Un reloj que marcha hacia atrás: el curioso caso de Benjamin Button
En una cuna, estaba sentado un anciano. El escaso cabello, la barba larga y sus piernas frágiles que colgaban de entre los barrotes revelaban una edad aproximada de 70 años. Esperaba en una habitación hasta que sus primeras palabras rompieron el silencio: “¿Eres mi padre?”. El hombre apenas tenía unas horas de nacido en 1860.
La pregunta se dirigía al propietario de la compañía Roger Button & Company, Ferreteros Mayoristas, Roger Button. Su bebé había sido condenado a vivir la juventud con la apariencia de un anciano; mientras que a su vejez llegaría en las condiciones físicas y mentales de un niño que apenas toma conciencia de sí mismo.
La contradicción también afecta a las personas en el ocaso de sus últimos días, cuando los recuerdos se convierten en el único tiempo habitable y la memoria es el vestigio que aún permanece de la identidad. Bajo estas circunstancias inusuales nació el hombre cuya vida fue un reloj que marchaba hacia atrás. El mundo lo conoció a través del cuento de F. Scott Fitzgerald, “El curioso caso de Benjamin Button”, publicado el 27 de mayo de 1922.
Benjamin Button, el hombre detrás de las paradojas
Benjamin Button es una creación del autor Francis Scott Key Fitzgerald, nacido el 24 de septiembre de 1896 en St. Paul, Minnesota, autor que dejó una huella indeleble en la literatura estadounidense con sus obras que capturan el espíritu de la Era del Jazz.
Hijo de Edward Fitzgerald y Mary (Mollie) McQuillan, Fitzgerald combinó en su escritura las influencias de su ascendencia, la literatura, su paso por Princeton, su relación con Zelda Sayre Fitzgerald, y su lucha contra el alcoholismo. Su vida y obra, marcadas por sus ambiciones y desafíos personales, reflejan una época de grandezas y decadencias en el contexto estadounidense del siglo XX.
En Princeton vivió una de sus etapas más fructíferas para su desarrollo literario. Sin embargo, la interrupción de su educación por su servicio en el ejército durante la Primera Guerra Mundial (1914-1918), y su objetivo de casarse con Zelda Sayre, fueron algunos de los reveses a los que se enfrentó antes de alcanzar su potencial.
El paso de la guerra tuvo consecuencias sobre su juventud y el innegable talento que poseía. La colisión entre el arte y la desolación del conflicto bélico provocó un impacto tan profundo en él que su novela El gran Gatsby (1925) y el cuento “El curioso caso de Benjamin Button” tienen referencias directas a este enfrentamiento armado.
En ambas obras, la guerra es un punto de inflexión en la decadencia de los personajes. Para Gatsby significó la renuncia momentánea del amor y sus sueños de alcanzar una mejor posición social. Button, quien prestó servicio en la Guerra hispano-estadounidense, representó la muerte de la inocencia. Fue un proceso en el que el hombre buscó nuevas experiencias a una edad avanzada, fuera de su familia con su esposa, Hildegarde Moncrief, y su hijo, Roscoe.
Ascendió dentro del ejército al grado de teniente coronel. Su experiencia en posiciones privilegiadas hizo que Button se separara de sus años apacibles junto a su padre y abuelo. También se olvidó del cariño de un hogar. El hombre reconoció estas consecuencias por medio de una contradicción. Con 50 años, pero apariencia de un chico de 16, intentó regresar a la armada. Un soldado se burló de él apenas se presentó en el cuartel.
Al igual que en el cuento, las contradicciones también colmaron la trayectoria de Fitzgerald. El autor se vio a menudo atrapado en el torbellino de la celebridad y las dificultades financieras, a pesar de que su trabajo en revistas populares y el éxito inicial de sus novelas permitieron un estilo de vida extravagante.
La relación con Zelda fue una fuente de inspiración y un suplicio; el amor intenso, la creatividad, la tragedia debido a la salud mental de la mujer y el alcoholismo de Fitzgerald. Sin embargo, los problemas encontraron un lugar en sus obras, en las que abordó temas de aspiración, pérdida y el sueño americano, aspectos que lo consolidaron como un cronista de su era.
Benjamin Button fue un personaje con el que Fitzgerald exploró la forma en que las paradojas forman parte de la vida. El hombre que nació viejo tuvo que llevar una infancia repleta de los límites físicos de la vejez, pero impulsada por el deseo de amor fraternal y las preguntas de una niñez curiosa.
Las decisiones que tomaba parecían ser determinadas por una edad interna que se contraponía a su aspecto. El desarrollo de Button siempre iba en contraste con una madurez gradual a la que llega el resto de las personas al envejecer, así lo demostró al cumplir 50 y tomar la elección errática de alistarse al ejército. Era una eterna marcha hacia atrás que permitía tener algunos puntos de encuentro con sus familiares más viejos.
Cuando era un niño y aparentaba tener la edad de su abuelo, encontró en él una compañía dulce en sus esfuerzos fallidos por socializar con otros chicos. En su juventud lucía como un hermano de su padre, con quien encontró cierta afinidad y un modelo para actuar con cautela, aunque era un joven impulsivo.
Las paradojas del hombre son inmortales porque remiten a un ser repleto de contradicciones: el humano. El personaje trazaba una concatenación de tiempos externos e internos yuxtapuestos. Desde el día de su nacimiento hasta su muerte, él fue una improbabilidad.
