Tierra Adentro
Fotografía por Pixabay.

Ocupáis tres asientos frente a mí en el autobús que se desplaza desde nuestro barrio alejado del centro al centro; al centro de nuestra localidad minúscula, entiéndase, no al centro de las cosas, no a la esencia misma ni a la materia nuclear donde la vida

bang

donde la vida

se expande y obedece a todos los fenómenos —etcétera— que dicta la astrofísica. Lo proclaman las asignaturas que rodeábamos porque éramos de letras; lo proclaman los inexpugnables mecanismos que atañen a vocablos tan comunes como universo, vida, muerte, amor. Ocupáis tres asientos frente a mí en la parte trasera del transporte público: el niño a la derecha, en el centro la niña, la madre a la izquierda.

Ahora tú, hija pequeña de Virginia: chándal rosa gastado —igual que los plumieres de tu madre— con un personaje que mi edad y condición soltera ignoran.

Ahora tú, hijo mayor de Virginia, intuyo en tu barbilla y tus orejas los rasgos que heredaste de tu padre, y me pregunto si Virginia los maldice —Virginia, ¿los maldices?— a la hora del baño.

Pero tú, Virginia, tan rubia, ¿lo recuerdas? Allá donde entonces combatíamos piojos

ahora

bang

ahora

escondemos el tiempo.

Aquí tú lees una revista, Virginia, aquí tú no me reconoces: ¿te sirven los consejos del cuché, oh tú, tan rubia e inocente? Virginia, siempre con mi edad y ahora con dos hijos, sin anillo en el dedo, con un bolso colmado de galletas: Virginia, hijo mayor de Virginia, hija pequeña de Virginia, años luz caídos años luz quebrados en la comisura de los labios, cerrad los ojos y pedid un deseo

frente a mí

en el autobús destartalado que nos salva del barrio periférico y nos acerca al centro, lejos de los bancos en los que los adolescentes beben y las noches golpean los jardines, cierra los ojos, Virginia, porque en estos veintiocho minutos de trayecto he pensado en nosotras, en ti que no me reconoces veinte años más tarde, en tus canas donde la gente que nunca te habló, en tus canas donde la gente reía y se burlaba.

Cristal del autobús junto a Virginia, espejito de ambas, tus uñas rojas comidas al fregar los platos, una gota de laca roja en tu dedo anular, oh Virginia, oh rubia e inocente, yo he pensado en nosotras,

bang

yo he pensado en nosotras.

No sé si sabes a lo que me refiero.

Te estoy hablando del fracaso.

 

Este poema pertenece a Chatterton (Premio Fundación Loewe a la Creación Joven XXVI).
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