La Suria
Luza Alvarado construye aquí, en un estilo inscrito en la tradición poética urdida por autoras originarias del sur del continente –como Marosa Di Giorgio–, un discurso acerca de la soledad, la insatisfacción, y la imposibilidad para relacionarse, pero también, del valor de saber reconstruirse, a partir de un diálogo (quizá, una batalla) con la Cándida…
Nota del editor: Debido al formato de este poema en prosa, te recomiendo si lo lees en un teléfono móvil, lo coloques en posición horizontal.
Tengo hambre. Te lo dije entre susurros pero los confundiste con el roce de tu barba entre mis muslos. Tengo hambre todo el tiempo. Cuando dejé de comer carne con alma me nació un frío que sube desde el vientre hasta el esternón, ahí donde viven unos bichos que me rasguñan el revés del hueso como diciendo Carroña. Clavan los dientecillos de sus patas en mi pecho y dicen Carroña
reptan rascan roen
crrr crrrrrrrrrrrr
se arrastran lijan escarban arañan hasta quedarse dormidos de cansancio. Pero apenas te huelen cerca y se arrancan a danzar en círculos
toc toc túmpata
toc toc túmpata crrrrr
túmpata crrrrr
Pusiste tu oreja en la cima de mi vientre para escuchar la bulla del carnaval insectario. Todavía tenías la boca mojada cuando dijiste Sí, ya sé que tienes hambre, y me ofreciste uno de tus tallos. Pensé que estaría lleno de alma, pero la habías olvidado en el bolsillo de otro pantalón. Tenía tantos días de ayuno que te lo comí entero –las chicharras empezaron a rascar–, te comí el tronco, la raíz –las chicharras no dejaban de rasguñarnos–, la lengua y las manos –las chicharras se quedaron dormidas.
Ocurrió que nos quedamos sin caricias. Los límites del mundo se fueron construyendo conforme amanecía. Nos quedamos también sin las palabras con las que atravesábamos hacia la otra realidad, sin esos puentes que nos devolvían nauseabundos desde la tierra recién descubierta por quinta vez.
Te dije Sigo con hambre, pero ya no tenías volutas para responderme ni siquiera con la mirada. De puro pavor te cerraste para no recordar la insatisfacción que me ponía las mucosas de color púrpura.
cómo te gustaba desgajarme los adentros transfigurados en berenjena Te fascinaban las respuestas involuntarias de mis fibras el sabor indoloro de mi jugo la transparencia de mis membranas Era delicioso verme convertida en un animal fronterizo sin lugar para el antes o el después
Subiste al esternón y las chicharras empezaron a rascar el hueso por dentro diciendo Déjanos salir, queremos poblarte el silencio. Fingiste que no habías escuchado sus patas raspando la cal. Clausuraste los poros ante el horrendo espectáculo de mi hambre, que era igual a la tuya, un hambre de hormiguero donde te abismas cuando temes sentir el vacío y sólo encuentras más ganas de seguir hundiéndote. Te alejaste cuerpo abajo en busca de un brote que amansara el miedo a ser colonizado por mi polifagia virulenta, y desde allá me pediste que las hiciera callar. Tu mandíbula me decía Por dios, cuándo se te va a quitar esa manía, cuándo.
Te quedaste dormido. Me dieron ganas de salir y me subí en los tacones. Tres chicharras interrumpieron mi toc toc, estaban recorriendo unas pesadillas que no eran las mías. Me detuve en el quicio sólo para ver la silueta del ansia hinchando la piel de tu cuello y deslizándose hacia tu rostro. Habían comenzado a anidar detrás de tus pómulos. Supe que después iban a enquistarse en tus ojos y sentí una paz inmensa. Te dije Ya vuelvo. Voy a buscar algo de beber para quitarnos el hambre.
