Tierra Adentro
Portada de "El vampiro de la colonia roma", Luis Zapata. Editorial Caballo de Troya, 2024.
Portada de “El vampiro de la colonia roma”, Luis Zapata. Editorial Caballo de Troya, 2024.

Y a las cosas simples las devora el tiempo.

-Mercedes Sosa

En un taller de novela que tomé hace un par de años, Pedro Ángel Palou me hizo notar mi interés por las primeras veces de los personajes. En varias escenas, mi narrador se detenía para advertir al lector que se encontraba frente a una excepcionalidad, un instante como ningún otro en la historia del personaje, una pieza que debía relumbrar porque se trataba de un hallazgo distinto a todo lo anterior. Aquel señalamiento me hizo reflexionar sobre mi proceso de escritura y sobre las iniciaciones en los libros que había leído. No tanto por aquel género del que se ha escrito mucho, el bildungsroman, novela de aprendizaje, de formación o de educación, sino por los personajes de la literatura en general que se encuentran ante lo nuevo y cambian a partir de entonces. Claro que las novelas de formación están plagadas de instantes así: el joven que un día se descubre al borde de un límite, en la grieta que abre el abismo de las posibilidades o en la libérrima intersección de un camino con varias ramificaciones. Pero las primeras veces a las que me refiero son cualquier acontecimiento en la ficción donde el personaje descubre una frontera entre el antes y el después, un paso esencial que acusa el quiebre en su identidad.

En la novela gay (ámbito que me interesa resaltar), dichos quiebres se dan de una forma distinta al de otras historias porque están impregnados por la culpa, la crítica de la sociedad, la idealización o la violencia. Las primeras veces adquieren una dimensión no exenta de anfractuosidades, donde las diferencias entre los personajes se vuelven elementos desestabilizadores o configuradores según el caso. Son acontecimientos que pasan por el ámbito erótico, pero se extienden hacia la cultura y las relaciones humanas. Pienso en la novela mexicana gay insoslayable, El vampiro de la colonia Roma (1979), de Luis Zapata, y en el momento cuando Adonis García declara, después de encontrarse con un hombre, “porque entonces supe por primera vez lo que eran los placeres de la carne [y] entonces pensé que mi vida ya estaba completa, que ya no me podía pasar otra cosa que me sorprendiera”. Ruptura y continuación, cambio y permanencia. Adonis García se maravilla ante lo inédito y se deshace en elogios que instauran una emoción de sorpresa por el hallazgo. Conforme avanza la novela las escenas sexuales se multiplican, y lo que en un instante relumbró por su novedad pasa a segundo plano, su encuentro inicial se diluye, parece dejar de tener importancia, pero en realidad surge bajo otros matices: la novela se vuelve un compendio de primeras veces, una apuesta por las excepcionalidades y las variaciones de aquella experiencia inicial. El encuentro en el baño del Sanborns o la prostitución en la Alameda son reiteraciones, variaciones, de la primera vez.

Tomo el ejemplo de otra novela que me gusta mucho: Un beso de Dick (1992), del colombiano Fernando Molano Vargas. En ella, Felipe, el protagonista, señala en más de una ocasión su convivencia con el chico del que está enamorado, haciendo énfasis en los primeros momentos que viven juntos como una pareja joven: “zas-zas porque es la primera vez que me dan un beso: y fue uno de Leonardo, querido 17”. Aquí, el acontecimiento se encuentra construido desde una perspectiva de ingenua juventud, el eco resuena en las siguientes páginas y, juntos, los personajes descubren en convivencia los límites de su pasión. La novela se convierte en un compendio de iniciaciones que señala un trayecto amoroso para el ingreso en el mundo adulto. Si hubiera de señalar una influencia en mi interés por las primeras veces, tendría que mencionar a Un beso de Dick como uno de sus orígenes. Ante la ingenuidad y la alegría del narrador, veo en el libro una referencia a todos los instantes en que me descubrí registrando una experiencia como si esta tuviera un sentido profundo o como si marcara el devenir. No puedo evitar en mi psicoanálisis superfluo la referencia a mi juventud. La idea abre el terreno de lo anecdótico, de la forma en que vida y ficción se entrelazan bajo un mismo impulso narrativo. Mi primer beso, mi primera cita, mi primer novio, todas estas primeras veces ocurrieron en una misma ocasión. Iba en segundo año de preparatoria y estaba, por lo menos desde la secundaria, bastante seguro de mi sexualidad. Por ese entonces pasaba varias horas al día en Facebook. Allí encontré a Carlos, un chico otaku, de mi edad, que fue mi Virgilio en esto de los descubrimientos. Él no temía que nos tomáramos de la mano en la calle, ni que nos diéramos un beso, ni que nos metiéramos a un baño público a fajar a escondidas. Por él y con él me di cuenta de que hay un momento en la vida gay, a diferencia de los hombres heterosexuales, en que es necesario tomar una decisión: enfrentarse al mundo o adaptarse a sus exigencias. Y, aunque después nuestra relación derivó en los problemas típicos de la juventud y se dirigió al fracaso del primer amor, con sus culminaciones dramáticas y sus peleas sin sentido, conservo las emociones, los recuerdos, el aprendizaje de una rebelión necesaria ante mis padres, compañeros y personas en general que alguna vez dijeron “no, no puedes”.

