A Scanner Darkly: una oscura paranoia phildickiana (1928-1982)
Soy, de profesión, escritor de ciencia ficción.
La fantasía es mi empresa.
Mi vida es una fantasía.
Horselover Fat1
En la mañana del domingo 16 de diciembre de 1928, Dorothy Kindred aún desconocía que iba a convertirse en mamá de una pareja de gemelos. Estaba en casa con su marido, Edgar Dick, esperando a que llegara la asistencia médica al 7812 de la Emerald Avenue, en Chicago. Un mes antes de lo previsto, el medio día anunció el nacimiento de un niño rubio, un poco más de cuatro libras, pequeñísimo: Philip Kindred. Para sorpresa de sus padres, apenas veinte minutos después, Jane Charlotte vio el mundo a través de sus pupilas morenas, con sus tres libras y media de peso. Las primeras seis semanas de sus vidas, ambos sufrieron hambrunas porque su madre no producía suficiente calostro. Jane murió en un hospital el 26 de enero de 1929; Phil sobrevivió los siguientes cincuenta y tres años lamentándose por haber bebido él solo toda la leche de su madre.
Nunca supo con certeza si en aquel invierno murió Jane, su hermanita, o Phil, el niño que creció leyendo historias de hombrecitos verdes y que muy temprano conoció las adicciones por las grandes dosis de efedrina que tomaba para el asma. A lo largo de su vida se encargó de documentar la peculiar circunstancia de su natalicio: en cartas, con sus decenas de terapeutas, a cada una de sus cinco esposas, prácticamente a todos a quienes conocía les contaba la anécdota de Twain con la que se identificaba: Mark y Bill, su hermano mellizo, se parecían tanto cuando eran niños que, para identificarlos, les ataban cordones en las muñecas. Cierto día mientras se bañaban, uno de los dos se ahogó, pero sus padres encontraron las cintas desatadas y nunca supieron quién murió. Como en el caso de Jane y Phil, el trauma quedó instalado, más allá de la memoria heredada y el carácter vicario del recuerdo, en una paranoia recalcitrante.
Para principios de 1970, Philip K. Dick llamaba por lo menos tres veces a la estación de policía del condado de Marin. Se había separado de Nancy Hackett, su cuarta esposa, y creía que alguien o algo lo espiaba. En más de una ocasión encontró desacomodado su archivero. Escondía armas. Se drogaba. Participante activo de la contracultura, su casa en el barrio de Santa Venetia se convirtió en el escenario de la paranoia phildickiana más oscura: químicos clandestinos, tranquilizantes, marihuana, alcohol, cigarros de importación, alucinógenos, todo tipo de pastillas. Siempre había rock, speed y caos. A expensas de las anfetaminas, Dick podía escribir una novela en seis días y muchas semanas con síndrome de abstinencia. Los momentos más sombríos de su vida los vivió en el 707 de Hacienda Way en San Rafael, California, en donde siempre estuvo rodeado por un séquito de fans enardecidos, dílers, freaks, drogadictos, hippies, otrxs. Una turba disociada, todos mucho más jóvenes que él, cuya admiración nacía del carácter paranoico y súper yonqui del famoso escritor de ciencia ficción que declaraba al presidente de los Estados Unidos como su némesis espiritual.
Por entonces, Philip K. Dick ya había publicado The Man In The High Castle, Do Androids Dream of Electric Sheep? y Ubik, entre algunas otras novelas que posteriormente incluiría en su catálogo la prestigiosa editorial Library of America, anfitriona de autoras como Shirley Jackson, Úrsula K. Le Guin y Octavia E. Butler. PKD había encontrado la fórmula phildickiana por excelencia: observar su vida privada encarnada en personajes y tramas de ciencia ficción. La mayoría de sus biógrafos —Lawrence Sutin, Anne Rubenstein y Emmanuel Carrère, por ejemplo— coinciden en que A Scanner Darkly es probablemente una de las novelas con mayor sesgo autobiográfico en la obra de Philip K. Dick.
La historia presenta un pacto de ficción fundamental representado en un gadget arquetípico de la sci-fi: el scramble suit o traje de combate que utilizan Robert Arctor y los demás agentes encubiertos del Programa de Toxicología de un distópico condado de Orange, en la California del futuro 1992, cuyo mecanismo oculta la identidad en hasta un millón y medio de representaciones fisionómicas de muchas personas. Una silueta borrosa como sustantivo aleatorio: el hombre corriente por excelencia en cada individuo. Vestido con su uniforme de poli, Bob Arctor se llama “Fred” y tiene que informar a “Hank”, su superior, sobre las fechorías que traman una horda de paranoicos enganchados a la Sustancia M, también conocida como Muerte Lenta, y que provoca la Mors ontologica: fulmina el espíritu y trunca las decisiones individuales de los adictos. Entre ellos, anormales como Jerry Fabin, Charles Freck, Jim Barris, Donna Hawthorne y Bob Arctor, sospechoso y encargado de vigilarse a sí mismo por medio de un sistema de escáneres que la Oficina del Sheriff instaló en su casa.