*
La furia venía cargada con tinta invisible. Hubo que frotarla contra muchas pieles para que acudiera con sus pústulas y dejara el sexo retorcido en ardores. Me despertó en medio de una noche que duró treinta y cinco años. Hacía un ruido de carroña, de uñas recién cortadas tratando de deshacer el nudo del pubis. Ráscame, susurraba con su textura de rabia en fermentación
Ráscame quiero salir de aquí
Ráscame y no pares hasta que sea de día otra vez
Córtame la piel con el filo de tus dedos
Arráncame de este nido porque ya no quepo
Me quemo, me asfixio en todas tus gargantas
Si no vas a darme lo que te pido, sácame de este capullo
Sácame, gritaba, picándome el envés de la herida con sus patas de ortiga.
*
Me enfundé los mitones y me amarré las manos con la correa del gato. Me tragué la pastilla para dormir las ansias y tuve un sueño de lavanda y azahar. Yo me acercaba a oler las flores, pero en lugar de néctar salía pus y olor a leche descompuesta. Las corolas se convertían en caritas con dientes filosos como tenazas de mantis cortándome los pliegues del clítoris enrojecido. Sentí una tijerilla bajar por la línea de mi pubis y al llegar a la entrada de la herida la mantis la decapitaba y se comía su cabeza. Igual que hidras insectarias, de cada cuerpo salían otras tres tijerillas y empezaba la danza de la carroña otra vez. Cuando aquello era una masacre de patas filosas, mis manos se desataron y mis dedos arrancaron las pequeñas bestias una por una, reventándolas hasta que no quedó más que la mantis satisfecha con las comisuras manchadas de néctar aperlado, cubierta toda ella en un manto blancuzco de novia perpetua.
*
La sentí acomodarse en un pliegue y desde ahí amenazarme con sus ojos de ópalo. Tú o yo, me dijo
Tú o yo
Aquí dentro se están pudriendo las carnadas que sembré y no me das lo que quedamos
Cómo es que no puedes si eres tan encantadora
tan de buena casa y buena estrella
lucecita de todos los salones
Cómo me tienes muerta de ganas
enamoradamente endiablada
Cómo
…y cómo, decía la mantis, mientras repetía su danza urticante, ensañándose con mi carne. Y en cada arremetida yo gritaba: No es mía, esta furia no es mía, ya no la quiero. Mamá, haz que se vaya, mamá, ya no la quiero…
*
baño
agua
tina
lavanda
aire
ventilador
loción para piel extraseca
alivio momentáneo
cama
una pausa fría
Dame un recuerdo
Tengo hambre
Un recuerdo por una tregua
Algo reciente, pensé, y le conté del último encuentro con el porteño. “Fue la nada misma, la frustración emblema de todas las frustraciones
dar
dar
dar
mamar
frotar
lamer
arañar
Lo mismo que con otros: muerta de hambre y desde abajo escucharlos gozar, yo con el coño vacío y la lengua ocupada en lo suyo”.
Volví al baño. Encontré un ejército de muñecos de porcelana en el suelo. Empujé uno y detrás de él comenzaron a caer todos los desencuentros juntos hasta formar una silueta. El derrumbe dibujó en el piso la imagen de unos ojos, los ojos de un gato mirándome como espejos rotos. Y mis pies sangrantes entre los escombros de la sumisión.
*
No sé por qué odio a los gatos. Mamá me enseñó a odiarlos porque son traicioneros, porque su pelo te deja estéril, porque un buen día te abandonan, porque no saben amar como los perros. O los hijos.
Odia a los gatos, dijo mamá. Y yo los odié. Ellos también me rechazan, me miran de lejos y me enseñan los dientes. Me acerco a ellos y erizan su lomo. Los pongo en mis piernas y me clavan las uñas.
Mamá y yo odiamos a los gatos
aunque en secreto sueño con acariciarlos en la cama quiero sentir cómo ronronean en mi regazo mirándome con sus ojitos adormilados en secreto yo también me vuelvo gato restriego mi pelo imaginario contra la piel de mis amos les chupo los pies les clavo las garras en el pecho cuando me hacen gemir
pero no les hago daño. A veces les doy mordiditas, pero sólo por jugar.
Porque a mis amos les gusta cuando soy una mascota que habla la lengua del exotismo y canta tonadas cursis que aprendió en París cuando aún no distinguía las voces de la furia. No te gustaría verme así, mamá. Me odiarías porque tú odias a los gatos.
*
Pero me gusta ser así, mamá.
