I
En cuanto la señora Méndez recobró la conciencia y poco antes de abrir los ojos, sintió un dolor que iba desde el esternón hasta los dedos de su mano derecha.
La evidencia de lo extraño
Qué infeliz sería si amara a un hombre
no sería su piel perfecta
ni la suave línea de unos muslos
¿A quién le trenzaría el cabello?
a un hombre, no.
Entre los siete y trece años mis padres y yo solíamos visitar a mi tía que era monja en el convento de clausura de las Carmelitas Descalzas en mi pueblo.