Rafael Bernal, adaptado.
Se cumplen cien años del nacimiento del autor que escribió la novela policiaca mexicana por excelencia, El complot mongol, un libro de vitalidad y posibilidades asombrosas. Hablamos de Rafael Bernal, que además de haber explorado el género policiaco trabajó textos bajo el rigor de la ciencia ficción. «Matar no es un trabajo que ocupe mucho tiempo, sobre todo desde que le estamos haciendo a la mucha ley, al mucho orden y al mucho gobierno», dice Filiberto García, protagonista de El complot mongol. Es una frase vigente, que se circunscribe a nuestros días, aunque la novela, escrita en 1966, se publicó un año después de la matanza en Tlatelolco.
Pedimos a Bef y Blumpi que adaptaran las obras clave de Bernal al cómic, y en esta conversación hablan del proceso y de su relación con el autor de Su nombre era Muerte.
Blumpi: Encontré en Bernal a un autor que sorprende, que arriesga. Desde el principio, me gustó el idiolecto de Teódulo Batanes, el protagonista de «De muerte natural», la pieza que adapté. Pero también un narrador muy evocador, para quien las descripciones no son mero escenario o adorno. Me colocó en el hospital donde falleció mi madre y supe que en un lugar así se ubicaría esta historia.
Bef: Bernal es un autor pivotal de la literatura mexicana que sin embargo ha sido poco valorado desde la alta cultura. Ello, desde luego (no es sorpresa), debido a su filiación a los subgéneros y la literatura popular. Y de éstos —ciencia ficción, noir— a los cómics sólo hay un paso. En Bernal hay resonancias de Chandler y sobre todo de Hammett, pero también de Chester Gould y Alex Raymond, contextualizado localmente.
El mérito de Bernal es haber nacionalizado al género noir. Quizá por eso mismo es ignorado por sus contemporáneos, que lo veían como autor menor. Tuvo que ser rescatado por la siguiente generación.
Me queda claro que su gran aportación está en la revaloración de la novela popular, pulp, dentro del contexto nacional, y ejecutarla con gran modernidad. La mezcla de primera y segunda persona en la voz narrativa de El complot mongol fue un recurso muy novedoso en su momento, que quizá ocupaban autores más experimentales —pienso en un temprano Fernando del Paso, quizá, o Carlos Fuentes en Aura—, pero que no se usa en este tipo de narrativa. Otra de sus herencias es darle voz al asesino, al antihéroe, el cual va desnudando las miserias y los vicios de un sistema corrupto sin ningún pudor.
Esta combinación explosiva genera textos altamente visuales, con mucha posibilidad de ser adaptados a un medio como la historieta. Hubo, de hecho, un intento fallido por hacerlo, con guión de Luis Humberto Crosthwaite e imágenes de Ricardo Peláez. Tuvieron la mala fortuna de intentar editarlo con Editorial Vid y por razones que siguen siendo un misterio para mí, el proyecto se canceló. Apenas se publicó un número de los cuatro o cinco que estaban planeados. Se rumoraba que era porque a la viuda de Bernal no le gustaba la idea de que la novela se editara en forma de pasquín.
Blumpi: No pude conseguir la adaptación al cómic de Croswaithe y Peláez en su momento. Se ha vuelto casi una leyenda urbana. Tampoco he visto la adaptación al cine. Volví a buscar el cómic cuando nos invitaron a participar con estas adaptaciones, pero no tuve suerte. Fue mejor así, pues podía llegar con una idea preconcebida de lo que se espera de una adaptación de la obra de Bernal. Y justamente lo que resultó interesante para mí es la manera de contar historias que tiene el autor, haciendo a un lado lo que representa para los subgéneros y su papel como autor de culto.
Bef: Vi la versión cinematográfica y me pareció muy pobre. De la de Croswaithe y Peláez vi el único número publicado. Una pena, era un dream team: un buen novelista trabajando con un magnífico ilustrador. Quizá se adelantaron a su época, eso debe haberse hecho alrededor del 2000. Pero me parece muy significativo: el proyecto iba hacia los puestos de periódicos, a donde ya no pudo llegar. Ahora ese tipo de cómics, las cosas que hacemos Blumpi y yo, llegan a las librerías, en mejores condiciones para sus autores, me parece. O a espacios como esta revista.
Y no puedo dejar de ver ahí un paralelismo entre el trabajo de Bernal y el de los narradores gráficos: abrevamos de fuentes populares, despreciadas por la alta cultura para deconstruir y recontextualizar en otros discursos narrativos, alejados, por ejemplo, de los superhéroes o las Sensacionales.
Blumpi: Las adaptaciones son riesgosas, aunque no dejan de ser atractivas. Son como los cóvers en la música: es muy tentador tratar de interpretar una pieza artística previamente elaborada y darle los matices propios. Pero en el caso de adaptaciones al cómic, el riesgo es muy grande. Las expectativas del lector son unas, la manera en que un narrador gráfico traduce lo que lee puede ser otra. En general, no me gustan las adaptaciones literarias al cómic, pues en mi opinión suelen ser homenajes de fan o adaptaciones al pie de la letra, más que reinterpretaciones personales.
Coincido con Bef: Rafael Bernal tiene ese halo que también persigue a los comiqueros, de literatura de bajo nivel, barata. Pero, por lo mismo, al no estar palomeada por una autoridad —o «autoridad»—, posee mucha libertad de movimiento. En El complot mongol, de fondo, pasa lo mismo en nuestros días: violencia, tráfico de drogas, negocios turbios. Nada ha cambiado, simplemente se ha puesto al día. Es el México posrevolucionario en el cual, puede decirse, seguimos viviendo, pues cargamos con las mismas desilusiones. En nuestros días la figura del sicario ganó prominencia debido a su papel en las guerras que se libran entre cárteles de las drogas. Filiberto García es ese personaje que conocemos bien: el vínculo entre los bajos fondos y la autoridad, quien hace trabajos para ambos lados porque funciona aceitando un gozne que de otra manera haría demasiado ruido. Pero también es quien camina por las mismas calles que transita todo mundo. Quiero decir que comparte espacio con los demás, formando parte del paisaje urbano. Hoy en día traería un escapulario de Malverde y tal vez no vestiría una gabardina, sino algo más estrafalario, más chaca. Pero seguiría teniendo las mismas motivaciones, trabajando para los mismos jefes.