Mira: yo no abandono, hago todo porque me amen, pero son ellos los que se van. ¿Ves que los gatos no somos malos? Son los amos los que no quieren conservarme, sólo quieren mi risa, bebérsela toda, iluminar su casa con el calor que emana de mi cuerpo, con la luz que se enciende en mi pecho cuando me acarician, sudorosa, el canal que baja desde el cuello.
Mira: si me acicalo el pecho se ilumina el baño.
Mira: si imagino que mis manos son las del porteño y me entrevero el pelo salen reflejos de mis ojos como espejitos jugando con el sol.
Mira: si me acaricio los muslos se forma un halo muy lindo entre mis piernas, como una aureola que me hace volver al lugar donde todo es ámbar y ternura.
Mira: si me toco el sexo sale una cascada de luciérnagas por mi boca, como para perseguirlas, mamá, ¿te acuerdas cuando era niña y las perseguía entre los pastos?
Mira las luciérnagas, mamá.
por qué me has enviado a la cama
ya sé que éstas no son horas de jugar ya sé que necesito recostarme tranquila
*
Tuve que viajar diez mil kilómetros al sur para poder nombrarla.
La furia del sur se llama rabia.
La furia del sur, la Suria.
Se llama Suria.
La siento contonearse dentro mío porque ahora tiene nombre.
como la guagua que nunca tendré sólo que ésta nació antes de mí y está enquistada como un parásito en mi herida creciendo a punta de calenturas ahora quiere verme parirla y alimentarla de por vida
La Suria no es mía, esta furia no es mía.
Me tiene el coño secuestrado con su sed de amor mezquino.
Me tiene colonizada la garganta con sus larvas de pus que no me dejan hablar ni besar ni comer ni cantar ni decir Te amo, quiéreme de vuelta.
Me tiene a su disposición, me ordena Dame
Dame dame desamores
Dame dolor
el amor más antiguo y profundo
Me lo dijo en un sueño que no termino de escribir porque no se cansa de dictarme visiones. Ella me hace perderme, mamá. Si yo corro no es porque me guste huir, es que ella no me deja en paz.
¿Por qué me miras así, mamá?
¿Por qué se miran así?
¿De dónde se conocen ustedes dos?
***
Carroña. Hambre de todos los cuerpos. Sed de todas las bocas. Arriba, la pus amarga sellándome la garganta. Abajo, el coño cocido en natas que se hacen piedras y las piedras dientes y los dientes chocan amedrentándome. Dientes en todas las gargantas. Colmillos en el coño. Muelas partiéndome la laringe. La boca del estómago batiendo sus mandíbulas. Me estoy comiendo a mí misma porque nadie me sacia, nadie me alimenta, nadie se queda.
ya decía yo: por qué tanta leche
pensaba que me gustaba porque era un gato y los gatos se toman la leche que sus amos les dan pero no: me estaban saliendo dientes en todas las bocas
El hambre de amor es la peor de todas. Anemia emocional, inflamación de vacío lleno de larvas en las mucosas pidiendo leche para crecer y enquistarse. Soy un cultivo de insectos con dientes y me estoy quemando.
***
Corro al baño. Instintivamente abro el agua del lavabo. El sonido tranquiliza al avispero de la cabeza pero allá abajo Suria Mantis grita Sácame
Sácame de aquí conchatumadre
Sácame de una rechingada vez
Estamos reventando
Estamos hinchadas de ganas
y tú no puedes conseguir ni un polvo para quitarnos la puta comezón
Me arde. Me arde, mamá, me están desgarrando las membranas, me están rajando el tejido conectivo y luego con qué voy a mojarme, con qué voy a comunicarme. Estallan los capullos dentro de mí. Siento los estertores minúsculos en las uniones de mis órganos, las conjunciones, pústulas esdrújulas, cánulas retorciéndose fúricas. Un ángulo lúbrico –suplico–, un receptáculo acuático.
El lavabo, un estanque, un espejo para hundir la cara. Te veo, mamá, ahí estás en el fondo con tus ojitos de venado diciéndome sh sh sh, ya va a pasar. Pero no es tu voz, es La Suria quien habla por tu boca y quiere clavarme sus colmillos.
