Arafat, el negociador
En este último texto del año, me gustaría ofrecer a nuestros lectores un esbozo histórico-biográfico de un personaje imprescindible y símbolo de la lucha y resistencia en el complejo problema entre Israel y Palestina.
Mohammed Abdel Rahman Abdel Raouf Arafat al-Qudwa al-Husseini, también conocido como Yasser Arafat (1929-2004), a pesar de no tener orígenes palestinos, hizo suya la causa de este grupo en premuras constantes desde hace más de setenta años; ello, ante vecinos locales, regionales y mundiales que poco o nada han hecho para solucionar sus objetivos políticos de manera pacífica.
Por lo tanto, a veinte años de la muerte de Yasser Arafat, quisiera en primer lugar asentar ciertos elementos políticos que detonaron el conflicto general entre Israel y Palestina, el cual atraería su atención para resolverlo, en primera instancia, en términos bélicos durante buena parte de la segunda mitad del siglo XX. Ante los desarrollos internacionales al fin de la Guerra Fría y un desgastado combate por la liberación de Palestina, tuvo que buscar una salida concertada con el gobierno israelí.
Finalmente, en el tercer apartado, expondré cuáles fueron las condiciones que hicieron fracasar de manera parcial dichos acuerdos bilaterales, y el trágico destino de Palestina luego de la muerte de Arafat; para concluir con una serie de reflexiones respecto al futuro de este particular, pero no único fenómeno desprendido de la Guerra Fría, que, como lo hemos visto a lo largo de los textos expuestos este año, sigue teniendo reverberaciones mundiales considerables.
Arafat antes del liderazgo palestino: 1947-1968
Previo a la entrada de Arafat como líder del movimiento político de liberación palestina, dos eventos marcaron la historia del Medio Oriente, los cuales, hasta nuestros días, siguen teniendo efectos nocivos en la región por la arbitrariedad de su planeación, la poca disposición de resolver conflictos territoriales por parte de los Estados recién formados, pero, sobre todo, por la necesidad estadounidense de generar un enclave estatal aliado incondicional en la región: Israel.
El primero de estos eventos es la primera Guerra Árabe-Israelí entre mayo de 1948 y marzo de 1949, en la cual Israel cimentaba su existencia estatal y control sobre la totalidad de su territorio actual, mientras que las regiones de Cisjordania y Gaza quedaban bajo control administrativo de Jordania y Egipto respectivamente. Sin embargo, el gran perdedor del conflicto sería el pueblo palestino, pues ellos no lograron generar un Estado independiente como Israel. Además, cientos de miles de refugiados palestinos serían expulsados de zonas israelíes a zonas de control árabe.
Por lo tanto, no es extraño que, en el imaginario colectivo palestino, este evento sea referido como la Nakba o Catástrofe: el proceso de desplazamiento y limpieza étnica durante la primera Guerra Árabe-Israelí de 1948 en el que miles de palestinos fueron expulsados, despojados de pertenencias y territorios e incluso asesinados por sus fuerzas estatales. No solamente los refugiados se trasladaron fuera de una región, en la que habían habitado y coexistido con otras poblaciones por siglos durante los dominios otomano y británico (siglos XVI-XX), sino que tuvieron que migrar a otros países de la zona.
Algunos de estos personajes rechazarían la pérdida total de su territorio natal y, a partir de ese fundamental objetivo, crearían la organización política Fatah, fundada en 1959 por profesionales residentes en Kuwait y otros Estados del Golfo Pérsico. Este grupo político sería el primer escalón hacia el liderazgo político y militar palestino de Arafat, ya que, para 1960, comenzaría a participar activamente luego de entablar relaciones con los líderes.1 No obstante, el segundo evento que marcaría su vocación y destino político ocurriría entre el 5 y el 10 de junio de 1967: la Guerra de los Seis Días.
Dicha confrontación entre Israel —ya plenamente sustentado militar y económicamente por Estados Unidos— y, por otro lado, Egipto, Siria y Jordania —apoyados de igual manera por la URSS— escaló las tensiones regionales.2 Estos tres países árabes serían derrotados por tropas israelíes en pocos días y, más allá de ello, perderían el control territorial de Gaza y Cisjordania en Palestina, la región de los Altos del Golán en Siria, y la Península del Sinaí en Egipto.
