Anatomía del ensayo
En el mapa contemporáneo del ensayo han emergido con gran fuerza escritoras cuyo trabajo ha dado nueva relevancia literaria e intelectual al género. Vienen a la mente Rebecca Solnit, una asombrosa viajera de los registros intelectuales, o Elif Batuman, en cuyos ensayos coexisten el registro académico con una asombrosa habilidad narrativa. No es casual que Solnit y Batuman, como en el pasado Susan Sontag y en el presente Michelle Orange o Leslie Jamison, sean ensayistas y mujeres. En las nociones tradicionales del ensayo hay un cierto dejo de la figura del “hombre de letras” que autoriza el narcisismo erudito sobre el que se fundan muchas escrituras paseísticas y prosas engoladas (aunque, siendo justos, hay también ensayistas hombres como John Jeremiah Sullivan que lo comienzan a poner en entredicho). Da la impresión de que muchas ensayistas luchan implícitamente contra los tradicionalismos del género para darle a su escritura otra relevancia, un espacio donde la libertad no es sólo un factor del juego prosístico sino del ejercicio denso y comprometido de las ideas.
En el medio de estos dos imperativos se ubican las tres autoras, dos mexicanas y una española, que me corresponde reseñar: Jazmina Barrera, Diana J. Torres e Ingrid Solana. Las tres han publicado libros que, sin desmerecer las consideraciones estéticas, son igualmente valiosos en sus intervenciones en el reino de las ideas. Son obras que resisten la domesticación de la forma que recientemente ha denunciado Heriberto Yépez en sus críticas al “ensayo creativo”, pero que no dejan de pertenecer a las estirpes escriturales que reconocen los valores de una escritura autoconsciente y lúdica. Estos libros demuestran que el ludismo y el escolasticismo, el trabajo con la forma y el contenido, no están peleados, sino que son repertorios cuyo valor existe en las interacciones producidas por la materialización escritural.
Cuerpo extraño (Premio Literal de Ensayo 2013), de Jazmina Barrera Velázquez, es un texto cuya economía y brevedad permite una ensayística caracterizada por la sutileza. Se trata de un trabajo corto, cincuenta páginas, que se convierte en libro sólo por el hecho de que su traducción al inglés es parte del volumen. Lo que Barrera otorga al lector es un trabajo notablemente sensorial, cuya temática es el cuerpo en un sentido amplio, basado en una definición en que se toma nota de tics, migrañas, anatomías y sensaciones. Son textos que florecen en la brevedad, en la frase cuidada y poética y en una voz cuidadosa pero sutilmente delineada. El libro está demasiado comprometido con su gusto por la prosa y tiene un leve, pero tedioso, exceso contemplativo que da como resultado un tono algo redundante. Sin embargo, detrás de esta ligera monotonía habita una inteligencia crítica prometedora, informada por lecturas marcadamente anglosajonas (Auden, Dylan Thomas, Stevenson, Heaney). Esto permite caracterizar la prosa de Barrera como una afortunada actualización del sensorium del alto modernismo inglés, de la cultura del flujo de consciencia y el hiperrealismo, que en el caso del ensayo permite la exploración de la epidermis del cuerpo y del mundo como uno de los aspectos nucleares de la escritura. Cuerpo extraño, sin obviar sus fallas menores, se percibe como un libro inteligente, cuya brevedad contiene intensidad intelectual y goce estilístico. Es un trabajo que está bien insertado en los parámetros de la ensayística mexicana y, pese a las restricciones que esto implica, constituye uno de los ejemplos mejor logrados de ella. Sobre todo deja la clara sensación de que Jazmina Barrera es una escritora a la que hay que seguirle la pista, en la medida en que su escritura se libere de los limitantes imperativos de la prosa exquisita y dé rienda suelta a esa brillante sensibilidad y fascinante uso de la cultura literaria que ya se dejan ver.
En las antípodas de Cuerpo extraño se encuentra Pornoterrorismo, de la poeta y artista española Diana J. Torres. Es un libro que amerita ser considerado al lado del trabajo de ensayistas mexicanas como Barrera y Solana precisamente porque se trata de una forma del género que rara vez se escribe en México. Quizá el problema de Barrera es que su exploración, de gran promesa intelectual, se encuentra en exceso demarcada por eso que ahora se llama “ensayo creativo” —noción creada por la academia norteamericana, recientemente institucionalizada en el sistema de becas para, ¡oh paradoja!, premiar sólo aquello que no se atreva a tener dejos académicos—. En contraste, Torres ejerce un estilo de escritura militante, con el claro propósito de intervenir en el mundo. Esta práctica del ensayo es tan antigua como la escritura misma en prosa, pero en México ha sido marginada por las aspiraciones estéticas del ensayismo nacional por un lado y por el monopolio de la opinión pública que ejerce nuestra mediocre comentocracia. Pornoterrorismo muestra la potencia intelectual y política de una ensayística sin los reparos ideológicos ni las frivolidades estilísticas de lo “creativo”. El libro combina la memoria personal, el debate teórico y filosófico, la polémica pública y un feminismo sin adjetivos ni apologías para cuajar con gran éxito en una escritura que cree en su propio poder de transformación del mundo. Leído desde México, el libro es una saludable carga de dinamita que enseña la fuerza de una producción literaria e intelectual que no se limita a la aburrida civilidad comunicativa del liberalismo habermasiano ni a la falacia arendtiana que teme el pensamiento radical y que se ha convertido en la doctrina de control mental de las sociedades neoliberales. También da un ejemplo de una prosa que, sin jergas pero sin rendirse a aceptar ese anti-intelectualismo que disfraza la fobia contra la teoría con la supuesta defensa de los valores literarios, termina por construir un concepto que invita a ensayar una forma distinta de pensar el mundo y sus estructuras de poder simbólico y real. Se trata, en otras palabras, de un libro que tiene algo importante que decir sobre las dinámicas de género y el potencial político presente en intervenir contra y desde ellas al mundo. Pornoterrorismo invita a repensar al género como una forma de escritura que utiliza sus posibilidades de libertad formal para algo más que la contemplación de sí mismo.
