Diez de octubre, 2010: disolución de las Antillas Neerlandesas
Invitar oficialmente a las Antillas Neerlandesas a un evento sobre voces del caribe debería ser simple: encuentras al funcionario correspondiente y le envías la invitación. Pero cuando Alberto, director del Instituto Cervantes en Utrecht, le hizo esa pregunta por quinta vez, mi colega Ellen-Petra supo que necesitaría, otra vez, explicar lo inexplicable. “No es tan sencillo”, comenzó, “puedes invitar a los ministros plenipotenciarios de Aruba, Curaçao y San Martín… pero no hay nadie de Bonaire, Saba o San Eustaquio, porque son municipios especiales de los Países Bajos”. Alberto la miraba desconcertado: “pleni ¿qué?”. Ellen-Petra, lingüista que del español había pasado a interesarse por las lenguas en contacto como el papiamento, suspiró con una sonrisa: “Siempre que doy una presentación sobre el papiamento tengo que usar al menos quince minutos para explicar la tan compleja situación política de las Antillas Neerlandesas”.
Y así fue. Mientras Ellen-Petra desplegaba el mapa invisible de ese Caribe fragmentado (seis islas, cuatro estatus políticos diferentes, tres lenguas oficiales en distintas combinaciones, sin contar las lenguas en contacto), yo observaba cómo Alberto pasaba de la confusión al asombro. A su lado, una becaria de Maastricht que nos ayudaría con el evento tomaba notas con diligencia. Al final de la explicación, nos confesó sorprendida que había aprendido más sobre el Caribe neerlandés en esos minutos que en toda su vida en los Países Bajos. Porque lo que empezó como una simple pregunta protocolaria terminó revelando algo mucho más profundo: la imposibilidad de hablar del papiamento sin hablar de colonialismo, de identidad fracturada, de un pasado colonial común que el presente político ha fragmentado.
Esa misma tarde, Alberto nos entregó orgulloso el folleto para promocionar Voces del Caribe. Lo examinamos con curiosidad. Ahí estaban triunfantes las islas que los españoles perdieron: Cuba, Puerto Rico, República Dominicana. Islas grandes, con sus siluetas, protagónicas en el mapa que algún diseñador había creado, asumiendo que el Caribe es eso. El Caribe hispanohablante, todo el espacio visual. Es cierto, estábamos en el Instituto Cervantes, pero si el centro de la celebración es el papiamento, ¿dónde estaban las protagonistas del evento? A lo mucho, se intuían imaginariamente las siluetas de Jamaica o Trinidad y Tobago, que en el mapa mental del mundo hispanohablante del lado latinoamericano existen sobre todo por el fútbol, por la CONCACAF, por esa geografía deportiva que en México todos conocemos. Pero el Caribe neerlandés era el gran ausente. Las islas ABC, las verdaderas protagonistas del evento, no aparecían ni como puntitos.
Estuvimos examinando el panfleto en silencio durante unos minutos, revisando cada detalle ausente. Hasta que Ellen-Petra y yo intercambiamos una mirada. No había malicia en esa ausencia, solo la evidencia cartográfica de un problema político: las islas neerlandesas no existen en el imaginario del Caribe, mucho menos en uno diseñado desde la perspectiva del Instituto Cervantes. Darle una figura visible a Aruba, Bonaire, Curaçao, Saba, San Eustaquio y San Martín en un mapa no era solo un reto de diseño. Era un acto de voluntad, casi de resistencia (y esa es precisamente la tarea que Alberto se propuso al impulsar la organización de un evento así, en Utrecht). Estas islas, demasiado pequeñas para la escala del diseño, demasiado complejas para el protocolo, demasiado criollas para las categorías lingüísticas establecidas, solo aparecen cuando alguien decide, explícitamente, buscarlas.
Esa tarde, mientras observábamos el mapa sin sus islas, Ellen-Petra me explicó cómo habíamos llegado hasta aquí. Porque la invisibilidad de las Antillas Neerlandesas no es accidental.