Lo anterior complicaría más las cosas para el futuro político en Palestina, pues toda vez terminada la guerra, los aparatos militares de los poderes árabes regionales habían sufrido un serio golpe en términos materiales y morales por parte de Israel; pero también se generaba un relativo periodo de estabilidad en la zona y una ventana de oportunidad para que Arafat desplegara por vez primera sus habilidades de negociación con el mundo árabe que había sufrido la derrota militar.
En este sentido, Fatah se uniría en 1967 a la Organización para la Liberación Palestina (OLP) y, dos años después, Arafat sería designado como su representante. Ello no sería por su propia figura o relevancia política en ese entonces, sino por su participación exitosa en la batalla de Karameh el 21 de marzo de 1968 entre fuerzas jordanas y palestinas contra el ejército israelí, que sería expulsado de aquel enclave. Así se aseguraba una reconstrucción moral y de consenso en el mundo árabe posterior a la debacle de 1967 y el aparente infranqueable poderío militar de Israel.3
Adicionalmente, Arafat no solo adquiriría relevancia como figura para unificar de nuevo a los países árabes contra Israel, también se convertiría en el enemigo eterno a erradicar del gobierno de Tel Aviv, al menos hasta el periodo de negociación a principios de los noventa.
Arafat, del líder rebelde al líder negociador: 1968-1993
A partir de 1969, Arafat consideraba que la única solución para la liberación de Palestina era por la vía de las armas. Así lo confirmaban los ataques paramilitares en ese mismo año —que llegarían al punto de 2,432—.4 En años subsecuentes, destacó el empleo de ataques como los de Múnich durante los Juegos Olímpicos de 1972 contra atletas de la delegación israelí, que tendrían como consecuencia la intervención militar de soldados y agentes del Mossad de Israel en Líbano contra líderes de la OLP en 1973. Esto aseguró el asesinato de tres, a excepción de Arafat, quien, una vez más, escapaba de la muerte.5
De manera paralela a dichos eventos, Arafat se encargó de coordinar intereses de los líderes del mundo árabe en contra de Israel para lograr un acuerdo secundario respecto a Palestina por medio de las armas. Con los antecedentes positivos morales de Karameh y la necesaria recuperación territorial de Egipto de la península del Sinaí —elemento fundamental para el control del Canal del Suez—, se gestaba así el tercer y último gran enfrentamiento entre el mundo árabe y el Estado de Israel, la Guerra del Yom Kippur.
Librada entre el 6 y el 25 de octubre de 1973, los primeros días tomaron por sorpresa al gobierno israelí, el cual, de no haber sido por los inmediatos y masivos apoyos económicos y militares de Washington, hubiera inclinado la balanza de la victoria a favor del bando sirio y egipcio. Este último era apoyado por guerrillas de la OLP, comandadas por Arafat, que ayudaron a asegurar el control al este del Canal del Suez.6
Sin embargo, conforme la guerra avanzó y las ganancias territoriales árabes fueron revertidas por Israel, la URSS comenzó a enviar, de igual forma, elementos adicionales de soporte militar a Siria y Egipto, amenazando con prolongar y expandir el conflicto en la zona. Además de esto, gracias a la alianza egipcia con Arabia Saudita, se ejecutaba la primera crisis petrolera de la historia, en la cual una reducción de la producción por Estados árabes elevó el precio de manera considerable, generando serias disrupciones en las economías europeas y estadounidense.7
Afortunadamente, gracias a la negociación entre Washington, Moscú, El Cairo y Tel Aviv, las partes involucradas pudieron lograr un alto al fuego respaldado por el Consejo de Seguridad de la ONU. Iniciaron diálogos adicionales entre Israel y Egipto, que culminarían con los Acuerdos de Campo David en marzo de 1979, en los que se establecía la paz y el reconocimiento mutuo de ambos Estados, a cambio de la cesión total de la península del Sinaí, y con un apartado adicional relacionado a los territorios palestinos de Gaza y Cisjordania.
Respecto a este último punto, la OLP jamás fue tomada en cuenta para determinar una resolución concreta sobre la ocupación militar israelí de dichos territorios.8 Esto fue visto no solo por las autoridades palestinas, sino también por demás Estados árabes con una posición negativa respecto a Israel, como una traición a la causa árabe, en general, y palestina, en particular. Con ello, Arafat recibía un fuerte revés respecto a su principal objetivo político.
Aunque los problemas para Arafat y la OLP no terminarían ahí, pues, entre 1982 y 1985, Israel invadió el Líbano, base de operaciones palestinas desde la cual habían orquestado ataques hacia Israel. Toda la estructura de mando y los combatientes tuvieron que trasladarse a Libia; luego, un breve momento a Egipto; y, finalmente, a Túnez, donde permanecerían hasta iniciada la década de los noventa.
