De Agend’Ars
De este desierto hermoso, que no me aparten. De este bosque disperso de cactos lozanos. Aquí, todo cuarzo brilla espontáneo. Aquí, la luna en cualquier fase arrebata el sueño. La noche es siempre azul y luminosa como a las tres de la tarde. Los animales pequeños se refugian en el camuflaje. Cada ave de rapiña sube por la corriente ascendente. Y pronto llegará la estación del Monzón, por una vez al año, la tormenta recia. El agua lamerá suave la arena con su lengua minúscula y dentro del agua, en la punta de la corriente, la arena girará. Entonces, Julia, dejémonos caer. Por un instante mojemos nuestros cuerpos en el fluir incipiente del lodo. Tú y yo, de la mano, tumbémonos boca abajo. Nuestras camisas se pegan en la piel. Nuestros cabellos negros se pegan en la frente y en la nuca, como una herida.
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«Vamos, escapemos» —decía mi padre cada madrugada y saltábamos a una bicicleta con imán y armónica de equipaje. Las cuatro bicicletas al oeste, cruzando el silencio del amanecer, porque sólo podíamos vivir en la región de la oscuridad, donde las letras desaparecen y justo antes, con sus siluetas, apenas pude construir mi corazón, pieza a pieza. Para mi familia, tribu minimalista, había que viajar sin carga. Poseer libros fue una paradoja, más bien, alta traición. Renunciamos a palabras largas y frases elaboradas, hicimos todo canción. Juramos transformar lo abandonado, los bienes y el corazón, y retener todo aquello en palabra y melodía. En una canción que hasta un burro pueda aprender. En una canción que hasta una ballena pueda cantar. En una canción cuyo olvido (a) nadie deba avergonzar. Una canción que sea imagen y reverberación del hogar y la tierra que no volverán.
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«Aun si tu idioma es más que una sola lengua busca indagar el camino más allá de su límite: ahí comienza el multilingüismo»— Esa fue tu enseñanza. Esto es, lo que nombramos como único idioma, ¿con cuántas otras lenguas ajenas se entreteje?, ¿qué tantas descoseduras, qué tantos nudos hay en su contorno? Atento a ello, percibir con el oído la resonancia y la vibración entre tu idioma y esas otras lenguas. Al conocer otra tierra, otro país, el idioma crece en vocabulario y expresiones, toma un protocolo nuevo para la vida, adquiere nuevos paisajes y teje cada vez más nudos. La lengua del imperio se expone a un riesgo cada vez mayor. Multitud de almas llegan y se instalan. Migrar la lengua no es distinto de la rebelión.
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La de mayor potencial como cantante fue la cactácea de dos siglos de edad. Una Señora atisba el diente azul cuando la luna cruza el meridiano. Construyó un altar de muertos con 32 bloques de Lego. El traje es tan holgado y tan de gángster que un sacerdote arruga las cejas calcinadas. Fue necesaria una frontera nacional y un nubarrón para liberar al grupo del rebaño. Las hormigas anhelan teología y negocian con abejas ciertas condiciones. Al comparar el deseo y la leche, siempre cayó el reloj de sol. Con domar al trueno, inocente, trata de alimentar a un trébol. Para estudiar de nuevo la teoría económica, el pastor salió del país en secreto. Los cerros oscilantes pasean por el mercado nocturno, la economía colapsa. Fui tras las rocas en busca de peces y sólo vi delfines calcinados. A veces, al percibir el mar, el ahorro de sal se convierte en materia de discusión. Al quemar con un cerillo la página de un libro, las letras se tornaron fluorescentes. El huevo duro expresa libertad con la rotación del trompo terráqueo. Un volcán presumió a un girasol: «yo soy más duradero que tú». El girasol en un instante se multiplica por un millón y cerca la falda del volcán.
*Versión de Cristina Rascón y Eiko Minami