Tierra Adentro
American Psycho Covers | Collage by Reece Choules tomado de https://theculturetrip.com/north-america/usa/articles/american-psycho-reviving-the-underground-man/

Existen novelas de las que la literatura no consigue reponerse jamás. Obras que parten el canon en dos. Libros como Viaje al fin de la noche, Trópico de cáncer u On the Road supusieron un permutaron el corazón de sus respectivas épocas, viraron el curso de la tradición (lo que sea que eso signifique a estas alturas), incidieron en el lenguaje e inauguraron un nuevo panorama. Tras la publicación de estos textos nada volverá a ser igual.

American Psycho de Bret Easton Ellis pertenece a esta estirpe de novelas. Narra las correrías de un yupi de Wall Street que por las noches ejerce de asesino serial en la cruda Nueva York de los ochenta. A 30 años de su publicación continúa siendo un texto incómodo. Sí, reverenciado, aceptado como una de las obras maestras indiscutibles de la literatura de finales del siglo xx, pero que no ha perdido la capacidad de despertar el repudio hacia su protagonista, Patrick Bateman, o hacia su autor.

Easton Ellis saltó a la fama en 1985 con Menos que cero, novela iniciática que cuenta el devenir de un adolescente, Clay, en la frívola época de los ochenta. Su éxito fue inmediato. En una década en que la celebridad literaria no estaba al alcance de cualquier persona de 21 años. La principal evidencia de los alcances narrativos de Easton Ellis fue su sorprendente capacidad para reponerse a ese apabullante éxito y publicar en dos años Las leyes de la atracción. Obra que lo refrendaría como la promesa cumplida, como el siguiente fenómeno de la narrativa mundial.

Sin embargo, la verdadera demostración de músculo arribó con American Psycho. Easton Ellis demostró que era algo más que la nueva sensación. Era un autor con el poder de sacudir la realidad a punta de sangre y vísceras. En sus más de 400 páginas delató los vicios y las fantasías más oscuros de la era Reagan. Dos años después Douglas Coupland ofrecería su versión de los hechos en Generación X, y ahondaría en insatisfacción crónica imperante, pero no se acerca a la maldad desnuda en American Psycho.

Menos que cero y Generación X tratan sobre una juventud que no encuentra su lugar en el mundo, como había ocurrido con la generación de los sesenta, pero acá la rebeldía no es la protesta por excelencia, American Psycho va más allá, es el reporte emocional de ese experimento social resultante de haberle dado poder adquisitivo a los yupis, el relevo del boomer. De la misma manera en que On the Road ponía de manifiesto que la Era Eisenhower no era el paraíso, American Psycho deja al descubierto la falsa noción de bienestar durante los ochenta. La diferencia entre estos dos libros es que American Psycho tiene como uno de sus escenarios principales la pista de baile.

En On the Road la música, el jazz, es un vehículo para la reflexión, para la pesadumbre de sus personajes, y claro, también para desgañitarse físicamente, pero American Psycho es una novela totalmente bailable. Mientras las instituciones se resquebrajan; mientras los asesinos seriales proliferan; mientras la venta de armas crece de manera indiscriminada; mientras la bolsa sigue creando riqueza, la pista de baile está abarrotada y de su interior surgirá el personaje con mayor capacidad de infundir terror desde Norman Bates.

Ningún villano (o héroe) es tan melómano como Patrick Bateman. Su gusto obedece, obvio, a la fingida liviandad de sus tiempos. Este aspecto de la novela resulta clarividente. Durante los noventa, la música de los ochenta comenzó a verse con total desconfianza. Tango, el hair metal, así como el pop en general y la música disco en particular. Pero a cuarenta años de esa década, su música, que fue menospreciada mucho tiempo, ha sufrido un revival. La música ochentera ahora altamente valorada. Patrick Bateman siempre tuvo la razón: la mejor decadencia es aquella con las melodías y tonadas más pegajosas.

Pero Bateman no es un ejemplo a seguir. Y su gusto, como corresponde a un psicópata, es retorcido. En las páginas de la novela adopta el papel de crítico de rock, derritiéndose de admiración por Phil Collins, y esboza una reseña sobre el grupo Genesis, a quien sigue desde 1080. En la alabanza a Collis, Easton Ellis perfila el pensamiento de todos los jóvenes ejecutivos de Wall Street ochenteros. Despotrica contra Peter Gabriel, antiguo miembro, quien a ojos de Bateman dejó el grupo “para iniciar una lastimosa carrera en solitario”. Desprecia el trabajo setentero de la banda por ser “complejas y ambiguas investigaciones sobre el fracaso”.

Bateman no quiere que nada lo distraiga de su hedonismo. Invisible touch es su disco favorito por ser el más bailable hasta el momento. Lo pone por encima de Prince o Michael Jackson, “o lo que es lo mismo, de cualquier otro artista negro de los últimos años”, y por encima también de Bruce Springsteen, “como observador de los fracasos amorosos, Collins supera una y otra vez al Boss, consiguiendo nuevas cumbres de honestidad emocional en ‘In Too Deep’”. Decir que los gustos de Bateman son producto de su época es obviarlo, pero no hay duda de que elige a Collins porque es precisamente este quien con su trabajo terminará por ganarse la etiqueta de “música para adulto contemporáneo”. En el fondo, pero más en la superficie, Bateman es un conservador. Como su autor mismo. Que 30 años después defenderá de manera velada (o no) a Donald Trump.

Pero si existe una canción que describa a la perfección a Bateman esa es “Psycho Killer” de Talking Heads. La referencia es tan próxima que Easton Ellis no tiene ni siquiera que mencionarlo. Se trate de una canción u otra lo cierto es que mientras Bateman está descuartizando a hachazos un cuerpo puede sonar de fondo New Order, Depeche Mode o Tear for Fears. Y encajará a la perfección. El alma de Bateman encuentra en el cinte su inspiración mayor.

Quién lo diría: lo que mejor ha envejecido de American Psycho es su soundtrack. Y mientras esperamos a que otro asesino vuelva a sacudir la literatura a esos niveles, nos meceremos cachondamente en la pista de baile al ritmo de “The Lady in Red” mientras sobre nuestras cabezas destella un neón con la frase Desaparezca aquí.