Escombros
Tarde
Entre la tierra y el polvo
camina con cuidado de no resbalar.
Hasta respirar petrifica.
No llores, niña,
la limpieza es deber
para recibir de nuevo
a los cañones.
Esas voces
que alguna vez fueron hombres
no resultan, no retumban
más que cañones.
Levanta raíces a patadas tibias
entre jirones de paciencia.
Hay gente que ve la ciudad triste
como un bar con las luces encendidas
o un precipicio que no podría matarte.
Yo no.
Yo no creo que estas sean ruinas,
nada deja de construirse.
Barrer el polvo de hoy
que mañana será ladrillo
tras de sí, ceniza.
Mañana
Mi niña come huevos fritos
suena un cañón en la cocina.
Ya está listo el pan.
Solo piedras quemadas
son las biografías,
los martillos se hicieron polvo
verduzco por la humedad,
como la ceniza de un volcán enfermo.
La jornada se acorta
sobran manos y faltan
materiales, metales, arcilla.
Los hombres empacaron su sudor
en bloques con la quijada abierta.
Cañón en la catedral.
Hora de almorzar.
Los niños en la escuela
olvidarán lo que no vieron
Cañón en las lejanías.
Noche
Todavía se escuchan,
todavía habitan el silencio.
Escombros de memoria
que tocan las puertas a puños.
Nosotros mismos lo seremos
polvo gris irreconocible, innombrable
y, ¿quién nos barrerá?
Un coche se acerca sin temor.
De sus llantas salen
cañón al norte.
Cañón al norte.
El incendio consumirá
hasta sus brazos.
Cañones al sur.
Cañón al oeste.
Y el crepitar de las llamas
gira sobre sí, néctar anaranjado
contrae al mundo a lengüetazos.
Solo el fuego gusta tanto
de morder el polvo.
Y los cañones
acompañan
acampanan
el calor de todas las bocas.