona en la que me convertiría para siempre, o al menos eso pensé en su momento. A través de esta red social, que las personas piensan más bien como una página, me fui informando sobre lo que un metalero de verdad debería ser. Mis referencias principales fueron los documentales que salían esporádicamente en MTV y VH1; desde entonces me mostré escéptico a lo que aparecía en televisión. Yo debía acudir a una fuente mucho más indiscutible en aquel entonces: el Internet.
En un momento nacionalista, fingí que me gustaba Transmetal, pues leí en todos los blogs posibles que esa era una de las pocas bandas mexicanas que había trascendido, junto con Brujería, que tampoco me encantaba, y técnicamente no era 100 % mexicana. Nada como Brasil y la poderosísima y de verdad relevante Sepultura. Escarbé y escarbé. Vi algunos documentales de bandas específicas como Pantera y Metallica. Pero fue el boca a boca el que me llevó a ver por primera vez Metal: A Headbanger’s Journey. Unos amigos que empezaban a tocar la guitarra me preguntaron que si no había visto “El viaje de un metalero”. Dije que no y mi respuesta tuvo un impacto en sus caras. Querían que viera el documental, querían que todo el mundo lo viera. “Está en el Youtú”, agregaron.
La búsqueda en YouTube lanzó, en primer lugar, los ya omnipresentes videos con subtítulos en portugués: legendado. Después llegué a los subtitulados en español. Estaban separados de forma inconveniente en unas 7 u 8 partes, y la calidad era menor a los 360p. Completamente inaceptable hoy en día. Pero los vi todos y al siguiente día los volví a ver y a la semana. Actualmente veo algunos fragmentos de vez en cuando. Me marcó profundamente. En primer lugar, hablaba del metal, de las figuras que me interesaba seguir y emular. En segundo plano, y no menos importante, el director y antropólogo Sam Dunn se proponía entender lo que representaba ser un metalero. Comprender una cultura, subcultura, agrupación humana o como se quiera llamar.
Además de los aspectos históricos del metal, Sam Dunn habla de los estereotipos y del pánico moral que este causó en los ochentas. Una parte de esa historia irremediablemente nos lleva a Europa. A Noruega. Y a ese talón de Aquiles en la argumentación que todo metalero tendría contra sus familiares religiosos. En efecto, existieron grupos cuyos miembros realizaron actos vandálicos y que cometieron crímenes de odio. No podemos negarlo. Y eso, cuando uno tiene 13 años, puede ser terreno para una reflexión.
Tomé una distancia importante con el Black Metal, especialmente después de tener el conocimiento de los sucesos en Noruega, que resumiré para las personas que no estén familiarizadas con la historia: a partir de 1992, los miembros de un grupo pequeño de músicos y allegados a la escena del Black Metal en Noruega iniciaron una serie de incendios a iglesias cristianas antiguas; estos hechos, a pesar de que algunos miembros fueron detenidos, siguieron hasta 1996 debido al efecto Streisand, pues los medios de comunicación amplificaron la nota con un sensacionalismo tal que afirmaron que los incendios eran de inspiración satánica.
La supuesta inspiración satánica no fue algo nuevo para el metal, que desde sus inicios fue relacionado con el diablo, el paganismo y otra serie de creencias que rayaban en el folclore local de diversos países. No obstante, el organizador de los incendios, el famosísimo Varg Vikernes, ha declarado en Until The Light Takes Us (documental de 2009) y Lords of Chaos (libro de 1997) que su móvil ideológico no era en relación con Satán.
Vikernes tenía una idea de que el mundo en el que crecía estaba cambiando para mal, y vio en la apertura económica de la globalización y en la tradición cristiana un punto de ataque. En relación al primer punto, esto se parece mucho a la ideología de extrema derecha actual, con la diferencia de que esta, por lo general, es de un cristianismo recalcitrante.
Jesús María Bedoya, además de ser un gran amigo, es una de las personas más enviciadas por el metal que yo conozca. Organizaba un festival de metal en su natal Costa Rica y enfrentaba al juicio católico local de diferentes formas. De él fue que obtuve claridad sobre un punto importante. Estaba tentado a decir que lo ocurrido en Noruega, y con una vertiente de bandas de Black Metal en la actualidad, era una respuesta al neoliberalismo como forma de ordenar el mundo.
Para mí, el EZLN, la quema de iglesias en Noruega, y los atentados del 9/11, tienen puntos esenciales en común, como la vuelta a la tradición. Entre estas, sin duda, podemos establecer muchísimas diferencias, pero el zeitgeist de la época estaba marcado por un triunfo de la democracia liberal, la propaganda yankee y las ideas de la globalización como un modelo infalible. Ante este aparente “fin de la historia”, una serie de movimientos reclamaron su derecho a ser diferentes y organizarse a su manera. No necesariamente surgieron sólo de un ala del espectro ideológico.
Con esto en mente, mi amigo hizo una observación importante, y es que era más correcto hablar de una oposición desde el neoconservadurismo, eso deja fuera a los movimientos armados de izquierda, y seguimos con las derechas. Esto último tampoco debería sorprender, pues a lo largo de la historia del Black han surgido bandas con tintes Neonazis que promueven un mensaje de odio hacia el islam, el cristianismo y el judaísmo. Aunque no estaba abanderado por las ideas nacional socialistas (al menos al inicio), el mensaje primordial de Varg Vikernes era eso. Su pasado vikingo, la gloria de Escandinavia y el supuesto deterioro que les llevó el cristianismo. Apelaba a hombres fuertes, a un carácter duro, relacionado a la región que habitaron años antes de la llegada de otras religiones.
Ahora, trato de ponerme en los zapatos de un joven que llega a discursos de extrema derecha hoy en día. Sin duda, la impresión de un grupo de metaleros quemando iglesias (por el motivo que sea) será sumamente atractivo y acorde con el espíritu transgresor y confrontativo que tienen los adolescentes. Este aspecto en particular tuvo reacciones inesperadas, desde los jóvenes noruegos que imitaron lo realizado por los miembros del Inner Circle, hasta la reapropiación del espíritu anticristiano a través de otros discursos, como el decolonial, que se puede apreciar en la música de Pan-Amerikan Native Front1 o una reinterpretación de la gloria de tiempos pasados, a cargo de Blackbraid.2 Esto último da cuenta de que, a veces, el impacto de la música en sí misma puede ser mucho más profundo e intangible que el del mensaje que lleva.
En algunos casos, el aspecto satánico sigue siendo teatral, pero la actitud, al menos eurocéntrica, no lo es. Hay una infinidad de bandas de Black Metal con mensajes de odio que continúan teniendo apoyo de una parte importante de la escena, sobre todo la europea, aunque en México ha habido un par de escándalos que a veces provienen más de la parte supuestamente satánica que de los mensajes de racismo y la homofobia (la lógica es más o menos que en México contra lo que sea, pero con la religión NO).
Como todo subgénero del metal, o simplemente como una expresión musical, el Black Metal es amplio. Se divide en categorías que sólo un obsesivo podría seguir con precisión. Le ha quedado una mancha: la de la relación con el supremacismo blanco, la de la indulgencia con las ideas Nazis y con discursos de odio que se adaptan a diferentes regiones del planeta.
Por fortuna, siempre habrá un grupo de personas que ponga más atención a la música que a la letra, a la estructura armónica que a los principios ideológicos de las bandas. Hay, como en todo, un grupo dispuesto a darle un nuevo significado a la música que los apasiona, dejando de lado la idolatría de figuras que los medios se dedicaron a engrandecer de forma inconsciente.