El cisne y el cuaderno: avatares de Björk en 2015
La retrospectiva de Björk que presenta este año el Museo de Arte Moderno de Nueva York ha dado críticas negativas que dicen que esta exposición es parte de una estrategia mercadotécnica perteneciente a una serie de exhibiciones relacionadas con el mundo de Hollywood y la música pop que han surgido en museos de todo el mundo, y van desde los atuendos de Bowie hasta los dibujos de Tim Burton y las pinturas de Marilyn Manson. Dejemos la pregunta de si un museo debe o puede ser un lugar pertinente para este tipo de espectáculos y asumamos que esta exposición es eso. Como tal, poco tienen que hacer ahí quienes no gusten de la música de Björk. Pero también es debatible si cumple o no con las expectativas de un fanático.
Cuando tenía nueve años vi por primera vez el video de «Hunter», en el que una Björk calva se convierte por momentos en un oso. Por días no pude sacarme de la mente esa canción y esas imágenes que me aterraban y fascinaban a la vez. Desde entonces seguí los pasos de Björk. Dieciocho años más tarde, en el MoMa, era difícil no entusiasmarme frente a ciertos objetos–fetiche. Emocionan los instrumentos extraños que ha utilizado para grabar sus discos, o sus cuadernos, donde, por ejemplo, vemos un poema de Fyodor Tyutchev que se convertiría en la letra de «Dull Flame of Desire». Este tipo de objetos tienen un aura distinta a la de los disfraces y pelucas. La sensación que causan va más allá del «Björk tocó eso». Las partituras, notas e instrumentos apuntan a que algo pasó ahí. Son huellas de un proceso creativo y no el producto acabado o la decoración final.
La exposición está dividida en tres partes. La primera es una sala de cine donde se proyectan todos los videos musicales de Björk. Además del extraordinario trabajo de colaboración que la cantante ha realizado con distintos directores durante su trayectoria, la experiencia de ver los videos en orden cronológico tiene un sentido distinto para los seguidores. Quien ha visto los videos más de una vez, y ha escuchado las canciones muchas más, probablemente relacione algunos videos con ciertos momentos de su vida. Sucede así con artistas que tienen carreras muy largas y seguidores obsesivos: su evolución corre en paralelo con la nuestra. Visitar una retrospectiva de este tipo es parecido a abrir un álbum fotográfico. Algunas canciones o videos que teníamos olvidados activan recuerdos insospechados en la memoria.
La segunda parte de la exposición es una sala donde se presenta el video que el MoMa comisionó a Björk para el sencillo «Black Lake», de su nuevo disco, Vulnicura (palabra que significa «cura para heridas»). El video hace justicia a la devastadora canción. En él vuelve a los paisajes islandeses, esta vez uno oscuro y lleno de grietas, acorde con el tema de la canción.
Por último, el público asiste a una serie de salas dedicadas a los discos de Björk, también en orden cronológico. En cada una encontramos fotos, cuadernos y parafernalia de los conciertos y videos: vestidos, pelucas, disfraces y los robots del bellísimo video que Chris Cunningham hizo para «All Is Full of Love». A los visitantes se les entrega una audioguía en la que se escucha un texto del escritor islandés Sjón en el que se narra la vida de Björk, de álbum en álbum. El problema con la audioguía es que está escrita a modo de cuento folclórico. Los discos y la vida de la cantante se cuentan como se contaría un relato infantil. Parte de lo que molesta es el exotismo con el que se narra la historia. Cuando Björk hizo la portada de Homogenic, en la que parece un robot japonés, buscaba alejarse del estereotipo en el que se la comenzaba a encasillar, el de la escandinava exótica, una especie de elfo nórdico. La audioguía vuelve a ese tenor, a ese registro que tiene algo del realismo mágico.
El segundo problema de la audioguía es el tono de superación personal. Björk aparece como una joven que deja su pequeña isla y se va a tener aventuras por el mundo. Primero se enfrenta a la gran ciudad y ahí comienza un proceso de autodescubrimiento (Debut y Post). A continuación descubre el amor y después la maternidad (Homogenic y Vespertine), después de nuevo el amor y luego más maternidad (Medúlla). Ya que ha explorado lo suficiente esos aspectos de la vida, se comienza a interesar por causas sociales y el medio ambiente (Volta), y cuando esto ya también la aburre decide conquistar el universo entero (Biophilia). Es una historia bastante predecible y aburrida, que va de lo individual a lo cósmico y de la felicidad a la felicidad.
Biophilia es el disco que menos me gusta de Björk. Sentí que había llevado demasiado lejos su afán experimental. El ímpetu que la caracteriza y que la hizo inventar nuevos instrumentos, colaborar con músicos de todo el mundo y componer Medúlla partiendo de la voz, se convirtió en un conjunto de componentes digitales complicadísimos, de aplicaciones y páginas web. Björk parecía haberse olvidado de que lo mejor que tiene no son los disfraces, ni su rostro exótico, ni los videos, ni las colaboraciones. Todo eso no serviría de nada sin su voz.