El conflicto central en la novela de Molano Vargas trata esto último. Felipe y Leonardo son descubiertos por sus familias, quienes intentan alejarlos uno del otro. La separación y el desafío en la novela se convierten en actos de subversión que, a través del diálogo, de los silencios, multiplican el sentido de lo que no se dice, del miedo, el amor y la ternura. En el final de la novela gay, las iniciaciones se resignifican al presentarse en el umbral definitivo de la última palabra. Tal vez por eso la novela de Molano se volvió importante en mi vida, me dio el indicio para entender estos momentos como preparaciones del final, de las últimas veces, y como signos de lo extraordinario.

La importancia de las primeras veces en la ficción requiere una categoría distinta a las existentes: no es el reconocimiento griego, la anagnórisis, pues esta involucra el encuentro entre dos personajes y en aquellas no siempre hay un otro; tampoco se trata de una catarsis, porque dichos eventos en ocasiones pasan de largo para el lector. Las primeras veces son parteaguas escurridizos, momentos de viraje sutil en el que ocurre un cambio de magnitud cotidiana que es susceptible de volver a pasar. Su importancia radica en la emergencia implícita de la repetición, en el peligro de que lo singular se vulgarice, se convierta en lo cotidiano y pase a no tener importancia. Las primeras veces son susceptibles de ser contadas porque su existencia implica un cambio en el estado de los sujetos, un viraje al interior de su identidad. Aquello que los constituía se pone en duda y su interior se renueva.

Hasta ahora solo he tratado el tema en historias de iniciación. Pero, como afirmé al principio, se extiende en la novela gay hacia otras edades y otros escenarios, sobre todo cuando se trata de iniciaciones sexuales y de desafíos a las normas. Hay personajes que viven sus primeras veces hasta que ya han madurado porque en su juventud tuvieron que ceder a las exigencias del mundo como una forma de estar en paz con él; una paz superflua porque implica la negación de una parte esencial del ser humano: el deseo. Lo que queda en evidencia no es relativo a quien decide permanecer en el clóset, sino al medio, a la sociedad, como un espacio que no provee las condiciones suficientes para la libertad y la autoaceptación. Pienso, sobre todo, en uno de los grandes libros sobre este tema: Alexis o el tratado del inútil combate (1929), de Marguerite Yourcenar. Alexis no es el típico adolescente que está descubriendo la vida y relata sus peripecias ingenuas y sentimentales; es un hombre que ha triunfado y ahora reflexiona en torno a su destino. Él mismo describe su juventud como “absolutamente pura”. Más allá de la idealización del personaje gay como alguien asexuado (también ocurre en el cuento “Opus 123” de Inés Arredondo) su represión le impide asumir sus intereses. Es solo hasta que se ha unido a una mujer y tiene una vida exitosa, cuando sus deseos lo superan y decide huir de casa para no seguir negándose a sí mismo. En esta historia, las primeras veces no ocurren en la juventud, se postergan hacia la madurez y adquieren un matiz de excepcionalidad rebelde que sugiere una segunda adolescencia, o una juventud que se prolonga hasta la rendición final. No existe la edad de las primeras veces, no son exclusivas de la juventud ni de la novela de aprendizaje, aunque es cierto que en los primeros años es cuando más abundan, su aparición no posee exclusividad. Estos umbrales marcan las pautas para el comportamiento futuro y su repetición solo abre el camino de la experiencia.