Entre el ensayismo personal y minimalista que explora Barrera y la escritura pública y polémica de Torres, se encuentra uno de los libros de ensayo más interesantes y originales de las últimas dos décadas, Barrio Verbo, de Ingrid Solana. Sé que la frase suena hiperbólica y que estoy haciendo una apuesta que puedo perder rotundamente. Pero la experiencia intensa y emocionante de lectura que me invadió al recorrer sus páginas me anima a sustentarla. Es un libro intensamente osado en sus ambiciones. Solana, contrario a los trabajos de Barrera y Torres, recopila ensayos de la más variada temática y en varios registros estilísticos. Tampoco se trata de una miscelánea en el sentido alfonsino del término, ya que no es una recopilación de pequeñas gemas labradas que se recorren azarosamente en la lectura; más bien, según la pista que nos da su título, es un agregado de construcciones textuales que tienen (como una casa) cierta autonomía y privacidad entre sí, pero que (al igual que un barrio) comparten una identidad común y constituyen en su totalidad un territorio de sentidos que excede a sus unidades. El libro recoge textos tan disímiles como una conversación imaginada con Chantal Maillard, una reflexión ensayística sobre la filosofía del lenguaje y rememoraciones personales sobre su familia y su infancia. Sin embargo, los textos están obsesivamente clasificados en secciones tituladas por verbos que describen estrategias de aproximación textual y personal al mundo: viajar, corregir, trenzar, dudar, permanecer. Por momentos el volumen es indescriptible, lo cual es una de sus virtudes, porque Solana descubre en algunos textos formas de ensayar que no tienen precedentes inmediatamente identificables. Esta proliferación textual es la mayor virtud del texto, pero dentro del canon ensayístico mexicano es posible que se considere un libro irritante, porque abiertamente ejerce una falta de simetría y de equilibrio clasicista que el culto mexicano a la prosa, desde Reyes y Torri, ha favorecido.
Barrio Verbo apuesta a la obsolescencia de los límites autoimpuestos del ensayo mexicano y demuestra, de manera potente y seductora, las posibilidades de una escritura que utiliza un repertorio amplio de ideas para construir una cartografía personal del mundo sin traicionar las irregularidades del terreno que busca describir. Es un libro que no corresponde a la idea del ensayo como “centauro”, una hibridez que, si uno la piensa visualmente, no deja de ser la simétrica fusión de dos elementos discernibles. En cambio, Solana ofrece a sus lectores un libro denso y luminoso, una joya única en la literatura mexicana que, si es leído seriamente, tendrá muchos admiradores y muy intensos detractores; quizá sea uno de esos trabajos que le den movimiento a las estéticas e ideas del género ensayístico mexicano. Es un libro que reclama para sí las virtudes presentes en los libros de Barrera y Torres, le agrega otros elementos (como su original uso del diálogo o su perspectiva de debate con instancias de pensamiento de la modernidad) y entrega un volumen de gran calidad literaria y pertinencia intelectual. Incluso, si su amplia discusión no llegara a suceder, Barrio Verbo vale como una experiencia de lectura que difícilmente se podría encontrar en otros libros, pues sale de manera inteligente de las normatividades que el mercado y las instituciones culturales imponen sobre la escritura.
Cuerpo extraño, Barrio Verbo y Pornoterrorismo son recordatorios de una concepción de la escritura literaria como estrategia de polémica e intervención en el mundo que se olvida con facilidad en una literatura institucionalizada y de pocos lectores como la mexicana. Theodor W. Adorno escribió alguna vez que la relevancia del ensayo radicaba en su capacidad de identificar los puntos ciegos de los objetos, de abrir en ellos los aspectos que no podían ser capturados en conceptos filosóficos o científicos y mostraban que su existencia objetiva no era sino un acomodo subjetivo y temporal de las fuerzas del mundo. Esta relevancia es un común denominador de los trabajos de Barrera, Torres y Solana: su ensayística no se basa en la contemplación sino en el discernimiento, cuyo objeto último no es el despliegue de la prosa de las autoras —virtud modernista muy apreciada en el ensayo mexicano, pero que como finalidad suele resultar en escritura anodina y autorreferencial— sino la producción de un conocimiento cuyas sutilezas son resultado del acto de escritura y su interacción con el lector. Cuerpo extraño despliega el minimalismo como un inesperado instrumento de disección de los espacios vacíos entre aquellos objetos e ideas que ya adquirieron significación plena. Pornoterrorismo utiliza el lenguaje para apropiar conceptos explosivos y peligrosos a partir de la reconstrucción de sus acepciones y de su creencia en la importancia social de la palabra. Y Barrio Verbo, de orden superior, nos recuerda que el ensayo tiene fronteras por explorar, y que la asimetría inteligente y la fidelidad al pensamiento escritural sobre los límites institucionales pueden producir una obra tan impredecible como radiante. El lector, enfrentado a estos libros, tiene algo que pocas veces proporciona la literatura contemporánea: tres aventuras estéticas e intelectuales fundadas en la inteligencia como crítica del mundo.