La historia de Benjamin Button es una crónica de instantes que se contraponen en dos tiempos distintos, el externo y el interno. Si bien el cuento tiene una narración lineal, el protagonista rechaza el ritmo y avanza en dirección opuesta. En su infancia obtuvo una madurez anticipada, a causa del aislamiento por su condición.
En los momentos que pasó junto a sus familiares varones, encontró lugares que podía visitar por medio de las vivencias de su abuelo y su padre. Aprendió a valorar la vida al punto de formar su propia familia, a construir un hogar. En la vejez, experimentó una ausencia de su identidad.
Antes de este punto, Button recorrió un camino de penurias, alegrías y deseos. En los destinos a los que llegó, encontraba una oportunidad para convertirse en quien quiso ser, sin importar cuantas veces haya cambiado de opinión. Nunca fue demasiado viejo, o en su curioso caso, demasiado joven para hacerlo. La paradoja de sus edades físicas e internas hicieron de él un hombre sin tiempo.
Su esposa e hijo definieron una de las decisiones que cambiaron la forma en que comprendía su realidad. La suma de las personas que lo acompañaron y las pasiones que conoció a través de otros formaron parte de su historia e influyeron en los impulsos que lo hacían continuar, a pesar de rejuvenecer con cada año. El cúmulo de esas experiencias para él fueron la vida misma, sin importar sus actos.
Se convirtió en militar, empresario y un niño sin memoria al final. Los cambios drásticos y en colisión entre sí, como las olas de un mar enfurecido al estrellarse en la costa, provocaron que el hombre dejara partes de sí mismo en cada paso que daba.
Un mar que se olvidó a sí mismo
Las lecciones que Benjamin Button aprendió cuando era joven, lo abandonarían en su vejez, etapa en la cual los niños y los ancianos suelen tener conductas similares. Ambos son seres que carecen de personalidad. El primero, la busca a través de los años; el segundo, llega a perderla con el pasar del tiempo.
Esta lucha eterna entre la memoria y el olvido podría ser un reflejo del final de Fitzgerald. Sus últimos años estuvieron marcados por intentos fallidos de resurgimiento tanto en su carrera como en su vida personal. A pesar de trasladarse entre Europa y Estados Unidos en busca de un nuevo comienzo y de trabajar en Hollywood en la industria del cine, Fitzgerald nunca logró recuperar completamente su estatus previo.
Falleció el 21 de diciembre de 1940, creyéndose a sí mismo fracasado, sin presenciar la inmortalidad de su obra, que capturaró el imaginario colectivo y aseguraró su lugar entre los más grandes escritores de Estados Unidos y de la literatura universal.
El final de Benjamin Button predijo las emociones con las que murió Fitzgerald. El personaje del cuento, convertido en un niño de corta edad, pasó el final de su vida bajo el cuidado de una mujer. Los días eran confusos entre sus lloriqueos cada vez que tenía hambre y la suave superficie de su cuna.
El pasado se había ido, solo existía un presente perpetuo en el que había olvidado quién era, la persona que había sido y la gente con la que aprendió a habitar su mundo. Tanto el autor como el protagonista del relato nunca pudieron reconocerse en los días previos a su muerte.
Los recuerdos para ambos eran sombras a las que perseguían con desesperación e intentaban recrear lo mejor que podían. La búsqueda de la identidad con la reminiscencia es un rito cíclico. Uno de los libros que lo aborda con una estructura no lineal es Farabeuf o la crónica de un instante (1965), de Salvador Elizondo.
En la antinovela, el tiempo desaparece y funciona como un bucle en el que se intentan recordar los vestigios de un encuentro entre Farabeuf y una mujer desesperada por saber quién es. Un rito que Salvador Elizondo narra en su novela, en la que una mujer debe rememorar junto al protagonista los pasajes de su juventud, para finalizar con la búsqueda de su ser.
La trama se entreteje a través de eventos repetitivos sin continuidad aparente, como los últimos días de Button. En ocasiones, el autor presenta momentos cruciales como el instante en una playa, el suplicio chino y el encuentro de una pareja en una casa abandonada, los cuales se ven interrumpidos por la falta de temporalidad.
La obra alcanza el final, cuando la preparación detallada de un personaje para su muerte parece ofrecer un escape momentáneo a esta serie de instantes congelados, solo para regresar a la repetición en el desenlace.
El cuento de Fitzgerald tiene un final parecido. Button muere en su cuna sin saber quién fue ni dónde estaba. Los vestigios del pasado, su carrera militar, la familia que inició y las herencias de su padre, se perdieron en la vacuidad de su mente. Las percepciones incluso eran difusas, sonidos, olores y luces lo confundían hasta que solo hubo oscuridad.
El camino que emprendió desde su nacimiento lo obligó a vivir como un hombre mayor a una edad temprana y buscar aventuras a medida que aparentaba ser un niño. Mientras rejuvenecía, se extraviaba entre la madurez que tuvo en épocas pasadas y el olvido que llega al envejecer. Ante los ojos de los demás, era un pequeño sin memoria que ya había hecho su vida.
El contraste entre las edades internas y externas de Button dibujó ondas que chocaban entre sí en la superficie del océano en calma que era su memoria. El hombre sin tiempo parecía un mar que se había olvidado a sí mismo. Quienes una vez surcaron sus olas en paz, terminaron perdidos junto a él en una eterna marcha hacia atrás.