Tierra Adentro

Titulo: Toda la Sangre

Autor: Bernardo Esquinca

Editorial: Almadía

Lugar y Año: México, 2013

Bernardo Esquinca (Guadalajara, 1972) es, sin ninguna duda, uno de los autores mexicanos que con mayor consistencia se han acercado al lado oscuro de la narrativa fantástica. Autor de las novelas Belleza roja, y Los escritores invisibles (FCE, 2005, 2009) pero sobre todo de los libros de cuento Los niños de paja, y Demonia (Almadía, 2008, 2012), donde mejor ha demostrado sus dotes de creador de atmósferas turbias y pesadillescas. Esquinca va de la nota roja al terror sobrenatural, de Stephen King a JG Ballard, y de David Cronenberg a David Lynch. Influencias que por momentos podrían parecer obvias pero que en realidad son homenaje al maestro y guiñó cómplice para el lector, y que en ningún momento estorban. Se trata de libros, en particular Los niños de paja, que, según palabras del autor, “enseñan las costuras”, pero lo hacen deliberadamente y con la habilidad necesaria para hacer de ello más que debilidad o provocación, propuesta estética.

Cuestionado sobre la supuesta ausencia de una tradición en la práctica de la narrativa de terror en nuestro país, Bernardo Esquinca ha dicho que “México es un país al que le ha costado mucho trabajo reconciliarse con su pasado, y quizá esto redunde en la poca atención que sus autores han dado a lo sobrenatural”, y que a esto habría que sumar el ninguneo de los círculos académicos y la crítica literaria –que desconfían de todo lo que se atreve a ir más allá del realismo y los juegos de palabras-.

Resulta cuando menos curioso y, digno de un ensayo de amplio espectro, explicar el por qué a diferencia de otros países donde la literatura fantástica es parte fundamental de su tradición, como Inglaterra, Alemania, o Argentina, los críticos literarios mexicanos reaccionan de forma tan visceral ante ella. No es gratuito que a sus mejores practicantes, a los que es imposible ignorar, se les catalogue como escritores excéntricos. Pero detengámonos un poco en la palabra excéntrico. Una palabra que describe, pero que sobre todo califica. Excéntrico: que se aleja del centro. Bajo este paradigma, Francisco Tario, Juan José Arreola, Amparo Dávila, Pedro Mirét, Emiliano González son unos excéntricos.

Bernardo Esquinca, escritor excéntrico, al reunir, en complicidad con Vicente Quirarte los cuentos de Ciudad fantasma (Almadía, 2013) consigue demostrar que a pesar del desdén y los prejuicios existe lo que podría parecer una contradicción: una “tradición” de excéntricos que incluye a Alfonso Reyes, José Emilio Pacheco, y a Salvador Elizondo, así como a Alberto Chimal y a Bibiana Camacho. Una tradición tan rica como para hacer posible una antología (en dos volúmenes) donde la protagonista principal es la ciudad de México.

Resulta significativo que en la saga de Casasola, iniciada con La octava plaga (Ediciones B, 2011), y continuada con Toda la sangre (Almadía, 2013) tercera y cuarta novelas de Bernardo Esquinca, la ciudad de México sea más que un escenario, protagonista principal. En La octava plaga inciden el relato de terror, el de ciencia ficción, y el género negro, los tres discursos narrativos que mejor se han adaptado a la cultura popular. Casasola es un periodista cultural caído en desgracia y degradado a la nota roja, donde encuentra su verdadero nicho y descubre una habilidad perturbadora: su “don” de hablar en sueños con los muertos. Pero a diferencia de los protagonistas de otras sagas negras, Casasola no es un policía ni un detective, mucho menos un abogado, figuras que para el mexicano promedio sólo resultan heroicas en ciertas series de televisión norteamericanas. A propósito, Casasola tampoco es un héroe, ni mucho menos un antihéroe. A diferencia de Charlie Parker, el sombrío pero saludable detective de John Conolly, que no fuma ni bebe y que tiene bajo control su consumo de carbohidratos, pero que también puede comunicarse con los muertos, Casasola se alimenta de comida callejera, es medio alcohólico, no tiene condición física ni posee entrenamientos especiales. Casasola es un chilango promedio, cada día más calvo y barrigón.

