Sobre lo terrorífico en el arte digital: nuevas posibilidades para lo social
En México existen pocos lugares de exhibición y difusión para el arte digital. Por ello es pertinente generar publicaciones sobre las nuevas manifestaciones del arte contemporáneo, que acerquen el trabajo de los artistas al público de un modo distinto al que un museo, galería u otro espacio lo hace. El libro Algoritmos, miedo y cambio social, al igual que la exhibición homónima que se presentó a principios del 2014 en el Museo Universitario de Ciencia y Arte (MUCA), versa sobre once obras realizadas, en un periodo de diez años (2004-2014), por el artista multidisciplinario torreonense José Jiménez Ortiz.
Siete textos, en español con traducción al inglés, acompañan el trabajo del artista; todos ellos se centran en los cambios del tejido social y en el modo en que el arte de Jiménez Ortiz explora estas transformaciones. Dos son conversaciones entre el artista y la investigadora y periodista Mercedes Bunz y con el curador e investigador Raimundas Malašauskas. El resto, ensayos que van desde la aparición de medios y metodologías multiformes en el arte producido en México hasta detalles de la vida privada del artista. En los ensayos participan, además de los investigadores mencionados, el artista Eduardo Abaroa, la historiadora del arte y directora del MUCA Mariana David, y el escritor Carlos Velázquez.
Visual y conceptualmente, la idea que predomina en el libro es lo “terrorífico”. El mismo título arroja al lector pistas sobre la asociación ambigua de la tecnología con la sociedad contemporánea y encaja adecuadamente con lo perturbador que cada obra de José Jiménez Ortiz entraña. En la publicación, el color negro (que se observa en la portada, páginas interiores, letra, el formato de las fotografías) alude al contexto del artista: al escenario lúgubre que la presencia de la muerte ha dejado desde hace varios años en el norte de México, específicamente en Torreón. Las imágenes muestran personajes en decadencia y escenarios luctuosos que sirven de marco para una narrativa donde la vida y la muerte están en juego; reflejan una atmósfera asfixiante de desconsuelo, miedo, inseguridad y corrupción del poder, que encaja perfectamente con el tono de la definición de novela negra que Raymond Chandler defiende en “El simple arte de matar”. El tema del asesinato está presente en el formato sombrío de las fotografías; lo mismo sucede con los videos, mapas, imágenes y proyectos que se describen en la publicación. Es probable que el interés del artista por ese tema se deba a sus inferencias sociológicas; es decir, por la frustración colectiva de los individuos que viven y mueren en todo el país como consecuencia de la pugna por el territorio nacional emprendida por los cárteles. Es así que el artista, al igual que un detective en una historia de crimen, muestra una gran amplitud de conciencia sobre su propio entorno con la intención de reconstruir y desvelar verdades a través de su trabajo. La diferencia entre la literatura y la propuesta artística de Jiménez Ortiz, es que los personajes que el artista elige parten de testimonios y son víctimas de una situación real. Jiménez construye sus obras a partir del mundo en el que vive, donde los asesinos pueden gobernar naciones y ciudades, donde el crimen organizado promueve la muerte para ganar dinero, donde nadie puede andar tranquilo por las calles. Un mundo en el que el orden se convierte en ficción, en el que cualquiera puede ser testigo de un delito cometido a plena luz del día, ver a quien lo ejecuta mientras un dirigente político hace nada para impedirlo.
