Tierra Adentro

Tengo que hablar aquí sobre muchas cosas. Lo voy a hacer. Muchas imágenes, mucho texto, mucha exploración. Hay una forma rápida de decir lo que hay que decir sobre esto: escribiré sobre el webcómic hecho en México. Esta columna es para hablar sobre lo que este medio propone desde sus trincheras; esos diferentes acercamientos y lecturas específicas, pero no menos efectivas, a nuestra realidad. Quiero leer y hablar sobre cómics mexicanos de formas que (al menos yo, posible ignorante) no he visto. Sé que, aún así, no puedo ni quiero ignorar la presencia y discusiones que hay en el medio impreso del cómic (como bien lo apuntó Yécatl Peña en “La escena underground”) o en los festivales que difunden el trabajo de estos autores.

Para esta primera entrada elegí a una artista que he seguido desde hace tiempo. Por gustos personales, pero también por el desarrollo gráfico y narrativo que ha tenido. Me refiero a Alejandra Gámez o The Mountain With Teeth. Sus credenciales hablan por sí solas: además de tener un exitoso blog y página de Facebook con miles de seguidores, ha publicado dos antologías editadas gracias a una campaña en Fondeadora, ganó el premio SecuenciArte del año pasado por su novela gráfica Un claro en el bosque y es becaria del FONCA de este año. Es una voz que no se puede ignorar.

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Ver la evolución de Gámez en su técnica narrativa y gráfica ha sido ver a uno de esos seres primigenios, de hace millones de años, salir del océano hacia la arena y avanzar hacia terrenos desconocidos. Sus primeras obras, hay que decirlo, tropezantes y erráticas, eran más desahogos que búsquedas y desarrollos artísticos. Esa característica no les resta calidad, pero tampoco las diferencia en su superficie de tantas otras que se quedan en la confesión, en el doodle personal. El dibujo tenía un pulso (porque también palpitaba en su límite desesperado por darle forma a aquello que no la tiene) de dolor y angustia. Como el niño aterrado por las sombras que la luna proyecta en su cuarto, The Mountain With Teeth exploraba y al mismo tiempo creaba ficciones ordenadoras de su realidad. Le daba un rostro y una historia a lo que no podía entender y funcionaba. Su obra era una crisis decantada en trazos.

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Pero después ocurrió algo. Aunque ya en ese momento se notaban destellos de la voz que se consolidaría después, con la constancia de su trabajo, una musa monstruosa le habló y Gámez se hizo consciente de su oficio. No “maduró”, pues no quiero demeritar sus primeras obras; más bien se volvió más clara y aprendió a no abandonarse visceralmente a sus obsesiones. Su posición frente a la realidad, más que una defensa, se convirtió en una herramienta.

Al explorar los terrenos de su técnica e imaginación, The Mountain With Teeth entendió cómo dialogar con la realidad abrumadora. La materializó en monstruos. Las formas, sin embargo, no fueron escogidas al azar. Tomó a sus quimeras de lecturas actualizadas de cuentos de hadas y leyendas, pero también de su experiencia sobre estos días que vivimos. En sus tiras podemos encontrar hadas, fantasmas, demonios, sirenas, bichos, alienígenas, animales, golems y hasta ropa. De todo, pero nunca sin consciencia de la tradición de donde vienen. Por otro lado, entre los que ella engendró están el Señor Cocodrilo, el Ser sin rostro y el Hombre Gris, nombres que parecen ser de personajes de algún show para niños, pero que representan la vida puesta en crisis frente a sí misma. Lo que hace Gámez con su bestiario es tomar las cualidades arquetípicas de los monstruos (como las brujas y las sirenas como lo femenino: temible pero creativo; o los animales como nuestro pasado: bestial e incomprensible) y adaptarlas a un presente donde los grandes mitos ya no existen y la vida común es al mismo tiempo lo épico y lo anónimo. Por eso el contraste entre sus dibujos caricaturescos con el contenido e imaginario terrorífico de sus historias: en ellas cuenta y dibuja la ironía de lo horriblemente contradictorio que es lo cotidiano.

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La obra de The Mountain, entonces, tiene un efecto constante: enfrenta el horror de la costumbre y la rutina, del vivir de alguien de hoy que no parece encontrar un lugar para ser porque el silencio que aplasta en la noche, momentos antes de dormir, es tan aterrador como el ruido de las calles durante el día. En estas tiras se conjuga la angustia por la vida desenmascarada que ocurre a través de los medios electrónicos, donde vemos que, mientras unos viven en una profunda felicidad o tristeza personal, otros son torturados y asesinados por crímenes que no cometieron. The Mountain With Teeth articula lo grotesco en la risa nerviosa que provocan sus narraciones. Su obra llena de monstruos nuevos y antiguos, ominosos, pero a veces tiernos, nos invita a leer sin miedo el caos de lo habitual que no descansa en su asedio a nuestra frágil persona.