∗∗∗
Es una historia fragmentada pero siempre definida por otros. Antes de la disolución de las Antillas Neerlandesas, antes de que las maquillaran como partes ultramarinas del Estado, en 1922, o como territorios, en 1937, antes de la Carta de 1954, antes de tener un poco de autonomía, eran, simplemente, colonias.
La Segunda Guerra Mundial marca el comienzo, otro comienzo. Luego de la guerra, las cosas ya no podían ser igual y la decolonización neerlandesa fue tomando forma, en parte, por seguir la línea de las otras potencias metropolitanas y sus colonias alrededor del mundo. Pero, sobre todo, el proceso de decolonización del Caribe neerlandés tuvo más que ver con las otras colonias, las otras islas, las Indias Orientales. Los territorios de lo que hoy es casi todo el archipiélago de Indonesia, que eran colonia de los Países Bajos, vieron surgir un movimiento independentista muy fuerte desde inicios del siglo XX. En las colonias del occidente, el Caribe neerlandés y Surinam, los movimientos no tomaron tanto impulso, tan lejos de la guerra que se luchó en múltiples frentes de Europa y Asia,1 siempre distantes. El gobierno de los Países Bajos decidió darle cierta medida de autonomía a todos sus súbditos coloniales, pero para los territorios en Indonesia esta decisión llegó demasiado tarde: en agosto de 1945, los nacionalistas proclamaron la independencia. Cuatro años después, en 1949, el poder colonial se vio forzado a transferirle la soberanía a la nueva República.2
Como todo en el gobierno neerlandés sucede demasiado tarde y a paso de tortuga (siempre hacen falta consensos), no fue sino hasta cinco años después que se vio reflejada en un documento la famosa promesa de autonomía, esa política que ya había fracasado y que no logró cumplir su función: que Indonesia se mantuviera como parte fiel del Reino. Y, sin embargo, una política otra vez diseñada para otra región fue implementada para definir el estatus de las Indias Occidentales (en ese entonces, las Antillas Neerlandesas y Surinam) bajo el estatuto de 1954 o la Carta del Reino de los Países Bajos de 1954.3
La importancia de Indonesia estuvo siempre en contraste con la insignificancia económica de los territorios del Caribe neerlandés. Luego de la pérdida de Indonesia, la melancolía atrapó los deseos coloniales del Reino y, para el gobierno de La Haya, el Caribe no tuvo a partir de entonces realmente casi ninguna relevancia, se vio relegado a un ultimísimo plano. El mensaje implícito era claro: si eres lo suficientemente grande, lo suficientemente rentable, lo suficientemente rebelde, mereces atención. Las islas del Caribe no eran ninguna de esas cosas. Esto no quiere decir que no hubiera cierto interés: lo suficiente para mantener la relación y el estatus de dependencia activos. La relación desigual entre las colonias y su supuesta falta de valor económico marcó, desde siempre, la relación ambivalente del Reino con estas islas invisibles. Invisibles, pero de gigantes.
∗∗∗
La Carta de 1954 ha permanecido casi inalterada como la actual Constitución del Reino, hasta que Surinam se retiró del Reino en 1975 y la primera de las islas antillanas en buscar más autonomía, Aruba, se convirtió en una nación separada dentro del Reino en 1986.
Desde 1954 y hasta 2010, hubo un ministro plenipotenciario de las Antillas Neerlandesas, que era el representante de las seis Antillas en el Consejo de Ministros del Reino de los Países Bajos, con excepción de Aruba que desde 1986 tiene su propio ministro plenipotenciario. La Casa de las Antillas4 (Antillenhuis), en Badhuisweg 173 y 175 en la Haya, era el corazón de los representantes, pero el modesto espacio de dos pisos, que se tuvo que renovar para poder tener oficinas, muestra el vetusto olvido en el que la administración tenía a las Antillas.