Las conversaciones entre Mercedes Bunz y Raimundas Malašauskas con Jiménez Ortiz se complementan para exponer a la tecnología como un nuevo espacio social de acción activa. En ellas se refleja la inquietud del creador por la problemática que surge a partir de la inserción de las tecnologías de la información y la comunicación (TIC) en las sociedades que se encuentran en una situación de conflicto; el modo en el que estos eventos violentos reconfiguran la experiencia de la realidad, no solamente en la naturaleza o la ciudad sino también en el espacio electrónico. Desde un punto de vista kantiano, el modo en el que Jiménez utiliza la particularidad representacional y digital de la tecnología para potencializar el deseo, la fantasía y el registro del imaginario, hace que el miedo, el dolor, la angustia, la ansiedad, la violencia, el pánico, la muerte y el caos se conviertan en estados sublimes del espacio electrónico. Primero, porque este espacio carece de forma, característica propia de los objetos llamados sublimes; segundo, porque la participación de la imaginación es crucial para la facultad de los individuos de desear lo infinito; tercero, porque esta operación permite a los sujetos reflexionar sobre sí mismos, suspendiendo momentáneamente la realidad. Entendiéndolo así, se comprende que para Jiménez las TIC funcionan como objetos de resistencia: herramientas mnemónicas que posibilitan la permanencia de los sujetos en otro espacio. Es decir, así como en el pasado los símbolos y rituales nos ayudaban a recordar, en la actualidad lo digital es también un modo de conservar el sentimiento melancólico de lo que ha sido y un método catártico para eliminar recuerdos que nos perturban emocionalmente. De modo similar, la espiritualidad se ha transfigurado y se adaptó al lenguaje binario. La resurrección, entendida como continuidad en la vida eterna de todo ser humano, considerada un mito, ahora es posible gracias a lo virtual y a las redes informáticas. Esto es porque la imposibilidad de resistir a un poder, en este caso a la muerte, nos hace reconocer nuestra debilidad como seres de la naturaleza, pero las representaciones mentales expandidas gracias a la tecnología y su similitud con lo paranormal hacen posible juzgarnos independientes de ella y nos revela una nueva superioridad sobre la misma. Esta superioridad —como dice Kant— es el principio de una especie de conservación de sí mismo, muy diferente de la que puede ser atacada y puesta en peligro por la naturaleza exterior.
Otra cuestión a la que apuntan las conversaciones y textos del libro es cómo Jiménez concibe el rol del artista como un antropólogo social. Si reflexionamos sobre su obra, comprenderemos que aborda la dialéctica de lo público, lo privado y lo secreto en las TIC. Como usuarios, muchas veces ignoramos los modos en que internet puede volverse contra nosotros. El artista muestra satíricamente el lado oscuro de la proliferación de la tecnología mediante metáforas y analogías. Jiménez permite que los lectoespectadores reflexionen sobre los riesgos de conocer o comunicar demasiado, así como el doble filo de revelar, parcialmente o no, nuestras identidades en las redes sociales. Por otra parte, la configuración de nuevos códigos de comunicación logra alcances de acción política que antes eran imposibles. En estos canales yace el terror de muchos hombres como Jiménez, que se atreven a averiguar, como en novelas detectivescas, hechos encubiertos por el Estado.
Es cierto que la obra de José Jiménez Ortiz aborda la proliferación de herramientas y la transformación social en los sistemas de producción. Pero haber elegido a Walter Benjamin, como hace Mercedes Bunz en la introducción, significa caer en lo inmediato y trillado de la teoría del arte contemporáneo. Las relaciones entre ambas disciplinas son ahora mucho más complejas. Retomando lo expresado por Bourriaud, podemos afirmar que la tecnología sólo le interesa al artista en la medida en que puede poner en perspectiva sus posibles efectos: ya no se trata de describir desde afuera las condiciones de producción, sino de poner en juego sus gestos, decodificando las relaciones sociales que implican.
El libro se puede entender como un relato que refleja el pensamiento de un artista, y al mismo tiempo es el resultado de la convergencia de distintos puntos de vista sobre el trabajo de un hombre que utiliza la tecnología y el humor negro como combate moral, social y político ante la violencia actual. Puede que su trabajo sea tragedia pura o ironía, incluso podría malinterpretarse como una adulación al gusto por la violencia o el dolor, pero se requiere de alguien impasible y justo como él para señalar la crudeza de la realidad. Es importante recordar que Algoritmos, miedo y cambio social es apenas un prólogo al trabajo que Jiménez ha desarrollado como investigador y artista, por lo que los datos que el lector sabrá después de haberla revisado son únicamente para quien desee conocer más acerca de su propuesta artística y futuros proyectos. El público puede entrar fácilmente al libro por sus reflexiones sobre arte y tecnología, herramienta utilizada con mucha frecuencia para todo tipo de tareas. El trabajo de Jiménez es tan sólo una vertiente a la que el arte actual mexicano apuesta por sus relaciones con la sociedad. Estas propuestas son una oportunidad para la reflexión sobre eventos que están sucediendo y que conciernen a la sociedad. La realización artística aparece como un terreno rico en experimentaciones sociales que ponen en diálogo niveles de la realidad distanciados unos de otros. Ojalá esta publicación provoque en los lectores más interés por otros artistas mexicanos que, como José Jiménez Ortiz, humanizan, reflexionan y sensibilizan a la sociedad gracias a la tecnología y al arte digital.
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