Tierra Adentro

 

Para lxs chicxs trans que todavía se están encontrando.

 

 

Todas las transiciones son diferentes. 

 

Para mí, el ser trans inició con el no pertenecer. A modo de analogía, sentía que todo era un rompecabezas de La Creación y yo era una pieza de La gran ola que empaquetaron por equivocación. La caja decía que había mil piezas y las había, así que habría que hacerlas funcionar de alguna manera, habría que obligarme a ser una pieza de La Creación. 

Crecí en un pueblo y en un tiempo en que ser trans implicó descubrirme desde el miedo y el desconcierto. En mi infancia nunca escuché el concepto de trans o transgénero. En aquel lugar, como en casi todos, todavía existe la creencia de que ser trans es la máxima exponencia de ser lesbiana o gay. De cualquier manera estaba jodido: ya había interiorizado todos los prejuicios de mi cultura para después reproducirlos en mi contra.

La primera vez que escuché sobre la etiqueta «trans» me limité a considerarla única del género femenino, y tuvieron que pasar muchos algoritmos de Youtube para finalmente descubrir que los hombres trans también existimos, y esto fue paralelo a saberme uno. Siempre me había costado identificarme como mujer, pero me había obligado a hacerlo durante años. Saberme hombre me dio un sentido de identidad que estaba perdido, pero también me posicionó en la incertidumbre.

¿Cómo se es hombre? ¿cómo se es trans? tenía que resolver eso y tomé la única ruta visible para mí. Me desarrollé dentro de la concepción superficial de saberse trans, en la que todo se resume en una to-do list: descubrirlo, externarlo, tomar hormonas, hacer los cambios de papeles y tratar de pasar desapercibido. Esta idea presupone que todos los cuerpos y mentes trans tienen las mismas necesidades y que independientemente a la organización de su lista, la meta es cumplirla para finalmente pasar por el género con el que se identifican. 

 

La lista supone felicidad, el lograr ser tú mismo y poder desarrollar una mejor versión de ti, como si se tratara de un comercial de multivitamínicos. Todas las historias trans con final feliz tratan de eso, tapizamos el internet con ellas: los primeros meses en hormonas, la emoción del cambio legal, la aceptación de las personas cercanas después de su tiempo en negación, las operaciones, la plenitud.   

Los primeros meses de mi to-do list fueron desgastantes. Pasaba el día la computadora investigando por medio de testimonios cómo era el proceso de otros hombres trans, quería estar seguro de los pasos a seguir antes de externarlo a los demás. El único acceso que tenía hacia otros hombres trans, era el internet. Solo quedaba tener conversaciones unilaterales con la pantalla, esperando que el testimonio fuera vigente todavía. Poco a poco fui descubriendo grupos en Facebook, colectivos y organizaciones en todo el mundo.  Ahí descubrí, que no éramos pocos, pero que casi todos estábamos escondidos.

Una vez terminada mi investigación, decidí que era momento de externarlo, todavía no sabía cómo llamarme, pero estaba seguro de querer ser nombrado como él. Me decía a mí mismo que fuera cual fuera la respuesta de mi burbuja social, en algún momento todo mejoraría. Al contrario de mi pronóstico,  mi salida del clóset no fue caótica, mis cercanxs trataban de comprender el tema y buscaban la manera de hacerme sentir cómodo. Algunxs hasta se dispusieron a hacer un comité para encontrarme un nuevo nombre.

En mi casa había una resistencia particular con el tema de las hormonas, por lo que esperé a que el ser hombre se normalizara en mi casa, para poder acceder a ellas. Sabía que era una decisión personal, pero también sabía que en parte, ellxs también lo estaban asimilando. Por mi parte había dudas mínimas, quería comenzar los cambios y sabía que estos eran una moneda al aire. Podía crecer barba o no, podía cambiar la voz o quizá no tanto. Existía un mundo de posibilidades y en todas habría obligatoriamente cambios de hábitos. Temía a responsabilizarme por mi cuerpo.

Mi transición poco a poco se había convertido en un trabajo en equipo, lo cual hacía que mi grupo de amigxs fuera estable. Evitaba lugares donde había gente que me resultaba incomoda y frecuentaba aquellos donde sentía que no me juzgaban. Entre más sentía una red de apoyo, aumentaba también el hostigamiento de otrxs. Al desinhibirme como soy, otrxs personas también estaban desinhibiendo su transfobia. En algún punto me doblé.

Decidí cambiar de círculo y de ciudad por un tiempo. Ahí tuve un acercamiento con Maggie Esmerelda, que sería quien me sostendría la mano los siguientes meses. Esmerelda no hacía muchas preguntas respecto al tema trans, se limitaba a escuchar lo que tenía que sacar y cambiábamos de tema. Era la primera persona que me veía como yo quería ser visto, lo cual poco a poco me fue llenando de seguridad.

