Tierra Adentro
Extraida de Flickr . Foto tomada por Toño Ortiz.

 

El 18 de noviembre de 1919, El Correo del norte, periódico opositor al gobierno de Venustiano Carranza, informaba de la aprehensión del General Felipe Ángeles en la región de Balleza, cercana al Valle de los Olivos, Chihuahua, a manos del mayor Gabino Sandoval; junto a él se encontraban el mayor Eduardo Enciso de Arce[1] y Antonio Trillo, quienes serían enjuiciados junto al exdirector del Colegio Militar en el Teatro de los Héroes. Los complejos mecanismos de la causalidad hicieron que el juicio se llevara a cabo en un teatro inaugurado casi dos décadas antes —el 16 de septiembre de 1902, para ser precisos—, con la ópera Aída, de Giuseppe Verdi, y que cuenta la historia de Radamés, quien es enjuiciado por traición y se le condena a la pena de muerte.

La aprehensión del General Ángeles se dio tres días antes, el 15 de noviembre, después de una larga peregrinación que lo había llevado de Norias Pintas a la Boquilla, pasó por Parral y por Balleza, regresó a la Hacienda de Talamantes y San José del Sitio hasta encontrarse con un antiguo escolta de Martín López, uno de los jefes villistas más conocidos, y a quien Paco Ignacio Taibo II se refiere como:

(…) un jovencito de diecisiete años de origen campesino, de oficio panadero en la ciudad de Chihuahua, que alguna vez había sido azotado por meterse accidentalmente al potrero de un latifundista. Villa lo nombrará tesorero y pagador de su futura brigada, porque había estudiado “casi completa la primaria”. Martín aseguraba que se alzó porque eran “bonitos los maderistas armados”. Villa, que sabía cosas raras sobre los hombres, le dirá años más tarde al periodista estadunidense Frazier Hunt: “Siempre he creído que los hombres, como los caballos, cuando valen algo levantan la cabeza al menor ruido” Yo me fijé en que Martín siempre levantaba la cabeza para escuchar y fruncía el entrecejo”.[2]

El escolta de Martín López llevaba por nombre Félix Salas, y el General Ángeles describió el modo en que llegó a encontrarse con él:

Encontrándome yo en condiciones bastante difíciles en la sierra, en donde llegué a pasarme días enteros sin probar alimento, Félix Salas (…) me ofreció que me hospedara en su casa, que no era ptra cosa que una cueva en donde vivía en unión de su mujer, y en donde, en un principio, fui atendido por ambos con toda clase de consideraciones, y se me proporcionaban tortillas y frijoles; poco tiempo después de esto, Salas se amnistió y señaló a las fuerzas del Gobierno el lugar en que me encontraba.[3]

Monumento a Felipe Ángeles en el Cerro de la Bufa, Zacatecas. Wikimedia Commons.

Monumento a Felipe Ángeles en el Cerro de la Bufa, Zacatecas. Wikimedia Commons.

La amnistía a la que se refiere Felipe Ángeles fue la promulgada el 18 de diciembre de 1917, mediante el decreto 117, que facultaba al presidente de la República a extenderla a los levantados en armas en contra del gobierno constitucionalista[4].

Félix Salas, según Sandra Molina, recibió por delatar al General Ángeles seis mil pesos, aunque no pude corroborar ni desmentir el dato. De cualquier modo, más allá de lo que haya llevado al antiguo revolucionario a traicionar a Felipe Ángeles, lo cierto es que Gabino Sandoval apresó al General y lo destinó a la capital de Chihuahua, en donde se le levantaría un Consejo Extraordinario de Guerra.

El Jefe de Operaciones Militares en el Norte de la República, Manuel M. Diéguez, quien fuera gobernador de Jalisco, recibió a los prisioneros en Chihuahua el 22 de noviembre. En ese México convulso, Diéguez, el encargado de custodiar y levantar el Consejo de Guerra contra Ángeles, moriría, también, fusilado, aunque él por órdenes de Álvaro Obregón, en Tuxtla Gutiérrez, en 1924.