Era y es una relación inevitablemente desigual. La complejidad del sistema era, y sigue siendo, casi kafkiana. Tanto, que requeriría un ensayo larguísimo para poder explicar el sistema, que aquí solo resumiré. A partir de 1954, había tres niveles del Reino (el gobierno del Reino de los Países Bajos, el gobierno de las Antillas Neerlandesas y el de Surinam), el soberano (la reina o el rey) era jefe de Estado del Reino, y había un Consejo de Ministros formado por los ministros de los Países Bajos y los ministros plenipotenciarios de las Antillas y Surinam. A su vez, el gobernador general era el representante del Reino de los Países Bajos en las Antillas.
La sede del gobierno central de las islas estaba en Curaçao y había un parlamento de 22 miembros que se elegían por medio de votación proporcional, según la población de cada isla. Cada isla tenía también su propio gobernador, cuerpo legislativo y consejo, y tenía el derecho a tener su propio gobierno, moneda, política educativa y leyes, a excepción de cualquier asunto exterior o militar. Los habitantes de las Antillas son oficialmente ciudadanos neerlandeses.
Ante las peticiones por mayor autonomía, en la década de 1960 el gobierno de los Países Bajos se mostró reacio y se desataron una serie de disturbios violentos en Curaçao, el 30 de mayo de 1969, que marcaron el inicio de una nueva era. Fue resultado de una huelga de empleados de la refinería Isla de la Shell, en Curaçao, que comenzó como una negociación por salarios justos y que eventualmente se volvió una revuelta popular, dada la desigualdad económica y social en la que vivía la mayoría de la población negra de la isla (incluyendo la prohibición del papiamento como lengua en el parlamento de las Antillas Neerlandesas, pese a ser la lengua más hablada en las islas ABC). Después del Trinta di mei,el gobierno neerlandés cambió de manera repentina su postura con respecto a la búsqueda de independencia para sus territorios en América. En contra de las posturas críticas que decían que los Países Bajos estaban aprovechándose económicamente del Caribe, el entonces ministro Bakker dijo: “del lado neerlandés, millones de florines se destinan anualmente a las Antillas y Surinam. A la luz de esto sería preferible hoy antes que mañana que los Países Bajos se deshicieran de las Antillas y Surinam”. Dentro de la política antillana la conciencia de esto pesó fuerte. Aunque la opción de independencia política no era popular, como resultado de esta turbulencia racial, social y económica, Surinam sí se independizó en 1975.5 Con ello, la ecuación del Reino se redujo a dos: los Países Bajos y las Antillas Neerlandesas. O, mejor dicho: los Países Bajos y ese archipiélago que querían olvidar, pero no podían soltar.
∗∗∗
Tardaría una década más en llegar un nuevo cisma: en 1986 el gobierno de los Países Bajos y el gobierno de las Antillas le permitieron a Aruba separarse del Estado antillano. El primer ministro antillano, Juancho Evertsz, lo resumió con una paradoja matemática: en política caribeña, seis menos uno igual a cero. Tenía razón. Así nació el estatus aparte que le dio a Aruba independencia del resto de las Antillas, particularmente importante por las tensiones entre Curaçao y Aruba, y por la reivindicación cada vez más intensa de los movimientos independentistas arubeños. En teoría, 10 años más tarde se le daría a Aruba la soberanía completa, promoviendo efectivamente la independencia, pero en esos 10 años cambió todo, y aunque Aruba logró su cometido de separarse del resto de las Antillas, decidió finalmente no independizarse enteramente, sino seguir siendo parte del Reino. Diez años de espera para una independencia que nunca llegó: la promesa como estrategia política divisiva que se disuelve en el aire caribeño. En 1996, Aruba obtuvo su estatus permanente como país, pero forma todavía parte del Reino de los Países Bajos. La ecuación de Evertsz había comenzado a resolverse.