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Había pasado un año y medio de mi salida del clóset, al fin había tomado la decisión de comenzar con mi TRH (Terapia de Reemplazo Hormonal). Algunxs amigxs habían ayudado a conseguir un endocrinólogo especialista en el tema trans, quien me explicó que el procedimiento sería sencillo, pero que sería necesario hacerme exámenes médicos y subir de peso. Hice ambas cosas y cuando llegué a mi peso ideal, regresé con él.

El endocrinólogo había especificado un día para la inyección de testosterona, también había dado instrucciones específicas de cómo aplicarla. Había decidido hacer ese proceso junto a Esmerelda, en caso de que algo saliera mal durante el procedimiento. Durante el día estuve viendo vídeos sobre inyecciones, cada cierto tiempo veía mi ampolleta de testosterona, era tan pequeña que no entendía cómo era posible lograr cambios a través de ella.

Esmerelda llegó por la noche. En mi habitacón ya había una silla y el kit Mi primera inyección de testosterona. Había puesto un playlist para calmarme un poco, pero no importaba, en mi mente sólo se escuchaba After The Storm de Kali Uchis. Después de varios intentos de acercar la jeringa a mi pierna, lo logramos. Esmerelda tenía su mano en la parte plástica de la jeringa, me estaba ayudando a verificar que no hubiésemos picado alguna vena. Cuando terminamos el proceso, no quedó más que esperar en muchas habitaciones los cambios que la testosterona haría en mí.

Quedaba algo más por hacer en mi to-do list: el cambio legal de nombre y género. Después de escarbar en internet, había dado con el vídeo de Gabriel ML. Él explicaba el procedimiento a seguir si no éramos ciudadanos de CDMX. El procedimiento no iba a ser difícil, pero en mi caso, sería tardado. Había que cambiar la dirección de mi identificación a una de CDMX, por lo que habría que pedir un recibo de luz o de teléfono. Después de ello, habría que pedir una copia fiel del libro de mi acta de nacimiento, para finalmente pedir una cita en la Oficina Central de Registro Civil (Arcos de Belén). El proceso llevaría aproximadamente tres meses, entre pedir citas, asistirlas y esperar a que la burocracia hiciera lo suyo.

Mi primera vez en el registro fue un rotundo fracaso, había llevado mal un documento. Era sólo eso, habría que cambiarlo y ya estaba. La siguiente vez en intentarlo no demoré ni una hora en el registro civil. Mi trámite ya estaba en proceso y en caso de no haber ninguna irregularidad, en quince días tendría un acta de nacimiento con mi verdadera identidad.

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Realizar todos los pasos de mi to-do list fue lo que me llevó a tomar consciencia de lo que sería mi verdadera transición.

Ahora los cambios vendrían acompañados de una voz más grave, de ver semana a semana cómo empezarían a crecer los vellos en mi mandíbula, de notar cada vez menos la ausencia  menstrual. Notaba cada vez a más personas que se referían a mí como joven o señor. El acoso callejero era casi invisible, no había miradas lascivas, ni murmullos al regresar a casa. Transitar socialmente de un género a otro me hizo evidenciar muchas violencias. Violencias que notaba, pero que normalizaba, porque no había experimentado otros cuerpos, ni otras percepciones.

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Cuando comprendí que vivía en construcción, aprendí a cuestionar. Me sabía hombre, pero no estaba dispuesto a repetir el esquema generacional, ni a continuar con las tradiciones patriarcales que ahora me heredaban. Ser hombre trans te acerca más fácilmente a otras visiones de la masculinidad, ahora sabía que podía vivir mi masculinidad como yo quisiera. Ya no importaba la validación de mis congéneres, ni me importaban sus comentarios sobre cómo ser hombre. No había un instructivo, ni una forma correcta de serlo, yo ya lo era y para ello no había necesitado hormonas, ni ser nombrado como Iván, no tenía que demostrarlo en cada movimiento y en cada palabra. Lo era y ya.

Mi reconstrucción no sólo fue física y legal, en mayor parte había sido psicológica. Pero de esa parte no estaba siendo consciente, no lo racionalizaba como un cambio, estaba concentrado en mi cuerpo. Poco a poco estaba descubriendo que pasar por el género masculino no era lo que realmente importaba en todo este proceso. Mi transición inició con el único propósito de ser yo, de aproximarme lo más posible a mí. Ya era un hombre, ahora sólo faltaba serlo bajo mis propias reglas y condiciones. Esa sería mi verdadera liberación.

La reconstrucción me llevó a entender que todxs -trans o cis- en algún momento somos la pieza de Katsushika Hokusai en un rompecabezas Miguel Ángel, que el no pertenecer es temporal, que el encontrarse y reconocerse es una cuestión de itinerancia.