Los prisioneros fueron encarcelados en el cuartel de 21 regimiento de caballería. La celda del General, la número 8, era un cuarto de no más de cinco metros por lado, pintada de blanco y con piso de tierra. Un catre de metal, una tina y una mesa con algunos libros y una máquina de escribir en donde escribiría sus postreras notas completaban el cuadro. En esa celda, Ángeles, Arce y Trillo, designaron a los licenciados Alberto López Hermosa y a Alfonso Gómez Luna como sus defensores en el Consejo Extraordinario de Guerra, que comenzó el lunes 24 de noviembre.

La historia quizás olvide los nombres de quienes integraron tal Consejo, pero aquí se recuperan solo para que algún curioso recuerde a quienes participaron el sumario juicio: general Gabriel Gavira, presidente; generales brigadieres Miguel M. Acosta, Fernando Peraldi, Silvino M. García y José Gonzalo Escobar, vocales; general Leandro M. Díaz de León, juez instructor; coronel Tomás López Linares, asesor; general Víctores Prieto, agente del Ministerio Público[5].

El juicio, que llevó su curso desde el 24 hasta la madrugada del 26 de noviembre tenía ya la sentencia, incluso antes de que apresaran a Ángeles. En un telegrama de Venustiano Carranza a Diéguez, se consigna: “Cúmplase en todo con la Ley, sin admitir influencias de ninguna especie ni en favor ni en contra del reo”.

Las influencias, claro está, se refieren a la admiración que provocaba Ángeles en militares y civiles, en su prestigio como artillero y en su profunda humanidad como militar. Rosa King, propietaria del hotel Bella Vista, en Cuernavaca, Morelos, en donde se alojaron personajes como Madero y Huerta, describe al General Ángeles como:

delgado y de buena estatura, más que moreno, con la palidez que distingue al mejor tipo de mexicano, de rasgos delicados y con los ojos más nobles que haya visto en un hombre. Se describía a sí mismo, medio en broma, como un indio, pero sin duda tenía el aspecto que los mexicanos llaman de indio triste. Otros grandes atractivos se encontraban en el encanto de su voz y sus modales.[6]

Así, la fortuna de Felipe Ángeles estaba escrita. Las decenas de telegramas que llegaron al teatro de los Héroes que buscaban interceder por el General fueron ignorados y el clamor del público que asistió por miles al juicio —se dice que las autoridades militares tuvieron que expedir cinco mil tarjetas de permiso para asistir a él— fue acallado.

Carabina Winchester Modelo 1894 que perteneció al general Genovevo de la O y que este le regaló al general Felipe Ángeles. Museo Toma de Zacatecas. Wikimedia Commons.

Carabina Winchester Modelo 1894 que perteneció al general Genovevo de la O y que este le regaló al general Felipe Ángeles. Museo Toma de Zacatecas. Wikimedia Commons.

Los argumentos que Ángeles esgrimía ante cada andanada de preguntas de Gavira eran vitoreados. El público se hizo partícipe de un clamor, quizás, nacional. Como recrea la egregia Elena Garro en su obra, los silbidos y los aplausos acompañaron al Consejo de Guerra:

 AGENTE DEL MINISTERIO PÚBLICO: El licenciado López Hermosa ha dicho que no soy honrado, por citar la confesión del acusado respecto al enemigo. Me permito suplicar al señor Presidente del Consejo, se sirva decir al señor López Hermosa, que se sirva retirar esas palabras, porque no está en lo justo al hacer tal apreciación sobre mi persona.

LÓPEZ HERMOSA: Disculpe el señor Agente del Ministerio Público, ya que no eran mis intenciones lastimarlo, y en obsequio a su deseo retiro las palabras que le hirieron.

AGENTE DEL MINISTERIO PÚBLICO: Queda borrada la mala impresión.

PRESIDENTE DEL CONSEJO: Se da por terminado el incidente.

LÓPEZ HERMOSA: Insisto en la nueva presencia de los testigos.

AGENTE DEL MINISTERIO PÚBLICO: Que comparezcan los testigos que todavía están en el recinto, puesto que la mayoría de ellos hace ya mucho rato que abandonaron el lugar. [Entra Sandoval].

AGENTE DEL MINISTERIO PÚBLICO: ¿Conoce usted al acusado?

SANDOVAL: Sí es el General Felipe Ángeles [Del público surgen gritos, silbidos, insultos].

AGENTE DEL MINISTERIO PÚBLICO: ¡Silencio! ¡Silencio! ¡Silencio, o haré evacuar la sala!