En una carta escrita en 1977, Phil le cuenta a su hija Laura que la novela describe una época mala y triste en su vida, pero que le encantará leerla. En The Search of Philip K. Dick, Anne Rubenstein entrevista a varias de las personas que convivieron con el escritor durante esos momentos. Bajo seudónimo, todos coinciden que el retrato es nítido, pero que aquella realidad fue mucho más tenebrosa que como aparece en la ficción. Incluso en la vida real, como Robert Arctor en A Scanner Darkly, Philip K. Dick terminó aquella temporada de su vida recluido por iniciativa propia en X-Kalay, un centro de rehabilitación canadiense que le sirvió de base para el New Path en el que “Bruce” —ni Bob ni “Fred”— cultiva sin identidad la Mors ontologica.
Winona Ryder y Keanu Reeves protagonizan A Scanner Darkly, un film homónimo de Richard Linklater en el que la rotoscopia, un sistema híbrido de animación 3D y live action, permite observar la estructura primordial de la novela: casi sin darse cuenta, Bob Arctor termina por convertirse en un adicto a la Sustancia M y su identidad comienza a fracturarse: “Tal vez solo sean imaginaciones mías, los «ellos» que me vigilan. Paranoia. O más bien el «ello». El impersonal «ello». […] Espero que sí, pensó, que vea claramente, porque en estos días ni yo soy capaz de ver dentro de mí. Solo veo tinieblas. Tinieblas fuera; tinieblas dentro”. Un hombre dentro de un hombre, como muchas veces sospechó Phil en sus especulaciones más desquiciadas, y que plasmó en la novela inspirada por la leyenda del 707 de Hacienda Way: ¿quién es y qué hace Bob Arctor?
Philip K. Dick dedica A Scanner Darkly a todos los compañeros que tuvo en el mundo de las drogas —“Los amaba a todos”—, pero también escribe en memoria del Phil que fue y que le obsequió lesiones pancreáticas permanentes, disociaciones, esquizofrenia y soledades profundas: “No soy ningún personaje de la novela. Soy la novela”. Su propia experiencia del mundo fue en sí misma una grabación en cintas magnéticas en bucle, un loop infinito de ondas que se repetían, hologramas. En la convención de septiembre de 1977 en Metz, Francia, Dick desquició a fanáticos e intelectuales con un discurso sobre realidades alternas, presentes distintos y otras imaginaciones phildickianas. Hacía el final de su vida emprendió el proyecto de escribir The Exegesis of Philip K. Dick, un diario psiconauta que explora las especulaciones, paranoias y universos que habitó PKD, escrito a dos voces: Amacaballo y Phil. Eran sus últimos años. Probablemente nunca comprobó si era Phil o Amacaballo o el cristiano antiguo que habitó su cabeza luego de aquel rayo de luz rosa que lo cegó de pronto y sin misericordia.
Conozco a Bob Arctor: es una buena persona. No está metido en nada. Al menos no en nada desagradable. Podría decir casi lo mismo de Hawthorne Abdensen, escritor avecindado en El Castillo y autor de una polémica ucronía. Richard Philips y Jack Dowland también son, ocasionalmente, más que un par de parásitos curiosos. Con Amacaballo Fat no me arriesgaría tanto. Barney Mayerson le compró Chew-Zi a Palmer Eldritch. Rick Deckard se enamoró de un Nexus-6. Glimmung convenció a Joe Fernwright de emerger Gestarescala. Nadie sabe quién es Jason Taverner. Joe Chip sigue en semivida… ¿Philip K. Dick? Probablemente él sí esté vivo y todos nosotros, muertos.
Lo cierto es que sufrió un derrame cerebral el 18 de febrero de 1982. Al cabo de unos días entró en coma y tuvo varios fallos cardiacos. Salió del lenguaje. Para el martes 2 de marzo, ya no estaba ahí: llevaba cinco días sin registrar actividad cerebral. Su mente se convirtió en una recta infinita. No tuvo últimas palabras, pero desde mucho antes del día en que dejó inconsciente su casa en Santa Ana, California, Phil sabía que en la Sección K, Bloque 1, Lote 47 del Riverside Cemetery en Fort Morgan, Colorado, había una tumba doble con la inscripción «twins» tallada en el mármol y su fecha de nacimiento envejeciendo al mismo tiempo que él.
O Jane…