Ben Frost, en busca del sonido del universo
Hay pasajes estéticos que van más allá de la lógica, en ellos se pondera la experiencia sensible, ya que es más básico sentir y vivir el arte que intelectualizarlo. De modo que la contemplación de éste debería ser un proceso más inmediato, que no requiriera de excesivas interpretaciones. Porque el espectador se relaciona con la obra y espera que se establezca algún tipo de conexión.
Resulta muy deseable que el arte invada los sentidos y provoque sensaciones —no necesariamente la exaltación de lo que se supone bello—, aunque todavía son pocas las propuestas artísticas que también busquen generar algún tipo de efecto físico.
Eso es lo que distingue a los discos que edita en solitario el australiano Ben Frost, que busca en su obra provocar en quien la escucha reacciones corporales. Se trata de un avezado diseñador de audio y un cazador incansable de sonidos. Sus conocimientos tecnológicos y su pasión científica le llevan a recorrer el mundo y registrar muchísimos detalles sonoros que captan su atención.
Hace ya diez años que vive en Islandia, atraído por su gran actividad volcánica y el espectáculo maravilloso que ofrecen las auroras boreales. Ambas representan para él fenómenos acústicos incomparables al momento de buscar sonidos inéditos, sorprendentes e inquietantes. Luego incorpora su inusual archivo a trabajos musicales que hacen las veces de un magma sonoro que pretende prender fuego a los sentidos de los receptores, al tiempo que estremece al cuerpo entero.
Si ya con su anterior álbum By the throat (2009) nos colocó delante de aullidos de lobos y vibraciones extraídas del cosmos, ahora sigue con su exploración y aumenta la tensión y el crepitar. Crece la complejidad de sus rompecabezas sonoros por la acumulación de capas y texturas, mientras mantiene la combinación de herramientas analógicas y digitales para su creación.
Debemos de tomar en cuenta que durante los meses pasados acompañó a Swans en su tour mundial. El grupo comandado por Michael Gira ha conseguido estirar al máximo el concepto de metal y sumergirse en su vertiente siniestra hasta coquetear con el drone. A su manera, los autores de The seer (2012) y To be kind (2014) también buscan la experiencia extrema y pasar del exabrupto hasta casi el silencio —del estallido a la calma.
Frost se vio influido por ese alto contraste de intensidades a la hora de finalizar el proceso de A U R O R A (Bedroom Community/Mute), otra obra de inclasificable naturaleza y que le huye a las etiquetas más comunes. Nadie puede negar ese instinto de investigador de la ciencia que convive con arreglos que proceden del campo de la electroacústica más experimental.
A lo largo del álbum, a momentos oscuro, hay que sumarle el gusto de Frost por el ruido, que, a diferencia de sus obras anteriores —más contemplativas—, es sacudido por partículas y fragmentos que proceden de la electrónica más chirriante. Con este álbum, Frost deja ver su interés por el sendero estruendoso que explora una agrupación como Fuck Buttons, aún dentro de la electrónica más o menos al uso, pero confirma que también abreva del ruidismo de formas más libérrimas, como el que produce Stephen O´Malley en proyectos como Sunn O))) y más recientemente con Body/Head al lado de Kim Gordon, ex Sonic Youth.
Ben es alguien que transita absolutamente por el alto contraste; entre los lapsos en que no publica discos suyos, trabaja en piezas para danza contemporánea, entre las que se cuentan Sleeping Beauty y Black Marrow. También ha realizado junto a Daniel Bjarnasson una nueva versión de score para Solaris, la película de Andrei Tarkosky.
Este músico recurre a distintas maneras y tratamientos que pretenden provocar al cuerpo y ser todas las veces estimulante —considera la música intrínsecamente relacionada con lo físico—.
Lo más sorprendente de escuchar A U R O R A es que por lo menos hay dos momentos en los que la crítica ha encontrado cierta referencia a la música de baile –ADN virulento y mutante de house—: tras un comienzo con “Flex” para luego cobrar tensión aparece “Nolan” con energía desbordante y una parte espacial —épica cósmica liberada—. Sobreviene una transición breve y se desata otra sacudida con “The Teeth Behind the Kisses”, que al final se desvanece entre una maraña de percusiones con “Secant”.
Como ya hemos dicho, Frost es un viajero constante y esta nueva vertiente se debió concretar tras un largo periplo, pues la parte de la composición se terminó tras un viaje al Congo, como parte del equipo del creador Richard Mosse, quien presentó una instalación en aquel país africano. Posteriormente, regresó a los Greenhouse Studios de Reykjavik en los que se reunió con el percusionista Shahzad Ismaily, quien ya es un compañero habitual, Greg Fox de Liturgy y también Thor Harris de los mismísimos Swans; es decir, armó un tanque Panzer de la furia y la distorsión sónica.
La cabalgata combativa regresa con “Venter” en la que aflora su filia científica pues está dedicada al biólogo Craig Venter cuyas investigaciones Frost considera visionarias y al que considera que falta mayor reconocimiento. Tras un par de tracks más llegamos al cierre con la magnífica “A Single Point of Blinding Light”, algo de lo más aterrizado que haya grabado nunca; un sencillo que pudiera ser la banda sonora ideal para un enorme e hipotético rave apocalíptico.
Como bien apunta el periodista Manel Peña, A U R O R A —con sus 9 cortes—: “es uno de esos discos que te hace sentir como un huérfano en medio de los bosques de Twin Peaks. Varios momentos hacen que acabes debajo de la mesa buscando refugio”.