Vuelvo a pensar en mi relación con Carlos, en la manera en que influyó mi vida futura (y presente), y me pregunto ¿qué hubiera pasado si como Alexis esperara hasta la edad que tengo ahora para decidirme?, ¿qué hubiera pasado si hubiera pospuesto aquellas primeras veces? Sé que abuso de cursi e incluso de naif; apelo a la buena fe de Montaigne como una manera de entender, de entenderme en la persona que escribe y en tanto el resultado de un ayer que me constituye aún hoy. Como lector de novelas gay veo en ellas más que una identificación freudiana o un catálogo costumbrista. El vínculo entre vida y ficción que forman me permite observar la restitución de lo humano en cada primera vez, en cada grieta ante lo nuevo; al particularizarse en los personajes, la experiencia se comparte y, por ello, también se generaliza. La tensión formada entre lo particular y lo general, me ayuda a vislumbrar una estética (y una ética) de la primera vez, de lo excepcional compartido que se desgasta con el tiempo, pero cuya aparición permanece: huella, marca, señal, puerta, dispositivo de persistencia al que se vuelve a través de la memoria.

Quisiera terminar con la mención a un libro que me parece curioso en relación con este asunto: Autobiografía póstuma (2014), de Luis Zapata. Novela en la que el protagonista relata unas verdaderas memorias de ultratumba (no es coincidencia, Zapata cita a Chateaubriand al inicio), donde un fantasma recuerda su propia vida a través de una confesión en tono irónico. En el itinerario de su paso por la Tierra, Zenobio Zamudio habla de la muerte como un lugar plácido a la vez que juzga la vida como una experiencia sin chiste. Para el personaje, la repetición ha dado sitio a la ausencia de lo excepcional. La sorpresa no está en lo que dejó en vida, sino en su situación presente. ¿Se puede hablar de una primera vez para morir? ¿Y para el nacimiento? La ficción permite imaginarse resurrecciones y segundas veces para todo. En la novela de Luis Zapata el umbral entre el antes y el después se encuentra en la muerte del protagonista. Habla desde un más allá incierto que constituye una segunda vida e implica la posibilidad de un segundo fallecimiento en tanto que Zamudio no narra desde la eternidad sino desde la incertidumbre de su estado post mortem. El umbral entre la vejez y la muerte disloca la identidad de Zenobio, lo hace replantearse su biografía bajo un tono humorístico que desactiva las lamentaciones e instaura un entusiasmo por lo desconocido.

Descubro en mi interés por las primeras veces un resquicio que permite pensar en una construcción del individuo. El acontecimiento excepcional implica una entrada, un evento que se repetirá en el futuro con menor asombro; bajo su égida es posible asomarse al origen del cambio y de la costumbre; lo primero porque multiplica las opciones experienciales, lo segundo porque estas últimas se vuelven susceptibles de repetición. Adonis, Felipe, Leonardo, Alexis o Zenobio, coinciden en su vivencia del paso del tiempo, en la noción de primera vez que implica un estado liminar constitutivo del yo. A través de la lectura, la novela gay elabora la restitución de ese estado límite, ese dispositivo de persistencia, esa excepcionalidad del instante que mueve a tomar una decisión frente a un estado previo de costumbre o rutina. Encuentro allí, en ese breve descubrimiento, un ejercicio de la voluntad creativa y el origen de la rebelión, del desafío, de la disidencia.

Bibliografía

Molano Vargas, Fernando, Un beso de Dick, 1ª ed., Medellín, Fundación Cámara de Comercio para la Investigación y Cultura, 1992.

Yourcenar, Marguerite, Alexis o el tratado del inútil combate, Madrid, Grupo Santillana, 2000.

Zapata, Luis, El vampiro de la colonia Roma, México, Grijalbo, 2015.  

Zapata, Luis, Autobiografía póstuma, Xalapa, Universidad Veracruzana, 2014.