[La gritería aumenta. Sandoval baja los ojos].

AGENTE DEL MINISTERIO PÚBLICO: ¡Silencio! ¡Silencio…! [La gritería se calma un poco, hasta que se hace el silencio].

AGENTE DEL MINISTERIO PÚBLICO: Su nombre y grado militar.

SANDOVAL: Gabino Sandoval, teniente coronel de las Defensas Sociales de Chihuahua.

FISCAL: ¿Conoce usted al acusado?

SANDOVAL: Sí, es el General Felipe Ángeles.

FISCAL: Diga en qué circunstancias lo conoció.

SANDOVAL: El día que lo aprehendí.

FISCAL: Explique usted cómo y en qué batalla lo tomó prisionero. No se deje impresionar por el acusado.

SANDOVAL: Cuando llegué al Valle de los Olivos con mi gente, los soldados del General Ángeles me recibieron con un fuego nutrido. Así se inició la batalla en la que las dos partes tuvimos Bajas… después en el momento en que iba a caer prisionero sacó la pistola para dispararme, sus hombres trataron de propiciarle la huida y así fue como lo conocí…

[Ángeles levanta la cabeza y mira asombrado al testigo].

(…)

AGENTE DEL MINISTERIO PÚBLICO: ¿Qué dice usted…? Le suplico que no se deje impresionar por la personalidad del acusado.

[Sandoval guarda silencio].

AGENTE DEL MINISTERIO PÚBLICO: ¡Retírese usted, Sandoval! [La sala se llena de aplausos y de vivas al General Felipe Ángeles].

AGENTE DEL MINISTERIO PÚBLICO: ¡Silencio! ¡Silencio…! ¡Que pase el testigo Félix Salas! [Entra Félix Salas y una lluvia de gritos e insultos acoge su aparición].[7]

Mucho de la idea que se ha formado del pensamiento de Ángeles tiene su origen en este juicio. Hombre culto, formado en Francia y exiliado en Nueva York, desde donde formó la Asociación Liberal Mexicana, había construido un pensamiento y una ideología socialista:

(…) he predicado la fraternidad; he predicado una doctrina de conciliación y de amor. La gente muy poco entiende eso. Por desgracia, nuestro pueblo no está aún en la época en que deba hablársele de otra cosa que de lo contrario a todo lo que sea odio y venganza; por eso su infelicidad, por eso se preocupa muy poco por analizar el espíritu de las leyes que nos rigen, por comprender, cuando menos, los deberes y los derechos que le asisten. Para que el pueblo mexicano sea feliz, es menester que él quiera serlo; es necesario que cada uno se preocupe por su mejoramiento, que, de corazón, tenga iniciativa propia, que hable por sí mismo. (…). La democracia también consiste en que cada uno se baste a sí mismo para que, en unión de los demás, pueda ser libre y, por tanto, disponer de libertad en su gobierno, en sus hechos, en su vida propia.[8]

El discurso del General Felipe Ángeles, pues, está cimentado en la creencia de que el amor puede más que el odio, que en un estado prístino, no es sino la rapiña de quienes sólo ven por sus privilegios, sin ocuparse de las necesidades de un pueblo.

La desinformación que ha existido desde siempre en los medios de comunicación conservadores, junto a sus carroñeros, no hacen sino atizar una división de clases histórica, en donde la clase privilegiada intentará hasta las últimas consecuencias desacreditar cualquier movimiento que tenga por motivación y finalidad el bienestar general. Los carroñeros de estos medios son, cual modernos Procustos, quienes cortan la realidad a la medida que les conviene.

El General Ángeles lo sabía, por su honda cultura conocimiento del mundo , y así lo dejó claro al relatar un fragmento de su campaña en Morelos, cuando relevó al general Robles por órdenes de Madero, en un artículo del periódico La Patria, de El Paso, en diciembre de 1917:

¡Nunca me habían producido más placer los tiros! Sí, pensaba yo, que tiren los soldados, aquí que nadie los oye; aquí no sucede lo que en Cuernavaca; allá un tiro que se le sale a un soldado es transformado por los reporteros en una batalla que nos dan y nos ganan los zapatistas; aquí no nos oye ningún reportero, aquí pueden tirar los soldados.[9]

La fe de sus contrapartes militares en las armas era contraria a Ángeles; para él éstas eran un arte, para aquéllos —Huerta, Blanquet, Robles— un medio para ejercer la fuerza y el poder. Ángeles, en su diario de la toma de Zacatecas, escribe: “La guerra, para nostros los oficiales llena de encantos, producía infinidad de penas y de desgracias; pero cada quien debe verla según su oficio. Lo que para unos es una calamidad, para los otros es un arte grandioso”. [10]

General Felipe Ángeles. Wikimedia Commons.

