Tierra Adentro

Sandra y Manu están sentados en una banca al pie de un árbol. La luz se filtra a través de las ramas que oscilan sobre sus cabezas; el vien­to las agita, el sol ilumina sucesivamente sus frentes. Detrás de ellos, el pasto se extiende hasta unas rejas. Comen un helado que sos­tienen en la mano derecha. Se lo llevan a la boca, lo saborean, repasan sus motivos. Ambos apoyan sus codos sobre las piernas. En el anu­lar llevan su respectivo anillo de bodas. Manu da ánimos a su mujer. Sandra escucha a su esposo. Las palabras no le borran las ojeras, no la convencen de la fuerza de su voluntad. Manu toca la espalda de Sandra, ella se resiste y se hace a un lado. Se siente sola, sólo quie­re irse a casa, meterse en su cama y no salir de ahí. En las ramas del árbol, fuera de cua­dro, los pájaros cantan. Sandra los escucha, fija su mirada en ellos, observa: «me gustaría estar en su lugar», «¿el lugar de quién?», «ese pájaro que canta».

Dos días, una noche (2014), la película más reciente de los her­manos Luc y Jean-Pierre Dardenne, narra las peripecias a las que se enfrenta Sandra (Marion Cotillard) para preservar su empleo. Después de un tiempo sin trabajar debido a su depresión, Sandra está lista para regresar a su empleo en una fábrica de paneles solares, pero un viernes por la tarde se en­tera de que su jefe propuso a sus colegas un bono de mil euros si se comprometían a rea­lizar su trabajo. Ahora Sandra cuenta con un fin de semana para visitar a la mayoría de sus compañeros y convencerlos de que re­nuncien a su bono para que pueda conservar su puesto; busca direcciones, se transporta por la ciudad, improvisa diálogos, lidia con problemas familiares propios y ajenos, todo en medio de los humores cambiantes y las lágrimas propias de quien sufre depresión. Manu (Fabrizio Rongione) la acompaña en todo momento.

¿Qué tiene más valor, la búsqueda del pro­pio interés o la preocupación solidaria por el prójimo?, ¿qué haríamos en la situación de Sandra?, ¿quién de nosotros estaría dispuesto a renunciar al di­nero que nos permite pagar el teléfono, la luz y el agua para ayu­dar a alguien en una situación semejante?

Uno de los méritos de la película consiste en ofrecer múltiples respuestas, sin caer en la monotonía, cada vez que Sandra inter­pela a uno de sus compañeros. Los Dardenne enfrentan diversos temperamentos, procederes, historias y biografías a una misma situación, todo se resume en un gesto, en una palabra. Ninguna cara, ninguna expresión, ninguna respuesta es igual a otra. Todos tienen sus motivos, cada uno posee una valoración diferente del problema, por ello las conversaciones y las reacciones a las opi­niones de los interlocutores constituyen el componente básico de la trama.

A diferencia de otras películas de los Dardenne, el empleo de la cámara no es tan invasivo y cargado de un movimiento excesivo, pletórico, para el que algunos no tenemos estómago. La cámara sigue a los personajes y capta sus caras pero no tan intensamen­te como en otras entregas. En Le fils (2002), por ejemplo, todo el tiempo caminamos detrás del protagonista, lo seguimos en to­das sus acciones, no hay paisajes y rara vez tenemos la visión de otros. La cámara lo espía por la espalda, se enfoca en sus manos, en sus herramientas y en su destreza. El movimiento es excesivo, la cámara baja las escaleras y gira dentro de una habitación. En Dos días, una noche no seguimos a la protagonista todo el tiempo, tomamos algo de distancia, de modo que no cruzamos una calle con ella, sino que la vemos cruzar, observamos el vecindario que la rodea, la luz, los colores del paisaje urbano. La cámara no se enfoca tanto en sus acciones, sino en sus reacciones; no vislum­bramos sólo lo que ella ve y sus movimientos en primera perso­na, sino su cara, sus expresiones, el advenimiento o el abandono de sus fuerzas.

Como ejercicio colectivo, la votación no sólo pone en juego ganar un bono, sino el estado de uno de los integrantes de la fábrica. No votar por Sandra significa marginarla del colectivo; expulsarla es negar la dignidad de su persona, igualar su valor al del dinero. No son los compañeros los que han propuesto el teorema, pero son ellos los responsables de resolverlo. En este cine —mal llamado «social»— apreciamos a personajes de car­ne y hueso, los que abundan en las fábricas y en las oficinas, los comunes y los cotidianos, los que vemos todos los días, los que somos nosotros y con quienes podemos identificamos.

De nuevo los Dardenne eligen como protagonista a un perso­naje excluido del que nadie se ocupa. ¿Quién se preocuparía por una mujer depresiva que hace semanas no acude a trabajar? Los Dardenne la miran a los ojos y aceptan su presencia; contacto que prescinde de los diálogos, interpelación de las miradas. San­dra les sonríe con una risa franca, con un regocijo simple y au­téntico. Los Dardenne votan por un acercamiento humano que brinda regocijo en la reconciliación.