La exposición del MoMa también parece olvidarlo. No explica nada del contexto musical en el que creció Björk, de sus antecedentes en los Sugar Cubes, de la influencia de la música de su país ni de las posteriores influencias musicales en su obra. Este contexto enriquecería la apreciación de su música y de sus logros. Hace falta para tener una perspectiva más compleja de su obra.
El video de «Black Lake» está separado de la narrativa general, de esta historia de triunfos, y en la exposición no se dice nada más del nuevo disco. Esto me parece una verdadera lástima, porque creo que Vulnicura da cuenta de uno de los momentos más interesantes de la vida de Björk.
Vulnicura es un disco sobre el desamor. Lo compuso hace un par de años, cuando se divorció del artista Matthew Barney. Cualquiera diría que después de hacer un disco sobre el universo, uno sobre desamor sería mucho más sencillo. Quizá porque es un tema que se ha tratado de todas las formas posibles es más complicado de abordar. A Björk todavía le cuesta trabajo hablar de ello; llora cada vez que da una entrevista al respecto. El disco retrata el proceso de divorcio a la manera de un diario. El folleto señala, para cada canción, a qué momento de la ruptura se refiere, cuánto tiempo antes o después de la separación. Las letras son muy específicas respecto a los problemas del matrimonio y respecto a los sentimientos de Björk en cada fase del duelo. El disco parte de dos elementos, voz y cuerdas. Las canciones, dice la cantante, no podían ser bailables, tenían que ser un poco caóticas y oscuras.
Vulnicura es un momento clave que no encaja con el cuento de hadas de la audioguía del MoMa: cuando la pequeña escandinava se enfrenta al desastre amoroso, y al problema de cantarlo.
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28 de marzo en Nueva York. La primavera entró hace una semana pero no se ve por ningún lado. Hoy volvió a nevar. Björk entra al escenario del New York City Center con un atuendo que recuerda al clima. Está vestida de blanco y trae puesta una máscara de picos transparentes, como carámbanos. En una entrevista Björk dice que le gusta esa máscara porque tiene algo de halo de santo, y le interesa la santidad, en particular vinculada con el perdón. Es cierto que Vulnicura es un disco de desesperanza y dolor, pero también es un disco de perdón.
Sobre el escenario hay un conjunto de cuerdas, un joven tras la batería y otro tras los sintetizadores, Alejandro Ghersi (Arca), con quien Björk produjo este último disco. Todos los músicos en el escenario son jóvenes. Hay que reconocerle a Björk, quien ya va para los cincuenta, que no tiene miedo de compartir y aprender de las nuevas generaciones.
Comienza el concierto y va recorriendo Vulnicura en orden, con las canciones de desamor por delante. Björk no da espacio a indiferencias: hay quien la ama y quien la odia. Quizá se deba a su voz. Es casi incomprensible cómo una voz así de enorme puede provenir de alguien tan pequeño. Ella no puede ser ignorada, oblitera todo a su alrededor. Se agradece por eso que las pantallas transmitan visuales muy sencillos y abstractos, que casi nada en el escenario distraiga de la música.
Transcurre la primera mitad del concierto y Björk cambia de atuendo. Regresa con un vestido morado y sin máscara. En las pantallas aparecen videos de insectos: arañas y caracoles. La segunda mitad del disco corresponde a esta segunda parte del concierto, donde sigue expresándose el conflicto del duelo pero ahora en etapas posteriores al rompimiento. Por momentos, las letras suenan optimistas («healed by atom dance»), aunque Björk dice que este aparente optimismo era para convencerse a sí misma y no indica en ningún momento que lo haya logrado. La penúltima canción, «Mouth Mantra», habla de una voz rota después del colapso. Y la última canción, «Quicksand», cierra el disco con una paradoja que hace referencia al poder creativo de la tristeza: «When I’m broken I am whole, and when I’m whole I’m broken».
Sin embargo, al final del concierto del 28 de marzo, Björk incluyó un par de canciones de discos anteriores, relacionadas con el perdón y la liberación. Una de ellas fue «The Pleasure is All Mine», de Medúlla, cuya letra dice «The pleasure is all mine to finally let go… When in doubt give». El concierto concluyó con un tema de Volta, «Wanderlust», que Björk compuso cuando vivía en un barco, y que habla del deseo de dejar atrás la comodidad de la ciudad e ir en busca de la naturaleza, hacia lo desconocido. Habla de perder el centro y de las posibilidades del desequilibrio y la incertidumbre. Wanderlust, esa palabra hermosísima e intraducible, expresa el anhelo por el viaje, las ansias de vida que, a pesar de todo, sobreviven en la voz de Björk.