Tierra Adentro
Portada de "Agosto", Rubem Fonseca. Editorial Nova Fronteira, 2010.
Portada de “Agosto”, Rubem Fonseca. Editorial Nova Fronteira, 2010.

He contado alguna vez cómo me sumergí en el género negro. No es cuestión de volver siempre a lo mismo, pero un día de soledad, un kiosko y una nueva colección de novela policíaca en un dos por uno, crearon afición.

Y comencé, no quedaba otra, por el primer número: Cosecha roja.

Desde aquel momento, la investigación y el descubrimiento de nuevos autores fue un continuo ejercicio gimnástico a realizar en librerías (no existía, aún, internet).

Las visitas a la Semana Negra de Gijón aumentaban lo guardado en la caja de caudales y el conocimiento, en persona, de los mismísimos y admirados creadores permitía ensanchar la influencia que estos ejercían sobre mi persona. Y así, en una nueva colección, surgida por entonces, de nuestro género favorito y dirigida por el jefe Taibo, encontré, apoyada en una estantería, la novela Agosto, de un tal Rubem Fonseca. Como las recomendaciones de PIT II nunca caían en saco roto, la novela abandonó la librería en mis brazos.

Efectivamente, la novela de Fonseca era una novela de género negro, y aparecían policías y otras gentes, pero no estaba definida claramente la línea que separaba a los antagonistas.

Era una novela original. Bella. Y perturbadora. Me chocó la utilización de un vocabulario que no había encontrado, hasta entonces, en el género. Y eso era lo que me perturbaba. Un lenguaje de la calle, mucho más duro que lo que había leído hasta ahora y mucho más grosero.

Además, la novela no terminaba bien. Se encontraba muy lejos de la tendencia whodunit. El arranque de las novelas de Fonsec (esta y otras posteriores que leí y guardé) produce una alteración en el estado de las cosas. La trama tratará de reponerlo, de llevarlo a su estado inicial y, aunque lo consiga, o lo intente, ni los protagonistas ni el lector serán los mismos en el punto final de la novela.

Me encontraba en el punto indicado por un par de escritores que admiro: la novela policial es reaccionaria porque quiere reconstruir el estado alterado por el crimen, volver al punto inicial, como si no pasara nada en absoluto.

El pasado policial de Fonseca está presente en todos sus escritos (o casi todos). Las fuerzas del orden se enfrentarán a los delincuentes, que son perdedores de por sí, antes y después. Y el final de las historias refleja claramente el mal que está presente en las personas, en los individuos, en la sociedad. No hay marcha atrás.

Por aquella época, tenía mucha relación con un antiguo compañero de colegio, compañero, también, de lecturas negras y de otras aventuras. Al referirle mi descubrimiento, me presentó el suyo: El gran arte, otra obra de Rubem Fonseca.

Y comentamos los dos las características que creo, creíamos entonces, tiene Fonseca. 

A saber, lo primero, el conocimiento que hace gala el autor sobre distintos temas, sean literarios o científicos (ya sabéis, el eterno dilema de ser de letras o ser de ciencias), una base que da impulso a sus novelas, a todos sus escritos, dejando de ser una mera aventura policíaca (cuántas veces hemos oído que las novelas policíacas carecen de complejidad intelectual, siendo un mero divertimiento). Pues esto es una novela negra.

Y segundo, el sexo. Era extraño encontrar una novela con gran furor sexual. Si, como dicen algunos, el mundo se mueve por el sexo y la economía, en Fonseca encontrábamos ambos y en grandes cantidades, lo que, unido al vocabulario utilizado, duro y libre de florituras, lo hacía irresistible.

Después, nos dimos cuenta de que podía semejar, o estar influido por, o estar homenajeando a distintos artistas: Bukowski, Carver, Bataille, incluso Luis Buñuel. Y Sade, también. Enriquecedor que se parezca a tantos y a tan pocos, a la vez.

Traigo a este último autor, el marqués, a colación porque la lectura de una de las novelas cortas de Rubem Fonseca me llamó poderosamente la atención: E do meio do mundo prostituto só amores guardei ao meu charuto / Del fondo del mundo prostituto solo amores guardé para mi puro

Una novela corta que no conseguí encontrar en la península. Tras muchos intentos infructuosos, pude lograrlo en una versión chunga, barata, pero altamente interesante. Al leerla, con toda la carga sexual que lleva el título, la sensación de volver a contemplar un embrollo pasoliniano con gotas de Sade me envolvió durante días.

Y, además, nos sentimos atrapados como cuando éramos niños, como cuando leíamos historias clásicas de aventuras, dejando volar sueños e imaginaciones: la inteligencia en la trama, el desenfreno, el lenguaje…

Más tarde, descubrimos que Rubem Fonseca era un cuentista. ¡Y excelente! Quizá algunos piensen que es mejor en las distancias cortas que en las largas. Yo no puedo decidirme.

Nunca sobra ni falta palabra alguna. Es el sello de un gran autor. Un descubrimiento.