Cuatro poemas
Ningún Ararat
Al estilo de Carolyn Forché
NUEVA ORLEANS, 2005
Lo que viste es cierto. Yo estuve ahí. La ciudad peleó. La radio dijo que éste podía ser el grande, ¿pero quién sabía cómo creerlo? Nos juntamos. Me aferraba a la mano de mi madre. Me aferraba a mi madre que se aferraba a la mano de su madre. No lo soñé. Ruido terrible. Auillido terrible. No me despertó el aullido. Viento-contra-tierra terrible. Me desperté. Mejor regresa, dijo mi abuela. Te dormiste cuando pasó todo. Me desperté. Se reía. ¡Ah, lo deberías haber visto! Era de mañana. En cuanto puso la cabeza en la almohada, Tío Vernon se paró gritando “¡El techo! ¡La maldita tormenta se comió el techo!”. No lo soñé. Había una tormenta. Luego ya no. El día siguiente llegó como un martillo sobre vidrio. El cielo se sacudió las ropas y brilló. Te digo que era necesario: la violencia como prefacio de tanta belleza. La radio dijo quédense adentro, los diques están endebles, y el crimen —¿pero qué podía contener mis llamas? Exploré. Vi los árboles caídos (eran bellísimos), los cables caídos (bellísimos), y los vidrios rotos. Vi la vida que alguna vez tuve alzárseme como un globito. En la distancia, el Domo Brillante. Blanco como un ojo ardiente. Tenía la permanencia de un monte—Ararat, a donde llegó Noé. Dios mío, susurré. La radio había dicho que dios no existe.
Negro caballero
Oh vuela a casa, vuela
ROBERT HAYDEN
Hay ojos, incluso lentes, pero ni así pude ver lo que el mundo ve al verlo. Conocen una imagen de él que ellos mismos crearon. Él conoce lo suyo: delineado de dedo a dedo, cada miembro se ajustó, porque lo tuvo que hacer, para por fin lograr el vuelo—
aunque lo que se cree de él es una apteridad, un hundimiento, como cualquier revoltijo pantanoso en el que siempre pienso podría jalar de nuevo el cuerpo encallado de un niño, como cualquier boca que he añorado jalonearía, como un luchador, la lengua del niño con la suya…
Lo que un ojo no puede imaginar no puede encontrar: no en la sangre, henchida en las rodillas tiesas de un ciprés, no en definitivo en el sueño de algún soñante— hagamos que hable su naturaleza. ¿Qué dirá aquí de él la increíble noche, a sus mil lunas, ahora que puede levantársele a cualquier árbol, cuerda o sin, pero no temerle?
Gótico sureño
Sobre que los muertos tienen acceso a todos los tipos de conocimiento, algunos puros, otros malvados, especialmente lo que es futuro, y la historia que permanece una vez que retroceden las aguas, y revelan la tierra que no puede rechazar o contenerla, y la tierra que no es nueva, es índigo, es antigua, vivida como todos los árboles que la cubren y visten están vividos, pino sencillo, roble, gran magnolia, él dijo que lo asustan, que lo que guardan en sus silencios silencios: a veces un niño se resbalará de su escalar, ahogará pero el mito sabe por qué, a veces un niño se columpiará con las hojas.
Buenas noches
Ser edificado, ser cambiado.
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Amar tras una herida.
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Ahora que estoy roto, esa paz Puede, con cuidado, inmiscuirse—
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¿Pero dejarás que el Alfarero te rompa?
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Sé que Dios no es un hombre que llore, que rece “Paz Quédate quieto” —rece ternura— a los vientos Su eterna discusión Con las olas. Ellos
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Sólo son. Buenas noches.
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Amar la herida, incluso. Amarlo.
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“Ningún arma, hecha Contra mí puede prosperar”, se dice. Significa: aquí está mi espada La tengo, aunque ahora inútil—
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Pero la cargo.
Traducción por Ana Laura Magis