General Felipe Ángeles. Wikimedia Commons.

 

 

Para Felipe Ángeles, “valen más las ideas que la fuerza, vale más el amor que la fuerza; si se somete a los pueblos, aherrojándolos, sólo se logrará establecer una paz mecánica, no una paz orgánica. No hay que hacer uso de las armas para someter a un pueblo, hay que hacer uso de la pasión contraria, el amor”. Cien años después de lo relatado, conmemoramos el pensamiento de Felipe Ángeles.

El 26 de noviembre de 1919 fue fusilado por las “chusmas revolucionarias”, aquéllas a las que condenaba por dejarse llevar por sus pasiones y sus odios, aquéllas que lo fusilaron y a las que pertenecía un sargento de nombre Ramón Ortiz, quien le dio el tiro de gracia, no sin antes ponerle un pie en el cuello, como si con el gesto murieran también las ideas del General:

(…) las leyes deben reformarse conforme lo necesita el pueblo. El socialismo es un movimiento general en todo el mundo, y de respetabilidad, que no podrá ser vencido. El progreso del mundo está de acuerdo con los socialistas. (…) es un movimiento de fraternidad y de amor entre los hombres de las distintas partes del universo. La fraternidad será un movimiento, como lo ha sido, que ha impulsado a la sociedad, por siglos y siglos, hacia el bienestar de las masas; esas masas que se debaten en sus luchas, esas muchedumbres que son muchedumbres en todas partes. El pobre se ve siempre abajo y el rico, poco o nada se preocupa por el necesitado: por eso protestan las masas, por esa falta de igualdad en las leyes, es por lo que se lucha.[11]

 

[1] Si bien en muchos documentos se consigna al mayor como Eduardo Enciso de Arce, en una fotografía del juicio, perteneciente al archivo Casasola, se le identifica como Néstor.

[2] Taibo II, Paco Ignacio, Pancho Villa. Una biografía narrativa, México: Planeta, 2006, p. 55.

[3] Federico Cervantes, Felipe Ángeles y la Revolución de 1913, México: Gobierno del Estado de Campeche, 2010, p. 358.

[4] Recopilación de leyes y decretos expedidos por los poderes legislativo y ejecutivo de la Unión de mayo a diciembre de 1917, México: Secretaría de Gobernación, p. 231.

[5] Federico Cervantes, op. cit., p. 363.

[6] Adolfo Gilly (comp.), Felipe Ángeles en la Revolución, México: Ediciones Era, 2016, p. 9.

[7] Elena Garro, Felipe Ángeles,

[8] Federico Cervantes, op. cit., p. 384.

[9] Adolfo Gilly, op. cit., p. 280.

[10] Ibid., p. 250.

[11] Federico Cervantes, op. cit., p. 382.


Autores
Estudió la licenciatura en Lengua y Literaturas Hispánicas en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM. Fue becario de la Fundación para las Letras Mexicanas en el área de Narrativa en las generaciones 2009 - 2010 y 2010 - 2011, y dos veces becario del programa Jóvenes Creadores del Fonca en los periodos 2014 - 2015 y 2017 - 2018, ambos en la especialidad de cuento. Ha publicado cuento, ensayo, reseña y crítica literaria en Laberinto, Confabulario, Este país, Molino de letras, Siembra y Tinta Seca, entre otros. Aparece en las antologías Cofradía de coyotes (La Coyotera Ediciones, 2007); Fantasiofrenia II. Antología del cuento dañado (Ediciones Libera, 2007); Ardiente coyotera (La Coyotera Ediciones, 2008) y Bragas de la noche (Colectivo Entrópico, 2008). Es autor del libro de cuentos Campanario de luz, (UAM, 2013), y de La espantosa y maravillosa vida de Roberto el Diablo (UAM, 2019). Es editor de la revista Casa del Tiempo de la UAM.