Con el pretexto del aniversario 50 de la promulgación de la Carta de 1954, en el 2004 se estableció un grupo para analizar la estructura constitucional del Reino de los Países Bajos y recomendar posibles modificaciones. Un aniversario redondo, una comisión, recomendaciones: el ritual burocrático en su máxima expresión. Como preparación para este proceso, entre el 2000 y 2005, se llevaron a cabo una serie de referendos en todas las Antillas Neerlandesas. En el 2000, la isla de Sint Maarten (la parte sur de esta isla, dividida entre una colectividad francesa de ultramar, Saint-Martin, y la parte sur que forma parte del Reino de los Países Bajos) votó por la preferencia de tener un estatus aparte, como el de Aruba. En septiembre del 2004, poco más de la mitad de la población de Bonaire votó por mantener lazos directos con la metrópoli. La isla de Saba votó a favor de lo mismo, ese mismo año. La población de Curaçao votó en el 2005 por tener un estatus aparte y, el mismo día, la pequeña población de San Eustaquio eligió tener un nuevo estilo de gobierno Antillano.
Seis islas, seis referendos, seis decisiones distintas. Cada una eligió su propio camino porque, en realidad, se trata de realidades profundamente diferentes: Bonaire con sus 21 000 habitantes no podía aspirar a lo mismo que Curaçao, con sus 150 000; las islas de habla inglesa no viven la identidad lingüística igual que las islas en las que se habla papiamento. Pero esta diversidad legítima produce un resultado inesperado: la imposibilidad de hablar de las Antillas Neerlandesas como un conjunto coherente. La diversidad, la riqueza, se convirtió en fragmentación política. Aunque la fragmentación no fue impuesta desde arriba, sino que es un resultado geográfico, cultural e histórico, el efecto político fue el mismo: los puntitos del mapa se separaron aún más. Seis menos uno, ahora seis menos tres, más tres en uno.
Lo que siguió fue el resultado inevitable de esa fragmentación. El resultado de la recomendación de la comisión fue el siguiente: las islas de Sint Maarten y Curaçao tendrían un nuevo estatus como países dentro del Reino, mientras que Bonaire, Saba y San Eustaquio se volverían islas que forman parte directa del Reino, es decir, son territorios comparables a una municipalidad neerlandesa y tienen una ordenanza de municipalidad especial (bijzondere gemeenten) dentro de los Países Bajos. Esto significa que aunque hay un consejo municipal y un concejal, la ley neerlandesa tiene una validez directa en las islas.
La confusión de Alberto aquella tarde en Utrecht no era excepcional. Intentar explicarle esto a cualquiera, fuera o dentro de los Países Bajos, es como describir un sistema de gobierno diseñado por Borges: técnicamente coherente, prácticamente ininteligible. Municipalidad especial, estatus aparte, países dentro del Reino. Cada término es un eufemismo burocrático que intenta meter realidades caribeñas en moldes administrativos europeos. Y esto sin contar todavía con la complejidad del estatus de las ahora municipalidades o países dentro de la Unión Europea,7
Fue el 10 octubre de 2010 cuando todo el proceso se consolidó y las reformas al estatuto del Reino de los Países Bajos se hicieron efectivas. Una fecha perfecta, casi de marketing político: 10/10/10. Como si ponerle un número memorable pudiera compensar el hecho de que la mayoría del mundo, y buena parte de los Países Bajos, ni siquiera registró que ese día algo cambió en el Caribe.
∗∗∗
Ya pasaron años desde que escribimos Curaçao, costa de cemento, pueblo de prisión. Mientras tanto, me mudé de Estados Unidos a los Países Bajos, mi holandés va mejorando, y con ello entiendo cada vez mejor los documentos oficiales, la estructura del Reino, los términos legales. Tengo acceso a muchísimos más libros acerca de la región. Y voy siendo testigo del gran nacimiento de la literatura en papiamento, sobre todo en el ámbito de la poesía. Paradójicamente, con todo esto, aumenta mi asombro e incomprensión del Caribe neerlandés. Porque dominar la lengua de la colonia no me acerca a entender el territorio de mis afectos, sino que me revela con más claridad ese bijzonder laboratorio que es el Caribe en general.