Ante una situación cada vez más lejana para administrar la resistencia palestina desde Túnez, Arafat y la OLP corrían el riesgo de ser marginalizados y sustituidos en el liderazgo por un nuevo grupo político: Hamás, el cual surgió en 1987 y sería el responsable de organizar y ejecutar la Primera Intifada o Levantamiento desde aquel año y hasta 1993. Explotando las condiciones de ocupación militar en Gaza y Cisjordania, Hamás desarrolló protestas y violentos enfrentamientos entre civiles palestinos y militares israelíes que tomaron por sorpresa a las autoridades israelíes y a la propia OLP en el exilio.9
Buscando capitalizar y retomar el control del movimiento de independencia, Arafat participó en un congreso en Argelia en 1988, en el que se concretaban los primeros pasos para la normalización de las relaciones con el gobierno Israelí, pero también se generaba un proceso palestino de institucionalización.
En primer lugar, y a partir de una votación favorable encabezada por Arafat, se reconocían las declaraciones 242 y 338 de la ONU, convocando al retiro de tropas israelíes de territorio palestino y un cese al fuego general en el Medio Oriente entre los Estados árabes e Israel. Por otro lado, se encomendó al escritor Mahmoud Darwish la redacción de la Declaración de Independencia Palestina, basada en la resolución de Naciones Unidas 181 de 1947, en la que se creaban ambos Estados. Finalmente, se reconocía la existencia del Estado de Israel, pero también el de Palestina.10
Se tomó aquello como pasos considerables para aceptar el inicio de un nuevo proceso de paz que, desde 1991, con la Conferencia de Madrid, comenzaría a delinear los puntos fundamentales de los Acuerdos de Oslo.
La solución incompleta de Oslo y el ocaso de Arafat: 1993 en adelante
Firmados en su primer conjunto el 13 de septiembre de 1993, bajo los auspicios de la administración estadounidense de William Clinton (1993-2001), no fueron un tratado de paz, como erróneamente se identifica, sino una serie de acuerdos interinos aplicados en un lapso de cinco años, relacionados con la desocupación militar en Gaza y Cisjordania y la creación de una entidad cuasi-estatal, puesto que la autoridad palestina posee ciertas capacidades de gobierno, pero el control territorial, económico, militar, de inteligencia, de servicios básicos y de desplazamiento entre Gaza y Cisjordania se encuentra bajo la voluntad de Israel. Dicha autoridad, poco tiempo después, comenzaría a ejercer funciones bajo el título de la Autoridad Nacional Palestina (ANP). Esta designaría a Yasser Arafat como su presidente entre 1994 y 2004. También se encargaría de administrar algunos asuntos de servicios públicos, impuestos, cultura, turismo y seguridad pública interna por medio de un aparato de seguridad especial.11
Este último elemento relacionado a la seguridad fue clave para la aquiescencia del gobierno israelí a reconocer a Arafat y la OLP como parte imprescindible para resolver el problema, pues, desde el surgimiento de Israel en 1948, la principal preocupación de los grupos ultranacionalistas dentro del gobierno israelí es cualquier tipo de amenaza a la existencia y “seguridad” estatal por parte de los vecinos circundantes y regionales (quienes, hasta la fecha, no reconocen dicho estatus).12 El sionismo, la corriente ideológica ultranacionalista israelí, ha aprovechado el argumento de seguridad para ejercer una política de violencia y represión constante hacia Palestina.