Saco la cara del agua y vuelven los estertores. Soy un gato o algo peor: una bestia. Tus palabras, Suria Mantis Madre de la Furia, no me alivian. Mis manos quieren sacarte de aquí pero temen que me decapites los dedos y luego con qué voy a escribir, con qué voy a vivir.
Me aferro con más fuerza al borde del lavamanos, al frío blanco de la cerámica buscando calma. Empiezo a sacudirme y me sale toda la rabia en cada gruñido, las arcadas, la carraspera, la vibración desgañitada termina de reventarme los capullos de la garganta. Estoy abortando por la boca larvas de palabras, resbalando sonidos prematuros, informes, flemas de moco y sangre reptando hacia la coladera, dejando la huella de su putrefacción en el aire.
Una llamarada de nombres mario carlos ernesto
juan jaime pablo andrés lucio tomás tomás eduardo francisco jorge
Cada sacudida un nombre y su figura, un hombre y su leche mucosa. La Suria grita entre mis piernas Sácalos
Sácalos a todos
sácate esa leche pútrida
eyacúlalos en frío
a ver si así aprendes a no conformarte con miserias
a ver si aprendes a respingar cuando la comida es mala
a ver si dejas de poner buena cara para que no se vayan
igual se van
se corren y te dejan ahí
en tu pobreza, la mezquindad te parece abundancia
Dile que se calle, mamá, que ella tiene la culpa, ella es la que me dice cómo elegirlos. Dile que no soy miserable, mamá. No te calles ahora.
¿Por qué te ocultas bajo el agua del lavabo, mamá?
Dile, dile.
***
Vinagre. Está en la gaveta de la cocina. Mamá decía que el vinagre mata las bacterias de la garganta. Uno puede curarse el desamor con vinagre, si es todo lo que hace falta. Colutorio aséptico bucofaríngeo para curar las heridas prenatales. Buches y gargarismos para llenar el silencio de mamá, para no escuchar a la puta de La Suria riéndose de mis intentos. Y si no funciona en la garganta voy a ahogarla con una bomba de vinagre. Lleno una jeringa y la acerco al nido de La Suria. Huele mi amenaza, se returerce y me advierte que así no se juega, que no sea estúpida, que ella tampoco está ahí porque quiera. Entonces vete, le grito, y me responde con otra sacudida.
Vuelvo a aferrarme al borde del lavabo. Recomienzan los estertores: soy el mamífero, el carnívoro sacudiéndose el agua imaginaria del pelo imaginario. Mi espina manda un zigzag que bulle descontrolado hasta que mi pelaje invisible comienza a caerse.
Desnuda y llorosa camino a saltos por la casa en penumbra. Y va a caer Y va a caeeer Y va a caeeeer, canturreo en mi propia protesta, Y va a caer como el dictador y va a caeracaeeeer, La Suria va a caer, aunque se aferre y me clave las uñas en las paredes del sexo. Va a caer la perra. Más me lacera y más canto y más salto. Y va a caer, digo en susurros que casi se vuelven canción de arrullo, y va a… Un alivio momentáneo, una tregua que me da para pensar que de cándida no tiene nada esta hija de la gran puta. Entonces La Suria arremete con todas sus uñas y sus dientes y sus cánulas y sus pústulas y sus rémoras esdrújulas derribándome inválida. Mis manos empiezan a buscarla dentro, se escabulle, se esconde, la rozo, alcanzo a lastimarla y eso atiza mi valentía.
No ganas nada con esconderte no ganas nada con esconderte no ganas nada conesconderte nada no no ganas con es con derte nada con es con der te
Me viene un orgasmo rabioso. Suria repliega las uñas dentro de su cuerpo queloide. Nos miramos en lo oscuro. Tengo las manos manchadas de su sangre blanquecina. Ella alza la mirada apacible. Conozco esos ojos de venado. Tiemblo.
***
Óvulos de caléndula para Suria, bálsamo de sábila para mí.
Acordemos una tregua sin esdrújulas, Suria querida, tomemos té como acto de domesticación, crucemos las piernas con coquetería, alcemos el meñique mientras nos miramos sobre el borde de la taza de porcelana.