Una mañana de viernes, un grupo de trabajadores del Centro histórico hacen un macabro hallazgo en las ruinas prehispánicas del Templo mayor. Encuentran tres corazones humanos, al parecer extraídos unas cuantas horas antes. Uno en las manos del Chac Mool, otro más en “la casa de las águilas”, y el último en el altar tzompantli. Algunos días más tarde, en las ruinas del templo de Quetzálcoatl, en pleno Tlatelolco, es encontrado un cadáver decapitado y desollado. Se trata, según la antropóloga Elisa Matos, de una réplica de ciertos sacrificios rituales aztecas. Así inicia Toda la sangre, y con ella la cacería del “Asesino ritual”, un ser que desea el regreso de los dioses que dieron gloria a la Gran Tenochtitlán y que se revela pieza clave en una trama de mayores proporciones. Casasola, como reportero del Semanario Sensacional será uno de los cazadores del “Asesino ritual” y en su odisea contará con el apoyo de una galería de personajes entrañables, comenzando por el Griego, ese fotógrafo de nota roja inspirado en Enrique Metinides; Santoyo, el dueño del Semanario Sensacional; la misma antropóloga Elisa Matos, y muy especialmente El consejo de periodistas muertos de nota roja, que se manifiesta en los sueños de Casasola y posee un negrísimo sentido del humor. Con esos ingredientes Bernardo Esquinca da vida a la segunda entrega de la saga de Casasola, una saga con ecos de Los días enmascarados, de Carlos Fuentes, pero también de Twin peaks, los X Files y la urban fantasy de Neil Gaiman y otros escritores y guionistas de comics de principios de los años 90’s como Clive Barker o Alan Moore, que hicieron de las ciudades inglesas un territorio mágico en el que convivían la modernidad y los mitos antiguos.

Las dos primeras partes de Toda la sangre son un recorrido por el Centro histórico de la ciudad de México, sus bares y cantinas. De La Faena a La Opera, pasando por El Salón Corona, con Domingo incluido. Casasola escribe un reportaje sobre los indigentes del Centro histórico, a quienes llama Escuadrón George Romero. Nos paseamos así por una Ciudad habitada por parias, locos y desposeídos, dueña de una violencia muy distinta a la violencia de las ciudades del norte y el sur del país. Una de las mejores partes del libro es en la que se narra un espectáculo sin igual: el aquelarre que cada fin de semana se celebra alrededor de la Fuente de Neptuno, en la Alameda Central. Un baile pagano lleno de albañiles, militares en su día franco, empleadas domésticas, meseras y travestis. Quienes vivimos en esta Ciudad y que una de esas noches hemos pasado por ese lado de la Alameda, o que hemos transbordado en Hidalgo, la estación de metro más cercana, una de esas noches, sabemos de la “mala vibra” que satura el ambiente y que no tiene nada de casual. Otro de los momentos especiales de la novela es el encuentro de Casasola y Elisa Matos con Sergio González Rodríguez, un autor que roza el estatus de leyenda y que ya antes ha hecho cameos en 2666, de Roberto Bolaño, y en Negra espalda del tiempo, de Javier Marías.

Bernardo Esquinca, nacido en Guadalajara y chilango honorario, es hábil construyendo misterios, dando vida a pesadillas y temores atávicos, creando personajes. Ha sabido reunir algunos de los fantasmas más célebres que habitan la Ciudad y forjar con ello la materia de una historia con voz propia. Toda la sangre es la confirmación de una saga que sigue las pautas de los mejores thrillers contemporáneos; pero también es la confirmación de un autor a la alza, y de una narrativa fantástica mexicana cada vez más robusta. El panorama promete.