Union Square Station
Después de tanto ardor –tanto tratar de encontrar las palabras y de tocar la carne, la tibieza de ambas, o tan sólo una manera de lidiar con sus efectos–, después de tanto espacio que nos queda cuando lo buscamos, sin importar si lo encontramos o no, pienso, parada en la estación desierta de metro, mientras un cellista solitario munido de su arco hace que los armónicos graves retumben por la cueva, que debe ser deseo esto también: dirigirse no al músico (y sin nada de fuego), sino al tren: Sé lento, sé lejano. Déjame que me quede este zumbido visceral en los pulmones. Oblígame a esperar. No vengas nunca.
Traducción de Ezequiel Zaidenwerg