– Mira qué linda la tarde, mira los pájaros y en la ventana los nísperos. Sin esdrújulas, es verdad, cuando empujamos el acento tan atrás nos desbocamos…
–Nos despeñamos.
–Nos violentamos.
–Y sin necesidad.
Suria, tú llegaste antes que el lenguaje, eres los ojos que me anticipan y las manos que moldean desde adentro el rostro del querer, la mueca del vas a quererme aunque no esté en tus planes, la sonrisa del vas a quererme porque voy a convencerte de que soy todo lo que siempre quisiste, el gesto del vas a quererme aunque sólo estés fingiendo.
No haces más que exigirme pruebas de amor y yo las fabrico para ti, te regalo una mariposa cada estación, planto pensamientos en macetas para ilusionarte pero nada puede brotar de una semilla fantasma.
Estoy cansada de este juego de disfraces, no puedo mudar de piel y correr al mismo tiempo. Ahora la compasiva –muévete, ahora la enfermera –no pierdas la cadencia, ahora la chica independiente –izquierda derecha izquierda derecha izquierda, luego la cándida –¡Me llamo Suria! Perdón, quise decir la ingenua Caperucita.
Ninguno de ellos va a darnos lo que queremos.
No puedo echarte a la calle porque los morderías a todos, pero entiende: yo tampoco soy esa a la que andas buscando.
Mentirosa, nada puedes sin mí
Si dormimos con la mandíbula apretada es para no habitarlos mientras sueñan.
***
Suria me vigila a todas horas, susurra al oído de mis amantes ordenándoles que se vayan. Luego me escucha llorar y se defiende:
– No son celos, habíamos quedado que darías a luz antes de los 34.
– Pero así…
– ¿Cómo así? –quiere convencerme–, ¡vámonos de aquí! –me abraza– solas, como debe ser, como siempre has querido.
– Todavía no es tiempo, no sé por qué, tampoco es miedo. Que no me preguntes esas cosas, estoy adherida a mi cuerpo y sus exigencias.
– Si no duele, ¿entonces de qué vamos a escribir?
Ayer se me apareció y lanzó una advertencia frente a todo el mundo, pero yo sé que lo dice de versos para afuera. No puede abandonarme, yo soy lo suyo, su voz, su materia. Mis dedos la obedecen –no duerme hasta que la dejo en paz–, hace que salga por cigarros a las dos de la mañana, en piyama, descalza, sin comer. Todo para complacerla, que sin mí no es nada –sin el roce de tu pensamiento me apago–, y el mundo se vuelve insulso –un telón pegado a la piel de los ojos, un vestido largo y fastidioso–.
Ella es la responsable de mis desencuentros, pero no puedo reprocharle esta esclavitud: quiere que renuncie a ellos, que firmemos un pacto de sangre –una tregua con nuestros anhelos primitivos–. Y a cambio –un jardín, te digo, un jardín–.
¿Cómo gestar un huerto del tamaño de una galaxia? Alguien moriría en el parto. Si antes de cerrar los ojos, de una sola vez –como un destello–, puedo contemplar un mundo paralelo –a la medida de mi locura–, entonces que sea yo.
*
El jardín de Frau Mendel
Para Suria
El otoño llegó de golpe. Ni cuenta nos dimos pero no hizo falta. Adentro era el jardín soñado por Frau Mendel, una plaza sitiada por el olor del mango recién cortado y la jacaranda en traslluvia. Un huerto esférico ajeno a toda latitud, poblado por silabarios entrecruzados reptando hacia la copa rosácea de la ceiba en flor.
Llegó de golpe fingiendo ser la sudestada. Intentaba sacudirnos las ganas de no amanecer para eludir la visión del horizonte ajado por el estigma del último día. No nos dimos cuenta pero no hizo falta. Dormíamos acogidos por la celosía del huerto onírico de Frau Mendel, entre sus guías se recombinaban las posibles improntas que nos harían coincidir, ciento treinta y tres años después, en este jardín de especies noraustrales y perennifolias donde vienen a refugiarse los amantes transitorios.