Por otro lado, resulta curioso que Arafat aceptara, además del carácter de aprovechamiento dentro de la coyuntura para recuperar el liderazgo en Palestina, el primer punto de los acuerdos de Oslo, en 1993, relacionado a la creación de la ANP. Esta no correspondía de manera recíproca al reconocimiento que la OLP había hecho de Israel como Estado pleno y que, desde los inicios de la lucha, él mismo expresó como la condición última de la lucha palestina.13
En septiembre 1995, se firmó otro grupo de acuerdos relacionados a la administración política y de seguridad de Cisjordania a partir de tres zonas de influencia. Para ese entonces, Cisjordania, al igual que Gaza, ya contaba con presencia de asentamientos israelíes. Complementario a dicho asunto, se establecía una ronda final de diálogos para continuar el proceso de paz en el verano de 1999.14
Otra serie de eventos descarrilaría aún más el proceso de paz, de los cuales considero que destacan los siguientes:
En primer lugar, el asesinato del Primer Ministro Israelí Yitzhak Rabin el 4 de noviembre de 1995 por un compatriota ultranacionalista. Esto demostraba un creciente rechazo a los acuerdos para establecer una paz permanente con Palestina, y eventualmente resultaría en gobiernos de orientación política más rígida al respecto, como el de Benjamín Netanyahu (1996-1999) y Ariel Sharon (2001-2006).15
En segundo lugar, el inicio de la Segunda Intifada entre 2000 y 2002 reiniciaría la espiral de violencia entre las poblaciones palestinas y las fuerzas de seguridad israelíes, causada por la falta de cumplimiento de mantenerse dentro del margen del proceso de paz, pero también alimentado por la inestabilidad política interna de Palestina, que Arafat no pudo realmente administrar de manera adecuada. Aquel brote de violencia puso a prueba los sistemas de seguridad pública palestina que, dado el poco nivel de institucionalización y la cantidad de participantes involucrados en el trágico evento,16 mostraron ser insuficientes.17
Y, en tercer lugar, independientemente de las distintas narrativas para encontrar responsables del fallo en los Acuerdos de Oslo, —sea la negativa de Arafat para concluir el proceso de paz; el advenimiento de gobiernos opuestos a los acuerdos, como los mencionados en el primer punto; o el surgimiento de movimientos extremistas—, la realidad política Palestina bajo el gobierno de la ANP. Arafat y su círculo político más cercano formaban parte de esta realidad política, donde hubo, desde su establecimiento en 1993 hasta el estallido de la Segunda Intifada, numerosos casos de corrupción,18 malversación de fondos y un bajo desarrollo de servicios y oportunidades para la población.19
La respuesta de Israel ante este nuevo episodio fue de total endurecimiento del control sobre los territorios palestinos. Se construyó una muralla de seguridad alrededor de Cisjordania; Gaza fue, una vez más, devastada por ataques militares israelíes; el complejo administrativo en Ramallah, desde el cual gobernaba Arafat, sería cercado por soldados entre 2002 y 2004.20 Aquel personaje tuvo que huir una vez más, pero, en esta ocasión, por razones de salud. Aunque ya no conseguiría los escapes de antaño, moriría el 11 de noviembre de 2004, a los 75 años de edad, en un hospital de París.
Mahmoud Abbas, el sucesor de Arafat al frente de la ANP, tendría una tarea importante que cumplir: restablecer la paz en los territorios palestinos y lograr una independencia política efectiva. Hasta el día de hoy, el grupo Hamás y el gobierno de Abbas se encuentran divididos respecto a los caminos para cumplir aquel propósito. La ANP ha decidido enfocarse en cuestiones institucionales. Hamás, además de adquirir relevancia política casi total en Gaza, ha tomado las armas.
Conclusión: más allá de Arafat, el futuro de Palestina
Yasser Arafat sin duda resultó ser un líder idóneo para mantener el movimiento de liberación Palestina, con aliados regionales y mundiales durante más de cuarenta años, por medio de la negociación activa y la explotación de las oportunidades del más amplio conflicto entre Israel y el mundo árabe desde 1948. También fue un rebelde de novela al escapar los constantes ataques e intentos de asesinato por parte del gobierno israelí, lo cual contribuyó en buena manera a que asumiera un estatus cuasi legendario para la causa independentista general.
Sin embargo, los verdaderos problemas surgieron —como en el caso de muchos revolucionarios profesionales creados y manifestados intensamente durante la Guerra Fría— una vez que la lucha parecía terminada. El proceso de paz e institucionalización era preciso para concretar los sacrificios hechos por tanto tiempo. Las condiciones políticas externas, internas, y de la propia personalidad inestable y siempre en movimiento de Arafat, contribuyeron en parte a que la lucha no pudiera cristalizarse.
Y, como efecto de lo anterior, aconteció un movimiento pendular que ya no pudo observar Arafat porque ya había muerto. Este es el triste recrudecimiento de la violencia para el caso de Gaza, para el bienestar de la población en asedio constante desde hace más de medio siglo. Ante ello, resulta difícil poder escribir algo positivo sobre el futuro del conflicto entre Israel y Palestina, sobre todo dados los recientes acontecimientos que parecen haber neutralizado cualquier posibilidad próxima de negociación. El único punto a considerar ahora es el total cese al fuego en Gaza.
Después de que aquello se cumpla, Hamás tendrá que decidir si desea enfrentar hasta el último combatiente a Israel o si prefiere entablar una negociación.
Fuentes consultadas
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