Aquella tarde en el Instituto Cervantes, viendo el folleto sin islas, escuchando a Ellen-Petra explicar por quinta vez lo inexplicable, entendí que mi confusión no era única. Alberto tampoco podía comprender cómo invitar oficialmente a los ministros de Aruba o de Curaçao. La becaria de Maastricht descubrió que su país tenía municipios en el Caribe. Todos compartíamos la misma perplejidad ante un sistema diseñado, aparentemente, para no ser comprendido.
Cuando Voces del Caribe finalmente suceda el 28 de noviembre, imagino que algo cambiará, aunque sea por un día. Las islas que no aparecen en los mapas hispanos llenarán una sala en Utrecht, en el corazón del hispanismo. El papiamento resonará en el Instituto Cervantes. Poetas de Curaçao, Aruba y Bonaire leerán en su lengua, esa lengua que durante tanto tiempo estuvo prohibida en el parlamento antillano. La fragmentación política no podrá contra la unidad de las voces.
Tal vez entonces, Alberto entienda por fin lo de los ministros plenipotenciarios. O tal vez la confusión sea parte de lo que mantiene esa intriga que nos deja con deseos de más, de saber, de comprender algo tan intrincado. Al menos, sabrá más sobre el Caribe neerlandés que 90 % de los neerlandeses. Incluir al Caribe holandés, en este sentido, es un acto de resistencia cartográfica. Un recordatorio de que el Caribe también existe, incluso cuando los mapas lo borran, incluso cuando nadie sabe a quién invitar oficialmente, incluso cuando los folletos olvidan dibujarlo. Estas islas, territorio de mis afectos, bijzonder en todos los sentidos, solo aparecen cuando alguien decide, explícitamente, buscarlas. Las buscaremos, así como tú las has encontrado aquí, en este texto.
- Aunque, en realidad, las islas neerlandesas, como parte del Reino, estuvieron involucradas también indirecta y directamente en la Segunda Guerra Mundial. En Bonaire se instauró una prisión política de alemanes y holandeses que se consideraban peligrosos para el Estado. A su vez, los americanos e ingleses se abastecían de petróleo y los productos derivados en Curaçao y, dada esta presencia, hubo bombardeos de parte de submarinos alemanes, lo que causó algunos daños. Fue la época de oro de las refinerías de Aruba y Curaçao, y en consecuencia hubo también mucha inmigración y movimiento en los puertos.
- Luego de que los aliados liberaron a las Indias Orientales del poder militar de los japoneses, el revolucionario local Sukarno proclamó la independencia el 17 de agosto de 1945. Los Países Bajos esperaban restaurar su dominio militar y administrativo para reformar las relaciones y se negaron a reconocer la independencia.
- Ver Gert Oostindie e Inge Klinkers, Decolonising the Caribbean: Dutch Policies in a Comparative perspective, Amsterdam, Amsterdam University Press, 2003.
- Pude encontrar que hasta el 2022 el pago del mantenimiento de la vieja Casa de las Antillas ha sido un motivo de debate público, porque el dueño de la casa es ahora el gobierno de Curaçao, pero que tiene su propia Casa en el centro de la Haya, la Curaçaohuis. Ver la noticia aquí en neerlandés.
- Gert Oostindie e Inge Klinkers, Decolonising the Caribbean: Dutch Policies in a Comparative perspective, Amsterdam, Amsterdam University Press, 2003, p. 91.
- Las islas de Aruba, Curaçao y Sint Maarten son ahora “países y territorios de ultramar” asociados a la Unión Europea, mientras que Bonaire, San Eustaquio y Saba son técnicamente parte de los Países Bajos y por lo tanto de la Unión Europea, pero con un estatus especial que las excluye de ciertas regulaciones./efn_note] o el asunto intrincado de las monedas locales.6Bonaire adoptó el dólar estadounidense como moneda oficial (a pesar de ser municipio neerlandés), y también Saba y San Eustaquio usan el dólar. Aruba tiene su propio florín arubeño. Curaçao y Sint Maarten usaban hasta este año el florín antillano, pero el 31 de marzo de 2025 se introdujo oficialmente el florín caribeño. Durante los referendos también se rechazó el uso del euro en las islas.




